Versión en español del artículo publicado en la revista France Football, en julio de 2003.
Por PABLO ARO GERALDES
Afuera habían quedado Carlos Bianchi y Osvaldo Piazza. También nombres como Rubén Ayala, Enrique Wolff, Carlos Babington o Ricardo Bochini, enormes talentos del fútbol argentino. Y en el camino quedó el sueño de un chico de 17 años que muy pronto iba a tener el mundo a sus pies: Diego Maradona. Es que cuando el almanaque dejó caer la última página de 1977, César Luis Menotti se encontró con un extraño “problema”: tenía talento de sobra.
Pero para llegar al montaje de aquel equipo campeón necesitó cuatro años de trabajo artesanal, moldeando esa materia prima de calidad que supone el jugador argentino.
Tras un nuevo fracaso en Alemania 74 y con el 78 en la mira, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) le confirió a Menotti el mando de la selección nacional. La consigna era clara: con el mundial en casa, no había espacio para un papelón. Las desprolijidades del pasado no debían repetirse: equipos armados de apuro, entrenadores sin respaldo de los dirigentes, clubes que negaban sus jugadores y estrellas que escapaban de la selección. “La gente estaba aburrida de ver cómo se juntaban jugadores a último momento y se iba a un mundial a perder, sin hacer nada destacable”, recuerda Menotti. “La selección no había mostrado en los mundiales el nivel real del futbolista argentino. A partir del 78 marcamos un camino que convenció a los dirigentes y los hinchas. Hoy ningún club le negaría un jugador a la selección”, explica.
-La Argentina es una constante cantera de exportación, ¿cómo compensó el talento que se marchaba a Europa?
-Se habían ido Bianchi, Ayala... no tenía jugadores en el país. Entonces empezamos a buscar nuevos nombres en el fútbol de las provincias y rescatar la identificación con la gente; no solamente en Buenos Aires como fue históricamente. Eso fortificó el vínculo.
El fútbol argentino se nutrió siempre de jugadores bonaerenses, de Córdoba, Santa Fe y las provincias que las rodean. Otras están marginadas del mapa futbolístico. No tienen ligas competitivas de buen nivel, pero su suelo también es fértil, sólo hacía falta cosechar sus frutos. Menotti armó selecciones provinciales de los que surgieron Ardiles, Villa, Galván y Oviedo, entre otros.
-¿Cómo definió la lista de 22 teniendo abundancia de buenos futbolistas?
-Hubo partidos muy importantes ante Francia, Inglaterra, Brasil, Alemania, Yugoslavia, Uruguay... Me dieron la posibilidad de medir los jugadores pensando en el Mundial. Quería armar un equipo y trabajar toda la semana y no esperar a que bajen de un avión directamente para competir. Esto lo podía hacer Holanda, ya que los jugadores están a dos horas de vuelo para reunirlos y hacía 5 años que se conocían. Yo tuve que dejar afuera a grandes jugadores que estaban en Europa. Preferí tener a mis jugadores en el país porque, a excepción de Kempes que era un fuera de serie, no había grandes diferencias.
-¿Cuál era la idea futbolística?
-Cada país tiene su identidad y ella marca un estilo. El fútbol es la búsqueda de la eficacia y uno tiene que preguntarse ¿desde qué lugar voy a ser eficaz? Si tengo que plantear un partido ante Holanda o Alemania, ¿podemos imponer nuestra fuerza? No. ¿Nuestra velocidad? Tampoco. ¿De qué manera puedo armar un equipo eficaz? Defendiendo nuestra identidad. El argentino es un fútbol que se exige permanentemente tener la cabeza abierta para ser visitada por la inspiración. Si no, no somos competitivos. Eso nos pasó el año pasado en Japón: impusimos vértigo y velocidad pero no había espacio para la inspiración.
-Kempes, Ardiles, Luque, Houseman eran jugadores a los que la inspiración los visitaba muy seguido. ¿Cómo se logró el equilibrio en un equipo en el que prevalecía la habilidad a la fuerza?
-Un equipo es una idea; después el convencimiento del jugador, creer que con esa idea se puede triunfar. Y luego el compromiso para defenderla. Y mi idea era respetar la identidad del fútbol argentino: no jugamos igual que un uruguayo, aunque estamos a 60 kilómetros. Ni como un brasileño o un paraguayo. Por lo tanto, modificar la identidad y pretender hacer un jugador alemán de un argentino, terminamos que nunca va a ser alemán, pero tampoco va a ser argentino. Va a hacer cosas que no sabe. Es como pedirle a un alemán que juegue como un brasileño. Pero hay futbolistas que a través de su identidad rompen las fronteras, como Zidane, que podría haber nacido en cualquier barrio de Buenos Aires. Lo mismo que Passarella podría haber nacido en Alemania.
DE ESPALDA AL PALCO OFICIAL
El 24 de marzo de 1976 los militares arrebataron el poder a la presidenta María Estela Martínez, la viuda de Perón. Ese día la selección estaba de gira en Polonia y la noticia del golpe causó impacto. “Al volver presenté mi renuncia –cuenta Menotti– pero los militares no quisieron echarlo ni a Cantilo (NDLR: presidente de la AFA) ni a mí, porque tenían miedo. Se jugaban mucho con el mundial y no sabían cómo manejar el fútbol, porque eso no se arregla con armas. Se lo dejaron a los clubes, que eran quienes sabían organizar la Copa. Ellos me apoyaron”.
El Mundial 1978 se acercaba y 25 millones de argentinos esperaban mostrar al mundo que ese fútbol proveedor de habilidad a los rincones más remotos del planeta, podía confirmar su prestigio quedándose con el trofeo mayor.
Pero al mismo tiempo, un puñado de militares diseñaba su estrategia propagandística. En Europa (principalmente en Holanda y Francia) denunciaban las violaciones a los derechos humanos y hasta llegaban a proponer un “boicot a la Copa del mundo entre campos de concentración”.
Mientras miles de argentinos sufrían torturas, desapariciones y muertes, la inmensa mayoría esperaba con ansiedad la que la dictadura llamaba “la fiesta de todos”. ¿Negaban la realidad? No, porque los medios de comunicación locales, mitad por censura y mitad por complicidad con los genocidas, pintaban una realidad ficticia. El discurso oficial hablaba de una “campaña anti-Argentina” organizada por el comunismo. Y los militares conocían la ideología de izquierda que defendía Menotti.
-¿Recibió presiones militares por su pensamiento?
-Cantilo contó que muchas veces me quisieron echar pero él no lo aceptó, porque había asumido un compromiso. A mi me había designado el gobierno peronista, no la dictadura.
-Veinticinco años después se sigue vinculando al Mundial con la dictadura, ¿le molesta?
-No, lo que sí me molesta es que los medios de comunicación cómplices de la dictadura la saquen de contexto para relacionarla con el fútbol. El Mundial no lo hice yo ni los jugadores, remarcar eso es una actitud cobarde. Si queremos hablar de política, primero tenemos que ver por qué aparecen los golpes de estado, a quién representan: no lo hacen cuatro militares locos que toman un fusil. Un golpe necesita muchas complicidades, las que primero usan al neoliberalismo de derecha; cuando éste se agota recurre a los militares, y después se infiltra en la democracia... Es muy bueno tener memoria, si queremos debatir analicemos por qué Argentina tuvo a Aramburu (dictadura 1955/58), por qué Onganía (dictadura 1966/70), por qué Videla y los que lo siguieron (dictadura 1976/83) y por qué Menem (presidente democrático 1989/99, de signo neoliberal).
Relacionar el Mundial 78 con la dictadura es una postura cómoda, porque si en el último minuto la pelota de Rensenbrink entraba, ¿qué iban a decir? Es minimizar las luchas de los pueblos, como cuando se discute de Cuba: vamos a tener puntos de coincidencia y otros no, pero sacar del contexto una discusión de ideas porque fusilaron a tres, es como decir que el general San Martín (héroe de la independencia argentina) era un tirano porque tuvo que matar a muchos españoles. Los análisis cayeron en la facilidad de recordar a la dictadura a través de la Copa del Mundo. A mi no me hace falta el mundial para recordar la dictadura. La recuerdo porque a mis amigos los torturaban por pensar distinto, los encarcelaban y combatían a la izquierda de una manera criminal...
El análisis de Menotti es compartido por la mayoría de los campeones del 78. Ricardo Villa reflexiona: “Sí, la dictadura nos usó para su propaganda, pero los jugadores no fuimos cómplices de ese juego político porque vivíamos engañados”. El arquero Ubaldo Fillol también desconocía la realidad: “Sólo sabíamos lo que decían los diarios argentinos. Pero ninguno de los jugadores torturó ni mató; al contrario, le dimos una alegría al pueblo”.
Leopoldo Luque, autor del segundo gol ante Francia, confiesa que sufrió mucho por la vinculación de esa selección a la dictadura: “Cuando hacía un gol, el pase me lo daba Bertoni o Kempes, no Videla”, destaca. Y Houseman es terminante: “No sabía qué pasaba en el país. Hoy que lo sé, me da asco. Le di la mano a Videla; ahora preferiría cortármela”.
Otro tema recurrente es el 6-0 ante Perú que llevó a la Argentina a la final. Se habló de un arreglo entre dictaduras, pero todos lo desmintieron. Cuando Villa, en el final de su carrera, jugó en el Fort Lauderdale de Estados Unidos y fue compañero de Teófilo Cubillas, el astro peruano le juró que “en ese match no hubo nada raro”.
“Meses antes del Mundial le habíamos hecho tres goles en Lima”, recuerda Menotti y explica: “Argentina manejó la pelota a su antojo, al punto que el entrenador casi pierde el puesto. Después le ganamos en Buenos Aires. Perú llegaba a ese partido muy castigado físicamente, destrozado: había jugadores como Manso o Velásquez que no podían moverse. Aguantaron 15 minutos, pero a los 20 había una diferencia enorme. Y las 60.000 personas intimidaban. Nos propusimos hacer dos goles en el primer tiempo: si se daban, el complemento sería favorable para hacer otros dos más. No era imposible, para nada...”.
-Menotti, ¿para quién jugaba esa selección? ¿Para los militares o para el pueblo?
-Esa era la consigna: entremos a la cancha de espaldas al palco y miremos dónde está nuestra gente: ahí, en la tribuna, está papá, los amigos, los vecinos y todas aquellas personas que sienten el fútbol. Pensando en ellos teníamos que mantener la dignidad de nuestro juego. No podíamos traicionarnos, tirar la pelota afuera... El equipo no abusó de su condición de local, partiendo de un profundo respeto hacia el espectáculo.
"EL TÍTULO NO TIENE DEMASIADA IMPORTANCIA"
A veces las vivencias son tan fuertes que se fijan permanentemente en la memoria. Pero otras, la intensidad de los momentos vividos nunca puede ser igualada por el recuerdo.
-¿Cuáles son las imágenes del Mundial que le vuelven a la mente?
-No tengo un archivo emocional. Disfruto el fútbol partido a partido. Sí recuerdo los momentos, pero dentro de la cancha no se disfruta como lo hace el hincha. Uno se pierde la euforia de la gente, la alegría, de eso se da cuenta con el tiempo.
-¿El Mundial marcó su vida?
-Para mí, el título no tiene demasiada importancia, es un partido que se gana. Sí la tiene el match con Holanda.
-¿Era su equipo modelo?
-Sí, había revolucionado el fútbol. Por suerte le faltaba Cruyff. Fue uno de los grandes equipos de la historia, con Rensenbrink, Neeskens, Krol... Se lo recuerda más que a Alemania campeón.
Cuando el reloj marcaba el último minuto de la final, el alma de 25 millones de argentinos se detuvo por un instante tan efímero como eterno: el derechazo de Rensenbrink pegaba en el poste derecho de Fillol. Era el 2-1 para Holanda, el fin del sueño. Pero no.
-¿Qué les dijo a los jugadores antes del tiempo suplementario?
-Estaban muy nerviosos, se gritaban entre ellos porque el empate había llegado a 8 minutos del final por error nuestro. Les pedí silencio y que miraran a los holandeses, que estaban en el suelo mientras les hacían masajes. Les dije: “Vamos que ellos están muertos; hay que salir de atrás, apretar la marca arriba, tengamos la pelota haciendo el off-side. Los vamos a pisar, no pueden levantar las piernas”. Corregimos un par de cosas, pero el equipo estaba muy bien físicamente, con una gran entereza y su técnica depurada. Desde ese punto se podía evitar la presión y la dinámica de recuperación que tenía Holanda. No podía presionar contra nosotros, porque venían tres a encerrar a Galván y él salía gambeteando.
-En el momento del silbato final, ¿no deseó sumarse al delirio de la gente?
-Una vez le había dicho a mis colaboradores: ¡Qué lindo sería vivir este mundial como la gente, festejando en las calles!, no encerrado en la concentración. “Si somos campeones del mundo, damos la vuelta en el Obelisco” (el principal monumento de Buenos Aires) nos prometimos. Y al terminar el match recibimos la Copa, le pedí al equipier una camiseta, una gorra, me puse un echarpe y salí en una camioneta hacia allí. Dí la vuelta cantando entre la multitud y nadie sospechaba nada, hasta que uno joven me mira y me grita: “¡Menotti!”. “No, pibe”, le digo y él insistía. Cuando dio el segundo grito yo ya estaba corriendo nuevamente hacia la camioneta. Y volví para la hora de la cena, a la ceremonia de la entrega de medallas.
-Maradona contó cuando volvía de México con la copa en sus brazos, que lo invadió una extraña sensación de tristeza. “Era más lindo soñarla que tenerla”, pensó en un instante, antes de sumarse nuevamente a la alegría colectiva. ¿Les pasó algo parecido?
-Siiiiiii, cuando volvimos al vestuario, exhaustos después de 120 minutos de un combate durísimo, nadie hablaba, estaban todos con la cabeza gacha como si hubiésemos perdido. Les pregunto ¿qué pasa? Y Olguín me miró y me dijo “¿Y ahora qué?”. Y ahora volver a vivir, a hacer lo que hicimos siempre, con la satisfacción del objetivo cumplido. A seguir jugando al fútbol, que es lo que nos gusta.
Más allá de las polémicas y los recuerdos de los años manchados de sangre, los argentinos hoy valoran el título de 1978 por un equipo que ganó respetando un histórico estilo. En medio del horror, el fútbol fue, como suele definirlo Menotti, “una excusa para ser felices”.
Tras un nuevo fracaso en Alemania 74 y con el 78 en la mira, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) le confirió a Menotti el mando de la selección nacional. La consigna era clara: con el mundial en casa, no había espacio para un papelón. Las desprolijidades del pasado no debían repetirse: equipos armados de apuro, entrenadores sin respaldo de los dirigentes, clubes que negaban sus jugadores y estrellas que escapaban de la selección. “La gente estaba aburrida de ver cómo se juntaban jugadores a último momento y se iba a un mundial a perder, sin hacer nada destacable”, recuerda Menotti. “La selección no había mostrado en los mundiales el nivel real del futbolista argentino. A partir del 78 marcamos un camino que convenció a los dirigentes y los hinchas. Hoy ningún club le negaría un jugador a la selección”, explica.
-La Argentina es una constante cantera de exportación, ¿cómo compensó el talento que se marchaba a Europa?
-Se habían ido Bianchi, Ayala... no tenía jugadores en el país. Entonces empezamos a buscar nuevos nombres en el fútbol de las provincias y rescatar la identificación con la gente; no solamente en Buenos Aires como fue históricamente. Eso fortificó el vínculo.
El fútbol argentino se nutrió siempre de jugadores bonaerenses, de Córdoba, Santa Fe y las provincias que las rodean. Otras están marginadas del mapa futbolístico. No tienen ligas competitivas de buen nivel, pero su suelo también es fértil, sólo hacía falta cosechar sus frutos. Menotti armó selecciones provinciales de los que surgieron Ardiles, Villa, Galván y Oviedo, entre otros.
-¿Cómo definió la lista de 22 teniendo abundancia de buenos futbolistas?
-Hubo partidos muy importantes ante Francia, Inglaterra, Brasil, Alemania, Yugoslavia, Uruguay... Me dieron la posibilidad de medir los jugadores pensando en el Mundial. Quería armar un equipo y trabajar toda la semana y no esperar a que bajen de un avión directamente para competir. Esto lo podía hacer Holanda, ya que los jugadores están a dos horas de vuelo para reunirlos y hacía 5 años que se conocían. Yo tuve que dejar afuera a grandes jugadores que estaban en Europa. Preferí tener a mis jugadores en el país porque, a excepción de Kempes que era un fuera de serie, no había grandes diferencias.
-¿Cuál era la idea futbolística?
-Cada país tiene su identidad y ella marca un estilo. El fútbol es la búsqueda de la eficacia y uno tiene que preguntarse ¿desde qué lugar voy a ser eficaz? Si tengo que plantear un partido ante Holanda o Alemania, ¿podemos imponer nuestra fuerza? No. ¿Nuestra velocidad? Tampoco. ¿De qué manera puedo armar un equipo eficaz? Defendiendo nuestra identidad. El argentino es un fútbol que se exige permanentemente tener la cabeza abierta para ser visitada por la inspiración. Si no, no somos competitivos. Eso nos pasó el año pasado en Japón: impusimos vértigo y velocidad pero no había espacio para la inspiración.
-Kempes, Ardiles, Luque, Houseman eran jugadores a los que la inspiración los visitaba muy seguido. ¿Cómo se logró el equilibrio en un equipo en el que prevalecía la habilidad a la fuerza?
-Un equipo es una idea; después el convencimiento del jugador, creer que con esa idea se puede triunfar. Y luego el compromiso para defenderla. Y mi idea era respetar la identidad del fútbol argentino: no jugamos igual que un uruguayo, aunque estamos a 60 kilómetros. Ni como un brasileño o un paraguayo. Por lo tanto, modificar la identidad y pretender hacer un jugador alemán de un argentino, terminamos que nunca va a ser alemán, pero tampoco va a ser argentino. Va a hacer cosas que no sabe. Es como pedirle a un alemán que juegue como un brasileño. Pero hay futbolistas que a través de su identidad rompen las fronteras, como Zidane, que podría haber nacido en cualquier barrio de Buenos Aires. Lo mismo que Passarella podría haber nacido en Alemania.
DE ESPALDA AL PALCO OFICIAL
El 24 de marzo de 1976 los militares arrebataron el poder a la presidenta María Estela Martínez, la viuda de Perón. Ese día la selección estaba de gira en Polonia y la noticia del golpe causó impacto. “Al volver presenté mi renuncia –cuenta Menotti– pero los militares no quisieron echarlo ni a Cantilo (NDLR: presidente de la AFA) ni a mí, porque tenían miedo. Se jugaban mucho con el mundial y no sabían cómo manejar el fútbol, porque eso no se arregla con armas. Se lo dejaron a los clubes, que eran quienes sabían organizar la Copa. Ellos me apoyaron”.
El Mundial 1978 se acercaba y 25 millones de argentinos esperaban mostrar al mundo que ese fútbol proveedor de habilidad a los rincones más remotos del planeta, podía confirmar su prestigio quedándose con el trofeo mayor.
Pero al mismo tiempo, un puñado de militares diseñaba su estrategia propagandística. En Europa (principalmente en Holanda y Francia) denunciaban las violaciones a los derechos humanos y hasta llegaban a proponer un “boicot a la Copa del mundo entre campos de concentración”.
Mientras miles de argentinos sufrían torturas, desapariciones y muertes, la inmensa mayoría esperaba con ansiedad la que la dictadura llamaba “la fiesta de todos”. ¿Negaban la realidad? No, porque los medios de comunicación locales, mitad por censura y mitad por complicidad con los genocidas, pintaban una realidad ficticia. El discurso oficial hablaba de una “campaña anti-Argentina” organizada por el comunismo. Y los militares conocían la ideología de izquierda que defendía Menotti.
-¿Recibió presiones militares por su pensamiento?
-Cantilo contó que muchas veces me quisieron echar pero él no lo aceptó, porque había asumido un compromiso. A mi me había designado el gobierno peronista, no la dictadura.
-Veinticinco años después se sigue vinculando al Mundial con la dictadura, ¿le molesta?
-No, lo que sí me molesta es que los medios de comunicación cómplices de la dictadura la saquen de contexto para relacionarla con el fútbol. El Mundial no lo hice yo ni los jugadores, remarcar eso es una actitud cobarde. Si queremos hablar de política, primero tenemos que ver por qué aparecen los golpes de estado, a quién representan: no lo hacen cuatro militares locos que toman un fusil. Un golpe necesita muchas complicidades, las que primero usan al neoliberalismo de derecha; cuando éste se agota recurre a los militares, y después se infiltra en la democracia... Es muy bueno tener memoria, si queremos debatir analicemos por qué Argentina tuvo a Aramburu (dictadura 1955/58), por qué Onganía (dictadura 1966/70), por qué Videla y los que lo siguieron (dictadura 1976/83) y por qué Menem (presidente democrático 1989/99, de signo neoliberal).
Tiempo de descuento y la pelota que pega en el palo. Era la victoria holandesa. |
El análisis de Menotti es compartido por la mayoría de los campeones del 78. Ricardo Villa reflexiona: “Sí, la dictadura nos usó para su propaganda, pero los jugadores no fuimos cómplices de ese juego político porque vivíamos engañados”. El arquero Ubaldo Fillol también desconocía la realidad: “Sólo sabíamos lo que decían los diarios argentinos. Pero ninguno de los jugadores torturó ni mató; al contrario, le dimos una alegría al pueblo”.
Leopoldo Luque, autor del segundo gol ante Francia, confiesa que sufrió mucho por la vinculación de esa selección a la dictadura: “Cuando hacía un gol, el pase me lo daba Bertoni o Kempes, no Videla”, destaca. Y Houseman es terminante: “No sabía qué pasaba en el país. Hoy que lo sé, me da asco. Le di la mano a Videla; ahora preferiría cortármela”.
Otro tema recurrente es el 6-0 ante Perú que llevó a la Argentina a la final. Se habló de un arreglo entre dictaduras, pero todos lo desmintieron. Cuando Villa, en el final de su carrera, jugó en el Fort Lauderdale de Estados Unidos y fue compañero de Teófilo Cubillas, el astro peruano le juró que “en ese match no hubo nada raro”.
“Meses antes del Mundial le habíamos hecho tres goles en Lima”, recuerda Menotti y explica: “Argentina manejó la pelota a su antojo, al punto que el entrenador casi pierde el puesto. Después le ganamos en Buenos Aires. Perú llegaba a ese partido muy castigado físicamente, destrozado: había jugadores como Manso o Velásquez que no podían moverse. Aguantaron 15 minutos, pero a los 20 había una diferencia enorme. Y las 60.000 personas intimidaban. Nos propusimos hacer dos goles en el primer tiempo: si se daban, el complemento sería favorable para hacer otros dos más. No era imposible, para nada...”.
-Menotti, ¿para quién jugaba esa selección? ¿Para los militares o para el pueblo?
-Esa era la consigna: entremos a la cancha de espaldas al palco y miremos dónde está nuestra gente: ahí, en la tribuna, está papá, los amigos, los vecinos y todas aquellas personas que sienten el fútbol. Pensando en ellos teníamos que mantener la dignidad de nuestro juego. No podíamos traicionarnos, tirar la pelota afuera... El equipo no abusó de su condición de local, partiendo de un profundo respeto hacia el espectáculo.
"EL TÍTULO NO TIENE DEMASIADA IMPORTANCIA"
A veces las vivencias son tan fuertes que se fijan permanentemente en la memoria. Pero otras, la intensidad de los momentos vividos nunca puede ser igualada por el recuerdo.
-¿Cuáles son las imágenes del Mundial que le vuelven a la mente?
-No tengo un archivo emocional. Disfruto el fútbol partido a partido. Sí recuerdo los momentos, pero dentro de la cancha no se disfruta como lo hace el hincha. Uno se pierde la euforia de la gente, la alegría, de eso se da cuenta con el tiempo.
-¿El Mundial marcó su vida?
-Para mí, el título no tiene demasiada importancia, es un partido que se gana. Sí la tiene el match con Holanda.
-¿Era su equipo modelo?
-Sí, había revolucionado el fútbol. Por suerte le faltaba Cruyff. Fue uno de los grandes equipos de la historia, con Rensenbrink, Neeskens, Krol... Se lo recuerda más que a Alemania campeón.
Cuando el reloj marcaba el último minuto de la final, el alma de 25 millones de argentinos se detuvo por un instante tan efímero como eterno: el derechazo de Rensenbrink pegaba en el poste derecho de Fillol. Era el 2-1 para Holanda, el fin del sueño. Pero no.
-¿Qué les dijo a los jugadores antes del tiempo suplementario?
-Estaban muy nerviosos, se gritaban entre ellos porque el empate había llegado a 8 minutos del final por error nuestro. Les pedí silencio y que miraran a los holandeses, que estaban en el suelo mientras les hacían masajes. Les dije: “Vamos que ellos están muertos; hay que salir de atrás, apretar la marca arriba, tengamos la pelota haciendo el off-side. Los vamos a pisar, no pueden levantar las piernas”. Corregimos un par de cosas, pero el equipo estaba muy bien físicamente, con una gran entereza y su técnica depurada. Desde ese punto se podía evitar la presión y la dinámica de recuperación que tenía Holanda. No podía presionar contra nosotros, porque venían tres a encerrar a Galván y él salía gambeteando.
-En el momento del silbato final, ¿no deseó sumarse al delirio de la gente?
-Una vez le había dicho a mis colaboradores: ¡Qué lindo sería vivir este mundial como la gente, festejando en las calles!, no encerrado en la concentración. “Si somos campeones del mundo, damos la vuelta en el Obelisco” (el principal monumento de Buenos Aires) nos prometimos. Y al terminar el match recibimos la Copa, le pedí al equipier una camiseta, una gorra, me puse un echarpe y salí en una camioneta hacia allí. Dí la vuelta cantando entre la multitud y nadie sospechaba nada, hasta que uno joven me mira y me grita: “¡Menotti!”. “No, pibe”, le digo y él insistía. Cuando dio el segundo grito yo ya estaba corriendo nuevamente hacia la camioneta. Y volví para la hora de la cena, a la ceremonia de la entrega de medallas.
-Maradona contó cuando volvía de México con la copa en sus brazos, que lo invadió una extraña sensación de tristeza. “Era más lindo soñarla que tenerla”, pensó en un instante, antes de sumarse nuevamente a la alegría colectiva. ¿Les pasó algo parecido?
-Siiiiiii, cuando volvimos al vestuario, exhaustos después de 120 minutos de un combate durísimo, nadie hablaba, estaban todos con la cabeza gacha como si hubiésemos perdido. Les pregunto ¿qué pasa? Y Olguín me miró y me dijo “¿Y ahora qué?”. Y ahora volver a vivir, a hacer lo que hicimos siempre, con la satisfacción del objetivo cumplido. A seguir jugando al fútbol, que es lo que nos gusta.
Más allá de las polémicas y los recuerdos de los años manchados de sangre, los argentinos hoy valoran el título de 1978 por un equipo que ganó respetando un histórico estilo. En medio del horror, el fútbol fue, como suele definirlo Menotti, “una excusa para ser felices”.
¿Cómo andás Pablo?
ResponderBorrarMuyyy buena nota! Me gustó mucho...y por lo menos no leí cosas como las de Bilardo en la nota para fox que le hiciste. En la que dijo eso de la "música brasileña" a los jugadores. Ja, ja. ¿Te acordás?
Un abrazo!!!
Espero que andes bien.
Pablo muy buena la página. Te mando un abrazo..Altas fotos y alta trayectoria. Ale orlandini
ResponderBorrarDE ALTO VUELO PERIODÍSTICO Y EMOTTIVO LA NOTA REFERIDA AL MUNDIAL '78. CON UNA INFORMACIÓN DISTINTA A LA UTILIADA COMUNMENTE. MENOTTI DICE COSAS INTERESANTES.
ResponderBorrar---ME GUSTARIA SABER ALGO DEL FÚTBOL MEXICANO---
FUERTE ABRAZO DE GOL DE MARIO ALBERTO...........
Magnífico articulo Pablo, creo que hay una gran diferencia cuando se cuenta una historia y no se dice nada o nos quedamos con lo superfluo a cuando se cuenta la verdad y se dicen cosas. De tu trabajo chapeau y de Menotti solo decirte que es de ese tipo de personajes que no solo hablan sino que dicen cosas cuando hablan.
ResponderBorrarUn abrazo.
El artículo está muy bien, eso está claro. Toca un tema delicado con clase, sin cobardías. Lo que sí creo es que es más "la visión de los protagonistas argentinos del Mundial '78" que un análisis global. Aunque, también hago la salvedad, es lógico darle más importancia a la opinión de César Menotti que, por caso, a la del autor del artículo.
ResponderBorrarEs un tema demasiado complejo, el espacio no daba para mucho más y Aro Geraldes no se pone en mártir a destiempo: cuenta, que es una de las cosas que mejor hace.
Está bien, claro que el artículo está bien, pero me sigo quedando con los de Timor Oriental, Andorra, Camisetalandia, Chipre, Sindelar, Chile '74... A esa elite es difícil acceder.