Por PABLO ARO GERALDES
En dos meses se consagró campeón con el Real Madrid y con la Selección Brasileña, dos de las escuadras más poderosas del planeta. Pero sus comienzos estuvieron muy lejos de este presente de felicidad.
La historia del brasileño Robson de Souza bien podría ser la de la mayoría de sus compatriotas. Desde muy pequeño supo lo que son el hambre, las privaciones, la tristeza de la desesperanza…
Pensando más allá de Brasil, su historia cuadraría en la de millones de hogares en América Latina. Sin embargo, algo hizo distinta la vida de este esmirriado, casi frágil Robinho: su pierna derecha. Gracias a una habilidad casi endiablada con el balón, el joven Robson consiguió lo que todos en su patria sueñan: fama y dinero, pero, sobre todo, reconocimiento y respeto.
Como tantos cracks brasileños, su carrera comenzó en las callecitas angostas de la favela de Sao Vicente, en Sao Paulo. Descalzo, claro; un par de “chuteiras”, como llaman allí a los zapatos de fútbol, era un lujo para los magros sueldos de papá Jilvan y mamá Marina. No tenía calzado, pero tampoco lo necesitaba para pasar el día junto a sus amigos y mantener en su carita esa sonrisa que hoy es su sello distintivo.
“Vivía por y para el fútbol –contó el año pasado, antes de la Copa del Mundo–. Me tocó nacer en un barrio difícil y en un tiempo complicado. Entre mis compañeros de juegos había muchos que eran mejores que yo con la pelota en los pies, pero las circunstancias los alejaron del fútbol. Había que trabajar duro para mantener a la familia. Jugar al fútbol, en este contexto, era un lujo. Yo tuve la gracia de que mis padres se sacrificaron duramente para que pudiera hacer esto que tanto me gusta”.
Así fue que, con sólo 5 años, empezó en el fútbol de salón, en el Beira Mar. Pronto se lo llevaron al Portuarios, un equipo más grande. A los 9 años hizo 73 goles en la temporada y su fama en el fútbol infantil se hizo incontenible: Santos, donde Pelé triunfó en los ’60, lo fue a buscar.
Disfrutaba con el indoor, pero los entrenadores del equipo principal no podían dejar pasar su talento desbordante y, el 24 de marzo de 2002, debutó con el uniforme blanco: tenía 18 años y en su temporada de estreno fue campeón del Brasileirao, el torneo más importante del país más importante del fútbol.
Lo que siguió es historia más conocida: su diestra mágica desparramando rivales en Santos lo convirtió en Robishow, el rey del regate. Vino la adoración de los paulistas, luego la de todo Brasil, y más tarde ya lo elogiaban en todas las geografías.
Tras ese comienzo explosivo se marchó a Madrid con su sonrisa, la misma que dibuja junto a cada autógrafo que firma. El Real de los llamados “Galácticos” no fue tal, las ansiedades del equipo le exigieron una brillantez que aún no pudo mostrar en tierras españolas. Hace un año, su compatriota Roberto Carlos afirmaba: “Robi será el mejor futbolista del mundo en un año”. El tiempo pasó y el vaticinio del lateral no se cumplió; Robinho no es titular en el equipo. Pero esta Copa América se transformó en su plataforma de relanzamiento, un nuevo envión para su carrera, ya que sus condiciones están intactas.
Luego de que su compañero Fabio Cannavaro recibiera el Balón de Oro 2006, Robinho aseguró que quiere tenerlo de aquí a dos o tres años. “Me imagino con ese premio, es un sueño y voy a trabajar mucho para conseguirlo. Aunque sé que es difícil, no es imposible. Tengo fútbol para lograrlo”, afirmó. Y empezó bien: en Venezuela se alzó con el Botín de Oro, por ser el goleador del torneo con 6 tantos. No sólo eso: fue la manija de la Selección Brasileña que, aunque no brilló, fue la justa vencedora del certamen continental.
Robinho es de esos futbolistas a los que les cabe sin excesos el cartel de crack. Y, aunque trabajó especialmente en la sala de musculación para fortalecer sus 60 kilos (lo que pesaba cuando llegó a Madrid hace dos años), sabe que su liviandad es su fortaleza. Se desplaza entre los rivales con volatilidad, abre las zagas más recias con el balón dominado y hasta Pelé se animó a decir: “Robinho tiene todas las cualidades para superarme”. Más allá del elogio desmedido, el delantero señala sus puntos pendientes: “Tengo que mejorar mi dribbling, ser más rápido, perfeccionar mi conclusión en el área. Sobre todo eso, hacer más goles”, dijo en una entrevista luego de la Copa del Mundo Alemania 2006, cuando Brasil se despidió en cuartos de final.
Si lo que le faltaba era gol, en Venezuela acaba de saldar su deuda. Hace seis meses casi no tenía lugar en el Real Madrid de Fabio Capello. Pero las cosas cambiaron pronto: el DT italiano le dejó su lugar al alemán Bern Schuster y el estilo de juego del club merengue se acercará más a lo que el joven brasileño puede brindar. Y, después de la actuación en su primera Copa América, ya no podrán mirar hacia el costado pese a las contrataciones que hayan hecho durante el verano. Robinho podrá sentirse más cómodo con el nuevo dibujo táctico madridista, pero ya demostró con Brasil que no le vienen mal las tácticas más conservadoras, como la que llevó adelante el entrenador Dunga. “Siempre buscamos la victoria –explica Robinho–, pero sabemos que somos Brasil y que tenemos que disfrutar, jugar bien y dar espectáculo al público”.
La vida cambió para Robinho, hoy rodeado de los beneficios del éxito. Los disfruta, pero quiere más: “Sueño con ser el mejor del mundo; mentiría si dijera lo contrario. Me ilusiona enormemente, pero mi primer objetivo es triunfar en el Real Madrid y salir campeón de todo lo que disputemos. Luego, si sigo creciendo y disfrutando con el juego, las cosas llegarán por sí mismas. Tengo que ir paso a paso; todo a su tiempo”.
El flamante campeón de América apenas tiene 23 años, pero ya avisora el futuro: “Algún día le podré contar a mis hijos que, pese a las dificultades que tuve, siempre fui un niño alegre, de buen carácter y honesto, que creció y luchó para que su sueño se convirtiera en realidad”.
Pensando más allá de Brasil, su historia cuadraría en la de millones de hogares en América Latina. Sin embargo, algo hizo distinta la vida de este esmirriado, casi frágil Robinho: su pierna derecha. Gracias a una habilidad casi endiablada con el balón, el joven Robson consiguió lo que todos en su patria sueñan: fama y dinero, pero, sobre todo, reconocimiento y respeto.
Como tantos cracks brasileños, su carrera comenzó en las callecitas angostas de la favela de Sao Vicente, en Sao Paulo. Descalzo, claro; un par de “chuteiras”, como llaman allí a los zapatos de fútbol, era un lujo para los magros sueldos de papá Jilvan y mamá Marina. No tenía calzado, pero tampoco lo necesitaba para pasar el día junto a sus amigos y mantener en su carita esa sonrisa que hoy es su sello distintivo.
“Vivía por y para el fútbol –contó el año pasado, antes de la Copa del Mundo–. Me tocó nacer en un barrio difícil y en un tiempo complicado. Entre mis compañeros de juegos había muchos que eran mejores que yo con la pelota en los pies, pero las circunstancias los alejaron del fútbol. Había que trabajar duro para mantener a la familia. Jugar al fútbol, en este contexto, era un lujo. Yo tuve la gracia de que mis padres se sacrificaron duramente para que pudiera hacer esto que tanto me gusta”.
Así fue que, con sólo 5 años, empezó en el fútbol de salón, en el Beira Mar. Pronto se lo llevaron al Portuarios, un equipo más grande. A los 9 años hizo 73 goles en la temporada y su fama en el fútbol infantil se hizo incontenible: Santos, donde Pelé triunfó en los ’60, lo fue a buscar.
Disfrutaba con el indoor, pero los entrenadores del equipo principal no podían dejar pasar su talento desbordante y, el 24 de marzo de 2002, debutó con el uniforme blanco: tenía 18 años y en su temporada de estreno fue campeón del Brasileirao, el torneo más importante del país más importante del fútbol.
Lo que siguió es historia más conocida: su diestra mágica desparramando rivales en Santos lo convirtió en Robishow, el rey del regate. Vino la adoración de los paulistas, luego la de todo Brasil, y más tarde ya lo elogiaban en todas las geografías.
Tras ese comienzo explosivo se marchó a Madrid con su sonrisa, la misma que dibuja junto a cada autógrafo que firma. El Real de los llamados “Galácticos” no fue tal, las ansiedades del equipo le exigieron una brillantez que aún no pudo mostrar en tierras españolas. Hace un año, su compatriota Roberto Carlos afirmaba: “Robi será el mejor futbolista del mundo en un año”. El tiempo pasó y el vaticinio del lateral no se cumplió; Robinho no es titular en el equipo. Pero esta Copa América se transformó en su plataforma de relanzamiento, un nuevo envión para su carrera, ya que sus condiciones están intactas.
Luego de que su compañero Fabio Cannavaro recibiera el Balón de Oro 2006, Robinho aseguró que quiere tenerlo de aquí a dos o tres años. “Me imagino con ese premio, es un sueño y voy a trabajar mucho para conseguirlo. Aunque sé que es difícil, no es imposible. Tengo fútbol para lograrlo”, afirmó. Y empezó bien: en Venezuela se alzó con el Botín de Oro, por ser el goleador del torneo con 6 tantos. No sólo eso: fue la manija de la Selección Brasileña que, aunque no brilló, fue la justa vencedora del certamen continental.
Robinho es de esos futbolistas a los que les cabe sin excesos el cartel de crack. Y, aunque trabajó especialmente en la sala de musculación para fortalecer sus 60 kilos (lo que pesaba cuando llegó a Madrid hace dos años), sabe que su liviandad es su fortaleza. Se desplaza entre los rivales con volatilidad, abre las zagas más recias con el balón dominado y hasta Pelé se animó a decir: “Robinho tiene todas las cualidades para superarme”. Más allá del elogio desmedido, el delantero señala sus puntos pendientes: “Tengo que mejorar mi dribbling, ser más rápido, perfeccionar mi conclusión en el área. Sobre todo eso, hacer más goles”, dijo en una entrevista luego de la Copa del Mundo Alemania 2006, cuando Brasil se despidió en cuartos de final.
Si lo que le faltaba era gol, en Venezuela acaba de saldar su deuda. Hace seis meses casi no tenía lugar en el Real Madrid de Fabio Capello. Pero las cosas cambiaron pronto: el DT italiano le dejó su lugar al alemán Bern Schuster y el estilo de juego del club merengue se acercará más a lo que el joven brasileño puede brindar. Y, después de la actuación en su primera Copa América, ya no podrán mirar hacia el costado pese a las contrataciones que hayan hecho durante el verano. Robinho podrá sentirse más cómodo con el nuevo dibujo táctico madridista, pero ya demostró con Brasil que no le vienen mal las tácticas más conservadoras, como la que llevó adelante el entrenador Dunga. “Siempre buscamos la victoria –explica Robinho–, pero sabemos que somos Brasil y que tenemos que disfrutar, jugar bien y dar espectáculo al público”.
La vida cambió para Robinho, hoy rodeado de los beneficios del éxito. Los disfruta, pero quiere más: “Sueño con ser el mejor del mundo; mentiría si dijera lo contrario. Me ilusiona enormemente, pero mi primer objetivo es triunfar en el Real Madrid y salir campeón de todo lo que disputemos. Luego, si sigo creciendo y disfrutando con el juego, las cosas llegarán por sí mismas. Tengo que ir paso a paso; todo a su tiempo”.
El flamante campeón de América apenas tiene 23 años, pero ya avisora el futuro: “Algún día le podré contar a mis hijos que, pese a las dificultades que tuve, siempre fui un niño alegre, de buen carácter y honesto, que creció y luchó para que su sueño se convirtiera en realidad”.
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