El fútbol vuelve a reunir a los mejores jugadores de la Concacaf, pero también a encender las ilusiones de los aficionados de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe, que vibran con los colores de sus selecciones nacionales. Con sus estilos y costumbres, todos tienen una pasión compartida.
Reportaje publicado en el Programa Oficial de la Concacaf Gold Cup 2015.
Por PABLO ARO GERALDES
El fútbol es una seña más de identidad nacional. Cada seleccionado tiene un estilo propio y ese modo de vivir este deporte se traslada también a los aficionados, que en cada país vibran de una manera diferente con la pasión que despierta el balón. Sin embargo el fútbol genera una comunión tan fuerte que en las más distantes geografías hay sentimientos comunes, lazos de hermandad que solo puede comprender quien ama a sus colores.
José, Ryan, Diego, Yosvany y Oscar son cinco hinchas que durante julio vibrarán con la Copa Oro. Lo harán con las banderas de Costa Rica, Estados Unidos, Guatemala, Cuba y México, pero bien podrían ser como cualquier otro de la región Concacaf, como cualquier otro del mundo entero que ha cometido locuras por fidelidad a sus ídolos.
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José Parreaguirre - Costa Rica |
“Venciendo a Estados Unidos en San José, Costa Rica se aseguraba el pasaje al Mundial 2002, pero mis amigos y yo ya teníamos compromisos. Ronny se escapó del trabajo, Andrés rompió una cita y yo falté a un examen en la universidad... ¡Luego tuve que reponer con un dictamen médico! En el estadio llovió desde las 3 de la tarde hasta las 10 de la noche, nos mojamos de pies a cabeza; sobre el final, la TV nos enfocaba y teníamos que taparnos con las banderas para que no nos descubrieran. Al final lloramos juntos cantando la Patriótica Costarricense, celebrando el pase al Mundial”, cuenta
José Parreaguirre. Algo parecido le ocurrió en La Habana a
Yosvany Hernández: “por acompañar a la Selección en el estadio Pedro Marrero perdí un derecho de examen, justo de análisis matemático, con lo difícil que es”. Lo hizo con su gorra de béisbol de Industriales, la cábala que siempre lo acompaña para ver el futbol.
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Ryan Youtz - Estados Unidos |
Todos las supersticiones son válidas para apoyar a los colores amados. “Me pongo la camiseta que Clint Dempsey usó para el centenario de la US Soccer, que tiene un escudo majestuoso, y brindo con una cerveza americana”, cuenta
Ryan Youtz, un estadounidense de Omaha, Nebraska, que alienta al equipo de las rayas y las estrellas desde que tenía 9 años, cuando su país organizó la Copa del Mundo 1994. “En ese verano me enamoré del fútbol: el impresionante tiro libre de Eric Wynalda contra Suiza, la victoria sobre Colombia y la caída con diez hombres ante Brasil en aquel 4 de julio, el Día de la Independencia, se grabaron para siempre en mi memoria y mi corazón”, recuerda.
Y en todos los casos, la niñez es el primer punto de contacto con esta pasión. Así lo testimonia
Diego Ortiz, guatemalteco de 21 años: “tenía apenas 4 años cuando Juan Carlos Plata marcó ante Brasil para el 1-1, en 1998. Imborrable. Años después, pude asistir a un partido en el hexagonal final de la Eliminatoria camino a Alemania 2006 y ver el triunfo de mi selección 5-1 sobre Trinidad y Tobago”. Desde entonces, antes de cada juego camina desde el Obelisco de la capital hasta el estadio Mateo Flores para alentar al equipo chapín. Esa fidelidad es un factor común que recorre todo el continente.
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Diego Ortiz - Guatemala |
En México,
Oscar González Garduño se enamoró del Tri a los 7 años, cuando vio el Mundial '94 por TV... en la escuela: “¡Estábamos muy nerviosos! Junto a todos mis amigos presenciamos la victoria sobre Irlanda”, cuenta. Pero el gran recuerdo data de la Copa Oro 2003: “fue mi primera vez en un estadio, y nada menos que en el Azteca, la catedral del futbol azteca, cuando México venció a Brasil con un golazo de Daniel Osorno. ¡Ver a tu selección levantar el trofeo es algo que jamás se olvida!”.
La selección es el sentimiento que une a un país, más allá del club de cada uno. Así lo entendió José, cuando Claudio Jara marcó para Costa Rica en un amistoso contra Corea del Sur, en 1987: “Jara era el ídolo goleador de Herediano y le pregunté a mi viejo, entre asombrado y decepcionado: '¿Por qué Jara juega con otro equipo?'. Entonces me explicó la existencia de la Selección y me llené de orgullo por su gol”.
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Yosvany Hernández - Cuba |
La alegría del fútbol atraviesa desde Panamá hasta Alaska, desde las nieves hasta las arenas blancas. “En Cuba nos juntamos frente al televisor con una botellica de ron. Y si se juega en La Habana, acompañamos a todo sol y con mucho canto. Nuestro estadio no estará en muy buenas condiciones, pero no todos los días puedes ver un juego oficial con jueces FIFA, no hay que faltar cuando compiten nuestros gallardos Leones del Caribe”, se entusiasma Yosvany. A la distancia, Diego se prepara para una ceremonia similar, junto a seis amigos, “todos vestidos con la camisola de Guatemala”, soñando con romper el dominio de Estados Unidos y México en el historial la Copa Oro: “Por su potencial, los mexicanos son el rival más temido, pero el clásico que siempre se quiere ganar es ante Costa Rica, el eterno rival de Centro América”.
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Oscar González Garduño - México |
Todos tienen un adversario a vencer, pero lo más importante es juntarse detrás de la divisa nacional. “Cuando la selección juega, la mayoría de los mexicanos podemos unirnos por una pasión en común, y eso es lo bello de este deporte. Sea cual sea el rival, sin importar dónde jueguen, siempre tenemos la playera bien puesta y estamos listos para gritar ¡Gol!”, se emociona Oscar. El gol es el momento del abrazo con el amigo, el compañero de grada o el desconocido. Bien lo grafica José: “Cuando Costa Rica marcó el segundo gol en el
Aztecazo (1-2 en junio del 2001), mi hermano y yo salimos gritando como locos a la calle… por pura coincidencia, el vecino que vive enfrente salió gritando de la misma manera con su papá y el de al lado también, todos en pleno centro de la calle. Venía un taxi a toda velocidad, el conductor frenó, se bajó y ¡se abrazó con nosotros! ¡Ese gol lo gritamos como si fuera de campeonato mundial!”.
El poder del fútbol es tan grande como el de la amistad. “He conocido a personas increíbles que viajan a alentar a los Estados Unidos -concluye Ryan-. Ni siquiera vivimos en las mismas ciudades, pero nos seguimos encontrando en partidos por todo el mundo. Ellos son como una gran familia para mí”.
No importa la nacionalidad, compartimos la misma pasión con distintos colores. Adversarios sí, enemigos nunca. ¡Viva la Copa Oro!