Artículo publicado en la revista El Gráfico, en mayo de 2010.
Por PABLO ARO GERALDES
Ya iban 9 años de asedio a Troya, pero no había caso. Hartos, los griegos recurrieron a una idea de Odiseo para su intento desesperado de tomar la ciudad. El rey de Ítaca tuvo un pensamiento genial: construir un gigantesco caballo de madera en cuyo interior se escondiese un grupo de soldados griegos. Era un signo de rendición, una ofrenda a Atenea. El resto de la historia es conocida: ardió Troya, conquistada por la vía de la astucia y el engaño. Desde entonces, un “presente griego” es sinónimo de cualquier favor o beneficio que termina siendo dañino para quien lo recibe.
Esta historia que Homero relató en “La Odisea” bien podría dibujar hoy un paralelo futbolístico.
Cuando el nombre de Grecia salió de la pelotita del sorteo, ningún argentino se agarró la cabeza. Hasta hubo muecas de satisfacción. Ya nadie volvió a hablar de la “conspiración antiargentina”, de “las pelotitas frías y las pelotitas calientes” del sorteo, de ese siempre infundado “está todo arreglado”. Grecia tiene una historia milenaria, determinante para la humanidad; pero la historia del fútbol podría escribirse casi sin nombrarla.
La selección helénica jugará su segundo Mundial, 16 años después de esa fallida experiencia de USA 94, donde perdió los tres partidos y no marcó ni un solo gol. Su debut había sido justamente a la Argentina que conducía Alfio Basile, y terminó con un 4-0 inolvidable (tres de Batistuta y uno de Maradona).
La pasión que los argentinos creen que en ningún lugar del mundo se vive como en estas pampas, encuentra en Grecia un rival peso pesado. Sí, los griegos son locos por el fútbol, con todo lo bueno y todo lo malo que eso conlleva. Pero esta fogosidad no encontraba correlato en la cancha hasta que en 2004 viajaron a la Eurocopa de Portugal tocados por el rayo de Zeus. Pese a su juego especulativo, mezquino, hasta desagradable, fueron los campeones de la mano del DT alemán Otto Rehhagel. La Copa alzada por Theodoros Zagorakis era una foto por la que nadie hubiera apostado un euro, ni siquiera una vieja dragma en las acaloradas calles de Atenas.
El “To Peiratiki” (barco pirata), como apodan a la selección griega, se cotizó y escaló en el ranking FIFA, pero su juego no estuvo a la altura del título conseguido. Fue a Austria para defender su cetro en la Euro 08 y perdió los tres partidos. Después, rumbo a Sudáfrica 2010, la diosa Tiké, personificación del destino y la suerte, estuvo junto a sus jugadores. Grecia integró el Grupo 2 con Suiza, Letonia, Israel, Luxemburgo, Moldavia. En 10 partidos sumó 20 puntos y finalizó segunda por las dos derrotas que sufrió ante Suiza, que se llevó la zona con apenas un punto más. El equipo de Rehhagel clasificó después de eliminar a Ucrania en el repechaje. Empató de local y triunfó en Donetsk, 1-0 con el tanto de Dimitrios Salpingidis.
LO IMPORTANTE ES EL EQUIPO
La frase hecha es una de las preferidas de los jugadores ante los micrófonos, pero en el caso del conjunto griego es una verdad irrefutable. Sin grandes figuras, la fortaleza está en la veterana amalgama que mantiene Rehhagel. Armada, fiel a su estilo, de atrás para adelante.
Kostas Chalkias, arquero del PAOK, llegará a Sudáfrica con 36 años y una carrera íntegramente desarrollada en el fútbol griego, salvo apenas dos partidos en la valla del Murcia español. Mide 2 metros y a él le cabe el rol de mitológico Can Cerbero, el perro de tres cabeceas que cuidaba la puerta del Inframundo.
Es difícil llegarle a los griegos por arriba, así que Diego deberá tener en cuenta la alternativa de los bajitos Tevez y Agüero para acompañar a Messi. El área griega está mejor custodiada que las Termópilas, y no le hacen falta 300 espartanos, le alcanza con tres moles y un chiquito corredor. Por la derecha no está el gigante cíclope Polifemo, pero sí el gigante Vangelis Moras: con 1,96m es el más grandote de la serie A italiana, donde juega para el Bologna. Sotirios Kyrgiakos, con su 1,93 es una especie de Hércules; en el Liverpool lo comparan con el finlandés Sami Hyypiä. A su lado Vyntra se encarga de todo el trabajo pesado, batallando como Perseo, hasta cortarle la cabeza a Medusa: tackle, marca, al piso... no se ruboriza el central del Panathinaikos. Para compensar tanta rudeza, Nikos Spiropoulos, por la izquierda, da la salida en velocidad que los grandotes no pueden aportar.
En el medio de la cancha, Konstantinos Katsouranis es el tiempista, una especie de Cronos, el titán de la mitología. Junto a él, otro veterano: el capitán Giorgos Karagounis. A sus 33 años acumula 91 partidos con la casaca albiazul y la prensa se compadece de él; lo llaman “el jugador más subestimado del mundo”.
Alexandros Tziolis es un volante de 1,91, diestro en el juego aéreo y con un poderoso disparo de larga distancia. Su juego no luce (como tampoco luce en el Siena italiano) pero es un enlace importante para el medio campo, una frontera de Hermes para que no se filtren Di María o Jonas Gutiérrez.
Dimitrios Salpingidis le da movilidad a la mitad del terreno, pero no mucho más que eso. Tiene 28 años y siempre jugó en el fútbol griego. Marcó tres goles en 33 encuentros con la selección, entre ellos el que le dio al “To Peiratiki” la clasificación al Mundial en tierra sudafricana.
Arriba, Gekas y Charisteas tendrán por misión marcar el primer gol griego en la historia de los mundiales. El peso del pasado los apremia y, aunque todo punto conseguido será muy celebrado, saben que el objetivo es meterse en Octavos de Final. De allí en más, todo será para festejar, como en 2004. Pero los delanteros están cómodos con la táctica del DT. Gekas fue más allá: “Ya es hora de pensar en levantar la estatua en honor a Otto Rehhagel. El fútbol griego estaría languideciendo en la oscuridad si no fuera por él”.
El alemán odia los riesgos y por eso seguirá apegado a su fórmula de experiencia y esquema ultradefensivo. Hay una camada de buenos jugadores jóvenes en Grecia, pero no será su turno mundialista todavía.
En Boston, hace 16 años y ante los griegos, Diego le gritó su resurrección a la cámara de televisión en un gesto que ya es parte de la historia visual de la Copa del Mundo. Fue su último gol argentino. Cuatro días después, una enfermera se lo llevaba mansito por el que terminó siendo su último túnel con la camiseta celeste y blanca. El 22 de junio quizá Maradona se meta en una pintura de Edvard Munch para gritarle al planeta que su Argentina pisa fuerte en la Copa del Mundo.
Pablo, felicitaciones por tus excelentes notas en El Gráfico. Acabo de entrar al blog porque estoy leyendo la de "Fútbol paralelo".
ResponderBorrarComo es, vos sos periodista fijo de El Gráfico?
Saludos,
KUN