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jueves, 19 de julio de 2007

La revancha de Eto'o

Artículo publicado en la revista Fox Sports, en octubre de 2006.
Por PABLO ARO GERALDES


El camerunés llegó al Real Madrid siendo un niño, pero en el club blanco nunca le dieron una oportunidad y tuvo que ejercer su oficio goleador en el Mallorca. Hoy los arcos se rinden a sus pies y bate records con la camiseta del Barcelona.


Samuel Eto’o tenía apenas un año cuando Camerún hizo su debut en la Copa del Mundo España ’82. En su modesta casita de Nkon, pequeña villa camerunesa, ya corría detrás de un balón, como imitando al póster de Roger Milla que dominaba una de las desteñidas paredes.
Cuando, en 1990, Camerún sorprendió al mundo venciendo a la Argentina en el partido inaugural del Mundial de Italia, él ya sabía que Milla era mucho más que una imagen en la TV: era la proyección del sueño que lo visitaba cada noche. Tenía 9 años y la convicción de que su futuro estaría siempre ligado al fútbol. Hacia allí apuntó. Era el mejor de la escuela, el mejor de la colonia, el mejor del segundo equipo del Unión Douala, donde debutó a los 13. Era, quizá, el mejor de todo el país, pero en su ideal había estadios repletos, como los de Europa. Hacia ahí se marchó con tan sólo 14 años.
Llegó a Avignon, Francia, sintiendo en carne propia el drama de tantos inmigrantes ilegales. Sin papeles no podía ir a la escuela… ni jugar al fútbol. Se fue a París, donde pasaba las horas escondido en casa de una hermana, para no ser detenido y deportado. No se parecía en nada a lo soñado. Volvió a Camerún, a la academia Kadji de Douala y apareció en la Selección Cadete. Allí fue donde lo vio Pirri, ex internacional español y cazatalentos del Real Madrid: lo invitó a una prueba en el club, pero nadie lo esperó en el aeropuerto y, sin saber castellano, buscó la ayuda del primer africano que se le cruzó. Este lo guió hasta el gigantesco estadio Santiago Bernabeu. Vicente Del Bosque y los entrenadores juveniles no dudaron en ficharlo y enseguida surgieron un contrato y los ansiados papeles. Quería comerse al mundo, pero no dejaba de ser un niño de 15 años.
Como en la Casa Blanca no había lugar, fue cedido al Leganés para la temporada 1997/98 de la Segunda División. Era un retroceso, sí, algo incompatible con su espíritu indómito y competitivo, pero no le importó: sabía que el camino no sería fácil ni directo, y que nunca había que dejar de avanzar.
Solo y lejos de casa, estaba relegado al banquillo de suplentes. Hasta que un día explotó su rebeldía adolescente: “Me voy, me marcho de aquí”. José Jesús Mesas, el capitán de Leganés, supo que no debía permitirlo. Lo tomó de la pechera y con toda su voz de mando le advirtió: “Aquí no mandas tú, las órdenes las da el entrenador”. Era la imagen de autoridad que necesitaba. Desde ese día, Mesas es su gran amigo y su representante.
Sus días en Leganés se terminaron junto a una buena noticia: Claude Le Roy lo convocaba a la Selección Camerunesa, la mayor, la que iría a Francia ‘98.
Pasada su rebeldía, demostró buen nivel en Leganés y Guus Hiddink, entrenador del Real supo advertirlo. Lo hizo retornar a Madrid, a la par que se convertía en el futbolista más joven del Mundial 1998: tenía 17 años y 100 días. Batía el record de Pelé. Eto’o era el único de los 704 inscritos en la competencia que había nacido en la década del ochenta. Todo venía rápido, de golpe, y el 5 de diciembre de ese año todo Camerún volvió a hablar de él: debutaba en la Liga Española. Fue su único partido del año con la casaca blanca, pero días después, en Tokio, le colgaban en el pecho una medalla como Campeón Intercontinental, tras el 2-1 sobre Vasco da Gama.
Intentaba afianzarse, aunque seguían sin tenerlo en los planes madridistas: fue cedido al Espanyol de Barcelona, pero no pisó el césped ni un minuto y regresó. Lo que quería era jugar, y se lo planteó al presidente del Real, quien encontró una salida prestándolo al Mallorca para el torneo 1999/2000. Allí, en el calor del Mediterráneo, encontró su hábitat: terminó de aprender el español y en 12 partidos marcó 6 goles. Era un buen promedio, pero no una proeza. Igual, en su tierra ya lo amaban. En enero ganó la Copa Africana de Naciones siendo figura de un equipo con grandes estrellas, y el idilio se selló cuando lo llamaron para el equipo olímpico que viajó a Sydney: su gol marcó el 2-2 con España en la final y los penales le dieron a Camerún la única medalla dorada de su historia.
Tras el préstamo, volvía a Madrid hinchado de gloria, pero -igual que en el pasado- no le dieron lugar. Le quedó un sabor agrio hacia el equipo blanco, aunque decidió no detenerse en el resentimiento y aceptó de nuevo las puertas abiertas del Mallorca. Al cariño mallorquín le pagó con una andanada de goles: 54 en los 133 partidos que jugó con la camiseta roja, y se ganó el altar: es el máximo goleador del Mallorca en la historia de la Liga Española. Hizo dos de los tres goles de su equipo en la final de la Copa del Rey 2003, en la que vencieron 3-0 al Recreativo de Huelva. Fueron cuatro años más de un romance que solamente fue interrumpido para sus convocatorias al Seleccionado Nacional.
Con los Leones Indomables de Camerún conquistó dos veces la Copa Africana de Naciones (2000 y 2002) y participó sin fortuna en el Mundial Japón-Corea 2002. Durante el año siguiente no lo llamaron para la Copa Confederaciones y ese torneo se convirtió, sin jugarlo, en el recuerdo más triste de su carrera. Estaba entrenando en Mallorca cuando el director técnico lo llamó aparte para darle una noticia horrible: su amigo Marc-Vivien Foé había muerto en medio del partido ante Colombia. Fue un golpe tremendo. “Esto hace que aproveche el tiempo, me dice que no debo resignarme al banquillo cuando puedo vivir emociones fuertes dentro de la cancha. Uno no sabe cuándo se termina todo, hay que aprovechar al máximo”, reflexionó. Luego de aquel suceso fue elegido como Mejor Futbolista Africano del Año en 2003, 2004 y 2005.
Ya no era un desconocido. Sus goles le dieron trascendencia internacional y el Chelsea de Inglaterra se lo quiso llevar en el verano de 2004. Los londinenses debían negociar con Mallorca y Real Madrid al mismo tiempo, porque los derechos estaban compartidos. Pero Eto’o quería quedarse en España, donde se siente a gusto. Entonces apareció en escena el presidente del Barcelona y le firmó un pre-contrato. ¿Qué hacer? Las ganas de una revancha pudieron más: la camisa blaugrana era la mejor para desquitarse de la indiferencia madridista. Con 24 millones de euros se selló el traspaso, para ser el primer camerunés en la historia del Barça. En su primera temporada catalana, la 2004/05, marcó 24 goles en 37 partidos de Liga y gritó otros cuatro en Champions League. Se transformó en el complemento ideal de Ronaldinho y quedó a un solo gol de ser el Pichichi de la Liga, galardón que se llevó el uruguayo Diego Forlán. Pero un tanto suyo le dio matemáticamente el título al Barcelona -después de seis años de sequía- y la identificación con los colores azul-grana ya era total.
El año pasado le guardó una amargura: la Selección de Costa de Marfil de un tal Didier Drogba se quedó con la plaza mundialista que todos los pronósticos indicaban como camerunesa. Uno de los mejores goleadores del planeta pasaría el verano alemán tras la pantalla de un televisor.
Pero Cataluña es, para él, tierra de desquites, y mayo de 2006 lo encontró como máximo goleador de la Liga (26 tantos) y con la preciada copa de la Champions League entre sus manos.
Zancada larga, mirada felina y el festejo repetido; siempre haciendo goles, siempre con su amplia sonrisa: necesitó solamente 67 partidos para llegar a los 50 tantos y superar en efectividad a muchos de los grandes atacantes de la historia del Barcelona.
Fue una digna revancha, también, contra los imbéciles que en febrero, en el estadio del Zaragoza, imitaban sonidos de mono cada vez que tocaba la pelota. Pudo haber pensado en los millones que gana e ignorarlos, pero no soportó las ganas de ser digno y paró el partido yéndose de la cancha. Finalmente fue convencido por sus compañeros y el técnico Frank Rijkaard y siguió. Pero dejó claro ante el mundo que el lenguaje de los intolerantes no será tomado como una simple expresión de folklore futbolístico.
Es embajador de Buena Voluntad de UNICEF y trabaja activamente a favor de la prevención del SIDA entre los jóvenes. ¿Por qué? “Me mueve el amor a mi país, a Africa y a los niños, que nunca son culpables de lo que pasa y sí los que más sufren”, explicó. No olvida a su tierra y a su gente. Una vez compró doscientos pares de botines para regalar en su pequeña ciudad natal. Y no tiene problemas para brindar su imagen o dinero a organizaciones benéficas.
Ya no le queda mucho por ganar en el campo de juego, pero tiene apenas 25 años y los desafíos se suceden. Arrancó como una aplanadora goleadora la Liga 2006/07 y, con una victoria sobre Ruanda, Camerún inició el camino de clasificación hacia la Copa Africana 2008. En diciembre, será una de las grandes figuras del Barcelona que viajará a Japón a la conquista de un nuevo trofeo, el del Mundial de Clubes de la FIFA.
Hace unos días, las estadísticas, curiosas acompañantes del fútbol, le depararon una nueva satisfacción: llegó a 100 goles en la Liga Española (48 con Mallorca y 52 con Barcelona) y se situó como el máximo artillero desde que comenzó el siglo XXI. Sus escoltas le dan mayor dimensión al logro: Ronaldo marcó 82 y Raúl, 79. Y no para; no tiene techo. Como explicó la semana pasada: “No sé dónde están mis límites. Mi reto en la vida es siempre subir un peldaño más”.

Parece que no, pero le queda un objetivo grande y difícil por cumplir. Quiere encontrar a ese paisano que, en el aeropuerto de Barajas, lo contuvo y lo guió hasta las puertas del Real Madrid. Puede ser un simple gesto, pero retrata a quien en su mayor gloria no deja de recordar la dureza de los comienzos. Cuando lo consiga, quizá mire al cielo, como cada vez que marca un gol, y le dedique ese triunfo a su eterno amigo Foé.

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