El Virrey ganó nueve títulos para Boca Juniors: cuatro torneos locales, tres Copas Libertadores y dos Intercontinentales. Una época inolvidable para el cuadro xeneize.
Artículo publicado en el número especial de SoccerManía "Los 10 mejores equipos de la historia"
Por PABLO ARO GERALDESLa historia del fútbol tiene varias puertas de acceso. Se puede entrar a ella desde la estética, la contundencia, la fantasía, la garra... Pero hay otra puerta, menos transitada, que permite un ingreso igualmente válido: la efectividad. Por allí se metió el Boca Juniors que Carlos Bianchi condujo entre agosto de 1998 y diciembre de 2001, con un exitoso bonus track entre enero de 2003 y julio de 2004.
Sin fútbol exquisito, con los goles justos en los momentos precisos, con una convicción a prueba de cualquier adversario y con una cuota importante de suerte a favor, ese fue el sello del período más exitoso de la historia xeneize.
Después de una serie de fracasos con nombres de primerísimo nivel como Maradona, Verón o Caniggia, y entrenadores afamados como Carlos Bilardo o el Bambino Veira, el club buscaba un rumbo definitivo para torcer varios años para el olvido. Durante el Mundial de Francia ’98 los directivos de Boca Juniors fueron a París, donde Bianchi estaba como comentarista, donde tenía su residencia, producto de años de goleador en el fútbol francés. Boca necesitaba un triunfador, y todavía estaba fresco el recuerdo de su paso por Vélez Sarsfield: allí, con lo que tenía, sin compras estelares, se convirtió en el mejor equipo de Argentina, después conquistó América y en Japón se erigió como monarca intercontinental. Eso quería Mauricio Macri, presidente del club, que en su campaña electoral había prometido un “Boca hegemónico” que ganara todo. Bianchi era la persona indicada, aunque no había sido jugador de Boca. Ese dato sería difícil de contrarrestar si la mano se presentaba torcida, pero nunca ocurrió.
Tomó el equipo y empezó a insuflar espíritu, una de sus especialidades, además de ser un profundo conocedor del fútbol. Si en Vélez convirtió a Asad y Flores en una dupla letal, en Boca lo hizo con Martín Palermo y Guillermo Barros Schelotto. Aparecieron tres colombianos no muy conocidos para el público argentino, pero que pronto se convirtieron en la columna defensiva azul y oro: el portero Oscar Córdoba, el defensor central Jorge Bermúdez y en centromedio Mauricio Serna. Tenía dos laterales incansables y con categoría: Hugo Ibarra y Rodolfo Arruabarrena, un central de altísimo nivel como Walter Samuel y tres volantes tan diferentes como útiles. Diego Cagna marcaba los tiempos, perseguía al que había que perseguir; José Horacio Basualdo cortaba y relanzaba, cortaba y relanzaba, como interpretando sin vueltas un guión pautado por Bianchi. Y tenía un 10 de lujo superlativo: Juan Román Riquelme, tan lento con las piernas como veloz con la mente.
Cada uno dio lo mejor de sí, Boca pronto se mostró como un equipo compacto, invencible, con el sello inconfundible de Carlitos Bianchi. Fecha tras fecha ganaba en solidez y así se le terminó el Apertura 98: 13 ganados, 6 empatados... ¡Campeón invicto! Lo que no habían podido conseguir ni Menotti ni Bilardo (los DT campeones del Mundo con la Selección Argentina en 1978 y 1986, respectivamente), Bianchi lo alcanzó en apenas cuatro meses. Empezó allí una historia de amor con la hinchada de Boca que nunca conoció fisuras.
Tras el receso veraniego de enero y febrero, volvió la actividad y siguieron encadenándose los triunfos. A medida que pasaban las semanas asomaba en el horizonte el récord de 39 partidos invicto que Racing supo hilvanar a fines de los años ’60. Sin proponérselo –y sin decirlo– esa cifra estaba en la mente de todos, hasta que la alcanzaron, hasta que la pasaron. Fueron 40 partidos, en una seguidilla increíble que se detuvo justo la tarde en que festejaba ser campeón del Clausura 99, con un 0-4 ante Independiente. La mente estaba en las celebraciones...
Esas campañas le dieron el derecho a participar en la Copa Libertadores 2000, a 22 años de la última conquista en el máximo torneo sudamericano. Fiel al estilo Bianchi, que ya era el estilo Boca, fue jugando de menor a mayor, en la primera fase dejó atrás a Peñarol y tomó envión: El Nacional (Ecuador); River Plate, en un superclásico caliente como pocos; América de México con hazaña en el Azteca, y una final inolvidable en Sao Paulo aguantando el 0-0 ante el Palmeiras y ganando por penales. Siguió ese festivo año 2000 con la cabeza dividida: por un lado estaba el Clausura y por el otro la Copa Intercontinental.
El 28 de noviembre venció al Real Madrid 2-1 con dos tantos fantásticos de Palermo y volvió para ganar el Clausura, con lo justo, en la última fecha. En menos de dos años y medio Carlos Bianchi había cosechado 5 títulos y amenazaba con seguir ese camino “hegemónico” que soñaba el presidente Macri. Pero la relación entre ambos era cada vez más distante y, con el escudo protector de da el éxito, siguió esquivando los intentos de interferencia del dirigente.
El nuevo desafío era la Copa Libertadores 2001. Aníbal Matellán y Clemente Rodríguez eran las novedades en la defensa; Traverso ahora aparecía más por el medio. Arriba, estaba el Chelo Delgado, regresado de México.Oriente Petrolero, Cobreloa y Deportivo Cali quedaron a un lado en la fase inicial. Cuando Boca tomó envión dejó atrás a Junior de Barranquilla, aplastó al Vasco da Gama y en semifinales volvió a humillar a Palmeiras por penales, otra vez en Sao Paulo. En la final esperaba Cruz Azul, el único club azteca que llegó a esta instancia. Delgado marcó el único tanto en el Azteca y a la vuelta La Bombonera parecía reventar de público. Y acorde al estilo Boca, tuvo que sufrir: Palencia marcó el único gol de la noche porteña y de nuevo los penales le marcaron a Boca el camino a la gloria. El arquero Córdoba ya tenía su sitial en el cielo xeneize.El título le dio una nueva chance japonesa, ante Bayern Munich, campeón europeo. Semanas antes de la cita, Bianchi se levantó de su silla durante una conferencia de prensa y dejó hablando solo al presidente Macri. Con ese desplante dijo todo: en diciembre diría adiós. La caída ante el equipo alemán fue el cierre de un ciclo.
Para 2002 llegó el uruguayo Oscar Tabárez, que había guiado a Boca a ganar el Apertura 92. Se fue Riquelme al Barcelona pero apareció Carlos Tevez. Pero se sintió la ausencia casi mística de Bianchi, ese misterio jamás develado que hacía que la suerte siempre se pusiese de su lado. Si hasta decía que en su agenda tenía el número del celular de Dios... y que de allá arriba le atendía.
Para 2003 la gente solamente pedía un nombre: Carlitos. No había lugar ni consenso para ningún otro entrenador. Y Macri, dejando de lado enfrentamientos personales, lo llamó. Bianchi aceptó y en el firmamento boquense aparecieron aún más estrellas. El objetivo del primer semestre era claro, reconquistar la Copa Libertadores, y así pasaron Colo Colo, Independiente de Medellín y Barcelona de Ecuador en la primera ronda. El in crescendo iba de la mano de la heroicidad, dando vuelta un resultado increíble ante el Paysandú, en Brasil, una tierra que jamás asustó a un equipo de Bianchi. Atrás Cobreloa en cuartos, atrás América de Cali en semis y atrás el legendario Santos en la final. Otra vez la vuelta olímpica en Brasil, el pentacampeonato en la Libertadores, la consagración total y absoluta del técnico más ganador de la historia de Boca Juniors. Y la justa mención a los nombres nuevos, como el arquero Roberto Abbondanzieri, los centrales Rolando Schiavi y Nicolás Burdisso, el combativo Sebastian Battaglia en el medio junto a Raúl Cascini... A lo Boca.
El 27 de noviembre de 2003 Boca venció a Arsenal y selló un nuevo título: el Apertura 2003. Estaban Matías Donnet, el colombiano Luis Perea y el brasileño Pedro Iarley, un ídolo fugaz de la casaca azul y oro. Se festejó mucho pero rápido, porque otra vez esperaba Japón. Ahora era Yokohama en vez de Tokio, pero la performance fue la misma: el super Milan de Shevchenko, Kaká, Seedorf, Maldini, Cafú, Pirlo, Gatusso y compañía era demasiado para la calidad xeneize, pero no para la mentalidad que les convencía Bianchi: 1-1, penales y la historia de siempre, Boca Juniors campeón otra vez.
Seis meses después Bianchi dirigía su último partido en el fútbol argentino. Había dejado atrás 9 títulos para Boca Juniors: cuatro torneos locales, tres Copas Libertadores y dos intercontinentales. Hubieran podido ser más de haberse realizado los choques por la Copa Interamericana, pero eso sería una anécdota.
En la memoria de La 12 quedará esa imagen de equipo compacto y arrollador, la paternidad alevosa sobre River Plate, el archirrival de toda la vida. Pese a sus diferencias, Bianchi hizo lo que había prometido el presidente Macri: la hegemonía de Boca fue total. La “Era Bianchi” ya tiene sus páginas en la historia del fútbol.
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Regard
Lyn Lyn
Boca se ha consolidado mas aun, con la llegada de Bianchi. Con Bianchi en la seleccion Argentina, esta seleccion fuera mejor. Pero bueno, dejemos trabajar a Maradona.
ResponderBorrarUna época brillante, liderado por un gran entrenador como Bianchi.
ResponderBorrarQué épocas!! Mama mía!!!
ResponderBorrarQue distancia con la actualidad, leyendo tu nota Pablo, tal vez haya mucho de cierto que el tiempo paso, y se deberia buscar otros Palermos, Riquelmes, Ibarras, etc.Como dicen los entendidos del futbol, si el virrey toma la direccion tecnica creen que seguira con estos jugadores?saludos
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