Si el Barcelona 2009 se ganó una página dorada en la historia del fútbol, mucho tuvo que ver Lionel Messi, protagonista del equipo que arrasó con cuanto título tenía por delante.
Artículo publicado en el Anuario ESPN 2009.
Por PABLO ARO GERALDES
Abril se iba dejando un tendal de dudas por las callecitas de Les Corts, en los alrededores del Camp Nou. El poderoso Barcelona que se encaminaba a la triple corona quedaba rehén de un temor espeso, casi palpable: además de ese triplete soñado y cercano también cabía otra posibilidad, la de quedarse con las manos vacías.
Ese domingo 26 de abril, un Real Madrid imparable en su arremetida hacia la cima se le ponía a sólo cuatro puntos, justo una semana antes del gran derby en el Santiago Bernabeu. Dos días después, la afición culé entró en pánico: con la liga amenazada, recibió al Chelsea en el Camp Nou y no pudo quebrar el cero, por lo que la visita pendiente a Londres era una amenaza a convertirse en una puerta cerrada a la final. Y como no hay dos sin tres, la onda negativa se extendió a la definición que se venía en la Copa del Rey: que los 25 años sin títulos del Athletic Bilbao, que el orgullo inquebrantable de los vascos, que se jugarían la vida ante el Barça... Por unos días, el mejor equipo del mundo experimentó el miedo.
Pero el almanaque dejó caer su hoja de abril y el monstruo catalán despertó su millonaria fuerza vencedora. El sábado 2 de mayo fue a Madrid. El Real llevaba una rueda entera invicto (desde su derrota en el Camp Nou, en la fecha 15, no había perdido), desarrollaba un juego aplanador y amenazaba con otra victoria que lo ubicara a sólo un punto. Pero mayo empezó a ser testigo del poder de este Barcelona revolucionario: le dio una paliza inolvidable a los de blanco, 6-2 con un Messi en toda su dimensión, con un Thierry Henry salvaje ante el arco de Casillas, con un Iniesta demostrando su máxima jerarquía mundial y con un Puyol gritando su sangre catalana en pleno Chamartín.
Esa goleada de escándalo llegó con varias perlas: el gol número 100 del Barça en la liga y la aniquilación de los fantasmas que un año antes asaltaron el carísimo vestuario catalán mientras los madridistas festejaban en la Cibeles. Esos fantasmas se quedaron en la Casa Blanca de Chamartín: desde esa noche de pesadilla, Real Madrid perdió los cuatro partidos que le quedaban. Después de dejar en ridículo al otrora equipo galáctico, el espíritu blaugrana se retempló. Viajó a enfrentar al Chelsea y la pasó mal en Stamford Bridge, pero un gol agónico de Iniesta le dio el pasaporte a la final de la Champions League. El calendario marcaba el 5 de mayo.
El miércoles 13, en Valencia, Pep Guardiola ganó su primer título como DT: Barcelona demostró que era mucho más que el Athletic y se quedó con la Copa del Rey mediante un inapelable 4-1. Fue apenas el aperitivo de un festín que se consumó el sábado 16, abrochando la liga dos fechas antes del final. La alevosa diferencia se cerró en 9 puntos sobre un Madrid herido de muerte.
El 27 de mayo, Barcelona y Messi redondearon el mes más exitoso de sus historias. La Orejona, ese reluciente trofeo que premia al vencedor de la Champions, volvió a tener besos argentinos. La copa volvía a la ciudad condal después de tres años y el pibe rosarino se adosaba la chapa de goleador del torneo.
La triple corona fue un fantástico peregrinaje por el fútbol, desde la nada hasta el todo. Empezó en el verano europeo 2008 en ese triste páramo en que se desdibujaban las imágenes de Ronaldinho, Deco y el técnico Rijkaard. Un verano amargo que incluyó el humillante 'pasillo' de bienvenida al Real Madrid campeón.
En aquellos doce meses, la magia de Messi contagió motivación a todos. Llegó Pep Guardiola, discípulo del amado Johan Cruyff y garante del cumplimiento del ideal futbolero barcelonista. Mantuvo a Eto'o y sumó con Dani Alves a un jugador doble: el lateral incansable y el extremo hiriente con pies de seda.
En aquellos doce meses, el mundo fue testigo de una página dorada en la historia del fútbol. Belleza con un solo objetivo: el arco rival. Presión en toda la cancha, equilibrio entre líneas, precisión en velocidad... Los catalanes lo eligieron como el mejor Barça de la historia; y aunque vieron nenes como Kubala, Cruyff o Maradona, no exageran.
En este elenco de lujo, el protagonista es un actor casi tan silencioso como virtuoso con la pelota. Un argentino que lleva impreso el código genético de los potreros rosarinos pero se crió lejos de esa picardía criolla que suele malograr a los talentos de estas pampas. Lionel Messi es, hoy, el mejor jugador del mundo. Quizá ya lo era desde hace un par de años, pero para ciertas elecciones hay que cumplir algunos requisitos burocráticos: ganar la Champions League es el más fuerte en los años sin Mundial. Si era el segundo de Cristiano Ronaldo, durante esta temporada lo dejó bien atrás en el camino al premio.
La final romana de la Liga de Campeones tuvo al Barcelona como un clarísimo ganador sobre el Manchester United del portugués. Y en el último encuentro por la liga española, a fines de noviembre, ya con el lusitano vestido con el uniforme del Real Madrid, Messi volvió a salir victorioso.
El Barcelona modelo 2009 es una máquina casi perfecta. Con el doble motor que componen Iniesta y Xavi, la transmisión de Busquets, la seguridad de Piqué (o Piquenbauer, como lo llaman por las Ramblas de Barcelona), la potencia extrema de Puyol, los poderosos reflectores de Ibrahimovic, los detalles de lujo de Dani Alves y una puesta a punto refinadísima a cargo de Guardiola. ¿Quién está en condiciones de pilotear semejante nave? Messi, claro. Él tiene la llave de ignición, sabe cuándo meter los cambios de velocidad, cuándo acelerar y salir disparado. Es un conductor por capacidad superior, un referente, aunque en Argentina lo sigan culpando por no poseer aptitud de liderazgo en el grupo o lo etiqueten como un insensible que esquiva la responsabilidad de tomar el mando cuando la mano viene brava.
Pero las apariencias engañan. Messi podrá no tener pinta de futbolista, pero es el mejor futbolista del mundo. Era el niño que no podía crecer; parece frágil, pero para pararlo no queda más remedio que violar el reglamento, porque la pelota le obedece. Parece serio y hasta desganado, pero cuando es poseído por la magia mutua que se prodigan con el balón, su alma de pibe se divierte como lo hacía en la calle Lavalleja del barrio La Bajada, en un suburbio del sudeste de Rosario. Su DNI dice que tiene 22 años, pero ya hace varias temporadas dejó de ser un juvenil por lo que demuestra en la cancha.
Su silencio lo hace parecer hermético, pero sus botines no saben guardar secretos y le cuentan al planeta entero quién es el mejor de todos. No se animaría a declarar ni media frase explosiva, pero su zurda se aventura a herejías mayores, como imitar el segundo gol de Maradona a los ingleses y hasta un sacrilegio que a él se le perdona, como repetir la Mano de Dios. Con su estatura desafía a las leyes de la física y corona la Champions League con un gol de cabeza ante el gigante Van der Sar que lo coloca en un pedestal que no es para cualquiera: goleador de la Champions League.
Grandes jugadores partieron de Argentina hacia Europa, pero Lío es el primero que gana el Balón de Oro desde que en 1995 dejó de otorgarse exclusivamente a los nacidos en el Viejo Continente. Sin embargo, parece estar en deuda con la camiseta celeste y blanca. "Además de ser, hay que parecer", sugiere un refrán tan viejo como anónimo. Es que se puede ser el mejor del mundo a los ojos de 199 ducentésimas partes del globo, pero por estos pagos hay que mostrar algo más. Aquí se aman los personajes: Maradona resucitando antes de morir, el Palermo que se reinventa tras cada caída; cuando la capacidad no alcanza para juzgar lo deportivo se festejan las declaraciones, se construyen ídolos desde el micrófono. Y cuando el hombre no actúa de acuerdo a su personaje, se lo desprecia.
Messi no da ese perfil. No quiere darlo. O no sabe. Le escapa al histrionismo, tal vez por su carácter introvertido, quizá por elección. Por eso llamó la atención la potencia con la que gritó el gol que le hizo de penal a España en el último amistoso de la Selección. Claro, nunca se lo verá con el torso desnudo, revoleando la camiseta, insultando al cielo una revancha.
Para muchos, en esta orilla del Río de la Plata eso podrá leerse como falta de compromiso y hasta le adosarán la etiqueta pegajosa de 'pecho frío', un concepto que se derrite y hierve cerca del Balón de Oro.
Si Messi es el mejor jugador del mundo, no puede no ser el mejor jugador de Argentina. La lógica presiona, aunque el fútbol muchas veces no la escuche. Diego Maradona no encontró al equipo todavía, pero más allá de sus entusiasmos y amores transitorios con futbolistas que pasan y pasan por la Selección, si hay uno que se banca el peso de ser él 'y diez más', ése es Messi.
Sócrates, no el filósofo griego sino aquel exquisito volante central brasileño, hizo el mejor análisis de esa maravillosa Seleção que condujo Telê Santana en el Mundial '82: "Jugando así, ¿qué importa si perdemos? Peor para el fútbol". Con este Barcelona de Messi pasa lo mismo. En las geografías más remotas hay niños vestidos de blaugrana, camisetas que llevan los nombres de esos caballeros que tan bien tratan a la pelota. Quizá esos chiquilines sean incapaces de argumentar por qué aman al rosarino al que imitan en sus picados callejeros, pero seguro que no es porque sea un ganador. Ésa es la consecuencia natural de su juego. Los partidos perfectos del Barcelona 2009 enamoran sin mirar el resultado, el fútbol que regala se graba en la memoria, pero más en el corazón.
¿Como revalidar el año?
ResponderBorrar¿Cómo mantener el fuego de la antorcha encendido?
¿Cómo convertir esta carrera en maratón?
Messi is simply amazing. Thank you Argentina, land of beautiful football and legendary players
ResponderBorrarAbdel-Rahman
Football Palestine