Humberto Grondona fracasó en su intento de llevar a la Sub 20 mexicana al Mundial de Holanda, pero ¿quién es este hombre tan cuestionado?
Artículo publicado en la revista SoccerManía (México), en febrero de 2005.
Por PABLO ARO GERALDES
La palabra pesa, asusta, paraliza: “Fracaso”. Después de haberle perdido el rastro a Humberto Grondona, desde la Argentina se pensó que su puesto al frente de la Selección Sub 20 de México era como una jubilación adelantada: un ambiente menos caliente que el de su tierra, un contrato por demás interesante y con una camiseta que en la zona Concacaf tiene un peso indiscutible, una Tricolor con fuerte presencia en los mundiales juveniles. Aunque crecen, los vecinos no podían hacerle sombra a los mexicanos camino a Holanda 2005; la apuesta de las fichas daba un pronóstico ganador. Pero no. La historia es conocida: Estados Unidos, Panamá, Canadá y Honduras arrancarán el torneo en junio. ¿México? Sí, un fracaso.
Polémico, frontal, sorprendente, atrevido, locuaz... A sus 45 años, Humbertito, como lo conoce el medio futbolístico argentino, no experimenta nada nuevo. Su carrera como futbolista durante los 80 fue más bien modesta y se la relaciona solamente con Arsenal, el equipo que papá Julio fundó en 1957, 22 años antes de comenzar a conducir los destinos del futbol argentino y ser vicepresidente de FIFA.
En 1992 asumió como entrenador de Racing y lo máximo que consiguió fue el odio de los hinchas de Independiente, el equipo rival de Avellaneda, al que los Grondona están absolutamente unidos.
Luego del traspié racinguista, los dirigentes de Talleres de Córdoba lo contrataron con la inocente convicción de que tener como entrenador al hijo mayor del capo máximo del fútbol nacional les traería ciertos favores arbitrales y los ayudaría a salvarse del descenso, ya que el sistema de promedios los tenía prácticamente condenados. Grondona llegó y redobló la apuesta: “Talleres no va a descender, al contrario, vamos a ser protagonistas, lo firmo ahora mismo”, anunciaba con vehemencia. Pero la realidad cuenta que los cordobeses nunca sacaron un beneficio de tener a Humbertito en la banca y el equipo descendió, aunque en las últimas fechas del torneo le dejó el cargo a José Pastoriza.
Se marchó a España y fue ayudante de campo de Carlos Bilardo en el Sevilla, en otro naufragio profesional. Probó suerte con las inferiores de Nacional, en Montevideo y pronto llegó el llamado para trabajar en Independiente, uno de los bastiones familiares, pero no le alcanzó con el apellido: la gente lo identificaba con Bilardo, la antítesis futbolística del gusto exquisito de los hinchas rojos. La aventura terminó en el olvido, claro que en su boca las cosas son distintas: “en Independiente decían que el equipo me quedaba demasiado grande, pero no se acuerdan que ahí gané la Supercopa Sudamericana”. Verdad a medias: en ese entonces era ayudante del Zurdo López y sólo estuvo al frente del equipo en 8 partidos. “Pero yo aporté un granito de arena muy importante”, se justificaba.
Partió a la provincia de Mendoza donde condujo a Godoy Cruz Antonio Tomba, en segunda división. Era un buen equipo, quizá el mejor de los que tuvo bajo sus órdenes, pero el ascenso le fue esquivo.
Los resultados mandaban y la hostilidad crecía. Entonces dijo adiós y se cruzó de vereda: “Cambié el fútbol por el periodismo. Ya no doy más notas porque ahora soy el que las hace”, declaraba cuando sostenía que su alejamiento sería definitivo. “Me curé de espanto, la pasé muy mal con el fútbol, era demasiada la violencia que había hacia mí. No podía vivir y menos entrar a una cancha, me empezaban a putear. No sabía si iba a salir vivo”.
Los hinchas rivales siempre acusaron a los equipos comandados por Grondona de ser favorecidos, pero la realidad indica otra cosa. Fracasó con Racing, descendió con Talleres, pasó sin trascendencia por Independiente y no pudo lograr el ascenso con Arsenal ni con Godoy Cruz. El nombre del padre no gravitó en este sentido.
Tras su exilio en el periodismo, probó suerte en el 2000 como técnico del América Cochahuayco, filial del Universitario de Lima, Perú. Su currículum vitae es más bien pobre, pero no le impedía soñar en grande. Pese a los fracasos, en 1995 quería ser el técnico de las selecciones juveniles argentinas, pero el elegido fue otro. “Ya fue... me acostaron, me durmieron y lo terminé aceptando”, se lamentaba más tarde de la oportunidad que no fue. “Quizá si hubiera sido otro mi padre, el entrenador de los juveniles hubiese sido yo, pero él no podía tomar esa decisión. Después vino todo ese verso de los proyectos...”, destilaba su bronca ante la revista El Gráfico. Pero ese otro, el elegido, el de los proyectos a los que Grondona llamaba “verso” era un desconocido en la Argentina: José Pekerman. Pero eso desconocido que le sacó el lugar con un proyecto serio, ganó tres mundiales juveniles, en 1995, 1997 y 2001.
En 1996 la misma publicación le preguntaba:
- ¿Le reprochaste a tu papá no haberte designado como entrenador de los juveniles?
- No, nunca le reproché nada. Pero no hay drama. Ahora crecí y aspiro a más: a ser el técnico de la Selección Mayor.
- ¿Estás hablando en serio?
- Sí, muy en serio. Todo técnico tiene que soñar con eso... Puede ser que sea el técnico en el 2002, o en el 2006. Vamos a poner en el 2006. Para esa época voy a tener 46 años, casi un pibe...
Luego de su paso por México, todas estas ambiciones parecen broma.
Con la eliminación del mundial del Holanda consumada, sólo le faltaba afrontar la realidad: “doy la cara y me levantaré de este fracaso aunque muchos me quieran matar”, aseguró, al tiempo que pedía disculpas “a la gente que creyó en mí” y ensayó una excusa adolescente: “Es la primera vez que pasa”.
Otra historia que termina sin final feliz para Humberto Grondona. Con el dolor a cuestas armará las maletas hacia un nuevo desafío. Y recordará la máxima que gobierna el anillo de su poderoso padre: “Todo pasa”.