Perfil publicado en la revista Fox Sports, en agosto de 2006.
Por PABLO ARO GERALDES
Por PABLO ARO GERALDES
A los 34 años, Zinedine Zidane fue el artífice de los pocos buenos momentos que ofreció la Copa del Mundo de Alemania. Pese al injustificable final que derivó en su expulsión, las canchas despiden de pie al último enganche desequilibrante. El Real Madrid, la Selección Francesa, todos extrañarán al 'Señor Fútbol'.
Cuando la tristeza de llevar una medalla de plata se evapore, o se asimile, cuando la bronca de ese final indigno a su brillante carrera se diluya, los franceses tendrán que hacerle un monumento a Zinedine Zidane. No un busto: una estatua de cuerpo entero, con la vista al frente y el balón al pie, esa estampa que durante 17 años paseó por las canchas del mundo.
Cuando todo esto suceda, los franceses y los amantes del fútbol de todo el planeta se darán cuenta de que ya no está en las canchas ese mago veterano al que los trucos todavía le salían. Y se extrañará.
¿Qué hubiera sido de este pálido Mundial si Zizou no hubiese decidido revertir su retiro del Seleccionado Francés? Los hinchas del Real Madrid eran los únicos privilegiados que podían disfrutar de su talento, mientras los franceses sufrían con la incertidumbre de un equipo que, aunque seguía invicto, no terminaba de conseguir su lugar en Alemania 2006. Hasta que el 15 de agosto de 2005, él, el ídolo máximo, decidió poner fin al alejamiento.
“Je reviens” (“Vuelvo”), declaró, sin que el técnico Raymond Domenech lo hubiera convocado. No hacía falta. Los aficionados estaban contentos. Hasta el presidente Jacques Chirac lo llamó por teléfono apoyando su regreso. Ni hablar de los medios y los patrocinadores: desde Adidas hasta la FIFA festejaron su decisión.
Franz Beckenbauer, presidente del comité organizador de Alemania 2006 y hombre asalariado de Adidas desde 1995, tenía miedo: “Les juro que la no clasificación de Francia me saca el sueño. Es lo peor que nos podría pasar”. Así, en un amistoso contra Costa de Marfil, se puso de vuelta la camiseta azul y desde entonces estuvo en todos los partidos, hasta volver a ser la figura de la Copa del Mundo.
A los 34 años, Yazid Zinedine Zidane se despidió del fútbol y dejó atrás una carrera que comenzó en las calles del barrio La Castellane, suburbio marsellés donde los inmigrantes africanos y sus hijos aprenden a ser franceses, con el común denominador de una pelota de fútbol.
Papá Ismail y mamá Malika habían llegado desde Argelia para que ni a él ni a sus cuatro hermanos les faltara nada. Todos lo llamaban Yaz, y con ese apodo empezaron a admirarlo en todos los clubes infantiles y juveniles por los que pasó.
Cuando llegó el debut en Primera, en 1989, con el Cannes, no había cumplido los 17 años, pero ya era Zizou. Las noticias sobre sus cualidades llegaron a todo Francia, país amante del buen fútbol. En 1992, Bernard Tapie, por entonces poderoso presidente del Olympique de Marsella, intentó llevárselo. No pudo: la mejor oferta llegó del Bordeaux. Pero igual expresó su admiración por el joven talento: “Zidane es un genio en estado puro. En cualquier momento de un partido, él puede hacer lo que otro futbolista no podrá hacer nunca”.
Le hubiera gustado jugar en el Olympique, el equipo que amó desde pibe, cuando tenía en su cuarto el póster de Enzo Francescoli con la camiseta marsellesa.
En 1994 llegó el debut con la Selección Francesa, y enseguida todos supieron que el heredero de Michel Platini había aparecido. Igual que Platini, pasó a Juventus, donde a partir de 1996 sumó goles y prestigio y acaparó todos los títulos… menos la Champions League. Acumuló mayor experiencia internacional y cuando en el ’98 Francia recibió al mundo del fútbol, él se elevó a su máxima dimensión. Con la Copa del Mundo en sus manos, hizo que los franceses salieran de su frío carácter y más de un millón festejaran en los Champs-Elysées, como si se tratara de un carnaval en pleno París.
Después redobló la apuesta: “Ahora tenemos que ganar la Eurocopa 2000, no se trata de parar la cuenta con un solo título”. Cumplió: volvió de Holanda con el trofeo y, en 2001, el Real Madrid puso 75 millones de euros para sumarlo al proyecto galáctico.
Aunque no pudieron ganar la primera Liga, saldó su cuenta personal levantando la Liga de Campeones de Europa 2002 y –a fin de año- la Intercontinental en Japón, ante Olimpia de Paraguay. En el medio quedaba el maldito Mundial de Corea/Japón, donde se perdió los dos primeros partidos por una lesión en un amistoso previo al torneo. Francia no hizo goles y se volvió a París con el rótulo de ‘candidato’ sustituido por el de ‘fracaso’.
En la Euro 2004, tras la derrota ante Grecia, dijo basta. Cerraba un ciclo en la Selección que reabriría -para él y sus amigos Barthez y Thuram- diez meses antes del Mundial.
Cuando todo esto suceda, los franceses y los amantes del fútbol de todo el planeta se darán cuenta de que ya no está en las canchas ese mago veterano al que los trucos todavía le salían. Y se extrañará.
¿Qué hubiera sido de este pálido Mundial si Zizou no hubiese decidido revertir su retiro del Seleccionado Francés? Los hinchas del Real Madrid eran los únicos privilegiados que podían disfrutar de su talento, mientras los franceses sufrían con la incertidumbre de un equipo que, aunque seguía invicto, no terminaba de conseguir su lugar en Alemania 2006. Hasta que el 15 de agosto de 2005, él, el ídolo máximo, decidió poner fin al alejamiento.
“Je reviens” (“Vuelvo”), declaró, sin que el técnico Raymond Domenech lo hubiera convocado. No hacía falta. Los aficionados estaban contentos. Hasta el presidente Jacques Chirac lo llamó por teléfono apoyando su regreso. Ni hablar de los medios y los patrocinadores: desde Adidas hasta la FIFA festejaron su decisión.
Franz Beckenbauer, presidente del comité organizador de Alemania 2006 y hombre asalariado de Adidas desde 1995, tenía miedo: “Les juro que la no clasificación de Francia me saca el sueño. Es lo peor que nos podría pasar”. Así, en un amistoso contra Costa de Marfil, se puso de vuelta la camiseta azul y desde entonces estuvo en todos los partidos, hasta volver a ser la figura de la Copa del Mundo.
A los 34 años, Yazid Zinedine Zidane se despidió del fútbol y dejó atrás una carrera que comenzó en las calles del barrio La Castellane, suburbio marsellés donde los inmigrantes africanos y sus hijos aprenden a ser franceses, con el común denominador de una pelota de fútbol.
Papá Ismail y mamá Malika habían llegado desde Argelia para que ni a él ni a sus cuatro hermanos les faltara nada. Todos lo llamaban Yaz, y con ese apodo empezaron a admirarlo en todos los clubes infantiles y juveniles por los que pasó.
Cuando llegó el debut en Primera, en 1989, con el Cannes, no había cumplido los 17 años, pero ya era Zizou. Las noticias sobre sus cualidades llegaron a todo Francia, país amante del buen fútbol. En 1992, Bernard Tapie, por entonces poderoso presidente del Olympique de Marsella, intentó llevárselo. No pudo: la mejor oferta llegó del Bordeaux. Pero igual expresó su admiración por el joven talento: “Zidane es un genio en estado puro. En cualquier momento de un partido, él puede hacer lo que otro futbolista no podrá hacer nunca”.
Le hubiera gustado jugar en el Olympique, el equipo que amó desde pibe, cuando tenía en su cuarto el póster de Enzo Francescoli con la camiseta marsellesa.
En 1994 llegó el debut con la Selección Francesa, y enseguida todos supieron que el heredero de Michel Platini había aparecido. Igual que Platini, pasó a Juventus, donde a partir de 1996 sumó goles y prestigio y acaparó todos los títulos… menos la Champions League. Acumuló mayor experiencia internacional y cuando en el ’98 Francia recibió al mundo del fútbol, él se elevó a su máxima dimensión. Con la Copa del Mundo en sus manos, hizo que los franceses salieran de su frío carácter y más de un millón festejaran en los Champs-Elysées, como si se tratara de un carnaval en pleno París.
Después redobló la apuesta: “Ahora tenemos que ganar la Eurocopa 2000, no se trata de parar la cuenta con un solo título”. Cumplió: volvió de Holanda con el trofeo y, en 2001, el Real Madrid puso 75 millones de euros para sumarlo al proyecto galáctico.
Aunque no pudieron ganar la primera Liga, saldó su cuenta personal levantando la Liga de Campeones de Europa 2002 y –a fin de año- la Intercontinental en Japón, ante Olimpia de Paraguay. En el medio quedaba el maldito Mundial de Corea/Japón, donde se perdió los dos primeros partidos por una lesión en un amistoso previo al torneo. Francia no hizo goles y se volvió a París con el rótulo de ‘candidato’ sustituido por el de ‘fracaso’.
En la Euro 2004, tras la derrota ante Grecia, dijo basta. Cerraba un ciclo en la Selección que reabriría -para él y sus amigos Barthez y Thuram- diez meses antes del Mundial.
Fueron 108 partidos y 31 goles con la camiseta gala, más de 600 partidos oficiales con los cuatro clubes que defendió, más de una decena de títulos aquí y allá… pero su estética no puede medirse desde la estadística. Para vibrar con su genio, sólo hace falta amar al fútbol.
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