Artículo publicado por la revista El Gráfico en 2001.
Por PABLO ARO GERALDES
La escena suena más que ridícula. El estadio Olímpico de Munich espera la salida del Bayern y por el túnel se asoman solamente cuatro jugadores: el arquero Oliver Kahn, el defensor Jens Jeremies, el volante Stefan Effenberg y el delantero Mehmet Scholl. En un pizarrón táctico aparecen sus nombres. Son los cuatro alemanes titulares del campeón y junto a ellos figuran, pero tapados, jugadores como el francés Lizarazu, el bosnio Salihamidzic o el paraguayo Santa Cruz. La escena es parte de una campaña del club junto a la automotriz Opel, que es su sponsor, y el remate se pregunta: “¿Extranjeros fuera?". Hoy por hoy, ni el Bayern ni ningún otro equipo de la Bundesliga podría prescindir de sus extranjeros, pese a que en el país la violencia racial y xenófoba suele comerse bloques enteros de los noticieros. Los hombres llegados a Alemania desde todos los rincones del planeta le aportan al torneo una diversidad futbolística que fuera de las canchas todavía es foco de intolerancia.
El aviso apareció en un momento en que el odio va en aumento. Las víctimas, como siempre, son las minorías. Turcos, gitanos, judíos, todos representan una amenaza para las mentes enfermas. “Ese turco vino a quedarse con mi puesto de trabajo”, es una de las frases más escuchadas entre los jóvenes cabeza rapadas, que intentan justificar un desprecio hacia el diferente. Y el fútbol, que no está en una cajita de cristal, también lucha contra la discriminación. El problema empezó en los años ’80, cuando los hooligans que aparecían en las tribunas alemanas eran a la vez seguidores de movimientos de extrema derecha.Hoy, pese a los ataques a extranjeros, la Bundesliga es un ejemplo de lo contrario, de aceptación de las diferencias.
¿Cómo hizo el país que vio nacer el nazismo para erradicar del fútbol este mal que sigue latente en la sociedad? ¿Cómo hace para sacarse de encima la imagen de esos skinheads pateando a un hombre en el piso por el solo hecho de haber nacido en Pakistán o Túnez? El problema fue superado con la llegada de más y más jugadores. A contramano de las crónicas negras que tienen como escenario a Alemania, la Bundesliga es el campeonato con más extranjeros en todo el mundo. El 45% de todos los jugadores de Primera nació fuera de Alemania.
El peruano Claudio Pizarro, figura del Werder Bremen, se adaptó rápido a la vida alemana y es testigo de este progreso del fútbol sobre el resto de la sociedad. “Es verdad que si no hablás el idioma las cosas son más difíciles, pero jamás tuve problemas por ser extranjero. Los alemanes nos reciben bien; me integré enseguida y es más, ya hice algunas amistades”, resume el delantero, que tampoco come vidrio: “Conozco, sí, un caso de racismo; el de mi compañero Tjikuzu, que es de Namibia. Cuando él estaba en las inferiores lo insultaban por ser negro y tuvo que pelearse varias veces”.
Esa magia que envuelve al jugador profesional, quizá repela los ataque que el resto de los extranjeros sí reciben, aunque los casos sean muy puntuales. Jörg Wolfrum, redactor del Argentinisches Tageblatt –semanario argentino editado en alemán–, tiene una explicación para esta inmunidad que gozan los futbolistas: “Los hinchas aman a sus estrellas, sean alemanes o extranjeras. Lo que más les importa es que gane su equipo”.
Buena letra para el 2006
Durante la campaña para conseguir la sede del Mundial 2006 y más todavía ahora que se logró el objetivo, la prensa y los hinchas presionan a la federación de fútbol (DFB) para que tome medidas más estrictas contra los casos de discriminación. Los clubes de Primera anunciaron que no tolerarán ningún tipo de abuso verbal racista ni la exhibición de símbolos neonazis, y se pusieron a trabajar.
En la primera fecha, la policía de Dortmund detuvo a 15 personas antes del partido con el Hansa Rostock cuando hacían el desafiante saludo del brazo derecho en alto y gritaban consignas como los viejos "Heil Hitler". A las pocas semanas el Shalke 04 demandó a cinco hinchas que también cantaron estrofas neonazis. Les prohibieron la entrada al estadio y están acusados de “apología del odio racial, exhibición de insignias de organizaciones prohibidas, amenazas y violencia”. En algunas partes del mundo la justicia es rápida, y por eso es más justa. En 1999, el Stuttgart echó del plantel al defensor Thorsten Legat, por pegar una leyenda racista en la pared del vestuario contra su compañero Pablo Thiam, de Guinea, ahora nacionalizado alemán.
Para la DFB, “el fútbol debe ser visto como un deporte que una a los jugadores y a los hinchas de diferentes partes del mundo, sin importar el color de piel, la raza, religión u orientación sexual. Y los clubes deben asegurarse de que el fútbol sea sólo de los verdaderos aficionados y no a los hooligans”. Palabras que suenan a típico bla blá, pero que en Alemania reflejan una realidad: en la Bundesliga juegan futbolistas de 55 países diferentes y en las tribunas la violencia se terminó.
Cuando el ghanés Anthony Yeboah llegó al Eintracht Frankfurt, a comienzos de los ‘90, las hinchadas rivales le tiraba bananas. E incluso dentro de la cancha, sus rivales acostumbraban escupirlo e insultarlo. Era uno de los pocos negros que jugaban en Alemania y sus compañeros lo defendieron. Lo mismo le pasaba a su compatriota Anthony Baffoe, del Fortuna Düsselforf y al senegalés Souleymane Sane, del Wattenscheid, quienes tuvieron que soportar que varias hinchadas les dedicaran un repetido “hu-hu-hu”, tratándolos de monos, cada vez que tocaban la pelota. Viendo que estos gestos iban mucho más allá de las bromas, hace algunos años las autoridades comenzaron una campaña llamada “Mein Freund its Austländer” (mi amigo es extranjero). Los grupos de hinchas empezaron a trabajar junto a las autoridades municipales y la policía para depurar de sus filas a los violentos. Con un programa bien organizado, cada año los casos se reducen cada vez más. Tampoco faltan los gesto políticamente correctos: cuando la selección alemana enfrentó a un combinado de extranjeros, Yeboah fue el abanderado.
El hincha verdadero tiene el mismo aprecio por sus ídolos nacionales que por los extranjeros. Y a veces, hasta quieren más a los de afuera. “Aquí, en el estadio de Werder Bremen –cuenta el traductor del equipo- como señal contra el racismo empezaron con los gritos de mono cuando el arquero de la selección alemana, Oliver Kahn, un tipo muy rubio, blanco y odioso, estaba en posesión del balón”.
Rodolfo Cardoso tiene experiencia en el trato con los alemanes. El único argentino de la Bundesliga juega en el Hamburgo y cree que los latinos son mejor recibidos. “Siempre traté de integrarme, de aprender el idioma, y por eso no sentí la discriminación. El latino se adapta mejor que los inmigrantes del este de Europa, que siguen muy atados a sus costumbres. Son formas de ser diferentes. Mahdavikia y Hashemian, mis compañeros iraníes, hacen la suya y nadie los molesta”.
-¿Viviste o fuiste testigo de algún acto discriminatorio? -Estoy en Alemania desde hace varios años y no tuve ningún inconveniente, ni dentro ni fuera de la cancha, pero es verdad que algunos te tratan con desconfianza cuando sos extranjero. Si esto se da con los futbolistas, que somos conocidos, es todavía peor con los trabajadores comunes.
-¿Sobretodo con los turcos? -Sí, hay gente que los rechaza por su religión, por su carácter fuerte. Uysal, el turco del Hamburgo, no tuvo inconvenientes porque es rubio y tiene los ojos celestes, pero si tenés la piel oscura te pueden discriminar.
Ailton, el brasileño del Werder es negro, pero su color nunca lo puso en problemas. “No puedo hablar de discriminación, todo lo contrario. Me encontré con un país de primer nivel, donde me recibieron muy bien. Jamás vi banderas ni inscripciones racistas, sino que al entrar a la cancha flamean banderas de Brasil”, relata el delantero que sólo tuvo referencias del racismo por su compatriota Julio Cesar. “Hace unos años, no lo dejaron entrar a una disco, pero nada más, fue un caso aislado” asegura y concluye terminantemente: “Alemania no es un país racista”.
Liga de las Naciones
Con 228 extranjeros en Primera, el alemán debería ser un torneo de primer nivel. ¿Están las grandes figuras de la Argentina, Brasil y Uruguay? No, para nada. ¿Los campeones africanos y olímpicos de Camerún? No frío, frío. ¿Le roban España e Italia las estrellas más brillantes?. Claro que no. Muchos son jugadores sin más pretensiones que mostrarse en Europa, o en un campeonato competitivo, como es el caso de los que llegan del bloque oriental.
La Bundesliga 2000 es la más pobre de los últimos años. Y ante las caídas de presupuesto y la necesidad de mano de obra barata, se buscan extranjeros. Para esta temporada, todos los equipos juntos gastaron 70 millones de dólares en la compra de jugadores, poco más de lo que le costó Figo al Real Madrid. En promedio, cada equipo gastó lo mismo que lo que cuesta el pase de Roberto Pompei. Y la contratación más cara del verano alemán fue la del nigeriano Sunday Oliseh, de Juventus al Borussia Dortmund, por 7 millones. Ningún talento del otro mundo. Además, si se tiene en cuenta que el Bayern Munich siempre marca el ritmo del mercado de pases y gasta mucho más que el promedio, el resto de los clubes se mueven con números que apenas alcanzan las siete cifras. Son presupuestos típicos de los equipos del Nacional B argentino.
El fútbol alemán atraviesa una etapa de crisis. Eliminado prematuramente en los últimos dos mundiales y tras una pésima Eurocopa, Alemania sufre el recambio generacional. Y el círculo vicioso gira sin parar: baja nivel local, más extranjeros; y a más extranjeros, menos figuras locales. Varios planteles tienen más extranjeros que alemanes y Berti Vogts, ex técnico de la selección, encendió la polémica en agosto, cuando dijo públicamente que en la Bundesliga debía haber menos extranjeros, porque con ellos, los talentos jóvenes no tenían chances de aparecer en Primera.
Pero esta falta de cracks no le quita interés al campeonato. Pese al predominio del Bayern Munich, que siempre pelea en los primeros puestos, el torneo es parejo y tiene el promedio de goles por partido más alto de las grandes ligas de Europa (2,89). Y aunque este año empezaron los codificados, con partidos del viernes y todo lo conocido en transmisiones de TV, cada partido es seguido por una media de 31.200 espectadores, más que Italia y España.
Detrás del largo muro
Aunque pasaron diez años de la caída del Muro de Berlín, en lo social y económico todavía existen dos alemanias. Al del oeste, la mayor potencia de Europa, y la del este anclada en el tiempo, que sufre de una falta de identidad terrible: tuvo que pasar del comunismo a un consumismo que les pasa por encima. En algunas ciudades la desocupación llega al 30% y la cultura de los skinheads encuentra terreno fértil para su mensaje de “Alemania para los alemanes”. Cada vez más ciudadanos del este comparten ideas de extrema derecha. El periodista alemán Josef Oehrlein trata de entender el fenómeno: “En Alemania Oriental se reprimía cualquier sentimiento nacional. No se podía viajar, ni conocer otras partes del mundo y por eso se consideran más alemanes que los del oeste. Pero en el subsuelo latía el nacionalismo”.
Así lo notó el defensor Fernando Cassano, ex Chacarita, que juega en el Dresdner, de la tercera división, en la parte oriental: “Acá se nota más la xenofobia. Voy por la calle con mi compañero Sergio Bustos y cuando nos escuchan hablar en español nos miran mal y hacen comentarios en voz baja. En el este se suelen ver pintadas tipo “fuera extranjeros” o la cruz esvástica, pero no me tocó vivir ningún hecho violento. Estas pintadas aparecen en los barrios más pobres, donde hay muchos inmigrantes turcos. Algunos alemanes piensan que vienen a quitarles el trabajo”.
Sumergida durante décadas en el régimen soviético, Alemania Oriental no tiene esa vivencia de una sociedad multicultural, la falta de empleo hace que aparezcan estas expresiones. El periodista Wolfrum agrega que “en el este es más aceptado hasta políticamente. Hay alcaldes que justifican los ataques xenófobos quitándole importancia al asunto. Está más difundido en la sociedad, por un cambio de vida tan drástico. En el este los neonazis son casos bien aislados; en el este son parte del pensamiento difundido”.
Alemania Oriental es la hermana pobre y en el fútbol se nota. Sólo dos equipos sobreviven en la Bundesliga. Uno es el Hansa Rostock, el otro un club que debutó este año en Primera y que ya batió un récord. No por su desempeño, claro. El Energie Cottbus bucea en el fondo de la tabla pero en septiembre pasó a la historia por poner solamente a dos alemanes en la cancha para enfrentar a Freiburg. Eduard Geyer (último técnico de Alemana Oriental e informante secreto de la Stasi, la KGB germana) fue su técnico hasta que lo echaron el mes pasado y sostiene que "muchos jugadores alemanes carecen de técnica, algunos no saben ni lo que es un pase al área". Pero esta crítica no es el único motivo por el que no ponía titulares alemanes. El presidente del club resalta que muchos futbolistas nacionales se niegan a ir a jugar a un equipo tan modesto como el Cottbus.
Por eso los hinchas de esta ciudad pegada a Polonia reciben con los brazos abiertos a los jugadores extranjeros. Es curioso, pero en el este se da el fenómeno de hinchas de extrema derecha que en la cancha alientan a jugadores de la misma nacionalidad que sus víctimas de violencia callejera.
Camino al 2006
Para que la organización del Mundial 2006 se hiciera realidad, todos los partidos políticos se unieron. “Esta diversidad es un valor para nuestra imagen en el mundo”, explica Jörg Sürstenau, funcionario de la embajada alemana en Buenos Aires. Es cierto, Alemania hizo de esta Naciones Unidas que tiene en su Bundesliga uno de los pilares en los que apoyó su propaganda para conquistar los votos de la FFIA, más allá de los excelentes estadios y estructura con la que cuenta.
Dentro de la ley de inmigración, son varios los extranjeros que tomaron la ciudadanía alemana. Entre ellos varios negros. ¿Qué quiere decir esto? Que aunque cueste imaginarlo, un negro puede aparecer con la camiseta de la selección germana. ¿Un alemán negro? Cardoso duda que esto pueda verse pronto. “Cuando se dijo que Pablo Thiam estaba en condiciones de ser convocado, públicamente no hubo reacciones, pero hablando con algunos jugadores, por lo bajo, muchos confiesan que no les cayó bien”. Además de Thiam, Gerald Asamoh (Schalke) y Otto Ado (Borussia Dortmund), ambos oriundos de Ghana, podrían ponerse la camiseta blanca, como alguna vez Francia, Inglaterra y hasta España vencieron los prejuicios y vistieron con sus colores nacionales a un inmigrante negro. Ese día, el fútbol alemán cantará su victoria sobre la xenofobia.
El peruano Claudio Pizarro, figura del Werder Bremen, se adaptó rápido a la vida alemana y es testigo de este progreso del fútbol sobre el resto de la sociedad. “Es verdad que si no hablás el idioma las cosas son más difíciles, pero jamás tuve problemas por ser extranjero. Los alemanes nos reciben bien; me integré enseguida y es más, ya hice algunas amistades”, resume el delantero, que tampoco come vidrio: “Conozco, sí, un caso de racismo; el de mi compañero Tjikuzu, que es de Namibia. Cuando él estaba en las inferiores lo insultaban por ser negro y tuvo que pelearse varias veces”.
Esa magia que envuelve al jugador profesional, quizá repela los ataque que el resto de los extranjeros sí reciben, aunque los casos sean muy puntuales. Jörg Wolfrum, redactor del Argentinisches Tageblatt –semanario argentino editado en alemán–, tiene una explicación para esta inmunidad que gozan los futbolistas: “Los hinchas aman a sus estrellas, sean alemanes o extranjeras. Lo que más les importa es que gane su equipo”.
Buena letra para el 2006
Durante la campaña para conseguir la sede del Mundial 2006 y más todavía ahora que se logró el objetivo, la prensa y los hinchas presionan a la federación de fútbol (DFB) para que tome medidas más estrictas contra los casos de discriminación. Los clubes de Primera anunciaron que no tolerarán ningún tipo de abuso verbal racista ni la exhibición de símbolos neonazis, y se pusieron a trabajar.
En la primera fecha, la policía de Dortmund detuvo a 15 personas antes del partido con el Hansa Rostock cuando hacían el desafiante saludo del brazo derecho en alto y gritaban consignas como los viejos "Heil Hitler". A las pocas semanas el Shalke 04 demandó a cinco hinchas que también cantaron estrofas neonazis. Les prohibieron la entrada al estadio y están acusados de “apología del odio racial, exhibición de insignias de organizaciones prohibidas, amenazas y violencia”. En algunas partes del mundo la justicia es rápida, y por eso es más justa. En 1999, el Stuttgart echó del plantel al defensor Thorsten Legat, por pegar una leyenda racista en la pared del vestuario contra su compañero Pablo Thiam, de Guinea, ahora nacionalizado alemán.
Para la DFB, “el fútbol debe ser visto como un deporte que una a los jugadores y a los hinchas de diferentes partes del mundo, sin importar el color de piel, la raza, religión u orientación sexual. Y los clubes deben asegurarse de que el fútbol sea sólo de los verdaderos aficionados y no a los hooligans”. Palabras que suenan a típico bla blá, pero que en Alemania reflejan una realidad: en la Bundesliga juegan futbolistas de 55 países diferentes y en las tribunas la violencia se terminó.
Cuando el ghanés Anthony Yeboah llegó al Eintracht Frankfurt, a comienzos de los ‘90, las hinchadas rivales le tiraba bananas. E incluso dentro de la cancha, sus rivales acostumbraban escupirlo e insultarlo. Era uno de los pocos negros que jugaban en Alemania y sus compañeros lo defendieron. Lo mismo le pasaba a su compatriota Anthony Baffoe, del Fortuna Düsselforf y al senegalés Souleymane Sane, del Wattenscheid, quienes tuvieron que soportar que varias hinchadas les dedicaran un repetido “hu-hu-hu”, tratándolos de monos, cada vez que tocaban la pelota. Viendo que estos gestos iban mucho más allá de las bromas, hace algunos años las autoridades comenzaron una campaña llamada “Mein Freund its Austländer” (mi amigo es extranjero). Los grupos de hinchas empezaron a trabajar junto a las autoridades municipales y la policía para depurar de sus filas a los violentos. Con un programa bien organizado, cada año los casos se reducen cada vez más. Tampoco faltan los gesto políticamente correctos: cuando la selección alemana enfrentó a un combinado de extranjeros, Yeboah fue el abanderado.
El hincha verdadero tiene el mismo aprecio por sus ídolos nacionales que por los extranjeros. Y a veces, hasta quieren más a los de afuera. “Aquí, en el estadio de Werder Bremen –cuenta el traductor del equipo- como señal contra el racismo empezaron con los gritos de mono cuando el arquero de la selección alemana, Oliver Kahn, un tipo muy rubio, blanco y odioso, estaba en posesión del balón”.
Rodolfo Cardoso tiene experiencia en el trato con los alemanes. El único argentino de la Bundesliga juega en el Hamburgo y cree que los latinos son mejor recibidos. “Siempre traté de integrarme, de aprender el idioma, y por eso no sentí la discriminación. El latino se adapta mejor que los inmigrantes del este de Europa, que siguen muy atados a sus costumbres. Son formas de ser diferentes. Mahdavikia y Hashemian, mis compañeros iraníes, hacen la suya y nadie los molesta”.
-¿Viviste o fuiste testigo de algún acto discriminatorio? -Estoy en Alemania desde hace varios años y no tuve ningún inconveniente, ni dentro ni fuera de la cancha, pero es verdad que algunos te tratan con desconfianza cuando sos extranjero. Si esto se da con los futbolistas, que somos conocidos, es todavía peor con los trabajadores comunes.
-¿Sobretodo con los turcos? -Sí, hay gente que los rechaza por su religión, por su carácter fuerte. Uysal, el turco del Hamburgo, no tuvo inconvenientes porque es rubio y tiene los ojos celestes, pero si tenés la piel oscura te pueden discriminar.
Ailton, el brasileño del Werder es negro, pero su color nunca lo puso en problemas. “No puedo hablar de discriminación, todo lo contrario. Me encontré con un país de primer nivel, donde me recibieron muy bien. Jamás vi banderas ni inscripciones racistas, sino que al entrar a la cancha flamean banderas de Brasil”, relata el delantero que sólo tuvo referencias del racismo por su compatriota Julio Cesar. “Hace unos años, no lo dejaron entrar a una disco, pero nada más, fue un caso aislado” asegura y concluye terminantemente: “Alemania no es un país racista”.
Liga de las Naciones
Con 228 extranjeros en Primera, el alemán debería ser un torneo de primer nivel. ¿Están las grandes figuras de la Argentina, Brasil y Uruguay? No, para nada. ¿Los campeones africanos y olímpicos de Camerún? No frío, frío. ¿Le roban España e Italia las estrellas más brillantes?. Claro que no. Muchos son jugadores sin más pretensiones que mostrarse en Europa, o en un campeonato competitivo, como es el caso de los que llegan del bloque oriental.
La Bundesliga 2000 es la más pobre de los últimos años. Y ante las caídas de presupuesto y la necesidad de mano de obra barata, se buscan extranjeros. Para esta temporada, todos los equipos juntos gastaron 70 millones de dólares en la compra de jugadores, poco más de lo que le costó Figo al Real Madrid. En promedio, cada equipo gastó lo mismo que lo que cuesta el pase de Roberto Pompei. Y la contratación más cara del verano alemán fue la del nigeriano Sunday Oliseh, de Juventus al Borussia Dortmund, por 7 millones. Ningún talento del otro mundo. Además, si se tiene en cuenta que el Bayern Munich siempre marca el ritmo del mercado de pases y gasta mucho más que el promedio, el resto de los clubes se mueven con números que apenas alcanzan las siete cifras. Son presupuestos típicos de los equipos del Nacional B argentino.
El fútbol alemán atraviesa una etapa de crisis. Eliminado prematuramente en los últimos dos mundiales y tras una pésima Eurocopa, Alemania sufre el recambio generacional. Y el círculo vicioso gira sin parar: baja nivel local, más extranjeros; y a más extranjeros, menos figuras locales. Varios planteles tienen más extranjeros que alemanes y Berti Vogts, ex técnico de la selección, encendió la polémica en agosto, cuando dijo públicamente que en la Bundesliga debía haber menos extranjeros, porque con ellos, los talentos jóvenes no tenían chances de aparecer en Primera.
Pero esta falta de cracks no le quita interés al campeonato. Pese al predominio del Bayern Munich, que siempre pelea en los primeros puestos, el torneo es parejo y tiene el promedio de goles por partido más alto de las grandes ligas de Europa (2,89). Y aunque este año empezaron los codificados, con partidos del viernes y todo lo conocido en transmisiones de TV, cada partido es seguido por una media de 31.200 espectadores, más que Italia y España.
Detrás del largo muro
Aunque pasaron diez años de la caída del Muro de Berlín, en lo social y económico todavía existen dos alemanias. Al del oeste, la mayor potencia de Europa, y la del este anclada en el tiempo, que sufre de una falta de identidad terrible: tuvo que pasar del comunismo a un consumismo que les pasa por encima. En algunas ciudades la desocupación llega al 30% y la cultura de los skinheads encuentra terreno fértil para su mensaje de “Alemania para los alemanes”. Cada vez más ciudadanos del este comparten ideas de extrema derecha. El periodista alemán Josef Oehrlein trata de entender el fenómeno: “En Alemania Oriental se reprimía cualquier sentimiento nacional. No se podía viajar, ni conocer otras partes del mundo y por eso se consideran más alemanes que los del oeste. Pero en el subsuelo latía el nacionalismo”.
Así lo notó el defensor Fernando Cassano, ex Chacarita, que juega en el Dresdner, de la tercera división, en la parte oriental: “Acá se nota más la xenofobia. Voy por la calle con mi compañero Sergio Bustos y cuando nos escuchan hablar en español nos miran mal y hacen comentarios en voz baja. En el este se suelen ver pintadas tipo “fuera extranjeros” o la cruz esvástica, pero no me tocó vivir ningún hecho violento. Estas pintadas aparecen en los barrios más pobres, donde hay muchos inmigrantes turcos. Algunos alemanes piensan que vienen a quitarles el trabajo”.
Sumergida durante décadas en el régimen soviético, Alemania Oriental no tiene esa vivencia de una sociedad multicultural, la falta de empleo hace que aparezcan estas expresiones. El periodista Wolfrum agrega que “en el este es más aceptado hasta políticamente. Hay alcaldes que justifican los ataques xenófobos quitándole importancia al asunto. Está más difundido en la sociedad, por un cambio de vida tan drástico. En el este los neonazis son casos bien aislados; en el este son parte del pensamiento difundido”.
Alemania Oriental es la hermana pobre y en el fútbol se nota. Sólo dos equipos sobreviven en la Bundesliga. Uno es el Hansa Rostock, el otro un club que debutó este año en Primera y que ya batió un récord. No por su desempeño, claro. El Energie Cottbus bucea en el fondo de la tabla pero en septiembre pasó a la historia por poner solamente a dos alemanes en la cancha para enfrentar a Freiburg. Eduard Geyer (último técnico de Alemana Oriental e informante secreto de la Stasi, la KGB germana) fue su técnico hasta que lo echaron el mes pasado y sostiene que "muchos jugadores alemanes carecen de técnica, algunos no saben ni lo que es un pase al área". Pero esta crítica no es el único motivo por el que no ponía titulares alemanes. El presidente del club resalta que muchos futbolistas nacionales se niegan a ir a jugar a un equipo tan modesto como el Cottbus.
Por eso los hinchas de esta ciudad pegada a Polonia reciben con los brazos abiertos a los jugadores extranjeros. Es curioso, pero en el este se da el fenómeno de hinchas de extrema derecha que en la cancha alientan a jugadores de la misma nacionalidad que sus víctimas de violencia callejera.
Camino al 2006
Para que la organización del Mundial 2006 se hiciera realidad, todos los partidos políticos se unieron. “Esta diversidad es un valor para nuestra imagen en el mundo”, explica Jörg Sürstenau, funcionario de la embajada alemana en Buenos Aires. Es cierto, Alemania hizo de esta Naciones Unidas que tiene en su Bundesliga uno de los pilares en los que apoyó su propaganda para conquistar los votos de la FFIA, más allá de los excelentes estadios y estructura con la que cuenta.
Dentro de la ley de inmigración, son varios los extranjeros que tomaron la ciudadanía alemana. Entre ellos varios negros. ¿Qué quiere decir esto? Que aunque cueste imaginarlo, un negro puede aparecer con la camiseta de la selección germana. ¿Un alemán negro? Cardoso duda que esto pueda verse pronto. “Cuando se dijo que Pablo Thiam estaba en condiciones de ser convocado, públicamente no hubo reacciones, pero hablando con algunos jugadores, por lo bajo, muchos confiesan que no les cayó bien”. Además de Thiam, Gerald Asamoh (Schalke) y Otto Ado (Borussia Dortmund), ambos oriundos de Ghana, podrían ponerse la camiseta blanca, como alguna vez Francia, Inglaterra y hasta España vencieron los prejuicios y vistieron con sus colores nacionales a un inmigrante negro. Ese día, el fútbol alemán cantará su victoria sobre la xenofobia.