Por PABLO ARO GERALDES
En 1930 Uruguay quedaba mucho más lejos de Europa. Llegar a Montevideo desde el Viejo Continente suponía dos semanas de travesía en barco, dejar todo lo conocido y aventurarse a cruzar el océano. Eso, sumado a la crisis económica mundial que había estallado en 1929, derivó en que la primera Copa del Mundo de la FIFA contara con apenas cuatro selecciones europeas entre las que no estarían España, ni Italia, ni Inglaterra, ni Alemania, ni Holanda.
Rey Carol II de Rumania |
El entrenador era Costel Rădulescu, un veterano de la Primera Guerra Mundial y que, más tarde, estaría entre los fundadores de la Federación Rumana de Fútbol.
Los yugoslavos (o mejor dicho, los serbios, ya que los croatas estaban boicoteando la federación de fútbol de Yugoslavia debido a la política interna) se entusiasmaron y se sumaron al torneo, pero no se embarcaron en el Conte Verde debido a una disputa geopolítica con Italia por el Trieste, región de población eslava sometida a una "italianización" y discriminada bajo el régimen fascista de Benito Mussolini. Por eso, en vez de abordar en Génova siguieron hasta Marsella, donde el 19 de junio iniciaron la travesía a bordo del SS Florida, un paquebote de pasajeros, más pequeño pero bien equipado. Fueron los primeros en comenzar el largo viaje que incluyó una escala en Miami. Junto a ellos debían viajar los egipcios, pero llegaron tarde por una tormenta en el Mediterráneo y se tuvieron que volver a Alejandría: se perdieron el Mundial. Mandaron un cable con sus disculpas: el debut africano en la Copa quedaría para cuatro años más tarde.
Para entonces los rumanos habían iniciado su travesía ferroviaria el 16 desde Bucarest hacia Timisoara y luego hacia Italia: "Perdí dos noches en el tren a Génova. Los asientos eran realmente malos, simplemente mataron nuestros huesos. Pero valió la pena", recordaba Rudolph Wetzer, capitán de la selección rumana. Allí, en Génova, el 19 de junio entraría en escena el Conte Verde, el barco más destacado en la historia del fútbol, el protagonista de estas líneas. Su importancia fue tal que vale resumir sus primeros años: había sido montado a comienzos de los años 1920s en los astilleros William Beardmore & Co en Dalmuir, Escocia, y en 1923 pasó a brindar servicios en la compañía naviera Lloyd Sabaudo de Génova, para unir ese puerto italiano con New York. Llevaba el apodo de Amedeo VI de Savoia (conocido como el conde verde), fallecido en 1383, para quien el color verde era portador de buena fortuna.
Lo operaba una tripulación de cuatrocientas personas; medía 180 metros de eslora y 22,6 de manga. Podía desplegar una velocidad de 18,5 nudos, propulsado por turbinas a vapor, y desplazar 18.760 toneladas. Un transatlántico monumental.
Fotografía de 1923 |
El confortable jardín de invierno del barco. |
Pero el cruce transtlántico más importante de su historia lo hizo en 1930 rumbo a Montevideo, con sesenta futbolistas, tres árbitros, un rey y un trofeo.
Los rumanos navegaron unas horas desde Génova hasta Villefranche-sur-mer, puerto francés pegado a Niza, donde el Conte Verde hizo su primera escala. Allí, el 21 de junio se les sumó la delegación de Francia que la noche anterior había partido en tren desde París. Junto a la selección iban el presidente de la FIFA Jules Rimet con su esposa Jeanne, dos árbitros (el francés Claude Georges Balway y el belga Henri Christophe) y un trofeo alado llamado 'Victoire' (victoria), obra del escultor francés Albert Lafleur, destinado al vencedor. Se componía de una copa octagonal, sostenida por una figura alada representando a Niké, la diosa griega de la victoria. Ese que en cuarenta días habría de resplandecer en las manos de los primeros campeones del mundo.
Placa conmemorativa de la partida del seleccionado francés en el puerto de Villefranche-sur-mer. |
Tampoco podía faltar Bélgica, impulsada por Rudolf Seedrayers, vicepresidente de la FIFA. Así, ese 22 de junio el Conte Verde siguió su derrotero hacia el sudoeste y ancló en Barcelona, donde se sumaron la delegación de Bélgica (comandada por el dirigente Oscar van Kesbeeck) y el árbitro John Langenus, también belga, que acabaría dirigiendo la final del certamen.
Aviso de la naviera Lloyd Sabaudo en el diario español La Época: anunciaba la escala en Barcelona para el 22 de junio. |
El buque puso proa hacia el estrecho de Gibratar y al pasar ante Algeciras dejó el Mediterráneo para adentrarse en el Atlántico.
Cuenta el diario catalán La Vanguardia: “Los rumanos nos sorprendieron por sus dotes cantoras. Cada vez que iniciaban un concierto bajo la dirección de su delantero centro, los pasajeros abandonaban los salones para asistir a aquel refinamiento artístico”. El árbitro Langenus recordó que "los franceses se adueñaron de un rincón del barco al que bautizaron Montmartre y se distraían con canciones de Maurice Chevalier”. La música era un buen pasatiempo entre las olas.
De jugar al fútbol, ni hablar, pero... ¿cómo mantenían la forma física? El cruce del océano duró diez días, en los que los tres equipos se turnaban en sesiones de entrenamiento en la lujosa cubierta. Peculiares ejercicios a babor, movimientos para que el cuerpo no se entumeciera a estribor: algunos trotes, salto de soga y poco más. La pelota solamente se usaba para prácticas de mano, coordinación y ya. “Solo se nos cayó un balón al agua”, apuntó el delantero rumano Rudolf Wetzer, que además de ser el único profesional y capitán del equipo, estaba encargado junto a Octav Luchide de armar los entrenamientos, bajo las órdenes de técnico Costel Rădulescu.
El plantel francés se compuso de 16 jugadores. Junto a ellos viajaron Raoul Caudron y Jean Rigal, dos de los tres miembros de la comisión de selección (el otro, Maurice Delanche, permaneció en Francia) y el asistente Sr. Panosetti. El entrenador Gaston Barreau tampoco pudo realizar el viaje, al no poder ausentarse de sus obligaciones en la Academia de Música.
El diario de Pinceti da para escribir un libro entero, vale repetir otros pasajes de su manuscrito: "...Curioso este deporte y estos futbolistas que viajan con un equipaje lleno de zapatos de cuero hasta los tobillos, que cada día lustran con grasa antes de entrenar en la cubierta. Ese puente y esa cubierta de la que se han quejado pero que, hablando de barcos, para mí es lo mejor de Europa. En este barco tienen un gimnasio, es posible pasear, practicar deportes y hacer otras actividades y diversiones. Incluso en la tercera clase -aquella de los inmigrantes- se viaja en camarote y se dispone de agua corriente". Y sigue: "Pintorescos personajes sobre los que de no conocer de antemano su vínculo con el deporte los podría haber confundido con alguno de nuestros fornidos carboneros o algún estibador del muelle. Hombres fuertes, algo por otra parte lógico, puesto que para tener el coraje suficiente como para pegarle con la cabeza al pétreo balón de cuero con el que juegan, dotado de una aparatosa costura exterior, hay que tenerlos muy bien puestos. O como mucho y tal y como me reveló el jugador francés Luciente Laurent, tener el suficiente ingenio como para jugar con una boina rellena con papel de periódico. Buen tipo este Laurent, listo donde los haya y al que le deseo mucha suerte".
El belga Langenus era uno de los personajes distinguidos de la travesía. Así lo recuerda el comandante Pinceti: "Un tipo peculiar, culto, elegante, políglota y periodista, con el que he mantenido alguna que otra conversación interesante y al que he observado entrenar con un curioso uniforme: chaqueta, corbata oscura, camisa blanca, pantalones bombachos, zapatos que le llegan a los talones y medias negras que cubren la valenciana del pantalón, todo ello rematado con una gorrita muy peculiar".
Pierre Billotey, periodista enviado especial de Le Journal, transmitía sus crónicas a París por clave morse y daba cuenta de la travesía. Estas notas eran replicadas por periódicos belgas y rumanos, que iban sumando su atención.
Durante los festejos del cruce del Ecuador, Pinceti tuvo otra larga tertulia con Rimet, en la que el presidente de la FIFA le confesó que estaba a punto de ver cumplido su sueño, "un sueño por el que había luchado firmemente y jamás podría llevar a cabo si la Asociación Uruguaya de Fútbol no se hubiera comprometido a correr con todos los gastos, tanto de la travesía como del alojamiento de todos los participantes. Una garantía que sumada al hecho del reparto de los posibles beneficios, más el compromiso de las pérdidas, en caso de déficit, que asumiría Uruguay, han hecho viable un evento de la enorme trascendencia histórica y deportiva. Por ello Rimet se sentía muy ilusionado y me repetía de forma incesante que el Conte Verde pasaría a la historia por ser el barco encargado de llevar a bordo la estatuilla de “Alas doradas” que custodiaba con tanto interés", rememora el comandante.
Entre las aristas risueñas que se guardan de aquel viaje está el hecho de que el defensor francés Agustin Chantrel fue sorprendido con una mujer argentina, esposa de otro hombre a bordo del Conte Verde. Declaró que se casaría con ella cuando ésta obtuviera el divorcio. Sin embargo, a su llegada a Sudamérica, escapó rápidamente del asunto.
Belgas, franceses y rumanos posaron juntos en la cubierta. En el medio, con boina, Jules Rimet junto al capitán Amedeo Pinceti. |
Sin entrenador, el interior derecho Edmond Delfour dirigía los entrenamientos franceses en cubierta. |
El delantero francés Lucien Laurent no imaginaba por entonces que pasaría a la historia por marcar el primer gol de la historia de las Copas del Mundo. Se limitaba a trotar con sus compañeros, como contó años después: "No se habló de tácticas ni nada de eso, simplemente corríamos alrededor de la cubierta. Corriendo, corriendo todo el tiempo. Abajo hacíamos ejercicio: estirar, saltar, subir escaleras, levantar pesas. También había una piscina que todos usamos hasta que el clima se enfrió. Y nos entreteníamos con un acto de comedia o un cuarteto de cuerda. Era como un campamento de vacaciones. Realmente no nos dimos cuenta de la enorme magnitud de por qué íbamos a Uruguay. Hasta años después no apreciamos nuestro lugar en la historia. Fue solo aventura. Éramos hombres jóvenes divirtiéndonos. El viaje en el Conte Verde tomó 15 días. Fueron 15 días muy felices".
El diario de a bordo del comandante Amedeo Pinceti es un tesoro invaluable a la vez que un romántico retrato de época. Un fragmento de su bitácora: "...una larga travesía que en esta ocasión ha estado acompañada por vientos favorables y en la que en referencia al tiempo no ha acontecido ningún hecho reseñable. Aunque Neptuno y Eolo nos han tendido una alfombra roja hasta Montevideo, he de reconocer que para mí este no ha sido un viaje más, puesto que tengo la sensación de que esta travesía perdurará en el tiempo, más aún al repasar mis conversaciones con un distinguido tripulante: el señor Jules Rimet. He de reconocer que este caballero francés me ha dejado huella, y eso que a bordo del Conte Verde han viajado insignes personajes. De entre ellos destacaría especialmente a Carlos Gardel, que en 1928, acompañado por los guitarristas Barbieri y Aguilar, me pidió que detuviera la marcha de las máquinas e invitara a todos los pasajeros y a la tripulación a rendir un silencioso homenaje de pesar al escritor argentino Ricardo Güiraldes (cuyos restos mortales regresaban de París para ser sepultados en el pueblo bonaerense de San Antonio de Areco). Un genio como cantante y como persona, un tipo fascinante este Gardel. Al igual que el Sr. Rimet, el caballero que ha organizado ese curioso torneo que se disputará en Montevideo, que despierta gran curiosidad en mí y me tiene realmente expectante. Expectante porque desde que zarpamos de Génova me fueron sorprendiendo las historias que rodean a estos futbolistas".
Pinceti le hablaba a Rimet de Gardel, pero el presidente de la FIFA, que también era admirador del Zorzal Criollo, le insistía que el navío sería más recordado por el viaje hacia la primera Copa del Mundo que por las anécdotas con el cantante. "Pese a que le he preguntado en más de una ocasión por las significativas ausencias de selecciones europeas como Inglaterra, Italia o España, (Rimet) sigue firme en su convencimiento de que está a punto de hacer historia. Para él pesó más lo costoso y largo de la travesía pocos meses después del derrumbe bursátil de Wall Street y la obstinada resistencia de la FA a sumarse a un proyecto imparable, que el propio hecho futbolístico de afrontar una competición Mundial. Un Mundial a disputar en un lejano país que con sus exhibiciones en Colombes y Ámsterdam se ha situado geográficamente en el planeta", escribió Pinceti.
El cruce del Atlántico llevó más escalas: Lisboa, la isla portuguesa de Madeira, Canarias... Al cruzar el Ecuador, hubo fiesta con el tradicional "bautismo de Neptuno" y los futbolistas también se sumaron. La última parada antes de llegar fue el 30 de junio, en Río de Janeiro, donde los europeos aprovecharon dos días para pasear y probar frutas desconocidas antes de volver a embarcarse, el 2 de julio, cuando el plantel brasileño se incorporó al último tramo del viaje.
El diario de a bordo del comandante Amedeo Pinceti es un tesoro invaluable a la vez que un romántico retrato de época. Un fragmento de su bitácora: "...una larga travesía que en esta ocasión ha estado acompañada por vientos favorables y en la que en referencia al tiempo no ha acontecido ningún hecho reseñable. Aunque Neptuno y Eolo nos han tendido una alfombra roja hasta Montevideo, he de reconocer que para mí este no ha sido un viaje más, puesto que tengo la sensación de que esta travesía perdurará en el tiempo, más aún al repasar mis conversaciones con un distinguido tripulante: el señor Jules Rimet. He de reconocer que este caballero francés me ha dejado huella, y eso que a bordo del Conte Verde han viajado insignes personajes. De entre ellos destacaría especialmente a Carlos Gardel, que en 1928, acompañado por los guitarristas Barbieri y Aguilar, me pidió que detuviera la marcha de las máquinas e invitara a todos los pasajeros y a la tripulación a rendir un silencioso homenaje de pesar al escritor argentino Ricardo Güiraldes (cuyos restos mortales regresaban de París para ser sepultados en el pueblo bonaerense de San Antonio de Areco). Un genio como cantante y como persona, un tipo fascinante este Gardel. Al igual que el Sr. Rimet, el caballero que ha organizado ese curioso torneo que se disputará en Montevideo, que despierta gran curiosidad en mí y me tiene realmente expectante. Expectante porque desde que zarpamos de Génova me fueron sorprendiendo las historias que rodean a estos futbolistas".
Un rato de esparcimiento para el seleccionado belga. |
Pinceti le hablaba a Rimet de Gardel, pero el presidente de la FIFA, que también era admirador del Zorzal Criollo, le insistía que el navío sería más recordado por el viaje hacia la primera Copa del Mundo que por las anécdotas con el cantante. "Pese a que le he preguntado en más de una ocasión por las significativas ausencias de selecciones europeas como Inglaterra, Italia o España, (Rimet) sigue firme en su convencimiento de que está a punto de hacer historia. Para él pesó más lo costoso y largo de la travesía pocos meses después del derrumbe bursátil de Wall Street y la obstinada resistencia de la FA a sumarse a un proyecto imparable, que el propio hecho futbolístico de afrontar una competición Mundial. Un Mundial a disputar en un lejano país que con sus exhibiciones en Colombes y Ámsterdam se ha situado geográficamente en el planeta", escribió Pinceti.
La selección francesa, camino a Montevideo. |
El diario de Pinceti da para escribir un libro entero, vale repetir otros pasajes de su manuscrito: "...Curioso este deporte y estos futbolistas que viajan con un equipaje lleno de zapatos de cuero hasta los tobillos, que cada día lustran con grasa antes de entrenar en la cubierta. Ese puente y esa cubierta de la que se han quejado pero que, hablando de barcos, para mí es lo mejor de Europa. En este barco tienen un gimnasio, es posible pasear, practicar deportes y hacer otras actividades y diversiones. Incluso en la tercera clase -aquella de los inmigrantes- se viaja en camarote y se dispone de agua corriente". Y sigue: "Pintorescos personajes sobre los que de no conocer de antemano su vínculo con el deporte los podría haber confundido con alguno de nuestros fornidos carboneros o algún estibador del muelle. Hombres fuertes, algo por otra parte lógico, puesto que para tener el coraje suficiente como para pegarle con la cabeza al pétreo balón de cuero con el que juegan, dotado de una aparatosa costura exterior, hay que tenerlos muy bien puestos. O como mucho y tal y como me reveló el jugador francés Luciente Laurent, tener el suficiente ingenio como para jugar con una boina rellena con papel de periódico. Buen tipo este Laurent, listo donde los haya y al que le deseo mucha suerte".
Otra toma de la selección francesa. |
Pierre Billotey, periodista enviado especial de Le Journal, transmitía sus crónicas a París por clave morse y daba cuenta de la travesía. Estas notas eran replicadas por periódicos belgas y rumanos, que iban sumando su atención.
Durante los festejos del cruce del Ecuador, Pinceti tuvo otra larga tertulia con Rimet, en la que el presidente de la FIFA le confesó que estaba a punto de ver cumplido su sueño, "un sueño por el que había luchado firmemente y jamás podría llevar a cabo si la Asociación Uruguaya de Fútbol no se hubiera comprometido a correr con todos los gastos, tanto de la travesía como del alojamiento de todos los participantes. Una garantía que sumada al hecho del reparto de los posibles beneficios, más el compromiso de las pérdidas, en caso de déficit, que asumiría Uruguay, han hecho viable un evento de la enorme trascendencia histórica y deportiva. Por ello Rimet se sentía muy ilusionado y me repetía de forma incesante que el Conte Verde pasaría a la historia por ser el barco encargado de llevar a bordo la estatuilla de “Alas doradas” que custodiaba con tanto interés", rememora el comandante.
Los capitanes Pierre Braine (Bélgica), Alexandre Villaplane (Francia) y Emerich Vogl (Rumania). |
Entre las aristas risueñas que se guardan de aquel viaje está el hecho de que el defensor francés Agustin Chantrel fue sorprendido con una mujer argentina, esposa de otro hombre a bordo del Conte Verde. Declaró que se casaría con ella cuando ésta obtuviera el divorcio. Sin embargo, a su llegada a Sudamérica, escapó rápidamente del asunto.
En la misma travesía viajaron, entre otros pasajeros, dos estrellas de la ópera: Fyodor Chaliapin y Marthe Nespoulous. Apuntes sueltos antes de la Copa del Mundo.
El 4 de julio, con cinco horas de retraso respecto a la hora estipulada, el Conte Verde atracaba en el puerto de la capital de la República Oriental del Uruguay. El recibimiento fue multitudinario. En Montevideo ya los esperaban los yugoslavos, así como los mexicanos y estadounidenses que habían viajado juntos (los aztecas hicieron primero el trayecto Veracruz - La Habana - New York, donde se unieron al equipo USA y embarcaron en el SS Munargo).
Tras el arribo, Rimet fue invitado a una audiencia personal con el presidente uruguayo Juan Campistegui.
Concluía así el viaje más recordado del imponente transatlántico. Y en tal sentido lo dejó reflejado su máxima autoridad:
"Tengo la sensación de que esta no será una singladura más, de que estas líneas en mi 'Diario de a bordo' atestiguarán un hecho histórico para el deporte y para la humilde historia del SS Conte Verde y su capitán, el que suscribe y firma este conglomerado de experiencias y emociones"
LAS SELECCIONES "PASAJERAS" DEL CONTE VERDE EN LA COPA DEL MUNDO 1930
No les tocó cruzarse en la Copa, los cuatro seleccionados participaron en diferentes grupos y ninguna logró avanzar a semifinales (solamente pasaban los ganadores de cada zona). Francia y Bélgica, en simultáneo, abrieron el mundial: los franceses vencieron 4-1 a México en la cancha de Peñarol, en Pocitos, mientras los belgas cayeron 0-3 ante los Estados Unidos en el Parque Central, reducto de Nacional.
En el Grupo A, Francia continuó su estancia en Montevideo con dos derrotas ante Argentina y Chile, ambas por 0-1. En el Grupo B Brasil debutó perdiendo 1-2 con Yugoslavia, venció luego 4-0 a Bolivia pero no le alcanzó para avanzar.
Tras el arribo, Rimet fue invitado a una audiencia personal con el presidente uruguayo Juan Campistegui.
Jules Rimet desembarca en Montevideo. |
"Tengo la sensación de que esta no será una singladura más, de que estas líneas en mi 'Diario de a bordo' atestiguarán un hecho histórico para el deporte y para la humilde historia del SS Conte Verde y su capitán, el que suscribe y firma este conglomerado de experiencias y emociones"
Amedeo Pinceti, comandante del transatlántico SS Conte Verde, 1930
Antes de empezar el mundial, en suelo montevideano y a modo de entrenamiento, Francia venció en un amistoso informal a Rumania por 4-2.
El 8 de julio se realizó el sorteo de los grupos para repartir a los 13 participantes.
El presidente de la República Oriental del Uruguay, Juan Campisteguy, recibió personalmente en el palacio presidencial a Jules Rimet y a su compatriota, el árbitro Thomas Balway. La invitación de Balway fue a modo de pésame por la pérdida de su esposa, que falleció mientras él se dirigía a Uruguay, por lo que su participación en los festejos y en el torneo fue muy acotada. Campisteguy tenía ascendencia vasco-francesa y conversaron en la lengua del país cuya fiesta nacional -el Día de la Bastilla, 14 de julio- se avecinaba.
El 10 de julio, Maurice Fischer y los miembros del Comité Organizador convocaron a una reunión de los 15 árbitros para repasar las Reglas del Torneo de la FIFA y garantizar la uniformidad de su aplicación. Luego visitaron el palacio presidencial donde se agasajó a los participantes con un suntuoso banquete. Era el comienzo de la semana de celebraciones por el Centenario de la Constitución.
Lo que siguió fue una marcha en honor de los héroes de la Independencia, con una procesión de Campisteguy a la que se unieron las delegaciones: recorrieron la Avenida 18 de Julio hasta la Plaza Independencia, donde todos se reunieron bajo la estatua de José Gervasio Artigas, héroe nacional del Uruguay. Las celebraciones era el prólogo para la fiesta grande: estaba por comenzar el primer Campeonato Mundial de Fútbol.
LAS SELECCIONES "PASAJERAS" DEL CONTE VERDE EN LA COPA DEL MUNDO 1930
No les tocó cruzarse en la Copa, los cuatro seleccionados participaron en diferentes grupos y ninguna logró avanzar a semifinales (solamente pasaban los ganadores de cada zona). Francia y Bélgica, en simultáneo, abrieron el mundial: los franceses vencieron 4-1 a México en la cancha de Peñarol, en Pocitos, mientras los belgas cayeron 0-3 ante los Estados Unidos en el Parque Central, reducto de Nacional.
En el Grupo A, Francia continuó su estancia en Montevideo con dos derrotas ante Argentina y Chile, ambas por 0-1. En el Grupo B Brasil debutó perdiendo 1-2 con Yugoslavia, venció luego 4-0 a Bolivia pero no le alcanzó para avanzar.
En el C Rumania venció 3-1 a Perú en el partido con menos concurrencia de la historia mundialista: apenas unas 300 personas asistieron aquella tarde gris a la cancha de Peñarol. Su despedida tuvo más testigos: 80.000 uruguayos presenciaron la goleada 4-0 de la Celeste. Por último, el Grupo D Bélgica se despidió con dos derrotas: después de la mencionada contra los estadounidenses, cayó 0-1 ante Paraguay.
La delegación francesa, con Jules Rimet incluido, estuvo alojada en el Rowing Club de Montevideo. Los belgas se quedaron en Punta Carretas.
Rumania - Francia Bélgica - Brasil |
La vuelta a casa fue dispersa. Rumanos y belgas retornaron a bordo del transatlántico italiano SS Duilio, que zarpó de Montevideo el 31 de julio e hizo escalas (con partidos amistosos incluídos) en Santos, Río de Janeiro (donde se sumaron los franceses), Barcelona y Génova antes de atracar en Villefranche-sur-Mer el jueves 14 de agosto, casi dos meses después de haber comenzado la aventura mundialista. En la mañana del viernes 15 la delegación de Francia llegó en tren a la Gare de Lyon, en París.
El retorno de los rumanos no fue un viaje de placer, precisamente. El mediocampista Alfred Eisenbeisser se enfermó durante la travesía y le diagnosticaron neumonía. Cuando el transatlántico ancló en Génova, lo dejaron en Italia para recuperarse. Días después, la multitud que aguardaba al equipo en la estación norte de Bucarest notó enseguida su ausencia y se corrió el falso rumor de que había muerto en Uruguay. Una vez repuesto, Eisenbeisser (que también era conocido como "Fredi" Fieraru) retornó a Rumania y a la par del fútbol inició una exitosa carrera de patinaje artístico que lo llevaría a competir en los Juegos Olímpicos de invierno 1936, en Garmisch-Partenkirchen, Alemania.
DESPUÉS DE URUGUAY
Aquellas travesías entre el Mediterráneo y el Río de la Plata se terminaron en 1931, cuando al Conte Verde le modificaron las bitácoras y pasó a la compañía Lloyd Triestino para cubrir la ruta Trieste-Shanghai, vía Suez, Bombay, Colombo, Singapur y Hong Kong, un trayecto que demandaba 24 días. El mundo estaba cambiando para peor, el dolor de la Guerra Mundial de 1914 a 1918 parecía no haber dejado enseñanzas. El clima de violencia crecía con epicentro en Berlín, pero pronto iba a extenderse por el planisferio.
El retorno de los rumanos no fue un viaje de placer, precisamente. El mediocampista Alfred Eisenbeisser se enfermó durante la travesía y le diagnosticaron neumonía. Cuando el transatlántico ancló en Génova, lo dejaron en Italia para recuperarse. Días después, la multitud que aguardaba al equipo en la estación norte de Bucarest notó enseguida su ausencia y se corrió el falso rumor de que había muerto en Uruguay. Una vez repuesto, Eisenbeisser (que también era conocido como "Fredi" Fieraru) retornó a Rumania y a la par del fútbol inició una exitosa carrera de patinaje artístico que lo llevaría a competir en los Juegos Olímpicos de invierno 1936, en Garmisch-Partenkirchen, Alemania.
DESPUÉS DE URUGUAY
Aquellas travesías entre el Mediterráneo y el Río de la Plata se terminaron en 1931, cuando al Conte Verde le modificaron las bitácoras y pasó a la compañía Lloyd Triestino para cubrir la ruta Trieste-Shanghai, vía Suez, Bombay, Colombo, Singapur y Hong Kong, un trayecto que demandaba 24 días. El mundo estaba cambiando para peor, el dolor de la Guerra Mundial de 1914 a 1918 parecía no haber dejado enseñanzas. El clima de violencia crecía con epicentro en Berlín, pero pronto iba a extenderse por el planisferio.
El cantante Carlos Gardel en 1931, en uno de los últimos viajes del Conte Verde al Río de la Plata |
Mientras, el Conte Verde seguía navegando y recopilando aventuras, como en 1936, cuando llevó al equipo olímpico chino que participaría en los Juegos Olímpicos de Berlín, o en 1937, cuando superó un tremendo tifón que lo hizo colisionar con otro barco cerca de Hong Kong: quedó encallado un mes en las costas del cabo Collinson. Pronto, el dolor se ganó el protagonismo de esa cubierta que en 1930 había respirado sueños de fútbol. Entre 1938 y 1940 el navío sirvió para exiliar a 17.000 judíos de Alemania y de Austria, que en su huida de la locura desatada por Adolf Hitler buscaron refugio en China. La persecución nazi de ciudadanos judíos se intensificó mucho más después del 9 de noviembre de 1938, tras la tristemente célebre Kristallnacht (noche de los cristales rotos). Literalmente, el navío se había transformado en un barco salvavidas.
Cuando el 10 de junio de 1940 Italia entró en la II Guerra Mundial, el Conte Verde ya no pudo regresar de uno de aquellos viajes y quedó varado en Shanghai. En diciembre de 1941 Japón le declaró la guerra a los Aliados y al año siguiente el barco (bajo el nombre de Teikyo Maru) cursó un extraño viaje a Lourenço Marques (Mozambique) para servir como transporte en un intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y Japón, trueque que finalmente no se realizó. Mientras estaba amarrado en el puerto de Yokohama esperando un segundo viaje de intercambio, las negociaciones entre Japón y Estados Unidos colapsaron. El Conte Verde retornó a Shanghai.
Poco después, consumada la caída de Benito Mussolini, la tripulación italiana decidió hundir la nave para evitar que cayera en manos japonesas, cosa que igualmente acabaría sucediendo en 1944. En julio de aquel año las tropas del emperador Hirohito lo reacondicionaron y lo reflotaron pero el 8 de agosto una bomba B-24 de la aviación estadounidense lo hundió de nuevo.
Lejos de rendirse definitivamente, lo que quedaba del viejo Conte Verde fue resucitado por el ejército nipón: lo rebautizaron Kotobuki Maru, y pasó a transportar tropas. El 25 de julio de 1945, dos semanas antes del bombardeo de Hiroshima, un nuevo ataque norteamericano lo volvió a hundir. Fue el final del majestuoso navío. En 1949, lo que quedaba fue desguazado.
Cuando el 10 de junio de 1940 Italia entró en la II Guerra Mundial, el Conte Verde ya no pudo regresar de uno de aquellos viajes y quedó varado en Shanghai. En diciembre de 1941 Japón le declaró la guerra a los Aliados y al año siguiente el barco (bajo el nombre de Teikyo Maru) cursó un extraño viaje a Lourenço Marques (Mozambique) para servir como transporte en un intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y Japón, trueque que finalmente no se realizó. Mientras estaba amarrado en el puerto de Yokohama esperando un segundo viaje de intercambio, las negociaciones entre Japón y Estados Unidos colapsaron. El Conte Verde retornó a Shanghai.
Poco después, consumada la caída de Benito Mussolini, la tripulación italiana decidió hundir la nave para evitar que cayera en manos japonesas, cosa que igualmente acabaría sucediendo en 1944. En julio de aquel año las tropas del emperador Hirohito lo reacondicionaron y lo reflotaron pero el 8 de agosto una bomba B-24 de la aviación estadounidense lo hundió de nuevo.
Lejos de rendirse definitivamente, lo que quedaba del viejo Conte Verde fue resucitado por el ejército nipón: lo rebautizaron Kotobuki Maru, y pasó a transportar tropas. El 25 de julio de 1945, dos semanas antes del bombardeo de Hiroshima, un nuevo ataque norteamericano lo volvió a hundir. Fue el final del majestuoso navío. En 1949, lo que quedaba fue desguazado.
1 comentario:
El tiempo que te has tomado pa' averiguar a detalle el viaje del Conte Verde, el posterior destino del navío a detalle y demás merece un aplauso de pie. Como ávido fanático del balompié y los transatlánticos, te la rifaste. Un saludo desde Quanaxh Huato, Méjico.
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