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sábado, 8 de febrero de 2020

Una leyenda viviente: el Trinche Carlovich

Del Che Guevara a Fontanarrosa. De Menotti a Bielsa. De Martino a Messi. Uno evoca semejante listado de un talento tan brillante como único y no puede por más que preguntarse: ¿qué tendrá Rosario?
El primer punto del dossier de Panenka: el romanticismo contagioso de un mito en la sombra como el Trinche Carlovich.


Artículo publicado en la revista Panenka, en diciembre de 2011.

-Vos sos muy pibe, no lo viste jugar. No tenés idea, el Trinche era un mostro, otra que Maradona...
-¿Un monstruo? ¿Mejor que Diego?
-Sí, la pelota hacía lo que él quería. El que no vio jugar a Carlovich no sabe lo que es el fulbo...

Diálogos como estos se entablan por toda Rosario. Quien no es de la ciudad llega y se da cuenta que por más kilómetros recorridos que tenga en el mundo del fútbol, transitó un camino incompleto. Por más conocedor de este deporte que se crea, se dará cuenta que le falta una pieza en el rompecabezas, que no se las sabe todas, que hay algo que se le escapa. Un eslabón perdido. Encima el tipo en cuestión no se llama José Fernández o Juan Pérez, como para pasar inadvertido. No, se llama Carlovich, Tomás Felipe Carlovich.

Los archivos periodísticos no dicen mucho: volante central, 1,83 de estatura, zurdo, disputó apenas tres partidos oficiales en Primera División... Nada importante. Sí mencionan que jugó una década en Central Córdoba, y que en 1973 fue campeón de la C y ascendió a la B. No mucho más.

Para llegar a Carlovich hay que desandar las calles de Rosario y tomar el rumbo del barrio Belgrano, en el oeste de la ciudad. Es su territorio, no hay persona que no sepa quién es el Trinche. O en La Tablada, en el sur, donde está enclavado el estadio Gabino Sosa, humilde reducto de Central Córdoba, testigo de sus hazañas.

De las grandes ciudades argentinas, Rosario tiene una particularidad: la mayor parte de la población no desciende de españoles, como en el resto del país, como en el resto de Hispanoamérica. A fines del siglo XIX los italianos eran mayoría. El puerto de Rosario era el punto de salida de los productos que daba el suelo de toda la llamada “Pampa Gringa”, ese territorio conformado en parte por el sur de la provincia de Santa Fe donde la inmigración polaca, rusa, francesa, judía, alemana, británica, griega, siria empataba en número a los vascos, gallegos y andaluces que se aventuraban del otro lado del océano. Entre estos miles de inmigrantes europeos que conformaron esta identidad variopinta estaba don Mario Carlovich, un yugoslavo que se ganó la vida instalando tuberías y caños por toda la ciudad.

“¿Caños? Si no viste a Carlovich no sabés lo que es el caño de ida y vuelta. El Trinche tiraba un caño y cuando el rival se daba vuelta, le tiraba otro, de atrás”, dispara un abuelo mientras pasea a su nieto por Parque Irigoyen, a metros de la cancha de Central Córdoba.

Entre la fantasía y el mito, las hazañas de Carlovich, el séptimo hijo de don Mario, siguen creciendo, aunque hayan pasado casi tres décadas de su despedida del fútbol. Si es por el número de “testigos”, Central Córdoba habría jugado todos los sábados en el Maracaná, los números no cierran. La exageración se percibe, pero nadie se molesta en disimularla, es parte de la historia. Antes de encontrarlo, valen algunos testimonios menos fanatizados, más calificados. Como el de Daniel Passarella, capitán de la Selección Argentina campeona del mundo en 1978: “Cuando jugué en Sarmiento de Junín, en el Ascenso, me enamoré de Carlovich. Fue el mejor jugador que vi antes de llegar a Primera. Un astro, me hubiera gustado ser como él”.

Todos hablan de su habilidad endemoniada, de su zurda capaz de todos los lujos y de ponerle fantasía la juego. Era pisador de la pelota hasta la “cargada”, la forma más molesta de la burla. Era gambeteador hasta la insolencia. Un jugador de potrero vestido de profesional. Vestido a medias, porque nunca usó canilleras ni se vendó los tobillos.

Víctor Bottaniz integró la preselección de 25 jugadores de cara al Mundial 78. Finalmente se quedó afuera de la lista final de 22, junto a Humberto Bravo y a un chiquilín llamado Diego Maradona. Enfrentó al Trinche y no lo olvida: “jugar en contra suya era un suplicio y a la vez un placer. Suplicio porque con el manejo y la pegada que tenía, era imposible de marcar. Y placentero era ver todo lo que hacía dentro de la cancha, y con qué facilidad. Tuvo todo para triunfar en el fútbol grande, pero prefirió la tranquilidad de su ciudad”.

ENCUENTRO CON UN MITO
Carlovich nació hace 62 años en barrio Belgrano y siempre vivió allí, una zona humilde que él mismo describe: “Las calles eran todas de tierra, con zanjas. Mucho potrero, mucho campito. No había otra diversión que la pelota, jugar descalzo todo el día”.

En sus palabras se empieza a percibir la clave de su historia: nunca le interesó el éxito. “No me propuse ser jugador de fútbol, se fue dando sin querer. Me empezó a gustar, seguí, seguí y seguí... Después mi cuñado me llevó a Rosario Central y tuve la suerte de quedar”, narra el génesis con naturalidad. La mitad de los niños rosarinos sueña con jugar en Central, la otra mitad en Newell’s. Él lo logró por su talento, pero su personalidad no aportó la constancia para mantenerse en Primera. Debutó en 1969 en un amistoso en Montevideo, contra Peñarol y solamente jugó un partido oficial, contra Los Andes. ¿Y después? “Erausquín era el técnico, bah, estaba ahí, porque al equipo se lo armaban Griguol y los jugadores de más experiencia. Me habían dicho que al siguiente partido sería titular. ¡Estaba contentísimo! Pero me llamaron aparte y no me pusieron. Yo siempre fui de frente y esas cosas no me gustaron. Me enojé. Y como Central tenía una deuda conmigo, les pedí que a cambio me dieran el pase y me fui”.

Se fue con su cuñado a jugar unos meses en Flandria (1970, Primera C). “Después me hablaron de Central Córdoba, probé en un amistoso y ahí me quedé”. Allí empezó el romance con el equipo Charrúa. La tarde del debut hizo dos goles, pero “de casualidad”, como suele mentir para esquivar los elogios. “Central Córdoba me dejó que me muestre como jugador y eso no se olvida”, agradece.

FRENTE A LA CELESTE Y BLANCA
Ese 1973 fue consagratorio. Ascendió con Central Córdoba y al año siguiente fue protagonista de un partido que sirvió para inflar todos los mitos. La Selección Argentina se preparaba para el Mundial de Alemania ’74 y el 17 de abril llegó a Rosario para enfrentar a un combinado de la ciudad, armado con una fórmula muy prolija: 5 de Central, 5 de Newell’s y Carlovich, que jugaba en la segunda división. Era un conjunto notable, con nombres que protagonizaron la edad de oro del fútbol rosarino y que hasta el día de hoy se recuerdan entre los mejores: Mario Alberto Kempes y Mario Zanabria.

La noche mágica del Trinche contra la Selección Argentina.
En el primer tiempo los rosarinos le dieron una paliza al equipo nacional, comandado por Vladislao Cap. La cancha de Newell’s estaba atónita ante ese 3-0 inesperado y la actuación descomunal de ese número 5 desconocido para la mayoría. El baile era tan grande que dio lugar al primer mito: dicen que Cap le pidió a su par rosarino que sacara a Carlovich. El Trinche salió a los 15’ del segundo tiempo, el conjunto local levantó el pie del acelerador y el pleito terminó 3-1. El arquero argentino ya era Ubaldo Fillol, quien tiene grabada esa noche: “¡Qué baile nos dieron! ¡Cómo jugó ese muchacho! Carlovich tenía magia”.

En 1976 pasó a Independiente Rivadavia, de Mendoza, para jugar en la Liga Provincial. De entrada lo apodaron El Gitano, al verlo jugar le pusieron El Rey. El equipo usaba una camisa con botones, pero él se abrochaba solamente el de abajo y jugaba con el pecho al aire y las medias bajas. Lo amaron, pero su corazón estaba a orillas del Paraná. Su compañero Hugo Mémoli recuerda: “Jugábamos contra San Martín y Tomás se quería ir esa misma tarde a Rosario. Pero si jugaba el partido entero perdía el ómnibus. Así que se hizo expulsar en el primer tiempo. Se bañó y salió corriendo... No se tomaba nada muy en serio”.

Pronto apareció una chance para volver a jugar en Primera División, ahora con la casaca de Colón de Santa Fe, apenas a 170 km de casa. Corría 1977 y entre sus admiradores se contaba César Luis Menotti, otro rosarino, que era ya el DT de la Selección Argentina. ¿Cabía la chance de soñar con verlo en el Mundial ‘78? El Trinche lo cuenta así: “En Colón caí en un equipo buenísimo, pero tuve mala suerte. Yo no me había lesionado en la puta vida, pero en los dos partidos que jugué me rompí el aductor derecho. Una desgracia. El técnico, el vasco Urriolabeitia, creyó que me lesionaba a propósito, que era un problema mental. Pedí una junta médica, para que comprobaran que yo no mentía. Cuando me vieron la pierna negra se quedaron mudos. Pero a mí me molestó que no hayan confiado en mí y me pegué la vuelta para Rosario”. Ese fue su último partido en Primera División.

Con una voz que envidiarían varios locutores, Carlovich va a contramano del mito que crece en torno a su figura. “Acá les gusta inventar historias acerca de mí. Pero no son verdad. Algún caño de ida y vuelta habré hecho, pero no es para tanto”. Sin embargo, Menotti está lejos de inflar historias que no son. El entrenador que guió a la camiseta argentina al reencuentro con su rica tradición es muy ilustrativo: “Carlovich fue uno de esos pibes de barrio que desde que nacen tienen un solo juguete: la pelota. Su técnica lo convirtió en un jugador completamente diferente. Era impresionante verlo acariciar la pelota, tocar, gambetear... Pero en su carrera no encontró reservas físicas que sostuvieran todas sus condiciones técnicas. Además, desafortunadamente, tampoco tuvo a nadie que lo acompañara y lo comprendiera. Es una pena, porque Carlovich estaba llamado a ser uno de los jugadores más importantes del fútbol argentino. No sé qué le pasó. Tal vez lo aburría el fútbol profesional. A él le gustaba divertirse y no se sentía a gusto con algunos compromisos”.

ROSARIO SIEMPRE ESTUVO CERCA
En 1978, mientras Argentina se consagraba campeona del mundo en casa, él jugaba en Deportivo Maipú, de nuevo en la liga mendocina. “Cuando me fui a jugar a Mendoza me parecía que me iba al fin del mundo. Jugaba y al terminar cada partido agarraba el avión y me volvía a Rosario. Extrañaba una barbaridad. Soy incapaz de irme a otro lugar”. Este sentimiento casi fanático, es fácil de entender si se caminan las calles de Rosario: los rosarinos aman a su ciudad y en su mayoría piensan que es su lugar en el mundo. Carlovich no es más que un rosarino típico. Hoy Rosario es la única de las grandes ciudades argentinas gobernada por el socialismo. En noviembre, la consultora Ibarómetro elaboró el primer ranking de vida urbana y gestión de las diez ciudades más pobladas del país y los rosarinos pusieron a la suya en el primer lugar: el 81,4% se siente orgulloso de vivir en su sitio. Y ese orgullo se ratifica con los testimonios. “Está linda la ciudad, están haciendo cosas importantes. Que siga progresando, se le da vida al turismo, hay cosas hermosas acá”, expresa el Trinche, como si fuese un promotor turístico.

En el 79 regresó y nunca más se fue. En el 82 volvía ascender de la C a la B con Central Córdoba y un año después se despidió del fútbol profesional. “Podría haber seguido. Tenía 38 años y estaba bien físicamente. Pero no me llamaron más. No sé lo que habrá pasado, pero no me llamaron más”.

DESPUÉS DEL FÚTBOL
“No me llamaron más”. ¿Y ya? Como no lo llamaron, dio por terminada su carrera. Acepta el destino sin hacer demasiadas preguntas.
-¿Por qué “Trinche”?
-No sé. Un muchacho de acá, del barrio, me apodó así, pero nunca supe por qué. Tampoco le pregunté.
-¿Pudo ganar bien?
-No, no se ganaba plata, para nada... Eran otros tiempos. Ahora se ponen una propaganda, pegan una transferencia y se salvan para toda la vida.
-¿Qué le faltó para llegar?
-¿Y qué es “llegar”? Yo no tuve otra ambición más que la de jugar al fútbol. Siempre quise estar cerca de mis viejos, del Vasco Artola, uno de mis grandes amigos, rodeado de los afectos del barrio... Era un tipo solitario, prefería cambiarme solo, en la utilería, no en el vestuario. Yo soy así.
El tiempo después del fútbol continuó con la misma línea de humildad, ajeno a cualquier brillo. En 1986 le insistieron para volver y lo hizo por una temporada, en torneos zonales. Jugó por jugar. “Un habilidoso es el que demuestra la alegría de jugar en el potrero, el que trata bien a la pelota, el que es feliz por jugar al fútbol. Yo siempre ponía la misma garra, en los entrenamientos y en los partidos oficiales. Siempre quería ganar 70 a 0”.

Siguió gambeteando en los barrios, en esos torneo en los que cada pelota se disputa con el alma, con fiereza y vergüenza. En uno de esos se enfrentó al genial escritor y humorista Roberto Fontanarrosa, quien lo recordaba así: “Era dotado técnicamente pero con poca predisposición para el esfuerzo. Es lo que la leyenda cuenta de él, que lo tenían que ir a buscar. Lo enfrenté una vez en un torneo de veteranos de la zona norte de Rosario y, por supuesto, me bailó”.

En 1993, tras su intempestiva marcha del Sevilla, Diego Maradona fichó para Newell’s Old Boys y la ciudad de Rosario vivió una revolución. Un periodista le confesó el orgullo de los rosarinos de “recibir al mejor jugador de todos los tiempos”. Diego, a quien siempre le causaron alergia los obsecuentes, le respondió: “¿Qué me dice? Si el mejor jugador vive en Rosario y es un tal Carlovich”.

Junto a un hermano, el Trinche trabajó como albañil y siguió ligado afectivamente a Central Córdoba, que siempre le dio una mano. Como en 2005, cuando le organizó una velada homenaje, con dos partidos a total beneficio de él. La entrada costaba apenas 5 pesos (por entonces poco más de un euro) pero el dinero recaudado le ayudó. Lo pusieron como “manager”, ya que no se tituló de entrenador. “No tengo el diploma, pero ¿qué puedo aprender en el curso?”, se pregunta casi ingenuamente.

Cuando llegó el momento de las fotos acordadas con Panenka, en su escuelita de fútbol de Roldán, al oeste de la ciudad, surgió un tema inesperado: “¿ustedes qué revista hacen? ¿Vienen de España? Porque hace unos días vinieron unos gallegos de la televisión y me dejaron 3.500 euros, fijate...”. Esos “gashegos”, según la pronunciación típicamente argenta, eran los productores de Informe Robinson y el “fijate” es una seña inconfundible, también típicamente argenta, para pedir dinero. No está necesitado, pero tampoco se desvive por aparecer en los medios, nunca le interesó. “Bueno, lo dejamos para otra ocasión”, propone para eludir las fotos. Un Trinche auténtico.

Dicen que desechó ofertas del New York Cosmos y del Milan. Dicen que cuando el rival era muy defensivo y no salía a atacarlos, él se sentaba arriba de la pelota, provocador. Dicen que en Central Córdoba le pagaban extra por cada caño que metía. Dicen que faltaba a los entrenamientos y se iba a pescar. Dicen que algunos zagueros no le salían al cruce por miedo a ser ridiculizados. Dicen... Porque no existe un solo video de sus jugadas, pero el mito crece y seguirá creciendo de boca en boca, como una reafirmación de la identidad 100% rosarina.