Sin figuras mediáticas, sin el ruido que suelen hacer los grandes, Banfield se quedó con el Torneo Apertura. Humildad, trabajo y goles uruguayos fueron las claves del título.
Artículo publicado en el Anuario ESPN 2009.
Por PABLO ARO GERALDES
Todo terminó donde había empezado. La historia de este Banfield campeón entre abrazos y lágrimas de alegría arrancó con festejos en La Bombonera entre cabezas gachas y hasta lágrimas de bronca.
Rivalidad sureña, pica de barrio. El título que Lanús festejó hace dos años en la cancha de Boca fue un puñal en el orgullo banfileño, un club que transitaba los mismos carriles de la prolijidad administrativa que su vecino.
Aparecieron los afiches granates, las cargadas, la insoportable vecindad solamente atenuada por la estación Remedios de Escalada. Y en la reclusión del silencio de Banfield hubo un juramento tácito, una promesa de venganza que se grabó en cada integrante del equipo, en cada dirigente, en cada hincha del Taladro.
Si Lanús había sido campeón, Banfield tenía que ser campeón.
Los nombres cambiaron en estos dos años. Cristian Lucchetti fue el mensajero, el encargado de transmitir ese dolor silente que había que revertir. Así, se renovaron los nombres pero la idea siguió viva. Cvitanich y Pavlovich le pasaron el mandato del gol a los uruguayos Santiago Silva y Sebastián Fernández.
Juan Manuel Llop se fue y le pasó la posta técnica al interinato Jerez-Barreiro. Asumió Jorge Burruchaga y se marchó al finalizar el último Clausura. Y llegó el momento de que Julio César Falcioni encaminara su segundo período en el club.
La idea se mantuvo, como una obsesión. "Si Lanús pudo, Banfield tiene que poder". Siempre en silencio, sin estar en los planes de nadie, Falcioni y sus muchachos encararon una pretemporada con mentalidad de campeón, esa que podría desglosarse en trabajo, convicción y constancia.
Su fútbol sólido fue creciendo escalón a escalón, a la par de un Newell's que mantenía el paso. Había licencia para soñar, pero a los equipos chicos el saber popular les pone el absurdo freno del "ya se va a caer". Los 113 años de historia del club hacían más pesada la carga, pero el primer título profesional se estaba gestando.
Desde la seguridad defensiva del arquero Lucchetti, con Víctor López y Sebastián Méndez por delante, más Barraza y Bustamante por los laterales. Desde la concentración del medio, llámese Bustos (hasta su lesión), Quinteros, Battión o Erviti, con la explosión adolescente del colombiano James Rodríguez en la creación y el poder de gol con sello montevideano encarnado en Santiago Silva y Sebastián Fernández.
Banfield marcó el ritmo al son de los tambores uruguayos. Los primeros 15 goles, hasta la fecha 12, tenían origen extranjero. Recién en ese partido contra Estudiantes marcó Erviti el primer tanto argentino.
Siguió creciendo sin hacer ruido hasta que tuvo que asumir su papel de candidato, luego de derrotar a Independiente en su nuevo Libertadores de América. La marcha firme lo tuvo invicto hasta la fecha 16, cuando cayó inesperadamente ante un Racing maltrecho. Pero se levantó y siguió, callado, su rumbo hasta la consagración final.
"Fuimos el mejor equipo, el que ganó en todas las canchas", repetía Falcioni en La Bombonera, mientras abandonaba por un día su gesto adusto para quebrarse en llanto. "Fue muy parejo, si era Newell's tambien hubiera estado bien. Lo importante para mí es haber logrado un título después de mucho trabajar y remar en esta institución que no lo había logrado nunca en su historia", resumía el ex arquero, flamante campeón en Argentina.
En medio de los festejos, a los 32 años, Sebastián Méndez hizo de este título el punto final de su fructífera carrera. Sumó 8 títulos con las tres camisetas argentinas que vistió: Vélez, San Lorenzo y Banfield. Desde su experiencia y velocidad, fue uno de los mejores centrales de este Apertura, jugó los 19 partidos y supo irse en la cima, un reflejo que pocos tienen.
Era la hora de romper el silencio. De mutar la reflexión en grito exaltado. Como los que profirió Silva, el goleador del torneo con 14 tantos. Y no fue un artillero por mera acumulación de goles; los que marcó fueron determinantes. De los 41 puntos que consagraron campeón a Banfield, 21 llegaron por tantos que anotó Silva. Más de medio título se le debe al uruguayo.
Su compatriota Sebastián Fernández, que estuvo a punto de irse y lo retuvo Falcioni, aportó tres goles. Ellos y el colombianito Rodríguez (3 tantos) anotaron el 80 por ciento de los gritos.
De aquel Lanús a este Banfield. Dos años; dos estaciones. Un campeonato, una revancha. Y un grito que rompió el silencio.
5 comentarios:
Muy buen post Pablo. Entre tanto desorden que plantea el fútbol argentino, dentro y fuera de la cancha, la rigurosidad táctica que le imprimió Falcioni al equipo, más los destellos de James Rodríguez y Erviti, junto a la potencia de Silva le sirvieron para quedarse con un justo torneo. Saludos y Felicidades!
Feliz año nuevo, con los ánimos renovados y la mejor de las suertes.
Emiliano
La Caldera del Diablo
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