Artículo publicado en la revista El Gráfico, en 1999.
Por PABLO ARO GERALDES
Del mismo modo que el fútbol europeo corporiza el sueño de miles de pibes argentinos, los campeonatos de AFA significan la meta de cientos de jugadores uruguayos, paraguayos y demás sudamericanos. Pero, ¿qué chico de Japón sabe dónde queda Buenos Aires?, ¿cuántos niños de Ghana se ilusionaron con vestir la camiseta de Unión de Santa Fe? Pocos, seguramente. Tan pocos como los checos que ansían levantar la Copa Libertadores o los franceses que imaginan llegar a su selección luego de hacer las inferiores en Platense.
Sin embargo, a lo largo del siglo, la Argentina vio pasar decenas de jugadores de latitudes remotas, exóticas a los ojos criollos, diferentes en lenguajes, costumbres y también en maneras de vivir el fútbol. Primero fueron los “ingleses locos” como Wilfred Stocks y Harold Ratcliff. A ellos le siguieron las primeras oleadas inmigratorias, huyendo de las guerras que asolaron la vieja Europa. Algunos descendieron de los barcos con la pelota bajo el brazo, otros crecieron aquí y se hicieron hombres en potreros polvorientos, aprendiendo a jugar al fulbo antes que a pronunciar el castellano. Y en ese generoso crisol de razas que fue la Argentina de comienzos de siglo se fundieron el talento y el sacrificio, los anhelos de hacer la América y las ganas de quedarse para siempre. Muchos permanecieron hasta el fin de sus días, algunos seguirán vivos en la memoria de los viejos futboleros, pero otros... Los que cruzaron el Atlántico -y horizontes más lejanos también- tentados por un dólar fácil y mostrando dudosos pergaminos, duraron menos que la expectativa que generaron. Lo bizarro de sus contrataciones concitó la atención de los hinchas, pero salvo contadas excepciones, sus pasajes por la canchas rioplatenses significaron un breve chasco.
DESCENDIENTES DE LOS BARCOS
¿Quién sabe que un alemán jugó en la Argentina? ¿Y que integró la selección germana y luego la nuestra? Ríndase, la respuesta es más que difícil. Se trata de Marius Hiller, entreala de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires en los años de la Primera Guerra Mundial, que ostentó el envidiable promedio de 4 goles en dos encuentros con la celeste y blanca. Fue el único teutón, así como Paddy Mc Carthy el único irlandés, que lució como back de Estudiantes y de Lobos Athletic a comienzos de siglo, antes de ser boxeador, nadador, rugbier, corredor pedestre y jugador de cricket. Años más tarde recobró notoriedad como árbitro de fútbol y boxeo.
Después hubo otros casos de embajadores solitarios: Rodolfo Kralj (Ferro 33/34) llegó de Croacia -aunque por entonces lo llamaron yugoslavo- y se quedó. Fue técnico de varias selecciones y en los ’70 colaboró con César Menotti. El único representante de Ucrania -absorbida por la URSS- fue el arquero Vladimir Tarnawsky, que entre 1957 y 1963 defendió la valla de El Porvenir, Newell's, San Lorenzo y Estudiantes. Pero no todos fueron casos exóticos y aislados. Hubo muchos tanos y gallegos que triunfaron de verdad, hasta convertirse en parte de la historia del deporte argentino.
LA PELOTA DE LA PAZ
El hambre, consecuencia inevitable de la guerra, hizo que miles de italianos buscasen refugio en América. En brazos de su madre, a salvo del horror llegó a Buenos Aires Renato Cesarini. Tenía 9 meses de edad, y le faltaba muy poco para empezar a patear la pelota. Aquí aprendió su magia, la que mostró como entreala derecho de Chacarita, Alvear y Ferro. En 1930 partió a Juventus y en 5 temporadas ganó 5 títulos. De vuelta, en 1936 se puso la tricota de Chacarita y luego pasó a River. Al dejar el fútbol se dedicó a la dirección técnica: condujo una etapa de La Máquina, después a Racing, Juventus, Banfield, Boca, River, Huracán y varios equipos mexicanos, además de la Selección. Así, escapando al horror, vinieron también Antonio Campilongo (delantero de Platense desde el comienzo del profesionalismo) y Mierko Blazina: arquero de San Lorenzo desde 1943, cuando la locura de Mussolini, aliada a la de Hitler, sembró la muerte por toda Europa. Estuvo 12 temporadas en el Ciclón.
Otro de los bambinos que brillaron en las Pampas fue Dante Mírcoli, el hombre que se movía por todo el costado izquierdo de Independiente y pasó por Platense, Estudiantes y Racing. Muchos lo recuerdan por la patada que lesionó a Johan Cruyff en la Intercontinental del ’72 ante el Ajax. Años después, con la Sampdoria, enfrentó al Barça de Cruyff, que en broma lo esperó con los brazos en guardia. Actualmente es DT. Mírcoli no fue el único tano que dio una vuelta olímpica: Franco Frassoldatti fue figura del único festejo grande de Chacarita en 1969; el delantero Nicolás Novello fue tres veces campeón con Boca entre 1969 y 1970, y Delio Onnis exhibió en Francia todo el talento con el que había deslumbrado en Almagro y Gimnasia. En la tierra del champagne marcó más de 300 goles en 12 años, lo que le valió el botín de plata europeo de 1975.
Con menor fortuna jugaron el arquero José María Cafaro (en 1973 con Platense le atajó tres penales a Banfield. Tras años en Italia, volvió en 1980 a Talleres de Córdoba. Luego Tigre (1981), Chacarita Juniors (1982/83) y El Porvenir (1984)), José Messina (volante de San Lorenzo y Kimberley de Mar del Plata entre 1973 y 1979), Mario Carnevale (central de Lanús 67/70 y Gimnasia 72/73), Antonio Borruto (Morón 68/69) y Antonio Labonia (delantero de Huracán y varios clubes de ascenso en los '80).
Si la mitad de los inmigrantes eran tanos, la otra mitad eran gallegos. De España desembarcaron ídolos del balompié como Pedro Arico Suárez, el half izquierdo de Boca. “La Gallega”, como le decían, nació en las Islas Canarias y ganó 5 títulos con la azul y oro. Fue titular durante 12 años hasta que le dejó el puesto a Natalio Pescia y se puso también la camiseta argentina en la final de Uruguay ‘30. Un grande sin corona fue Manuel Alberto De Sáa, impasable back izquierdo de Vélez entre 1931 y 1940. Su hermano Eduardo, también español, fue delantero del club de Liniers a comienzos de la era profesional.
La mano dura de Francisco Franco, la explosión de la Guerra Civil Española, hizo imposible seguir en su tierra a vascos y catalanes orgullosos de su origen. Durante esos años difíciles pasaron varios españoles, hasta que encontraron un destino mejor. Leonardo Cilaurren vistió la camisa de River como half derecho en la temporada 1939-40, luego de haber defendido a la selección española en el mundial Italia ’34. Fue compañero del arquero Gregorio Blasco y el back Serafín Aedo. Previo paso por México, recaló en Vélez el volante Fernando García, que luego se marchó a San Lorenzo. Y el club de Boedo fue testigo de un arribo triunfal, que inclinó a toda la colectividad hispana a favor de la camiseta azulgrana. Se trata de Isidro Lángara, el vasco que llegó al puerto en la mañana del 21 de mayo de 1939 y esa misma tarde demoró 45 minutos para marcarle 4 goles a River ante un Gasómetro repleto. Al final del torneo sumó 34 tantos y quedó a 6 de Arsenio Erico, pese a haber debutado recién en la décima fecha. Se quedó hasta el ’43 y compartió la cancha con Ángel Zubieta, el half derecho entre 1938 y 1952. Volvió a su país y jugó para Oviedo, antes de regresar y dirigir a su San Lorenzo y a Español, con el que ganó el ascenso a Primera saliendo campeón en todas las categorías, desde Aficionados -hoy la D-.
José Iraragorri (otro que jugó el Mundial '34) integró el mediocampo de los Gauchos de Boedo en sólo 5 oportunidades, muchas más que Emilio Alonso “Emilín”, delantero en un solo encuentro de 1940.
La Guerra Civil también trajo a Fernando García Ipiña (centrehalf de Vélez y San Lorenzo en 1940), Julio Munlloch (puntero izquierdo de Vélez) y a Pedro Félix Areso (zaguero de Tigre y Racing). La muerte terminó pero la dictadura franquista continuó. Su símbolo deportivo fue el Real Madrid de Di Stéfano, un equipo brillante a fines de los ’50. Uno de los suplentes de Don Alfredo era José García Castro “Pepillo” y Antonio Liberti lo trajo a River para esa delantera de cinco extranjeros que se suponía alimentaba el “fútbol espectáculo”. El centrodelantero andaluz no conformó a nadie, pese a los 7 goles que alcanzó a meter en los 18 partidos que jugó. Fue blanco de las cargadas de todas las hinchadas, la millonaria incluída. Después de él, ya no hubieron más explosiones de habilidad, más bien resurgió la furia española. El defensor Fernando Seijo en Chacarita (1963-66), los volantes Ramón Cabrero en Lanús (1965-68), Manuel García Pardo en Banfield (1968-69) y Antonio García Ameijenda en San Lorenzo, Estudiantes, Huracán y Gimnasia (entre 1967 y 1979) cumplieron buenas actuaciones, aunque sin resplandores, como Martín Goicoechea volante de Unión en la temporada 86/87, el lateral Damián Cortez, (El Porvenir 94/95) o el central Jorge Fernández Lastra (Excursionistas 87/88).
En los últimos años, y fruto del paso de sus padres por la Madre Patria, jugaron Pablo Trobbiani en Boca y Talleres, Eduardo Anzarda en Los Andes, Iván Moreno y Fabianessi en Rosario Central y Javier Artero en San Lorenzo.
DE LEJOS Y MÁS LEJOS
Idiomas diferentes, el fútbol también. En Hungría ya se hacía un culto a la pelota cuando Jorge Bottyan (arquero de Chacarita y Quilmes entre 1934/38) y Ferenc Sohn Sas (entreala derecho de Boca 39/40) pisaron la Argentina. Los magyares eran subcampeones del mundo y en La Plata brillaba El Expreso, como le decían al formidable equipo de Gimnasia gestado por Emérico Hirsch, otro húngaro, el primer técnico extranjero del fútbol profesional. Su cosecha no terminó ahí: dirigió a La Máquina riverplatense. Del mismo lado de Europa, de Checoslovaquia, llegó Christian Rudzki, un número 9 de Español y Estudiantes que levantó la Copa Libertadores de 1969 y 70. ¿Más europeos orientales? Sí, claro. Aún está fresco en Rosario el recuerdo de Velko Iotov, que arribó a Newell’s tras su participación con Bulgaria en el Mundial ’94. Una serie de lesiones le impidió demostrar sus cualidades. Y si de extranjeros poco comunes se trata, resaalta la corta conducción de San Lorenzo que hizo Velibor “Bora” Milutinovic. El simpático serbio estuvo al frente del equipo solamente 7 fechas.
En el verano de 1995 apareció por Casa Amarilla Georgiou Kinkladze, recién llegado de Georgia. No quedó y se fue sin decir una palabra, aunque tampoco lo hubiesen entendido. A muchos les pareció un oportunista, pero los dejó con la boca abierta al año siguiente: fue goleador de Inglaterra con el Manchester City y más tarde lo compró Ajax. Algo tendría...
Como ese pibe al que le decían “francesito” en las inferiores de Platense y vio como su nombre aparecía en la síntesis de 5 partidos, allá por 1994. Después se marchó a la tierra donde había nacido mientras allí jugaba su padre Jorge y comenzó a destacarse con una destreza típica de este lado del planeta. Lo que siguió en la vida de David Trezeguet es conocido: fue el más joven de los últimos Champions du monde. De Francia arribó también Christophe Robert, intentando purgar en Ferro la sanción que le impedía jugar en su país. Pero no pudo. Otros nombres con acento francés: Dougall Montagnoli (Quilmes y Gimnasia durante todos los años 70) y Serge Alain Cadile (Sarmiento de Junín 93/98).
Un caso para el libro Guinness lo marcó la inclusión de tres jugadores de Escocia en la Primera de Newell’s. Corría la 11ma fecha del torneo de 1948 y la afición se sorprendió con el terceto ofensivo formado por Donald Mc Donald, William Kilpatrick y Stewart Mc Callum. Eran tan malos que los dos primeros vivieron esa tarde ante Gimnasia su debut y despedida. Mc Callum duró dos partidos más y lo agarró la huelga. Seguro que la usó como excusa...
El menú de excentricidades europeas lo completaron Sarkis Vardanián, venido de Armenia para defender al Deportivo Armenio en 1994, y dos hombres de Grecia: Constantino Hiotidis, un suplente de Morresi en Huracán, que llegó a gritar un gol, y Maximiliano Kadijevic, arquero de Almirante Brown, Gimnasia y Tiro, All Boys y ahora Huracán. Es hijo de Luis, arquero que en los 70 atajó en San Lorenzo.
ÁFRICA MÍA
El fútbol africano es el fútbol del futuro. Se ve venir, se intuye en cada mundial juvenil. Las diferencias de juego con Europa y Sudamérica se fueron acortando de la mano de la técnica individual y también gracias al trabajo de entrenadores europeos a lo largo de toda África. Sin embargo, la gran mayoría de los futbolistas africanos que arribaron a nuestro país terminó en un rotundo fracaso.
¿Quién recuerda al primer futbolista del contiente negro que anduvo por estas tierras? Primera aclaración: no era negro. Segundo, fue mucho antes de lo que los memoriosos puedan recordar. Se trata de Héctor Henman, quien llegó desde Sudáfrica en 1906 para jugar con un combinado de británicos de Ciudad del Cabo. Los visitantes lograron varias victorias pero perdieron ante Alumni y allí se quedó el bueno de Henman. Se adaptó tan rápido al fútbol criollo que ese mismo año debutó en la Selección Argentina.
Debieron pasar nueve décadas hasta que otro africano apareciese con cierto suceso. Silvio Marzolini lo vio en Brasil, donde estaba de gira con el Odense de Dinamarca y lo trajo a Boca. Hasta entonces, las únicas referencias de Camerún eran el Clemente negro creado por Caloi y la derrota humillante en la inauguración del Mundial ’90. Alphonse Marie Tchami llegó en silencio en 1995 y supo gozar de momentos de gloria, como la noche que con dos goles le dio la victoria ante Banfield.
Le tocaron vivir todas las dificultades que atraviesa quien llega desde una cultura diferente. “Vivo encerrado en mi casa, mirando tele –le contó a El Gráfico–. Salgo a veces, para cenar. Veo a mi familia dos veces por año: en mis vacaciones, y cuando nos reunimos en Camerún para las fiestas. Allí es cuando estamos juntos los ocho hermanos”. Tuvo dos aliados de fierro: el Beto Márcico y Carlos Mac Allister, que oficiaban de traductores. Dueño de un carisma especial, pronto se convirtió en uno de los preferidos del público xeneize y se fue encariñando con su nueva ciudad. “Cuando se superan las barreras del idioma, me parece que las costumbres argentinas no son tan diferentes a las de mi país. Buenos Aires es hermosa, la comida es excelente, me gusta todo, sólo me falta mi novia que estudia en París”, comentaba entusiasmado. Se fue después de 47 partidos y 11 goles, cuando Bilardo ya no lo tenía en cuenta. Armó las valijas y se marchó a Alemania, donde permanece en el Herta Berlín.
La llegada de Tchami hizo que varios dirigentes abrieran los ojos e intentasen contrataciones baratas Made in Cameroun, pero los técnicos de turno se encargaron de descartarlas. Así pasó por Ezeiza Tobi Mimboe, que jugó un par de encuentros en la reserva de San Lorenzo y a quien Miele calificó de “sucesor de Passarella” en 1996. Para entonces era titular de la selección de su país. Además, Boca puso bajo la lupa a Raymond Kalla y Racing trajo a dos delanteros más. Ninguno pudo cantar “prueba superada”.
Pero la nueva Saga África había comenzado unos años antes. A Adriano Custodio Mendes se lo conoce como portugués, y lo es. Pero el archipiélago de Cabo Verde (independiente desde 1975) está en las costas africanas. Su historia de trotamundos tuvo varias escalas en la Argentina, como Estudiantes, Temperley, Colón, San Martín de Tucumán, Chacarita y otros tantos equipos de ligas regionales. Una vida similar trajo a la Argentina a Juan Carlos Ecomba, un puntero derecho surgido de las inferiores de Nueva Chicago y que pasó por Riestra, J.J. Urquiza, Chacarita y Lugano. El hombre nació en Guinea Ecuatorial, única nación africana de habla castellana.
Recién iniciados los ’90, apareció en Racing Sekou Bamba con su pasaporte de Costa de Marfil, pero en el medio local había cientos de delanteros como él. Camino un par de cuadras, encontró la misma respuesta en Independiente y se marchó. Al año siguiente vino Efferd David Chabala, el arquero del seleccionado de Zambia, la misma que en los Juegos de Seúl 88 venció a Italia por 4-1. Hablaba dialecto bemba y un rústico inglés, pero se hizo entender para alcanzar la Primera de Argentinos Juniors. “Sólo conocía de Argentina su actuación en los mundiales, nada más. No tenía idea cómo era, no imaginaba un país con tanta gente, fue una sorpresa”, reconoció. “No voy a desperdiciar esta oportunidad; Argentina es sólo el comienzo de mi historia”, repetía; la historia que soñaba concluyera con el debut de su país en un mundial. Tenía 30 años y hacía 9 que era titular en la selección. Dos años después, sus esperanzas se ahogaron en el Océano Atlántico, en un accidente aéreo en el que murió toda la selección de Zambia... que marchaba al frente de las eliminatorias para USA 94.
Un peso, un dólar. La regla de oro de la economía argentina de los ’90 hizo que varios empresarios se animasen a explorar nuevos mercados, con bajo riesgo. Así llegó a Ferro quien por entonces era la máxima estrella del fútbol de Sudáfrica: Teophilus Khumalo, conocido como el Doctor. Debutó con un golazo a Independiente pero todo lo que insinuó se esfumó rápidamente, igual que su compañero de aventura Memory Mucherahowa, venido desde Zimbabwe y vuelto de regreso sin pisar el campo de juego. Un poco mejor le fue al volante Ernest Mtawalli, que recaló en Newell’s. Castelli lo trajo de Sudáfrica con los mejores pergaminos y jugó 4 partidos. Pudo elegir entre tres países de primer nivel: Alemania, Inglaterra y Argentina. Los ingleses pedían 30 partidos internacionales para entrar en la Liga y Alemania lo atemorizó “por el tema del racismo, la Argentina me gustó porque el estilo sudamericano se parece mucho al nuestro”, justificó su decisión. Pronto se acostumbró a las siestas y cambió la carne de mono por el asado, pero su juego no conformó y se marchó a Francia.
Otro espejito de color, valga la imagen, fue la venida de Nii Lamptey, el hombre más habilidoso de Ghana, a Unión. Llegó como una promesa fuerte, con varios mundiales juveniles en su espalda y la etiqueta puesta por el periodismo europeo de “sucesor de Pelé”. Debutó en la selección ghanesa a los 14 años, pero su carrera se fue diluyendo. Sus días en Santa Fe finalizaron con penas y sin gloria. Hoy se gana la vida en el Greuther Fürth de la segunda división alemana. Tambiém de Ghana son Anthony Kamkam e Imrana Idrissu, dos defensores juveniles a prueba en Lanús.
Hoy, el único africano que milita en el fútbol argentino es el angoleño Hugo Da Silva, de Excursionistas.
FÚTBOL AMERICANO
En los Estados Unidos llegó al mundo Renato Corsi, hijo de madre argentina y padre italiano. El chico de Manhattan tuvo sus buenos momentos en Argentinos (‘84 al ‘88, Copa Libertadores incluida), Instituto, Atlanta y demás equipos de la B. De los pagos del Tío Sam también llegaron varios jugadores que recorrieron el ascenso, como Michael Simon (Armenio), Richard Jesse (Cipolletti), Carlos Manuel Montes (Lanús y Villa San Carlos), o Gerry Genaro (Ferrocarril Urquiza).
Así como la Argentina no termina en la General Paz, el fútbol sigue más al norte de Colombia. En Centroamérica no sobran los talentosos, sus hazañas son de consumo interno; pero hubo algunos que dejaron el sombrero de paja y la guayabera por el tango y el funghi marrón. En 1943 vino a Estudiantes el centrodelantero Jorge Rafael Meza, de Costa Rica: tan mal no anduvo, lo pusieron sólo 10 veces y marcó 5 goles. Su vecino Ricardo Alexander Clark, de Guatemala, también jugó una decena de partidos con la “9”, pero hizo un solo gol. Fue en 1966 con la camiseta de Huracán. Su compatriota Claudio Rojas pasó por River, San Lorenzo e Instituto, hace unos pocos años.
El caso de mayor constancia es el de Eduardo Bennett. Lo trajeron de Honduras a San Lorenzo y pronto pasó a Argentinos Juniors. En la temporada 96/97 fue clave en el regreso a Primera de los Bichos y hoy sigue siendo una de sus armas de gol más respetadas.
La tierra de los aztecas vio pasar a centenares de futbolistas argentinos. Pero sacando al Chavo y Luis Miguel, México no talento exportó hacia el cono sur. Todavía están frescos los recuerdos de el Pájaro Luis Hernández y sus pocos partidos en Boca, así como Alberto García Aspe en River; dos pasos tan fugaces como los de José García Cortina y Luis "Pirata" Fuente (ambos en Vélez en 1940). Menos recordado es Moisés González, un central que vino de Toluca y alternó en All Boys y Atlanta a mediados de los ’90.
El nombre de Panamá solamente puede asociarse al fútbol por un apellido: Dely Valdés. El clan familiar pasó por aquí y dejó algunos recuerdos. Armando Javier marcó el gol del triunfo para que Argentinos conquistara la Copa Interamericana de 1985. Su primo Julio César arrancó en Deportivo Paraguayo y de allí empezó una carrera ascendente: Nacional de Montevideo, y los torneos de Italia, Francia y España. Jorge Luis, más modesto, sólo se destacó en El Porvenir, pero los tres pasaron por su selección nacional.
EL IMPERIO DEL GOL NACIENTE
La última movida inmigratoria es el arribo de jóvenes japoneses. Estos pequeños samurais llegan becados por la federación nipona para perfeccionar sus condiciones en el medio argentino. De todos ellos, el mejor suerte corrió fue el delantero Kijima Ryosuke, que este año llegó a la final por el ascenso a la B Nacional con en Defensores de Belgrano. Vino a préstamo y se fue dejando un grito de gol, para cambiar las peladas canchas de nuestro ascenso por los magníficos estadios de su país: alterna la titularidad en el Yokohama Marinos.
Otros veinte pibes japoneses rondan por el ascenso, pero al que no le causa mucha gracia que lo confundan es a Lee Don Jin, el chico que vino de Corea del Sur para ponerse este año la camiseta de Laferrere.
Hombres de cuarenta países diferentes se sumaron a los sudamericanos para alimentar nuestro fútbol. La mayoría de estos portadores de ilusiones, los que llegaron ya de grandes, hicieron mucho ruido. Algunos por lo exótico, otros porque prometían más de lo que finalmente dieron. Pero ninguna nuez apareció en una canasta yanqui o africana. El brillo importado tuvo la marca de España o Italia en el envase. Mundo sin fronteras, globalización, mercados comunes... El fútbol será uno solo. Pero el talento es de unos pocos.
Esta nota ya tiene sus años. Desde su publicación hasta hoy fueron muchos más los "extranjeros raros" que llegaron al fútbol argentino. Después, la devaluación del peso desalentó a varios aventureros, pero siguieron llegando futbolistas sin renombre desde el Caribe y otras procedencias remotas. Tu mensaje puede servir para "continuar" el artículo en el tiempo, con los que llegaron desde entonces.
Por PABLO ARO GERALDES
Del mismo modo que el fútbol europeo corporiza el sueño de miles de pibes argentinos, los campeonatos de AFA significan la meta de cientos de jugadores uruguayos, paraguayos y demás sudamericanos. Pero, ¿qué chico de Japón sabe dónde queda Buenos Aires?, ¿cuántos niños de Ghana se ilusionaron con vestir la camiseta de Unión de Santa Fe? Pocos, seguramente. Tan pocos como los checos que ansían levantar la Copa Libertadores o los franceses que imaginan llegar a su selección luego de hacer las inferiores en Platense.
Sin embargo, a lo largo del siglo, la Argentina vio pasar decenas de jugadores de latitudes remotas, exóticas a los ojos criollos, diferentes en lenguajes, costumbres y también en maneras de vivir el fútbol. Primero fueron los “ingleses locos” como Wilfred Stocks y Harold Ratcliff. A ellos le siguieron las primeras oleadas inmigratorias, huyendo de las guerras que asolaron la vieja Europa. Algunos descendieron de los barcos con la pelota bajo el brazo, otros crecieron aquí y se hicieron hombres en potreros polvorientos, aprendiendo a jugar al fulbo antes que a pronunciar el castellano. Y en ese generoso crisol de razas que fue la Argentina de comienzos de siglo se fundieron el talento y el sacrificio, los anhelos de hacer la América y las ganas de quedarse para siempre. Muchos permanecieron hasta el fin de sus días, algunos seguirán vivos en la memoria de los viejos futboleros, pero otros... Los que cruzaron el Atlántico -y horizontes más lejanos también- tentados por un dólar fácil y mostrando dudosos pergaminos, duraron menos que la expectativa que generaron. Lo bizarro de sus contrataciones concitó la atención de los hinchas, pero salvo contadas excepciones, sus pasajes por la canchas rioplatenses significaron un breve chasco.
DESCENDIENTES DE LOS BARCOS
¿Quién sabe que un alemán jugó en la Argentina? ¿Y que integró la selección germana y luego la nuestra? Ríndase, la respuesta es más que difícil. Se trata de Marius Hiller, entreala de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires en los años de la Primera Guerra Mundial, que ostentó el envidiable promedio de 4 goles en dos encuentros con la celeste y blanca. Fue el único teutón, así como Paddy Mc Carthy el único irlandés, que lució como back de Estudiantes y de Lobos Athletic a comienzos de siglo, antes de ser boxeador, nadador, rugbier, corredor pedestre y jugador de cricket. Años más tarde recobró notoriedad como árbitro de fútbol y boxeo.
Después hubo otros casos de embajadores solitarios: Rodolfo Kralj (Ferro 33/34) llegó de Croacia -aunque por entonces lo llamaron yugoslavo- y se quedó. Fue técnico de varias selecciones y en los ’70 colaboró con César Menotti. El único representante de Ucrania -absorbida por la URSS- fue el arquero Vladimir Tarnawsky, que entre 1957 y 1963 defendió la valla de El Porvenir, Newell's, San Lorenzo y Estudiantes. Pero no todos fueron casos exóticos y aislados. Hubo muchos tanos y gallegos que triunfaron de verdad, hasta convertirse en parte de la historia del deporte argentino.
LA PELOTA DE LA PAZ
El hambre, consecuencia inevitable de la guerra, hizo que miles de italianos buscasen refugio en América. En brazos de su madre, a salvo del horror llegó a Buenos Aires Renato Cesarini. Tenía 9 meses de edad, y le faltaba muy poco para empezar a patear la pelota. Aquí aprendió su magia, la que mostró como entreala derecho de Chacarita, Alvear y Ferro. En 1930 partió a Juventus y en 5 temporadas ganó 5 títulos. De vuelta, en 1936 se puso la tricota de Chacarita y luego pasó a River. Al dejar el fútbol se dedicó a la dirección técnica: condujo una etapa de La Máquina, después a Racing, Juventus, Banfield, Boca, River, Huracán y varios equipos mexicanos, además de la Selección. Así, escapando al horror, vinieron también Antonio Campilongo (delantero de Platense desde el comienzo del profesionalismo) y Mierko Blazina: arquero de San Lorenzo desde 1943, cuando la locura de Mussolini, aliada a la de Hitler, sembró la muerte por toda Europa. Estuvo 12 temporadas en el Ciclón.
Otro de los bambinos que brillaron en las Pampas fue Dante Mírcoli, el hombre que se movía por todo el costado izquierdo de Independiente y pasó por Platense, Estudiantes y Racing. Muchos lo recuerdan por la patada que lesionó a Johan Cruyff en la Intercontinental del ’72 ante el Ajax. Años después, con la Sampdoria, enfrentó al Barça de Cruyff, que en broma lo esperó con los brazos en guardia. Actualmente es DT. Mírcoli no fue el único tano que dio una vuelta olímpica: Franco Frassoldatti fue figura del único festejo grande de Chacarita en 1969; el delantero Nicolás Novello fue tres veces campeón con Boca entre 1969 y 1970, y Delio Onnis exhibió en Francia todo el talento con el que había deslumbrado en Almagro y Gimnasia. En la tierra del champagne marcó más de 300 goles en 12 años, lo que le valió el botín de plata europeo de 1975.
Con menor fortuna jugaron el arquero José María Cafaro (en 1973 con Platense le atajó tres penales a Banfield. Tras años en Italia, volvió en 1980 a Talleres de Córdoba. Luego Tigre (1981), Chacarita Juniors (1982/83) y El Porvenir (1984)), José Messina (volante de San Lorenzo y Kimberley de Mar del Plata entre 1973 y 1979), Mario Carnevale (central de Lanús 67/70 y Gimnasia 72/73), Antonio Borruto (Morón 68/69) y Antonio Labonia (delantero de Huracán y varios clubes de ascenso en los '80).
Si la mitad de los inmigrantes eran tanos, la otra mitad eran gallegos. De España desembarcaron ídolos del balompié como Pedro Arico Suárez, el half izquierdo de Boca. “La Gallega”, como le decían, nació en las Islas Canarias y ganó 5 títulos con la azul y oro. Fue titular durante 12 años hasta que le dejó el puesto a Natalio Pescia y se puso también la camiseta argentina en la final de Uruguay ‘30. Un grande sin corona fue Manuel Alberto De Sáa, impasable back izquierdo de Vélez entre 1931 y 1940. Su hermano Eduardo, también español, fue delantero del club de Liniers a comienzos de la era profesional.
La mano dura de Francisco Franco, la explosión de la Guerra Civil Española, hizo imposible seguir en su tierra a vascos y catalanes orgullosos de su origen. Durante esos años difíciles pasaron varios españoles, hasta que encontraron un destino mejor. Leonardo Cilaurren vistió la camisa de River como half derecho en la temporada 1939-40, luego de haber defendido a la selección española en el mundial Italia ’34. Fue compañero del arquero Gregorio Blasco y el back Serafín Aedo. Previo paso por México, recaló en Vélez el volante Fernando García, que luego se marchó a San Lorenzo. Y el club de Boedo fue testigo de un arribo triunfal, que inclinó a toda la colectividad hispana a favor de la camiseta azulgrana. Se trata de Isidro Lángara, el vasco que llegó al puerto en la mañana del 21 de mayo de 1939 y esa misma tarde demoró 45 minutos para marcarle 4 goles a River ante un Gasómetro repleto. Al final del torneo sumó 34 tantos y quedó a 6 de Arsenio Erico, pese a haber debutado recién en la décima fecha. Se quedó hasta el ’43 y compartió la cancha con Ángel Zubieta, el half derecho entre 1938 y 1952. Volvió a su país y jugó para Oviedo, antes de regresar y dirigir a su San Lorenzo y a Español, con el que ganó el ascenso a Primera saliendo campeón en todas las categorías, desde Aficionados -hoy la D-.
José Iraragorri (otro que jugó el Mundial '34) integró el mediocampo de los Gauchos de Boedo en sólo 5 oportunidades, muchas más que Emilio Alonso “Emilín”, delantero en un solo encuentro de 1940.
La Guerra Civil también trajo a Fernando García Ipiña (centrehalf de Vélez y San Lorenzo en 1940), Julio Munlloch (puntero izquierdo de Vélez) y a Pedro Félix Areso (zaguero de Tigre y Racing). La muerte terminó pero la dictadura franquista continuó. Su símbolo deportivo fue el Real Madrid de Di Stéfano, un equipo brillante a fines de los ’50. Uno de los suplentes de Don Alfredo era José García Castro “Pepillo” y Antonio Liberti lo trajo a River para esa delantera de cinco extranjeros que se suponía alimentaba el “fútbol espectáculo”. El centrodelantero andaluz no conformó a nadie, pese a los 7 goles que alcanzó a meter en los 18 partidos que jugó. Fue blanco de las cargadas de todas las hinchadas, la millonaria incluída. Después de él, ya no hubieron más explosiones de habilidad, más bien resurgió la furia española. El defensor Fernando Seijo en Chacarita (1963-66), los volantes Ramón Cabrero en Lanús (1965-68), Manuel García Pardo en Banfield (1968-69) y Antonio García Ameijenda en San Lorenzo, Estudiantes, Huracán y Gimnasia (entre 1967 y 1979) cumplieron buenas actuaciones, aunque sin resplandores, como Martín Goicoechea volante de Unión en la temporada 86/87, el lateral Damián Cortez, (El Porvenir 94/95) o el central Jorge Fernández Lastra (Excursionistas 87/88).
En los últimos años, y fruto del paso de sus padres por la Madre Patria, jugaron Pablo Trobbiani en Boca y Talleres, Eduardo Anzarda en Los Andes, Iván Moreno y Fabianessi en Rosario Central y Javier Artero en San Lorenzo.
DE LEJOS Y MÁS LEJOS
Idiomas diferentes, el fútbol también. En Hungría ya se hacía un culto a la pelota cuando Jorge Bottyan (arquero de Chacarita y Quilmes entre 1934/38) y Ferenc Sohn Sas (entreala derecho de Boca 39/40) pisaron la Argentina. Los magyares eran subcampeones del mundo y en La Plata brillaba El Expreso, como le decían al formidable equipo de Gimnasia gestado por Emérico Hirsch, otro húngaro, el primer técnico extranjero del fútbol profesional. Su cosecha no terminó ahí: dirigió a La Máquina riverplatense. Del mismo lado de Europa, de Checoslovaquia, llegó Christian Rudzki, un número 9 de Español y Estudiantes que levantó la Copa Libertadores de 1969 y 70. ¿Más europeos orientales? Sí, claro. Aún está fresco en Rosario el recuerdo de Velko Iotov, que arribó a Newell’s tras su participación con Bulgaria en el Mundial ’94. Una serie de lesiones le impidió demostrar sus cualidades. Y si de extranjeros poco comunes se trata, resaalta la corta conducción de San Lorenzo que hizo Velibor “Bora” Milutinovic. El simpático serbio estuvo al frente del equipo solamente 7 fechas.
En el verano de 1995 apareció por Casa Amarilla Georgiou Kinkladze, recién llegado de Georgia. No quedó y se fue sin decir una palabra, aunque tampoco lo hubiesen entendido. A muchos les pareció un oportunista, pero los dejó con la boca abierta al año siguiente: fue goleador de Inglaterra con el Manchester City y más tarde lo compró Ajax. Algo tendría...
Como ese pibe al que le decían “francesito” en las inferiores de Platense y vio como su nombre aparecía en la síntesis de 5 partidos, allá por 1994. Después se marchó a la tierra donde había nacido mientras allí jugaba su padre Jorge y comenzó a destacarse con una destreza típica de este lado del planeta. Lo que siguió en la vida de David Trezeguet es conocido: fue el más joven de los últimos Champions du monde. De Francia arribó también Christophe Robert, intentando purgar en Ferro la sanción que le impedía jugar en su país. Pero no pudo. Otros nombres con acento francés: Dougall Montagnoli (Quilmes y Gimnasia durante todos los años 70) y Serge Alain Cadile (Sarmiento de Junín 93/98).
Un caso para el libro Guinness lo marcó la inclusión de tres jugadores de Escocia en la Primera de Newell’s. Corría la 11ma fecha del torneo de 1948 y la afición se sorprendió con el terceto ofensivo formado por Donald Mc Donald, William Kilpatrick y Stewart Mc Callum. Eran tan malos que los dos primeros vivieron esa tarde ante Gimnasia su debut y despedida. Mc Callum duró dos partidos más y lo agarró la huelga. Seguro que la usó como excusa...
El menú de excentricidades europeas lo completaron Sarkis Vardanián, venido de Armenia para defender al Deportivo Armenio en 1994, y dos hombres de Grecia: Constantino Hiotidis, un suplente de Morresi en Huracán, que llegó a gritar un gol, y Maximiliano Kadijevic, arquero de Almirante Brown, Gimnasia y Tiro, All Boys y ahora Huracán. Es hijo de Luis, arquero que en los 70 atajó en San Lorenzo.
ÁFRICA MÍA
El fútbol africano es el fútbol del futuro. Se ve venir, se intuye en cada mundial juvenil. Las diferencias de juego con Europa y Sudamérica se fueron acortando de la mano de la técnica individual y también gracias al trabajo de entrenadores europeos a lo largo de toda África. Sin embargo, la gran mayoría de los futbolistas africanos que arribaron a nuestro país terminó en un rotundo fracaso.
¿Quién recuerda al primer futbolista del contiente negro que anduvo por estas tierras? Primera aclaración: no era negro. Segundo, fue mucho antes de lo que los memoriosos puedan recordar. Se trata de Héctor Henman, quien llegó desde Sudáfrica en 1906 para jugar con un combinado de británicos de Ciudad del Cabo. Los visitantes lograron varias victorias pero perdieron ante Alumni y allí se quedó el bueno de Henman. Se adaptó tan rápido al fútbol criollo que ese mismo año debutó en la Selección Argentina.
Debieron pasar nueve décadas hasta que otro africano apareciese con cierto suceso. Silvio Marzolini lo vio en Brasil, donde estaba de gira con el Odense de Dinamarca y lo trajo a Boca. Hasta entonces, las únicas referencias de Camerún eran el Clemente negro creado por Caloi y la derrota humillante en la inauguración del Mundial ’90. Alphonse Marie Tchami llegó en silencio en 1995 y supo gozar de momentos de gloria, como la noche que con dos goles le dio la victoria ante Banfield.
Le tocaron vivir todas las dificultades que atraviesa quien llega desde una cultura diferente. “Vivo encerrado en mi casa, mirando tele –le contó a El Gráfico–. Salgo a veces, para cenar. Veo a mi familia dos veces por año: en mis vacaciones, y cuando nos reunimos en Camerún para las fiestas. Allí es cuando estamos juntos los ocho hermanos”. Tuvo dos aliados de fierro: el Beto Márcico y Carlos Mac Allister, que oficiaban de traductores. Dueño de un carisma especial, pronto se convirtió en uno de los preferidos del público xeneize y se fue encariñando con su nueva ciudad. “Cuando se superan las barreras del idioma, me parece que las costumbres argentinas no son tan diferentes a las de mi país. Buenos Aires es hermosa, la comida es excelente, me gusta todo, sólo me falta mi novia que estudia en París”, comentaba entusiasmado. Se fue después de 47 partidos y 11 goles, cuando Bilardo ya no lo tenía en cuenta. Armó las valijas y se marchó a Alemania, donde permanece en el Herta Berlín.
La llegada de Tchami hizo que varios dirigentes abrieran los ojos e intentasen contrataciones baratas Made in Cameroun, pero los técnicos de turno se encargaron de descartarlas. Así pasó por Ezeiza Tobi Mimboe, que jugó un par de encuentros en la reserva de San Lorenzo y a quien Miele calificó de “sucesor de Passarella” en 1996. Para entonces era titular de la selección de su país. Además, Boca puso bajo la lupa a Raymond Kalla y Racing trajo a dos delanteros más. Ninguno pudo cantar “prueba superada”.
Pero la nueva Saga África había comenzado unos años antes. A Adriano Custodio Mendes se lo conoce como portugués, y lo es. Pero el archipiélago de Cabo Verde (independiente desde 1975) está en las costas africanas. Su historia de trotamundos tuvo varias escalas en la Argentina, como Estudiantes, Temperley, Colón, San Martín de Tucumán, Chacarita y otros tantos equipos de ligas regionales. Una vida similar trajo a la Argentina a Juan Carlos Ecomba, un puntero derecho surgido de las inferiores de Nueva Chicago y que pasó por Riestra, J.J. Urquiza, Chacarita y Lugano. El hombre nació en Guinea Ecuatorial, única nación africana de habla castellana.
Recién iniciados los ’90, apareció en Racing Sekou Bamba con su pasaporte de Costa de Marfil, pero en el medio local había cientos de delanteros como él. Camino un par de cuadras, encontró la misma respuesta en Independiente y se marchó. Al año siguiente vino Efferd David Chabala, el arquero del seleccionado de Zambia, la misma que en los Juegos de Seúl 88 venció a Italia por 4-1. Hablaba dialecto bemba y un rústico inglés, pero se hizo entender para alcanzar la Primera de Argentinos Juniors. “Sólo conocía de Argentina su actuación en los mundiales, nada más. No tenía idea cómo era, no imaginaba un país con tanta gente, fue una sorpresa”, reconoció. “No voy a desperdiciar esta oportunidad; Argentina es sólo el comienzo de mi historia”, repetía; la historia que soñaba concluyera con el debut de su país en un mundial. Tenía 30 años y hacía 9 que era titular en la selección. Dos años después, sus esperanzas se ahogaron en el Océano Atlántico, en un accidente aéreo en el que murió toda la selección de Zambia... que marchaba al frente de las eliminatorias para USA 94.
Un peso, un dólar. La regla de oro de la economía argentina de los ’90 hizo que varios empresarios se animasen a explorar nuevos mercados, con bajo riesgo. Así llegó a Ferro quien por entonces era la máxima estrella del fútbol de Sudáfrica: Teophilus Khumalo, conocido como el Doctor. Debutó con un golazo a Independiente pero todo lo que insinuó se esfumó rápidamente, igual que su compañero de aventura Memory Mucherahowa, venido desde Zimbabwe y vuelto de regreso sin pisar el campo de juego. Un poco mejor le fue al volante Ernest Mtawalli, que recaló en Newell’s. Castelli lo trajo de Sudáfrica con los mejores pergaminos y jugó 4 partidos. Pudo elegir entre tres países de primer nivel: Alemania, Inglaterra y Argentina. Los ingleses pedían 30 partidos internacionales para entrar en la Liga y Alemania lo atemorizó “por el tema del racismo, la Argentina me gustó porque el estilo sudamericano se parece mucho al nuestro”, justificó su decisión. Pronto se acostumbró a las siestas y cambió la carne de mono por el asado, pero su juego no conformó y se marchó a Francia.
Otro espejito de color, valga la imagen, fue la venida de Nii Lamptey, el hombre más habilidoso de Ghana, a Unión. Llegó como una promesa fuerte, con varios mundiales juveniles en su espalda y la etiqueta puesta por el periodismo europeo de “sucesor de Pelé”. Debutó en la selección ghanesa a los 14 años, pero su carrera se fue diluyendo. Sus días en Santa Fe finalizaron con penas y sin gloria. Hoy se gana la vida en el Greuther Fürth de la segunda división alemana. Tambiém de Ghana son Anthony Kamkam e Imrana Idrissu, dos defensores juveniles a prueba en Lanús.
Hoy, el único africano que milita en el fútbol argentino es el angoleño Hugo Da Silva, de Excursionistas.
FÚTBOL AMERICANO
En los Estados Unidos llegó al mundo Renato Corsi, hijo de madre argentina y padre italiano. El chico de Manhattan tuvo sus buenos momentos en Argentinos (‘84 al ‘88, Copa Libertadores incluida), Instituto, Atlanta y demás equipos de la B. De los pagos del Tío Sam también llegaron varios jugadores que recorrieron el ascenso, como Michael Simon (Armenio), Richard Jesse (Cipolletti), Carlos Manuel Montes (Lanús y Villa San Carlos), o Gerry Genaro (Ferrocarril Urquiza).
Así como la Argentina no termina en la General Paz, el fútbol sigue más al norte de Colombia. En Centroamérica no sobran los talentosos, sus hazañas son de consumo interno; pero hubo algunos que dejaron el sombrero de paja y la guayabera por el tango y el funghi marrón. En 1943 vino a Estudiantes el centrodelantero Jorge Rafael Meza, de Costa Rica: tan mal no anduvo, lo pusieron sólo 10 veces y marcó 5 goles. Su vecino Ricardo Alexander Clark, de Guatemala, también jugó una decena de partidos con la “9”, pero hizo un solo gol. Fue en 1966 con la camiseta de Huracán. Su compatriota Claudio Rojas pasó por River, San Lorenzo e Instituto, hace unos pocos años.
El caso de mayor constancia es el de Eduardo Bennett. Lo trajeron de Honduras a San Lorenzo y pronto pasó a Argentinos Juniors. En la temporada 96/97 fue clave en el regreso a Primera de los Bichos y hoy sigue siendo una de sus armas de gol más respetadas.
La tierra de los aztecas vio pasar a centenares de futbolistas argentinos. Pero sacando al Chavo y Luis Miguel, México no talento exportó hacia el cono sur. Todavía están frescos los recuerdos de el Pájaro Luis Hernández y sus pocos partidos en Boca, así como Alberto García Aspe en River; dos pasos tan fugaces como los de José García Cortina y Luis "Pirata" Fuente (ambos en Vélez en 1940). Menos recordado es Moisés González, un central que vino de Toluca y alternó en All Boys y Atlanta a mediados de los ’90.
El nombre de Panamá solamente puede asociarse al fútbol por un apellido: Dely Valdés. El clan familiar pasó por aquí y dejó algunos recuerdos. Armando Javier marcó el gol del triunfo para que Argentinos conquistara la Copa Interamericana de 1985. Su primo Julio César arrancó en Deportivo Paraguayo y de allí empezó una carrera ascendente: Nacional de Montevideo, y los torneos de Italia, Francia y España. Jorge Luis, más modesto, sólo se destacó en El Porvenir, pero los tres pasaron por su selección nacional.
EL IMPERIO DEL GOL NACIENTE
La última movida inmigratoria es el arribo de jóvenes japoneses. Estos pequeños samurais llegan becados por la federación nipona para perfeccionar sus condiciones en el medio argentino. De todos ellos, el mejor suerte corrió fue el delantero Kijima Ryosuke, que este año llegó a la final por el ascenso a la B Nacional con en Defensores de Belgrano. Vino a préstamo y se fue dejando un grito de gol, para cambiar las peladas canchas de nuestro ascenso por los magníficos estadios de su país: alterna la titularidad en el Yokohama Marinos.
Otros veinte pibes japoneses rondan por el ascenso, pero al que no le causa mucha gracia que lo confundan es a Lee Don Jin, el chico que vino de Corea del Sur para ponerse este año la camiseta de Laferrere.
Hombres de cuarenta países diferentes se sumaron a los sudamericanos para alimentar nuestro fútbol. La mayoría de estos portadores de ilusiones, los que llegaron ya de grandes, hicieron mucho ruido. Algunos por lo exótico, otros porque prometían más de lo que finalmente dieron. Pero ninguna nuez apareció en una canasta yanqui o africana. El brillo importado tuvo la marca de España o Italia en el envase. Mundo sin fronteras, globalización, mercados comunes... El fútbol será uno solo. Pero el talento es de unos pocos.
Esta nota ya tiene sus años. Desde su publicación hasta hoy fueron muchos más los "extranjeros raros" que llegaron al fútbol argentino. Después, la devaluación del peso desalentó a varios aventureros, pero siguieron llegando futbolistas sin renombre desde el Caribe y otras procedencias remotas. Tu mensaje puede servir para "continuar" el artículo en el tiempo, con los que llegaron desde entonces.
Un post para releer y aprender algo sobre la influencia exterior del fútbol argentino. Para mí, lo más importante es que Argentina siempre supo mantener la identidad y características de su fútbol autóctono, más allá de enriquecerse o no con jugadores de fuera.
ResponderBorrarSupongo que la npta tendrá tiempo, como dices, porque en cuanto a fichajes exóticos, es obligado mencionar a Takahara, el primer y único (hasta la fecha) japonés que ha vestido la camiseta de Boca.
Saludos, Pablo!
Gracias por pasar por el blog, excelente nota...me sirve mucho..saludos...
ResponderBorrarwww.futbolistasextranjeros.blogspot.com
pablo yo te decia si podes mandarme una foto de lamptey en union un poco mas grande que la que esta publicada
ResponderBorrary tambien si puede ser de hernandez en boca un poco mas grande si podes
si no no importa avisame
otra cosa el blog esta bueno gracias por hacer un comentario amigo
lautaro
lautaroalberti-cappo.blogspot.com
Buenas tardes. Muy bueno el post, aunque, si no es molestia, necesitaría algunas precisiones más sobre los extranjeros que jugaron en el amateurismo. Yo estoy recopilando datos al respecto, y le puedo agregar al italiano Mario Busso, que jugó en Boca en los años '20. Otro dato: Pedro "Arico" Suárez se llamaba en realidad Pedro Bonifacio Suárez Pérez. Una duda: ¿Labonia nació realmente en Italia? ¿O sólo era "Tano" de apodo?. No se olvide además que en Argentina jugó un turco: Yako Danon (Chacarita 1948), nacido en la parte asiática de Turquía, Esmirna. El húngaro "Sas", que fuera campeón con Boca en 1940, se llamaba en realidad Sohn Férenc (no "Shon", como salió publicado en varios lados).
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