>El fútbol internacional ha cambiado enormemente desde que Uruguay albergó la primera Copa Mundial de la FIFA en 1930. En una entrevista exclusiva con FIFA World, Francisco Varallo, el último sobreviviente de la final entre Uruguay y Argentina de aquel año, opina sobre las últimas ocho décadas de fútbol internacional y la tremenda transformación del deporte en general.
Por PABLO ARO GERALDES
Entrevista publicada en la revista FIFA World, en marzo de 2010.
El comienzo de la historia de la Copa Mundial de la FIFA tiene un testigo privilegiado. ¿Testigo? Mucho más que eso: el argentino Francisco Varallo acaba de cumplir 100 años y es el único sobreviviente de la final disputada en Montevideo, en 1930. Con 20 años jugó aquel partido histórico en el estadio Centenario, en el que su país cayó 4-2 ante los anfitriones uruguayos.
Luego del Mundial, Varallo inició ocho años de gloria con Boca Juniors, donde fue hasta 2008 el máximo goleador histórico, con 181 tantos en 210 partidos.
Los abuelos todavía hablan de su poderoso remate, de su olfato de gol, de su gran temperamento... FIFA World dialogó con él su casa de La Plata, a 60 kilómetros de Buenos Aires, sobre el fútbol que vivió y los cambios que presenció a lo largo de un siglo.
FIFA World: ¿Qué recuerdos guarda de la primera Copa Mundial?
Francisco Varallo: Fue un sueño. Argentina tenía un equipo fantástico y yo solamente había jugado un partido con la Selección, dos meses antes del Mundial. Yo era un chico y miraba deslumbrado a jugadores como Luis Monti, Manuel Ferreira, Guillermo Stábile... En esa época los entrenadores apenas hablaban, los once que entraban a la cancha los decidían los jugadores de mayor experiencia. El día del debut ante Francia le pregunté al capitán Ferreira cómo tenía que jugar y él me respondió: “juegue como usted sabe, haga lo que quiera”. Y las cosas me salieron bien.
Varallo, frente a México en la Copa del Mundo 1930. |
En el partido con Chile me lesionaron una rodilla y no jugué la semifinal con Estados Unidos, porque me guardaron para la final. Yo estaba dolorido y no tendría que haber jugado la final, pero uno, en el afán de dar todo por la camiseta... En el segundo tiempo pateé con alma y vida y me resentí la rodilla. Quedamos con diez hombres, y al rato se lastimó otro y otro... No había cambios: quedamos con ocho. Pero nos ganaron bien, qué va a hacer... Ocho contra once era imposible; ahí fue cuando en el segundo tiempo nos ganaron los uruguayos. Nos ganaron bien.
En 80 años muchos aspectos del fútbol evolucionaron. ¿Cómo eran, por ejemplo, el entrenamiento y la alimentación?
En los años ’30 se entrenaba tres veces por semana o menos. Pero yo me entrenaba solo, por mi cuenta, porque era muy constante. Cuando estaba en La Plata me iba a correr a un parque, y en Buenos Aires me dejaban practicar en la cancha de Boca, solo. Hasta hace pocos años seguí entrenándome, siempre estuve en movimiento y lo hice con gusto.
En cuanto a la comida, no había nutricionistas ni nada parecido. Stábile nos recomendaba que no comiéramos sandwichs de salame; esa era la única premisa. Yo siempre comí muy bien, de todo. Llevé una dieta típicamente argentina: mucha carne. Y antes de jugar yo pedía doble ración. Roberto Cherro me preguntaba: “Panchito, ¿por qué vos comés más que el resto?”. “Si no, no hago goles”, le explicaba yo. La comida era energética y sana; nada de alcohol ni de tabaco. No había gaseosas ni se comía tanta pasta, como ahora. Fue una buena alimentación, porque hoy tengo la dentadura intacta. Habrá un componente genético, pero nunca estuve gordo y mantuve mi musculatura.
Durante mi carrera jamás tuve un chequeo médico. Los avances en ese aspecto son fantásticos. Después de la lesión que sufrí en el Mundial de Uruguay nunca volví a recuperarme del todo. Ahora se reponen de una operación enseguida, es extraordinario: ¡Salen caminando del quirófano!
¿Cómo era la vida de un futbolista?
Me crié en una casa de clase media, en la que vivía con mis padres y mis tres hermanos. Nunca pasamos hambre, todos pudimos estudiar.
No existían las vacaciones. En esa época se iba al campo o a Buenos Aires, que era todo un paseo, con sus teatros, sus galerías. En los años ‘30 empecé a ir a Mar del Plata, cuando había que transitar un camino de tierra de 400 kilómetros. Y allí nadaba, me encantaba el mar.
Ser jugador de Boca me dio la posibilidad de comprarme un auto. Y me gustaba la velocidad: conduje autos hasta pasados mis 80 años y nunca gasté los frenos, je je... Llegaba a Mar del Plata en 4 horas. Claro, el parque automotor no era la locura de hoy.
¿Qué países visitó?
Los lugares del mundo que conocí fueron gracias al fútbol. En New York vi la nieve por primera vez. Fue durante una gira que se dividió en dos: un grupo iba a Europa y el otro, donde estaba yo, a Estados Unidos, México y Cuba. Antes no se viajaba tanto: a Europa la conocí recién en 1998, cuando la FIFA me invitó a Bordighera, cerca de Mónaco, antes de la Copa Mundial en Francia. Un lugar hermoso, me metí en el mar, pero no era tan lindo como Mar del Plata... ¡tenía piedras!
¿Qué papel ocupaba el futbolista en la sociedad?
Toda su potencia goleadora para Boca Juniors. |
Boca Juniors es el club más popular de Argentina y jugar allí me permitió entablar una amistad con Carlos Gardel, la máxima voz del tango. Íbamos a caminar juntos por Corrientes, la avenida símbolo de Buenos Aires. Éramos conocidos los jugadores, pero era una popularidad más sana. Yo podía ir al teatro, y hasta tuve una novia actriz, pero nunca el periodismo se metió en mi vida privada. Cuando terminé mi carrera y volví a La Plata retomé el ritmo de vida habitual, de familia.
¿Cómo fue lo que siguió?
Después del retiro jugué con los veteranos de Boca mientras estudiaba para ser entrenador. Fui director técnico de Gimnasia y Esgrima entre 1957 y 1959 y lo salvé del descenso. Después, la familia me recomendó que me alejara. Por el lado del cariño y del amor me convencieron, pero siempre mi vida estuvo vinculada al fútbol, es el tema de conversación de cada uno de mis días.
En una época fui preparador físico y entrenador de niños, pero después me puse una agencia de lotería, que hoy maneja mi hija Teresa. Yo estaba allí, en mi barrio platense de toda la vida, y tenía contacto con la gente, con los futboleros, todo el tiempo. Trabajando se vivía bien, el esfuerzo rendía sus frutos, pero siempre tuve que trabajar. Nada que ver con los grandes futbolistas de hoy, que ganan mucho dinero rápidamente. En una época me habían ofrecido vivir en Buenos Aires, poner un restaurante en La Boca, aprovechar mi imagen y el nombre que me dio el fútbol, pero nunca me importó demasiado el dinero. Cuando era muy joven, me prometieron mucha plata para ir a jugar a Italia, pero preferí quedarme junto a mi madre. Después hice lo mismo con mi familia, algo que disfruté toda la vida.
¿Sigue viendo fútbol?
Sí, me gustan los jugadores que disparan al arco, como Batistuta. Yo les digo a todos: tiren, cuando se dan media vuelta, si patean con alma y vida ¡salen goles bárbaros! Hoy yo sería un Batistuta, tenía la misma forma de encarar y convertir. Él es un muchacho admirable. Cuando lo conocí le pedí sacarnos una foto y él me respondió: “Yo soy el orgulloso de tomarme una foto con usted”.
Todas las imágenes y objetos que se ven en la casa de Varallo son nuevos. No hay un solo recuerdo del fútbol. Su hija explica: “Papá es tremendamente generoso, regaló todo. Venía un periodista y le obsequiaba sus fotos, venía un amigo y le ofrendaba su camiseta... No guardó nada. Cuando lo convocaron del museo de Boca Juniors no tuvo nada para ofrecerles”.
Panchito, como todos lo llaman con cariño, es un referente del fútbol. “En La Plata me conocen todos, me saludan los abuelos, los jóvenes, hasta los niños... Me nombraron Ciudadano Ilustre: ahora, de viejo, me hacen más homenajes que antes, parece que sigo siendo importante”, se sorprende.
El fútbol le hizo conocer muchas celebridades, tener muchos amigos...Una de las personas que pude tratar por ser conocido fue a Juan Manuel Fangio, el piloto cinco veces campeón de Fórmula Uno. Y una de mis grandes alegrías fue cuando la FIFA cumplió 100 años: viajé con mi hija y nos trataron como reyes. Me reencontré con Di Stéfano, conocí a los presidentes de los clubes más importantes, estuve con Blatter, con Pelé, con Platini, con Butragueño... Todas personas encantadoras que me trataron con mucho cariño. Y presenciar aquel partido Francia-Brasil es otro recuerdo imborrable.
Su lucidez es elogiable. ¿Es consciente de cuán importante es en la historia de la Copa Mundial de la FIFA?
Me parece increíble que los jóvenes me conozcan. En Francia se me acercaban alemanes, polacos, ingleses, suizos... todos querían saludarme, con mucha pasión y respeto. Hoy siguen mandándome cartas a mi casa. Y algunos hasta mandan regalos. Son gestos inolvidables que me llenan de felicidad. ¡Y todo gracias al fútbol!
¿Cómo fue lo que siguió?
Después del retiro jugué con los veteranos de Boca mientras estudiaba para ser entrenador. Fui director técnico de Gimnasia y Esgrima entre 1957 y 1959 y lo salvé del descenso. Después, la familia me recomendó que me alejara. Por el lado del cariño y del amor me convencieron, pero siempre mi vida estuvo vinculada al fútbol, es el tema de conversación de cada uno de mis días.
En una época fui preparador físico y entrenador de niños, pero después me puse una agencia de lotería, que hoy maneja mi hija Teresa. Yo estaba allí, en mi barrio platense de toda la vida, y tenía contacto con la gente, con los futboleros, todo el tiempo. Trabajando se vivía bien, el esfuerzo rendía sus frutos, pero siempre tuve que trabajar. Nada que ver con los grandes futbolistas de hoy, que ganan mucho dinero rápidamente. En una época me habían ofrecido vivir en Buenos Aires, poner un restaurante en La Boca, aprovechar mi imagen y el nombre que me dio el fútbol, pero nunca me importó demasiado el dinero. Cuando era muy joven, me prometieron mucha plata para ir a jugar a Italia, pero preferí quedarme junto a mi madre. Después hice lo mismo con mi familia, algo que disfruté toda la vida.
¿Sigue viendo fútbol?
Sí, me gustan los jugadores que disparan al arco, como Batistuta. Yo les digo a todos: tiren, cuando se dan media vuelta, si patean con alma y vida ¡salen goles bárbaros! Hoy yo sería un Batistuta, tenía la misma forma de encarar y convertir. Él es un muchacho admirable. Cuando lo conocí le pedí sacarnos una foto y él me respondió: “Yo soy el orgulloso de tomarme una foto con usted”.
Todas las imágenes y objetos que se ven en la casa de Varallo son nuevos. No hay un solo recuerdo del fútbol. Su hija explica: “Papá es tremendamente generoso, regaló todo. Venía un periodista y le obsequiaba sus fotos, venía un amigo y le ofrendaba su camiseta... No guardó nada. Cuando lo convocaron del museo de Boca Juniors no tuvo nada para ofrecerles”.
Panchito, como todos lo llaman con cariño, es un referente del fútbol. “En La Plata me conocen todos, me saludan los abuelos, los jóvenes, hasta los niños... Me nombraron Ciudadano Ilustre: ahora, de viejo, me hacen más homenajes que antes, parece que sigo siendo importante”, se sorprende.
El fútbol le hizo conocer muchas celebridades, tener muchos amigos...Una de las personas que pude tratar por ser conocido fue a Juan Manuel Fangio, el piloto cinco veces campeón de Fórmula Uno. Y una de mis grandes alegrías fue cuando la FIFA cumplió 100 años: viajé con mi hija y nos trataron como reyes. Me reencontré con Di Stéfano, conocí a los presidentes de los clubes más importantes, estuve con Blatter, con Pelé, con Platini, con Butragueño... Todas personas encantadoras que me trataron con mucho cariño. Y presenciar aquel partido Francia-Brasil es otro recuerdo imborrable.
Su lucidez es elogiable. ¿Es consciente de cuán importante es en la historia de la Copa Mundial de la FIFA?
Me parece increíble que los jóvenes me conozcan. En Francia se me acercaban alemanes, polacos, ingleses, suizos... todos querían saludarme, con mucha pasión y respeto. Hoy siguen mandándome cartas a mi casa. Y algunos hasta mandan regalos. Son gestos inolvidables que me llenan de felicidad. ¡Y todo gracias al fútbol!