viernes, 18 de julio de 2025

Estadio Centenario, monumento del fútbol mundial

Artículo publicado en FIFA Magazine, en enero de 2008
Por PABLO ARO GERALDES

Hacia mediados de los años ’20 el fútbol ya era tremendamente popular en Uruguay, campeón olímpico en 1924 y 1928. Cuando el Congreso de la FIFA celebrado en Barcelona en 1929 otorgó al pequeño país sudamericano la organización del Primer Campeonato Mundial de fútbol se tuvo que apurar un proyecto largamente ambicionado: construir un gran estadio en Montevideo, la capital. Había solamente 14 meses por delante, todo fue vertiginoso. Se otrogó el terreno en el Parque de los Aliados y en pocas semanas el arquitecto Juan Scasso diseñó un revolucionario estadio circular y no rectangular como la mayoría de los de Europa. El 1º de febrero de 1930 comenzaron las obras y se trabajó durante las 24 horas para llegar a tiempo. Por las noches, enormes reflectores iluminaban a los operarios. Pero a medida que el otoño avanzaba el frío recrudecía y semanas enteras de lluvias obligaban a paralizar las obras.

El 18 de julio Uruguay festejaba el primer siglo de su Constitución. Para ese día estaba previsto el debut de su selección, ante Perú, pero el torneo debía empezar el 13 y el clima impidió la finalización de la construcción. Por eso Francia y México debieron dar comienzo a la historia de la Copa Mundial en la modesta canchita de Peñarol, con tribunas de madera. Paralelamente, Estados Unidos y Bélgica debutaban en el Parque Central, reducto de Nacional. Mientras, un diario alarmaba sobre el apuro de las obras para terminar el gran estadio: “el cemento aún estará fresco y hay peligro de derrumbe”.

Durante toda la noche del 17 estufas y braseros secaron el césped para que estuviera listo. El día del Centenario llegó y unas 80 mil personas desbordaron a los anonadados acomodadores sin experiencia y colmaron las tribunas que fueron bautizadas Colombes, Amsterdam (por los dos torneos olímpicos ganados), América y Olímpica, coronada esta por la bellísima Torre de los Homenajes. A las 14:30 Uruguay y Perú hicieron rodar el balón donde hacía solamente 8 meses había un gran parque de paseo. A los 20 minutos de la segunda mitad Héctor Castro disparó desde fuera del área y venció al arquero inca Jorge Pardón. Fue el primer gol de la historia del Estadio Centenario y la victoria celeste por 1-0.

El 30 de julio de 1930 Uruguay vencía a Argentina 4-2 y
conquistaba el primer Campeonato Mundial. Castro
marca el cuarto gol uruguayo ante un Centenario repleto.
Con el mismo vértigo con el que se construyó, se desarrolló el torneo. Doce días después de su inauguración, sus gradas eran testigo de la final. Uruguay venció a Argentina 4-2 y levantó la Copa Mundial ante la colosal torre de cien metros. Uruguay, un país que no llegaba a los dos millones de habitantes, le repetía al planeta, como en 1924 y 1928, que en el football era el mejor.

JOYA SUDAMERICANA
Históricamente el fútbol uruguayo era en realidad el fútbol montevideano. Así el Centenario se asentó como “el” estadio por excelencia. El 28 de septiembre de ese 1930 alojó su primer clásico, en el que Peñarol derrotó a Nacional 1-0.

Era el gran teatro de los uruguayos... y más. Mientras Europa sufría el desangramiento de la Segunda Guerra Mundial, Sudamérica seguía la fiesta del fútbol. En 1942 el Centenario fue sede del Campeonato Sudamericano. Con el récord de siete países participantes, Argentina aplastó a Ecuador 12-0, en el que hoy sigue siendo el score más abultado de la historia de la Copa América. Además, Herminio Masantonio logró el récord de 3 goles en sólo 8 minutos al marcar a los 20, 21 y 28 del segundo tiempo. Pero en la final, como en 1930, Uruguay volvió a celebrar sobre los argentinos con dos nombres que ocho años después le darían al país la gloria máxima en el Maracaná: Obdulio Varela y Schubert Gambeta.

En 1956 volvió a jugarse allí el Sudamericano, con todos partidos nocturnos, y otra vez fue Uruguay quien se impuso en el último partido a Argentina 1-0. El resultado rompía una tremenda racha argentina, ya que hasta entonces su última derrota por Copa América había sido aquella final de 1942.
Otro hito del estadio se plantó el 19 de abril de 1960, cuando Peñarol goleó 7-1 a Jorge Wilstermann, de Bolivia... era el primer partido de la historia de la Copa Libertadores, el principal certamen sudamericano de clubes. Esa tarde el ecuatoriano Alberto Spencer (máximo goleador de la historia del torneo) anotó 4 tantos. Peñarol fue campeón y el 3 de julio inauguró en el Centenario una nueva historia, la de la Copa Intercontinental. Ese día la visita de Real Madrid con Di Stéfano, Puskas y compañía logró el récord de entradas vendidas en el estadio: 71.872.

EL CLÁSICO Y LA CELESTE
Entre sus míticas tribunas se coronaron 7 campeones de la Libertadores: Estudiantes de La Plata, Peñarol, Independiente, Boca Juniors, Nacional (2 veces) y Flamengo. Por su césped pasaron los grandes nombres del gol en Sudamérica, además de Spencer: los uruguayos Fernando Morena, Pedro Rocha y Julio César Morales, los argentinos Daniel Onega y Luis Artime o los brasileños Pelé y Jairzinho.

En 1967 volvió a la rutina: fue la cancha donde se jugaron todos los partidos de la Copa América, trofeo que nuevamente quedó en Montevideo. ¿El partido final? Otra costumbre: festejar ante Argentina.

A fin de 1980, para celebrar los 50 años de la primera Copa Mundial, el Centenario hospedó la Copa de Oro de Campeones Mundiales, conocida como Mundialito, que reunió a todos ganadores menos a Inglaterra, que fue suplantada por Holanda. Diego Maradona era ya la máxima estrella del planeta, pero el trofeo se quedó nuevamente en casa: en la final Uruguay venció a Brasil 2-1.
El 18 de diciembre de 1982, el Comité Ejecutivo de la FIFA, lo declaró “Monumento Histórico del Fútbol Mundial”, y el 18 de julio del año siguiente se colocó una placa conmemorativa.

Peñarol-Nacional, el clásico uruguayo.
En octubre de 2008 se cumplirán 20 años de la última victoria uruguaya en la Copa Libertadores. Los clubes sufren la crisis del fútbol nacional que obliga a la exportación de la estrellas que cada año surgen en este próspero país. Las alegrías de las gradas quedaron reducidas a los coloridos clásicos entre Peñarol y Nacional, la única oportunidad de llenarlas, más allá de la Selección. Y fue La Celeste la que ofreció el último gran festejo, la conquista de la Copa América 1995. Pasaron más de doce años, sin embargo todo se atesora bajo el hormigón histórico. En su interior el Museo del Fútbol es una visita ineludible para todo aquel que pase por Montevideo.

Entre sus tribunas resuena el eco de mil gritos de gol. Desde aquellos cuatro de Dorado, Cea, Iriarte y Castro que le dieron a Uruguay su primera Copa Mundial hasta los más recientes de Francescoli, Recoba y Forlán están aquí, a orillas del Río de la Plata. Pasado y futuro; historia y sueños, como el de albergar la Copa Mundial 2030. El Centenario trasciende lo nacional. Es más que un estadio montevideano o uruguayo. Es patrimonio de toda Sudamérica... Es una joya mundial.

EL ESTADIO
Nombre: Estadio Centenario
Dirección: Av. Ricaldoni s/n - Parque Batlle y Ordoñez - Montevideo, Uruguay
Construido: 1930
Última remodelación: 2001
Aforo total: 76.609
Propietaria: Intendencia Municipal de Montevideo
Alberga: partidos internacionales y locales de gran trascendencia

RECONSTRUCCIÓN VIRTUAL

jueves, 17 de julio de 2025

Antonio Carbajal: la leyenda de 5 Copas

El mexicano Antonio Carbajal fue el primer futbolista de la historia en disputar cinco Copas del Mundo. Esta es parte de una charla en su taller de vidriería de la ciudad de León, en 2015.

Por PABLO ARO GERALDES

Por las calles de León se huele su historia. Las curtiembres tiñen el aire y dan cuenta de la industria del cuero que inició allí su prosperidad e hizo de la ciudad la "capital mundial del calzado".

Fundada el 20 de enero de 1576 por Martín Enríquez de Almansa bajo el nombre de Villa de León, hoy es una gran metrópoli que aloja a más de dos millones de habitantes. La ciudad más poblada del estado de Guanajuato es conocida también como "la Perla" y "Motor del Bajío", pero para los futboleros hay una referencia más fuerte: con sus 92 años vive allí Antonio Carbajal, la "Tota", el legendario arquero que fue el primer futbolista de la historia en jugar en cinco Copas del Mundo.

Poniendo rumbo hacia la parte histórica de la ciudad está el barrio San Juan de Dios. Allí, a metros de la iglesia del mismo nombre estaba la vidriería Carbajal, el reducto laboral que por décadas fue motivo de peregrinaje de hinchas de todo el país.

Carbajal nació en la capital mexicana el 7 de junio de 1929 y su niñez la vivió en una vecindad "parecida a la que mostraba el Chavo del 8, pero no teníamos a ninguna Doña Florinda, ja ja ja...", remata con su amistosa sonrisa. Por entonces jugaba en el Oviedo, al que llama "un equipo llanero" y allí conoció a una persona que terminaría marcándolo para siempre: "desde la cuarta infantil, la tercera infantil, todas las categorías hasta las juveniles, el señor Peque Sánchez me enseñó a ser portero y también me enseñó a ser vidriero... La vidriería fue mi trabajo de toda la vida".
En 1950 dejó la capital y echó sus raíces en León, donde defendió el arco esmeralda en 364 partidos, durante 16 años.

-¿Cómo es eso de que su padre no le permitía jugar al fútbol?
-Es cierto, pero no le hice caso. Mi sueño estaba en la portería. Los años han pasado y todo lo que tuve fue gracias al futbol. Y alcancé más de lo que había soñado...

-¿Las cinco Copas del Mundo?
-Así es, me siento orgulloso de poder dejar un legado. Siempre quise llegar a ser alguien y parece que lo he conseguido. Ya pasó medio siglo de mi último partido como futbolista, pero la gente aún me tiene presente, en cada charla me recuerda quién soy y me demuestra su cariño. Eso me dice algo muy especial.

Tan especial como el afecto que día a día le prodigan sus vecinos. Como cuando atendía en la vidriería, donde hoy funciona la churrería Las Duyas. Todos querían un autógrafo, una foto, una anécdota, una sonrisa con la leyenda del fútbol azteca. Su historia con el seleccionado comenzó en los Juegos Olímpicos de Londres, cuando tenía solamente 17 años y fue invitado a integrar el plantel olímpico, que se despidió rápidamente al caer 5-3 contra Corea del Sur.

Dos años más tarde comenzó su larga aventura mundialista, en Río de Janeiro. En la IV Copa del Mundo el cuadro mexicano no pudo superar la fase de grupos: perdió sus tres encuentros, en los cuales Carbajal fue titular. El primero, el bautismo de fuego, fue nada menos que el match inaugural contra Brasil.
El debut mundialista en el Maracaná.
En Suiza 1954 México venía de perder 5-0 con Brasil (había atajado Salvador Mota, del Atlante), y Carbajal retomó su puesto en el arco, pero la derrota 3-2 ante Francia significó la despedida del certamen helvético.

Ya con 29 años, en Suecia 1958, fue el titular en los tres partidos del grupo y además fue el capitán. Aunque México no logró el pase a cuartos de final, el empate 1-1 con Gales significó el primer punto conseguido en la historia mundialista.

En Chile 1962 volvió a tapar en los tres partidos y aunque la selección tampoco pudo superar la instancia de grupos, Carbajal fue protagonista de la primera victoria mexicana en una Copa del Mundo: el 3-1 sobre Checoslovaquia, que a la postre sería el subcampeón.

Llegó a Inglaterra 1966 con 37 años de edad. La portería se le confió a Ignacio Calderón (del Guadalajara) en los partidos con Francia (1-1) e Inglaterra (0-2), pero Carbajal se metería en la historia al jugar su quinta Copa Mundial: fue el arquero del tercer partido, ante Uruguay y nada menos que en mítico estadio de Wembley. Y además logró lo que no había podido en sus anteriores participaciones: mantener su valla invicta. El 0-0 no alcanzó y México se despidió del torneo, pero la hazaña personal estaba consumada.
La despedida mundialista en Wembley.

Sus once partidos mundialistas:
24-6-1950 Río de Janeiro: México 0-4 Brasil
28-6-1950 Porto Alegre: México 1-4 Yugoslavia
2-7-1950 Porto Alegre: México 1-2 Suiza
19-6-1954 Ginebra: México 2-3 Francia
8-6-1958 Estocolmo: México 0-3 Suecia
11-6-1958 Estocolmo: México 1-1 Gales
15-6-1958 Sandviken: México 0-4 Hungría
30-5-1962 Viña del Mar: México 0-2 Brasil
3-6-1962 Viña del Mar: México 0-1 España
7-6-1962 Viña del Mar: México 3-1 Checoslovaquia
19-7-1966 Londres: México 0-0 Uruguay

Gran atajada contra Brasil, en su primer 
partido mundialista

El fútbol mexicano no tenía la fortaleza ni la impronta que impone hoy en las Copas del Mundo. Por entonces figuraba entre los más débiles y eso devino en un récord negativo para Carbajal, ya que en sus once partidos mundialistas recibió 25 goles, una cifra que lo coloca como el arquero más goleado.

"Eran otros tiempos: te pagaban poco y te exigían mucho. Ahora pagan mucho y exigen poco. Ahora se hace más difícil para el futbolista mexicano porque traen muchos extranjeros, y no estoy en contra de eso, pero vienen muchos maletas, muchos mediocres. Será cuestión de empezar a levantar la voz", sentencia.
Un momento distendido de la entrevista.

La Tota nunca usó guantes, portero de los de antes, que entre en sus infinitas memorias guarda los recuerdos de cracks del pasado: "Hacia fines de los '40 he tenido el honor de jugar con en el club España con Isidro Lángara y con el Charro Moreno, a quien recuerdo como un bohemio de maravillas. Yo era muy joven y ellos ya tenían su carrera. En una ocasión teníamos que jugar contra el Veracruz y resulta que Isidro y el Charro llegaron cantando como a las once de la mañana... ¡Venían de fiesta y aun así jugaron excelente!".

-Cuando atajaba en el España, Santiago Bernabéu se interesó por usted, ¿no pensó en jugar en el extranjero?
-No, porque me siento una persona agradecida. México me dio la posibilidad de defender sus colores en una Olimpíada y en cinco mundiales. Me han dicho de todo, de "pendejo" para arriba, de todo. Pero no me arrepiento. Soy feliz.

Las estadísticas de su carrera en el arco de la selección mexicana dicen que disputó 47 partidos, con 22 victorias, 10 empates y 15 derrotas. Esa suma de 47 encuentros se desglosa en 9 amistosos, 5 por Panamericanos, 22 de eliminatorias mundialistas y finalmente los 11 por Copa del Mundo.

El debut mundialista lo tiene entre sus recuerdos más nítidos: "era increíble. Oía el griterío '¡Brasil, Brasil!' y eso me motivaba más. Era el estreno oficial del Maracaná. Luchamos aunque ellos obviamente eran mucho mejores que nosotros y nos ganaron 4-0".

Maravillosa caricatura de Carlos Nine
(quien firmaba como "Yeite") publicada en la
revista Los Mundiales de Fútbol y la Copa 82.
Otra historia poco conocida lo tiene a Carbajal como un "falso fotógrafo" en el Mundial de 1966. "Nacho Calderón estaba pasando por un muy buen momento y él era el portero titular. Yo tenía 37 años y él 22 y me pedía 'Antonio, ayúdame. Ponte atrás de la portería y dirige la defensa'. Entonces me colgué una cámara al cuello y me puse desde atrás a darle indicaciones a la defensa", recuerda entre risas y destaca que "nadie se dio cuenta. Además hablaba en español y la mayoría de los fotógrafos eran ingleses, no me entendían".

Para el tercer partido, ante Uruguay, el entrenador Ignacio Tréllez se inclinó por un cambio en el arco y decidió ponerlo a Carbajal, luego de una actuación poco convincente de Calderón. "Vas a jugar contra Uruguay, me dijo; y yo le pregunté '¿porque lo merezco o nomás por jugar?'", rememora. Así se gestó su despedida mundialista con récord y el arco en cero: "yo les daba confianza a los muchachos y ellos me daban confianza a mí. Ya tenía confianza, estaba suelto, no me pesaba el equipo que fuera rival ni nada. Eso llega con los años, con la experiencia".

-¿Llegó a sacar alguna foto con esa cámara?
-No, ninguna, ja ja ja...

-Con los años hizo centenares de trabajos como comentarista. ¿Podría ser aquella su primer cobertura como hombre de los medios?
-No lo había pensado, pero sí... Fue un aprendizaje, ja ja ja. No había carteles de publicidad, estaba ahí detrás de la portería.

-Y en Rusia, Rafael Márquez puede igualar su récord. ¿Qué le parece?
-Es algo genial. ¡Las marcas están para ser igualadas y para romperlas!

Por 32 años Antonio Carbajal fue el único futbolista que disputó 5 Copas del Mundo. En 1998 lo igualó el alemán Lothar Matthäus y en 2018 finalmente Rafa Márquez también lo logró. Hay un cuarto en cuestión que fue a cinco mundiales, pero solamente jugó en cuatro: el arquero italiano Gianluigi Buffon.
Carbajal falleció el 9 de mayo de 2023 en León. Tenía 93 años.

Gracias a los amigos Carlos Márquez y Alan Peniche, que hicieron posible esta entrevista.

miércoles, 16 de julio de 2025

Maracanazo - En julio no se festeja el carnaval

El genial escritor Eduardo Galeano recordaba al Maracanazo como "la jodida tentación de dormir el sueño de la eterna nostalgia. Porque la nostalgia es más cómoda que la esperanza"
Artículo publicado en la revista El Gráfico, en marzo de 2002
Por PABLO ARO GERALDES


Europa empezaba a curar las heridas del holocausto, a ponerse lentamente de pie, mientras en Sudamérica el fútbol seguía vivo. Los campeonatos Sudamericanos eran una pasarela interminable de figuras a las que les faltó la consagración en un Mundial.

Tras el horror de la guerra, la FIFA volvió a reunirse en el Congreso de Luxemburgo de 1946. Brasil fue el único que presentó una postulación para organizar el Mundial siguiente, que todavía no tenía fecha. En ese mismo encuentro se decidió ponerle a la copa el nombre de Jules Rimet, en homenaje al presidente de la entidad, impulsor de la creación de los mundiales. Y los ingleses terminaron por darse cuenta que su orgulloso aislamiento no servía de mucho y volvieron a integrarse a la FIFA. Se resolvió que el Torneo Interbritánico, el “Home Championship”, sirviese como eliminatoria, con dos clasificados. La pelota estaba lista para volver a rodar.

En 1947 la Comisión Técnica puso fecha: se jugaría en Brasil en 1950. Pero la Argentina, en medio de su época futbolística más gloriosa decidió no participar. En 1946, un partido ante Brasil en la cancha de River terminó en una batalla campal, resintiendo las relaciones deportivas entre los dos países. Ese era un argumento. Otro apareció en 1948: los jugadores reclamaban mejores salarios y ante la negativa de los clubes se declararon en huelga.
Al mismo tiempo llegaba una noticia curiosa: Neil Franklin, centrehalf de la selección inglesa, dejaba el Stoke City para ir al Millonarios de Bogotá. Algo extraño pasaba. El fútbol colombiano no estaba dentro de la FIFA y empezaba a “capturar” a los mejores jugadores, que al estar fuera del sistema, no necesitaban el pase de su club de origen. Colombia les ofrecía dinero en cantidades impresionantes, especialmente el Millonarios (financiado por Alfonso Senior, un rico comerciante) y hacia allí partieron Pedernera, Rossi, Di Stéfano, Pontoni, Báez, Perucca… En unos meses Colombia se transformó en el Edén.

Los clubes argentinos perdieron a sus figuras, las que por jugar en Colombia, tampoco podían integrar la selección. Algunos sostenían que ante la imposibilidad de enviar un equipo poderoso y asegurarse un papel digno, el gobierno de Perón prefirió la ausencia argentina, para no cargar con el desgaste político de una derrota. No fue la única baja del torneo. Alemania, la potencia derrotada en la guerra, estaba sancionada y no podía participar. Detrás de lo que Churchill bautizó como “Cortina de Hierro” quedaban grandes del fútbol como Hungría y Checoslovaquia, y un gigante que todavía estaba creciendo, la Unión Soviética. Los países comunistas se auto excluyeron. Tampoco estaría Austria.

El 4 de mayo de 1949 el Torino, absoluto dominador del calcio y poseedor de nueve titulares de la selección italiana, volvía de Lisboa, en una de las tantas giras que realizaba para dar exhibición de buen fútbol. Quizá la derrota ante el Benfica había sido un mal presagio, pero el avión FIAT luchó todo lo que pudo contra la tormenta impiadosa. Ya estaba por llegar, pero sus alas se vencieron frente a la colina de Superga.
“E morto il Torino”, fue el título que leyó toda Italia. No sólo los turineses lloraban a sus ídolos, el país perdía a su selección. Un doloroso adiós al arquero Bacigalupo, los defensores Ballarin y Maroso, los centrocampistas Rigamonti y Grezar, los delanteros Menti, Loik, Gabetto y Valentino Mazzola. Con la trágica noticia, se diluyeron las altísimas expectativas que los italianos tenían en el Mundial y quedarse para siempre con la Copa, que sería conservada por el primer tricampeón.

Los escoceses ganaron su lugar escoltando a Inglaterra en el torneo británico, pero renunciaron porque su honor no les permitía salir segundos. Cerca del comienzo la FIFA ofreció esa plaza a Portugal y Francia, pero los lusos no aceptaron la invitación por creer que no es legítimo participar sin haber logrado la clasificación en la cancha. Francia primero dio el OK pero luego rechazó el lugar en protesta por la forma en la que se diagramó la competencia. Por Asia se inscribieron Birmania, India y Filipinas, pero las tres se bajaron solas. Turquía superó a Siria y Palestina pero no asistió al Mundial por dificultades económicas.

Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay debían jugar su eliminatoria en Río de Janeiro, algo que había sido decidido por la FIFA a pedido de Brasil, como un testeo de la organización. Cuando llegaron a la cidade maravilhosa, uruguayos y paraguayos se encontraron con la sorpresa que Perú y Ecuador habían desistido, lo que automáticamente los clasificaba. Para aprovechar el viaje ambas selecciones disputaron un amistoso y Paraguay ganó 3-2.

Uruguay combinaba la experiencia del arquero Roque Máspoli y Obdulio Varela con la juventud habilidosa de Pepe Schiaffino, Míguez o Ghiggia. Había confianza, tanta que no llevaron al máximo descubrimiento charrúa de los últimos veinte años, Walter Gómez, de River.

Quedaron 13 participantes. ¿Supersticiosos? En 1930 había pasado lo mismo y el torneo terminó con la victoria de los anfitriones, no había nada que temer.

MANOS A LA OBRA
En el Congreso de Londres, en 1948, Brasil expliucitó su postura: le parecía absurdo utilizar el sistema de eliminación directa, como en el 34 y el 38. ¿Qué incentivo tendría para participar un país que necesitaba tres semana de viaje si podía quedar afuera tras 90 minutos? Pero la FIFA persistía y Brasil amenazó con renunciar al Mundial. Al final, la idea brasileña se impuso: se dividió a los participantes en cuatro grupos y cada ganador pasaría a la ronda final. Es decir que en una liguilla por puntos se tendría al campeón, sin partido final.

“Tendremos el estadio más grande que la humanidad haya conocido”, decía el comunicado de la Confederación Brasileña. Con menos de dos años de anticipación empezaron las obras en la ribera del riacho Maracaná, de un estadio techado para 200.000 personas. El país apostó todo al Mundial. Algunos ministros se mostraron indignados al enterarse que Flavio Costa, el técnico, cobraba 5.000 dólares por mes, pero la decisión gubernamental era apoyar con todo. Sin Brasil campeón, ningún esfuerzo tendría sentido.

Se contrató una lujosa residencia en los alrededores de Río, donde el plantel residiría cuatro meses. Nada se les podría escapar. Hasta se racionaron las visitas de las esposas. A las diez de la noche había toque de queda en la casa: nada de cachaça, sólo jugos vitamínicos había. Pero pronto el régimen se empezó a flexibilizar. Comenzaron las visitas de parientes, de amigos, de famosos, de políticos “influyentes”, de políticos en busca de renombre, de vecinos… Las salidas empezaron a multiplicarse, primero de manera solapada; al final no había ninguna seriedad.

Al acercarse la fecha de inicio, era evidente que el gigantesco estadio no iba a estar terminado. Entonces el gobierno movilizó 1500 soldados para colaborar en los trabajos. Se “concluyó”, pero es un decir, ya que sólo tenía el campo de juego y las tribunas. Los accesos seguían en obra, los vestuarios eran precarios y no había palco para la prensa. La habilidad de los organizadores consiguió que se habilitara, pero la obra recién se completó en 1951.

GIRA LA BOLA
El 24 de junio, Brasil y México (foto) salieron a darle vida al monstruo de hormigón. Hubo un partido de fútbol, sí, que terminó 4-0 a favor de los anfitriones; pero esa tarde se vivió otra cosa. Una fiesta de verdad, con el termómetro marcando tropicales 28º. Por la inauguración del Maracaná, y por el primer paso hacia el festejo final, que seguro sería para los brasileños. La pirotecnia que rodeó al encuentro era algo nunca visto hasta entonces y llegó a asustar a los mexicanos, partenaires obligados de una celebración ajena.
En ese partido se estrenaron los números en las espaldas, una innovación introducida por la FIFA destinada a identificar mejor a los jugadores.

Al mismo tiempo, en Curitiba, la sorpresa invadía a todos los que esperaban una goleada de España sobre un equipo inmigrantes que jugaba con la camiseta de los Estados Unidos (foto). Zarra, Basora y compañía eran verdaderas figuras del fútbol europeo, pero necesitaron más de 70 minutos para superar a los yanquies, que se habían puesto en ventaja a los 12’ por medio de Souza. Al final fue 3-1 para los españoles, pero el representativo norteamericano había mostrado que no era ningún “rejunte”.

Por el mismo grupo, Inglaterra hizo su debut en los Mundiales superando a Chile por 2-0, sin la presencia de Stanley Matthews.

Los ingleses sentían que le hacía un favor a la competencia con su presencia, convencidos de su superioridad absoluta. Por primera vez, la Liga Inglesa nombró a un técnico, Walter Winterbottom, ya que en las siete décadas de su historia la selección se había formado por un Honorable Comité que citaba a los jugadores por correo, estos se juntaban en el vestuario y salían a la cancha.

Las apuestas lo tenían en segundo lugar, detrás de los locales, pero en la cancha el fantasma inglés no mostró nada como para temerle; salvo un par de elementos, no tenía picardía y su dominio del balón no era gran cosa.

Como sólo clasificaba a la ronda final el primero de cada grupo, los chilenos (foto) tenían que ganarle a España, mientras los ingleses calculaban cuántos goles le harían al pobre conjunto estadounidense. A los norteamericanos los dirigía Bill Jeffrey, un escocés “traidor”, que no se entregaría sin luchar al máximo ante el rival de toda la vida. Su equipo tenía apellidos belgas, portugueses, italianos, irlandeses, pero todos sentían amor por la bandera de las rayas y las estrellas. Mientras, los ingleses venían de ser agasajados en la mina de Morro Velho, explotada por firmas británicas, cuyos dos mil trabajadores los alentarían en las tribunas del Mineirão. Había tanta confianza, o subestimación de los yanquies, que la noche previa la tuvieron libre. Total...


A los cinco minutos Inglaterra ya había disparado ocho veces al arco, pero Borghi, el arquero, respondía. La presión era absoluta, Estados Unidos no podía cruzar la mitad de la cancha; recién atacó por primera vez en el minuto 39. Más que ataque fue un pelotazo, el que Bahar disparó de larga distancia. Pero superó al arquero Williams y Gaetjens, que venía al trote por la izquierda, alcanzó a poner la cabeza para rozarla.

Más que cabecear, le pegó en la cabeza y el buen hombre, nacido en Haití, se encontró de golpe festejando un gol que él le había hecho a Inglaterra. No lo podía creer. Menos cuando el reloj siguió su marcha y los 90 se consumieron en medio del asedio estéril de los ingleses y la locura de las tribunas, que esa tarde, como tantas, se habían inclinado por el más débil. La hazaña se había consumado y tampoco los periodistas podían creerlo. El pueblo de Belo Horizonte invadió la cancha para llevar en andas a los norteamericanos. “England 0 - USA 1”, decían los télex que los enviados especiales despachaban a Europa. “Transmisión errónea, rectifique resultado”, respondían desde Londres. Con las comunicaciones todavía lentas, un diario británico supuso que sería “England 10 - USA 1”, y así tituló al día siguiente. Gaetjens se convirtió en un personaje tan popular que meses después firmó para el Racing de París. Cuando llegó a Francia le confesó a los periodistas: “nunca tuve ciudadanía norteamericana”.
Como España venció a Chile, la clasificación la pelearían, en el Maracaná, España e Inglaterra, con la ventaja de que un empate le daba el pase a las finales a los españoles. En la jornada final del grupo 2, todo volvió a la normalidad y Chile venció a Estados Unidos 5-2, pero era anecdótico. El asunto estaba en Río.
Para aprovechar la lentitud del fondo español, Inglaterra alineó a Milburn, un centreforward rapidísimo, pero Gonzalvo y Alonso apostaron a esperarlo en el área y lo borraron de la cancha. Obligada a ganar, Inglaterra presionó, pero se dio contra el arquero Ramallets, que tuvo la mejor actuación de su carrera. Encima, faltando cinco minutos, Zarra consiguió la victoria (foto). Este encuentro fue el de mayor cantidad de público de aquellos en los que no intervino Brasil.

SE CAE OTRO PESO PESADO
Tras la tragedia de Superga, una curiosa dupla se había hecho cargo de la selección italiana: el dirigente Ferruccio Novo y el periodista Aldo Bardelli. Fue el único equipo europeo que viajó en barco hasta Brasil. Lo hizo en el trasatlántico Sises, que cubría la línea Nápoles-Santos. En el puerto lo esperaban medio millón de tifosi, la mayoría emigrados durante la Segunda Guerra.

El debut ante Suecia concitó gran expectativa, por la gran cantidad de italianos residentes en São Paulo y porque los suecos venían de ganar la medalla de oro olímpica en Londres. Lo que no sabían era que los rubios de amarillo eran en su mayoría amateurs. Pero al salir a la cancha, se notó que el nivel futbolístico de Italia era bajo. Suecia ganó 3-1 y obligó a Italia a golear a Paraguay y después rezar. La derrota dejó una nueva herida en la lastimada Italia. Esa derrota se les grabó tan fuerte que nueve de los once suecos terminaron militando en el calcio.

Paraguay remontó un 0-2 ante Suecia y se quedó con un empate con olor a sorpresa. Y en la última fecha del Grupo 3 los guaraníes se jugaron todo a conseguir la clasificación pero Italia ganó 2-0 con comodidad, dándole el pase a la ronda final a los escandinavos.
Jugar en el Maracaná era una ventaja enorme para Brasil. Pero por una cuestión de federalismo y para calmar la enorme rivalidad carioca-paulista, el local jugaría su segundo partido en São Paulo. Además, ese día jugaron Ruy, Noronha y Alfredo, los preferidos de la afición paulista. El Pacaembú nunca le había dado suerte a Brasil, pero esa era la tarde ideal para espantar los fantasmas, ya que Suiza no significaba ningún peligro. Pero la visita de cortesía salió mal, y no por la “mufa” del lugar, precisamente: aunque Brasil arrancó ganando a los tres minutos, el candado helvético fue algo difícil de abrir para los delanteros (no estaban ni Zizinho ni Jair) y la desesperación abrió espacios para los contraataques. Eso era justo lo que quería Rappan, el técnico suizo. Claro, Suiza había empatado por medio de Fatton y cuando los brasileños se pusieron nuevamente arriba, Fatton volvió a empatar. El público se estaba yendo en silencio, casi resignado a la igualdad, cuando en el último minuto, el suizo Friedlander sacudió uno de los postes de Barbosa.

Brasil tenía que agradecer el empate ante Suiza, porque al mismo tiempo Yugoslavia despachaba a México (foto). Eso indicaba que los brasileños tendrían que ganar el último partido a los yugoslavos si querían estar en la ronda final.

Contra los balcánicos, Brasil contó con su “trío diabólico”. Zizinho-Ademir-Jair salieron a la cancha para el mejor partido del certamen, desde el punto de vista técnico. Los brasileños salieron con ventaja desde el vestuario, pero no de modo figurado.

Mientras Yugoslavia subía por el túnel, el entérala derecho Rajko Mitic chocó su cabeza contra una viga que sobresalía y se abrió una herida que sangraba a borbotones. Sus compañeros le pidieron al árbitro Griffiths que demorara el inicio hasta que lo atendieran, pero el galés se negó y terminaron arrancando el encuentro once contra diez. A los 15 minutos apareció Mitic con un vendaje caricaturesco, pero Brasil ya estaba 1-0 por gol de Ademir.

No por nada a los yugoslavos los llaman “los brasileños de Europa”; los dos equipos respetaban el mismo estilo y el partido tuvo un elevado calibre estético. Zizinho se apiló a cuatro y entró al arco con pelota y todo. Brasil seguía su marcha hacia el título.

En Belo Horizonte, Uruguay no le importaba a nadie. Los bolivianos eran modestísimos y los charrúas no lo perdonaron. Cuatro goles del Pepe Schiaffino, más los de Vidal, Pérez y Ghiggia, sellaron un 8-0 sin vueltas que darle. Aquella jornada paso indiferente, en un estadio casi desierto que ni agua en la duchas tenía. ¿Pero a quién le interesaba? La fiesta estaba en Río.

TRES CANDIDATOS Y UN COLADO
Todos contra todos, una rara fórmula para decidir al campeón. En el Pacaembú, España se convirtió en un dolor de cabeza para Uruguay, que tuvo la suerte de llevarse un empate. Ghiggia había puesto el 1-0, pero dos goles de Basora hicieron que todo el segundo tiempo fuera una marea celeste buscando la igualdad, elevando la imagen de Ramallets. Pero el arquero estaba resentido en un hombro y Obdulio le disparó de lejos venciendo la resistencia de su brazo. Uruguay contaba con la ventaja del descanso, ya que había jugado sólo 90 minutos ante Bolivia, casi un entrenamiento, mientras los españoles arrastraban tres encuentros fuertes.

El 2-2 favorecía a Brasil, que al mismo tiempo estaba abusándose de Suecia en el Maracaná, en medio de un carnaval anticipado, con Zizinho (foto) como destaque de las carrozas. Fueron 7 goles celebrados con una pirotecnia impresionante. “Cada vez que tocaba el balón, explotaban petardos alrededor mío; corría como en un campo minado”, contó después Skoglund. El local estaba sacando rédito de su “diagonal”, la que tenía a Ademir como “punta de lanza”.

La jornada siguiente debía enfrentar a Brasil-Uruguay y España-Suecia, pero los organizadores decidieron invertir las fechas por cuestiones de “caja”. Ver aplastar a los uruguayos no provocaría mucho entusiasmo y era mejor “guardarse” al rival más débil para asegurar la fiesta en la última tarde.

Meses atrás del torneo, durante el carnaval, todo Río de Janeiro cantaba una marcha titulada “As touradas de Madrid”, que aludía a una corrida de toros. Cuando en la segunda jornada final, España salió al Maracaná, 200.000 los recibieron entonando la burlona canción. Era algo nuevo para los hispanos, y encima el canto se multiplicaba por efecto del techo de hormigón hasta hacerse ensordecedor. Fue 6-1 en un ambiente de euforia loca, con la gente saltando, cantando y bailando entre los estruendos de los cohetes. La radio decía que en San Pablo, Suecia le estaba ganando a Uruguay, y con ese resultado, Brasil se aseguraba el primer lugar. Al salir, la gente no se fue a su casa. Invadió las calles de la capital (Río lo sería hasta 1960) para festejar el título anticipadamente, sin interesarle qué había pasado en São Paulo. Y allí, Uruguay había vencido 3-2 a Suecia, en un partido en el que su superioridad técnica terminó inclinando el resultado recién a falta de cinco minutos.
Claro, los relatores no iban a interrumpir la fiesta informando sobre esos dos goles seguidos de Míguez, si total, en la última fecha Brasil necesitaba un solo punto para dar la vuelta olímpica. El choque con lo uruguayos sería como una final, por capricho del fixture, pero una rara final en la que el empate consagraría campeón a los hombres de blanco.

LA NOCHE EN VELA
Suecia-España (foto) y Brasil-Uruguay jugarían a la misma hora. Así se había programado para evitar especulaciones, aunque los resultados hicieron imposible que el campeón estuviera en San Pablo. La celebración sería en el Maracaná, donde Uruguay conservaba una posibilidad matemática: tenía que vencer al gigante que venía de aplastar a suecos y españoles, marcando 13 goles en los dos partidos.

Los dirigentes uruguayos felicitaron a sus muchachos por haber llegado a esta instancia: “Muchachos, cumplieron”. “Cumplidos sólo si somos campeones”, le respondió el temple de Obdulio Varela. Al final, varios hombres de saco y corbata optaron por regresar a Montevideo, dejando a los jugadores solos en la última parada.

Mientras, en la concentración brasileñas de São Januario, desfilaban políticos buscando “la foto” junto a los campeones para usarla en la campaña, ya que 1950 era un año electoral. Todos aburrían con discursos solemnes... Angelo Mendes de Morais, prefecto de Río de Janeiro, comenzó el suyo así: “Ustedes, que en una horas serán los campeones del mundo...”. El clima de victoria era total y en la noche del sábado 15 de julio casi nadie durmió. La radio repetía estribillos triunfales y afuera, en la calle, los tamboriles y redoblantes no encontraban motivo para esperar al partido. Las calles adyacentes al estadio ya lucían pasacalles que declaraban “Homenaje a los campeones del mundo” y once limusinas estaban listas para que los héroes volvieran a sus casas rodeados de gloria.

A unos kilómetros, en el barrio Laranjeiras, estaba el hotel Paysandú, donde se alojaban los uruguayos. Cualquier otro equipo hubiera dormido profundamente, despojado de toda responsabilidad. ¿Quién podría reprocharles una derrota ante Brasil? No tenían nada que perder. Pero ellos no. Juramentados a dejar el alma en el Maracaná, al que pisarían por primera vez, la mayoría pasó la noche en vela. Es verdad que las comparsas que bailaron toda la noche en la vereda contribuyeron con su samba y su pirotecnia para que nadie pudiese pegar un ojo. Esperaban a que los jugadores se asomases por una ventana y los saludaban mostrando cuatro dedos de una mano, la cifra de goles que todos pronosticaban sufriría Máspoli.

Apenas asomó el sol, se formó la ronda de mate. El técnico López llevaba la charla en la que participaba también Ondino Vieira, un agudo observador del fútbol, que por entonces trabajaba en Brasil y se había acercado a acompañar a sus compatriotas. Él tiró la clave: todas las conexiones brasileñas entre defensa y ataque pasaban por Zizinho, un hombre que no usaba el pase largo, que transportaba el balón al pie. Entonces El Negro Obdulio aconsejó a Tejera, quien debía marcarlo: “Mirá siempre la pelota, si le seguís los amagues de cintura, estás perdido”. E incentivaba a Míguez: “¿No viste la cara de estúpido que tiene el golero? ¿No vas a ser capaz de hacerle por lo menos un gol?”. “Y tú Schubert, deberás marcar a Chico. Si le dejás tocar una sola pelota te la tendrás que ver conmigo”, le advirtió el caudillo en medio de las risotadas de todos. ¿Miedo? Ese equipo uruguayo no tenía ni idea del significado de esa palabra. “Seremos once contra once, los doscientos mil de la tribuna no juegan”. La obviedad se repetía a modo de inyección anímica. La “huída” de los dirigentes los envalentonó aún más. Frente al arco los brasileños era mejores, sí, pero no era una cosa como para suponer una derrota categórica.

El técnico Flavio Costa les advirtió a sus jugadores que no entrasen en la provocación de los uruguayos: “Si les pegan, se las aguantan. No protesten nada, no les den excusas para abandonar la cancha y seamos campeones por abandono”. Ésa era la preocupación de los locales, no estropear la fiesta. La vuelta olímpica tenía que llegar tras una exhibición de fútbol y eso le pidieron a la FIFA. Se designó al árbitro inglés George Reader, por su serenidad y conocimiento profundo del reglamento. Era el hombre ideal para que el partido finalice con 22 jugadores.

Uruguay pidió el micro para el mediodía y en él cargaron los colchones del hotel. La idea era llegar temprano al estadio, evitar la multitud, y descansar un poco en el vestuario. Lo que no sabían es que ocho horas antes del pitazo inicial ya se habían empezado a colmar las tribunas. Al pasar por una iglesia todos bajaron a rezar. La confianza crecía y la serenidad de los mayores contagiaba a los más jóvenes. Cuando llegaron al Maracaná, ya estaba repleto. Se calcula que su capacidad había sido largamente excedida y había unas 220.000 personas. Tiraron los colchones en el piso y hasta dicen que Gambetta se durmió una siestita. Obdulio siguió con su arenga: “Muchachos, hoy tengo unas ganas de correr...”.

Los brasileños llegaron como en una interminable caravana triunfal, como si se tratase del paso de una escola do samba a través de Río.

LA NOCHE QUE EL REY MOMO LLORÓ
Aunque a Brasil le alcanzaba el empate, salió a comerse a Uruguay. Intuyéndolo, los celestes dispusieron tres líneas defensivas: Varela y Pérez, en la segunda Tejera y Andrade, y en el fondo Matías González y Gambetta.
En los primeros minutos, Brasil forzó tres corners, pero Uruguay aguantó. De a poco, los visitantes se fueron animando a cruzar la mitad de la cancha, buscando a Ghiggia en profundidad, dejándole a Bigode el fault como única forma de pararlo. Después de una de las infracciones del brasileño, Obdulio se le acercó y lo retó: “Que sea la última vez, ¿entendió?”. El árbitro no podía creerlo.

El obstáculo de Bigode estaba resuelto, pero atrás esperaba Juvenal, y sus cruces eran impecables.

En un avance, Ademir quedó solo ante Máspoli y el arquero se quedó magistralmente con el disparo. Fue en punto de inflexión en el encuentro. Se despertó Schiaffino, que se conectó con el Palomo Míguez y empezaron a buscarlo a Ghiggia. Jair metió miedo con un pelotazo en el palo pero la respuesta fueron tres ataques uruguayos antes del descanso.

Algunos estaban perplejos, ¿por qué Brasil no goleaba a Uruguay? Igual, el empate alcanzaba y las tribunas bailaban frenéticamente. Abajo, el en vestuario, Ghiggia le pidió a Obdulio que en vez del pelotazo, lo buscase con pases cortos, para enfrentar a Juvenal con el balón dominado.
Arranca la segunda mitad y la diagonal brasileña da resultado: Ademir arrastra a toda la defensa y habilita a Friaça, quien saca el chumbazo para sacudir la red y justificar la fiesta. Ahí fue cuando Obdulio comprendió que debía aflorar la garra. Fue hasta el arco y tomó la pelota mansamente. Se la puso bajo el brazo y fue a reclamarle off side al juez, pese a que sabía que el gol era legítimo. Su protesta y su paso cansino hasta la mitad de la cancha aplacaron el festejo. Cuando Míguez sacó del medio habían pasado casi tres minutos del gol y el Maracaná había caído en un confuso silencio.

A los 21 minutos Obdulio le pone a Ghiggia esa pelota al pie que le había pedido, elude a Bigode, lo pasa a Juvenal y manda el centro para Schiaffino. El Pepe conecta de media vuelta al ángulo superior izquierdo de Barbosa y empata el partido. El cemento del Maracaná se convirtió en hielo. Brasil seguía siendo campeón, pero la fiesta se había estropeado.Brasil no se conformaba con empatar, pero de última… El pánico aparecía cada vez que Ghiggia tomaba la pelota. A los pocos minutos la euforia volvió. Mientras, Jules Rimet comenzó a bajar las escaleras con lentitud, para llegar a tiempo a entregar la Copa que tenía su nombre. En uno de los bolsillos del saco tenía el discurso que le habían preparado en portugués.

En la cancha Schiaffino recibía un pase de Ghiggia y se mandaba al fondo. Schiaffino se la pedía en el medio del área, Barbosa salía a tapar el centro y Ghiggia, casi contra la raya, cerraba los ojos y pateaba al arco con todas las fuerzas de su alma. Gol. Río de Janeiro jamás vivió tanto silencio, un silencio de muerte. Ni siquiera lo quebró el centenar de uruguayos que estaba en el estadio, por miedo. Con su paso anciano, Rimet seguía bajando laberínticas escaleras y le llamaba la atención la buena aislación acústica de esa obra de ingeniería. Pero las tribunas no aislaban nada, afuera tampoco se oía un solo grito.

Brasil salió desesperado, pero el coraje de Uruguay hizo que sea imposible cambiar el resultado. Mr. Reader mira su reloj: marca 45’, pero hay corner para Brasil. Es la última jugada, lo ejecuta Friaça desde la derecha. La pelota hace una parábola y cae cerca del segundo palo, donde está Gambetta y la agarra con las dos manos. “¡¿Qué hacés?!”, le grita Ghiggia, queriéndose morir. “¡Terminó, hermano, terminó!”, le responde Schubert sin poder contener las lágrimas.

Cuando Rimet asomó por el túnel, la banda de música no estaba, el podio tampoco. El policía de custodia estaba llorando y la multitud abandonaba las graderías en silencio. Once hombres de celeste se abrazaban, olvidados por toda la toda formalidad oficial. “Aunque no nos den la copa, somos campeones. Podemos irnos”, les dijo Obdulio Varela, pero justo en ese momento lo alcanzó Rimet, que acababa de comprender todo. “Mes félicitacions”, fue lo único que le dijo, en francés. Veinte años después, el trofeo volvía a manos uruguayas. Así lo contó el presidente de la FIFA: “No sé qué paso. Había un protocolo a seguir pero a nadie le importó que no sonara el himno en honor a los vencedores, que no se izara al mástil la enseña de Uruguay. Me encontré solo en el césped con la Copa en mi mano derecha. Al final, cuando me di cuenta de que nadie iba a acompañarme en la ceremonia, reclamé la atención de Varela y le di el trofeo”.

“Ese día estaba escrito que ganaríamos, no temíamos ni a Dios ni al Diablo. Si Máspoli hubiese jugado de delantero, hacía dos goles y si yo hubiera ido al arco, atajaba dos penales”, resumió Omar Míguez.

Afuera, Brasil se sumía en la noche más larga y silenciosa de su historia, un triste velatorio con 50 millones de personas llorando la muerte de su sueño. El silencio sólo se rompía con el ulular de alguna ambulancia presurosa para asistir a uno de los tantos corazones que esa noche dijeron “basta”. La fiesta que embriagaba la avenida 18 de Julio de Montevideo estaba muy lejos como para confundirla con el festivo paso de las carrozas y sus escolas do samba. Estaba claro, en julio no se festeja el carnaval.

El relato completo de Brasil-Uruguay, por Radio Nacional de Río de Janeiro

viernes, 11 de julio de 2025

Rosarinos, santafesinos y cordobeses

Desde siempre la élite del fútbol argentino se nutrió de jugadores nacidos en las llanuras de Santa Fe, Córdoba, el sur del litoral y la provincia de Buenos Aires. Esa “pampa gringa”, como se la llamó desde la masiva inmigración que se inició a fines del siglo 19, fue y sigue siendo cuna de futbolistas que no solo brillan en los clubes más poderosos de la Liga Profesional sino que se destacan en equipos de máximo nivel en el fútbol europeo y de otras plazas fuertes del continente americano.

Base del podcast El origen de los colores, de Radio Nacional.

El recorrido de hoy comenzará por la ciudad de Rosario y nos llevará por las provincias de Santa Fe y Córdoba, con un paso por la capital entrerriana. Y es en la Cuna de la Bandera donde un grupo de empleados del Ferrocarril Central Argentino de Rosario se reunió en un bar de la Avenida Alberdi para darle forma a esas ganas de practicar el deporte que ya era furor en Gran Bretaña. Fue en la víspera de Nochebuena de 1889 cuando setenta trabajadores ferroviarios le dieron vida al Central Argentine Railway Athletic Club.

El Central Argentine Railway Athletic Club
En su origen se notaba fuertemente su raíz británica; su primer presidente fue el inglés Colin Bolder Calder. Y tenían una idea muy clara de diferenciarse del Rosario Cricket Club, lo de estos muchachos estaría enfocado al fútbol. La administración del ferrocarril vio con buenos ojos la iniciativa de sus empleados y colaboró cediendo un terreno en el barrio de los talleres, ubicado entre los portones 3 y 4, cerca del Pasaje de las Cadenas (después llamado Escalada).

El problema que tienen todos los pioneros es: ¿y ahora contra quién jugamos? Mr. Mullhal, uno de los fundadores, salió a buscar un rival por la zona portuaria. En el antiguo muelle Comas vio a un buque inglés y supo que allí encontraría a once posible jugadores para proponer un desafío. Aceptaron y le pusieron fecha para mayo de 1890, cuando sabían que andarían de nuevo cargando materias primas en la margen del Río Paraná.

Mientras esperaban el “debut oficial”, jugaban partidos entre ellos, todos empleados del ferrocarril, ya que no se admitía socios ajenos a la empresa. Por entonces los colores elegidos eran el rojo y el blanco a mitades, con mangas bicolores, inspirados en la bandera inglesa o en alguna señal ferroviaria, según versiones diferentes. Sin embargo el socio fundador Thomas Hopper y el exdelantero Daniel Green señalaron que la camiseta era roja y blanca a rayas verticales, no a mitades, pero no existen fotos de aquellos años iniciales.

Llegó mayo de 1890, volvió el barco inglés y se produjo el debut: un 1-1 ante unas cincuenta personas. Se dieron revancha y Central ganó 2-1. Cuatro años después, tuvieron que ampliar las instalaciones y mudaron su cancha a la intersección de las líneas del Ferrocarril de Buenos Aires a Rosario, en un predio cedido por el inglés Oldenford. Allí siguieron hasta 1902, cuando se subastaron esos terrenos y debieron trasladarse a un descampado de la estación Parada, en Villa Sanguineti.

De 1903 data la primera foto, de un partido entre el equipo de los Talleres (Central) y el Rosario Athletic. Y ese mismo año hubo cambio de colores: el azul desplazó al rojo… por un par de temporadas. En 1904 se fusionaron las empresas de ferrocarriles Central Argentino y Buenos Aires: los socios pasaron de 70 a 130 y, reunidos en asamblea resolvieron modificar el nombre. Desde entonces pasarían a llamarse Club Atlético Rosario Central y aceptarían entre sus filas a socios que no fueran ferroviarios; era el comienzo de la expansión.

En 1906 o 1907, no hay certezas, pasaron a usar camiseta azul con cuello amarillo y pantalón negro. Esa ropa duró hasta 1915, cuando quedó definitiva la camiseta a rayas azules y amarillas que ya habían empezado a usar esporádicamente desde 1907.

Ya inmensamente popular, en 1918 tuvieron que desalojar el predio de Villa Sanguinetti y el Ferrocarril les dio un terreno entre los portones 2 y 3, cerca del actual cruce Alberdi. Pero en 1925 el club se independizó de la empresa y hubo que devolverlo. El Concejo Municipal de Rosario les otorgó por veinte años un lote casi a orillas del Paraná, en lo que hoy son las avenidas Génova y Cordiviola. Allí, en 1929 inauguraron la cancha y cuando en 1947 se venció el plazo de dos décadas, ganaron el remate y lo compraron para no irse más. Comenzó la ampliación del estadio que se modernizaría para el Mundial ‘78 y sería para siempre “El Gigante de Arroyito”. 
Central-Newell's, uno de los clásicos más picantes de la Argentina

Central es el club que lleva más años practicando fútbol consecutivamente en la Argentina y fue el creador de la Liga Rosarina de Fútbol, en 1905. El 21 de junio de ese año se enfrentó por primera vez al que sería su archirrival: Newell’s Old Boys, también con origen inglés.

Isaac Newell
En 1884 había llegado desde el condado de Kent un profesor llamado Isaac Newell. Fundó su propia escuela: el Colegio Anglo Argentino de Rosario. Y como todos los inmigrantes británicos, había traído consigo la semillita del fútbol. Su hijo Claudio fue uno de los impulsores de la idea de crear un club, y lo hicieron el 3 de noviembre de 1903 en el mismo patio del colegio.

Aquí empieza otra historia, la de canallas y leprosos, dos apodos que según la mitología rosarina nacieron juntos y cuyo origen tiene diversas versiones, como toda leyenda. Parece que para ir a jugar a los baldíos que circundaban la actual estación Rosario Central, los muchachos ferroviarios debían pasar por el Colegio Newell, en Entre Ríos al 100, rodeado de altos muros que resguardaban los patios de las miradas desde la calle... que a alguno se le ocurrió asociarlo con un leprosario... que una tarde se treparon y la cargada juvenil afloró en gritarles “leprosos” a los alumnos que jugaban a la pelota... y que la respuesta de los estudiantes fue gritarles “canallas”.

De un colegio inglés surgió lógicamente un nombre en inglés: Newell’s Old Boys significa “los exalumnos del señor Newell”, como una muestra de gratitud hacia el maestro. Los muchachos del Colegio Anglo Argentino usaban una camiseta azul y blanca a rayas con una banderita británica en el corazón, pero ellos eligieron para su equipo los colores rojo y negro en mitades iguales: rojo por la bandera inglesa, la patria de Isaac Newell, y negra por la alemana, en honor a Margarth Jockinsen, esposa de Don Isaac. Nunca más la cambiaron.

La primera cancha la tuvieron en un predio que les cedió el Tiro Federal, en el barrio de Los Talleres. Allí debutaron en la flamante Liga Rosarina, ganándole 4-1 a Club Argentino. En ese mismo torneo jugó por primera vez contra Rosario Central, al que venció 1-0. En 1907 Newell’s se mudó al barrio Nicasio Villa (hoy Belgrano) hasta que el 23 de julio de 1911 inauguró su nuevo estadio enclavado en el Parque Independencia, su lugar definitivo.

En 1929, cuando ya la casaca rojinegra era respetada y conocida por los futboleros mucho más allá de los límites de Rosario, estrenó su tribuna oficial con una victoria 3-0 sobre Boca Juniors, nada menos. Y en 1939, junto a su rival de toda la vida, se incorporó a los torneos de AFA para instalar su nombre entre los habitués al fútbol grande.

Las historias y logros de Central y de Newell’s podrían llevarnos horas. De sus filas surgieron decenas de nombres que le dieron gloria al fútbol argentino. Pero antes de seguir viaje, vale pasar por el barrio La Tablada, donde luce el estadio Gabino Sosa, la casa de Central Córdoba, el cuadro fundado en 1906 como The Córdoba & Rosario Railway Athletic Club. Sus colores son el azul y el rojo y los llaman “charrúas”, un apodo que podría asociarse con algún componente uruguayo en sus inicios, pero no: el sobrenombre viene de una deformación del apellido de Claro Arturo Charra, representante del club en la Liga Rosarina. En una nota satírica, para nombrarlo sin decir su nombre, le agregaron una letra y así quedó para siempre el “charrúa” como identificación para el equipo, sus jugadores y sus hinchas.

La travesía por Santa Fe va hacia la capital provincial, donde un grupo de adolescentes que jugaba a la pelota en un “campito” cerca del puerto decidió crear un club. Corría 1905 y una decena de amigos, que además eran compañeros del colegio, fue hasta la casa de los hermanos Rebechi para buscarlos, pero la madre les dijo que Juan no podía salir porque estaba estudiando historia. Pedro Rebechi, primo de Juan, se acordó que el profesor les había mandado como tarea saberse los viajes de Cristóbal Colón y algunos que ya había leído las travesías del navegante genovés propusieron que Colón sería un buen nombre para el equipo que estaban planeando. Lo aceptaron enseguida y quedó.

Se pierden en la historia los primeros colores que eligieron, pero sí queda claro que la divisa rojinegra la adoptaron recién en 1912, cuando entraron en la Liga. Para hacerlo, Colón se constituyó legalmente el 12 de octubre de 1912, siete años después de su creación. Algunas versiones señalan que esa afiliación no se pudo comprobar. Geadá Montenegro, uno de los fundadores, contó décadas después: “teníamos presentes los colores de Newell’s y encargamos las camisetas a una casa de Rosario”.

Cuando tuvieron que dejar aquel “campito” portuario se trasladaron a la zona opuesta de Santa Fe, cerca de lo que hoy es la avenida Gobernador Freyre. Debieron jugar luego en la cancha de Gimnasia y Esgrima y finalmente en 1939 gracias a un subsidio provincial pudieron comprar el terreno de la Zona Sur. Allí, en esa área inundable que hubo que rellenar levantarían el estadio hoy conocido como “el cementerio de los elefantes”, porque allí cayeron varios “pesados” del fútbol.

El Paraná, las inundaciones… y el origen del apodo “sabalero”, que cuando el río crecía era pescado por los canoeros incluso dentro del predio de Colón y hasta en la propia cancha cuando la cubría el agua.
El choque máximo de Santa Fe: Colón vs Unión

Pero todo gran equipo tiene su gran rival, en este caso con un origen diametralmente opuesto. En los primeros años del siglo 20 existió un Santa Fe Football Club, que dejó de jugar en 1906. Catorce de sus integrantes decidieron crear otro, al que bautizaron primero Club United. Era el 15 de abril de 1907, en pleno centro, a metros de donde hoy pasa la peatonal. Por la admiración que causaba el glorioso Alumni eligieron la misma camiseta rojiblanca a rayas, pero como no conseguían quién se las confeccionara al principio jugaron de blanco con cuello y puños negros. Aquella procedencia de familias de origen social acomodado les valió el mote de “tatengues”, como se decía en la jerga de entonces a la gente perteneciente a ciertas elites. Pronto el nombre United se castellanizó como Club Atlético Unión.

La primera cancha estuvo en la manzana delimitada por las calles Urquiza, Junín, Suipacha y Francia, hasta que en 1912, ya con el nombre castellanizado como Unión se mudaron al predio donde ahora funciona la Universidad Nacional del Litoral. Cansado de no tener rivales, en 1913 se afilió a la Liga Rosarina para jugar el Torneo Regional. Finalmente en 1929 inauguró su estadio definitivo con una victoria 3-1 sobre el seleccionado de la Liga Amateur Argentina. Ubicado en la avenida López y Planes, cerca del Boulevard Pellegrini, fue ampliado considerablemente durante nueve décadas.

Unión se sumó a los torneos de AFA en 1940, Colón lo siguió ocho años después y cada vez más alimentan la pasión del clásico santafesino.

Cruzando el túnel subfluvial se llega a Paraná, que desde 2016 tiene una plaza en Primera División: la de Patronato. Su origen se remonta a 1914, cuando el cura Bartolomé Grella consideró que fundar un club sería una vía para acercar a los niños del barrio a la catequesis. Así nació el Club Atlético Patronato de la Juventud Católica, que desde sus inicios vistió camiseta a rayas rojas y negras.

Y el recorrido hace su escala final en Córdoba, donde surgieron -por orden de aparición- Belgrano, Talleres e Instituto.

En 1903 se creó el Club Atlético General Belgrano, con los colores celeste y blanco para honrar al creador de la bandera nacional. En 1905 le dieron forma definitiva al labrar el acta correspondiente, en el corazón del Barrio Alberdi, cerca del centro cordobés. La casaca celeste llevaba una B blanca en su bolsillo y en 1906 tuvieron que defender su identidad contra otro Belgrano que había surgido en el Barrio Nueva Córdoba: lo resolvieron con un partido que ganaron 2-1.

En los años sucesivos los fundadores iniciaron un colecta descomunal que llegó a recaudar ocho mil pesos y pudieron comprar el terreno donde hoy se ubica el estadio. Mientras terminaba la construcción jugaron en el Colegio Santo Tomás, en el Parque Sarmiento, y en la cancha de la Liga Cordobesa. Finalmente lo inauguraron en 1929 con un tremendo 6-1 sobre Estudiantes de La Plata.

Según Carlos Juri Nam, autor de “Un siglo de pasión”, Belgrano tuvo “la primera barra organizada del país… Íbamos a todo el país. Recién tiempo después otros clubes empezaron a imitarnos”. Identificados hoy como “Piratas” desde que hinchas de Racing de Nueva Italia los llamaron así tras un incidente en la cancha de Alberdi. Lejos de ofenderse, adoptaron la acusación de “piratas” como apodo para siempre. En 1968 fue el primer equipo de Córdoba en acceder a los Torneos Nacionales de AFA y en 1991 alcanzó la Primera División.
Talleres-Belgrano, el clásico que paraliza a Córdoba

El gran clásico cordobés es Belgrano-Talleres. El archirrival fue creado en 1913 por un grupo de obreros del ferrocarril y oficiales británicos con el nombre de Atético Talleres Central Córdoba. Su primer terreno quedaba en pleno Barrio Inglés (hoy Barrio Pueyrredón). Thomas Lawson, inglés también, fue el primer presidente y consiguió la afiliación a la Liga Cordobesa en 1914.

La camiseta era a rayas blancas y bordó. El debut no pudo ser más polémico y picante: justamente contra Belgrano, pero los ferroviarios se retiraron de la cancha cuando el árbitro convalidó un gol celeste. Se desafiliaron de la Liga pero recapacitaron y en unos meses volvieron a sumarse. Había nacido una rivalidad desde el primer partido de su historia.

En 1917 modificaron su nombre por Club Atlético Talleres y cambiaron su casaca por una con bastones azules y blancos. Vinieron años de crecimiento. En 1931 inauguró su cancha en la zona llamada Barranca Espinosa, en el sureste de la ciudad. Para todos los hinchas de Talleres esa es “la Boutique”, especialmente por su cambio de fisonomía cuando la pintaron y le inscribieron propagandas publicitarias sobre sus paredones. Dicen que por sus pequeñas dimensiones y su colorido el estadio daba la impresión de ser una tienda... una boutique.

La T, como la llaman en Barrio Jardín, intervino por primera vez en un Nacional en 1969 y tras una década de protagonismo entre los clubes de AFA y con aportes importantes a la Selección Nacional, en 1980 logró ingresar al Torneo Metropolitano, abandonando la liga local, gracias a las gestiones de Amadeo Nuccetelli. Es el único de los clubes indirectamente afiliados a la AFA que consiguió una copa internacional, la Copa Conmebol 1999.

El paseo de hoy por La Docta finaliza en Alta Córdoba, donde en 1918 los empleados de la Sección Tracción del Ferrocarril Central Córdoba salieron a disputarle el predominio ferroviario a Talleres. Decidieron que solamente podrían ser socios quienes trabajaban con las locomotoras y le pusieron el nombre de Instituto Ferrocarril Central Córdoba. Lo particular del nombre viene del lado de Guillermo Dundas, jefe de esa Sección Tracción, quien había sido presidente de Instituto Junín y admiraba al ya extinto Alumni, del que tomaron su camiseta rojiblanca.

Cuando el club se abrió a la comunidad, mutó a Instituto Atlético Central Córdoba, pero siempre para todos fue simplemente Instituto. Afiliado prontamente a la Liga, fue campeón entre 1925 y 1928 con un grupo extraordinario de jugadores que le valieron el apodo de “el glorioso cordobés” que luego el ingenio popular acortó en “la Gloria”.

Mientras jugaban en canchas alternativas, Instituto construyó su estadio en Alta Córdoba, que inauguró en 1951 contra Racing Club. En 1973 hizo su debut en los Nacionales y en 1981 se integró al Metropolitano, indirectamente afiliado a la AFA.
Instituto en 1973, con tres jugadores que cinco años después serían
campeones Mundiales: Osvaldo Ardiles, Mario Kempes y Miguel Oviedo.

Rosario, Santa Fe y Córdoba, tres plazas fundamentales en la historia del fútbol argentino.

El comienzo de los mundiales de fútbol

Aquí empezó la primera Copa del Mundo. Una larga investigación reveló en Montevideo dónde estaba el punto central del viejo Field de Pocitos, reducto de Peñarol, donde el mexicano Felipe Rosas puso en movimiento la más apasionante de las historias del deporte.

Artículo publicado en la revista FIFA World, en diciembre de 2009
Por PABLO ARO GERALDES

La vida transcurre tranquila por la esquina de Charrúa y Coronel Alegre, en el barrio de Pocitos, Montevideo. Los niños marchan a la escuela, las señoras hacen sus compras y los taxistas la cruzan sin saber que están transitando un sitio histórico en la historia del fútbol.

Algunos de los vecinos tienen una vaga referencia: saben que allí se encontraba una estación terminal de tranvías. Es verdad: hasta 1906 los tranvías montevideanos era tirados por caballos y al lado de las estaciones solía haber un campito para que los animales descansaran y pastaran. Pero cuando la electricidad comenzó a alimentar a este popular transporte, el gran predio de Pocitos perdió sentido. La empresa de tranvías se lo ofreció al club Peñarol para que erigiera allí su estadio.

Así, en 1921 el equipo aurinegro estrenó su humilde cancha, diseñada con astucia por el arquitecto Juan Antonio Scasso, para aprovechar el terreno que se abría en diagonal desde el cruce de Rivera y Pereira.

Cuando el Congreso de la FIFA celebrado en Barcelona en 1929 determinó que la primera Copa Mundial se disputase en Uruguay, el gobierno decidió construir el magnífico estadio Centenario. Pero desde la comunicación oficial a la fecha de comienzo del torneo hubo solamente 12 meses para levantarlo. Entre planos, permisos y preparativos, las obras comenzaron en septiembre de 1929. Y aunque se trabajaba las 24 horas con inmensos reflectores, las lluvias del otoño austral obligaban a detener las tareas. El tiempo se agotaba.

Cuando las autoridades uruguayas entendieron que era imposible abrir las puertas del Centenario el 13 de julio, trasladaron los dos partidos que comenzarían la Copa a las modestas canchas de Nacional y Peñarol, en el Parque Central y Pocitos, respectivamente. La inauguración oficial del Centenario quedó para el match Uruguay-Perú, el 18 de julio, día del centésimo aniversario de la Jura de la Constitución. El Parque Central se mantiene en el mismo lugar que hace ocho décadas, pero el Field de Pocitos fue devorado por el avance de la ciudad, por el progreso, en una bonita zona de la capital uruguaya, cercana a la Rambla.

La selección de Francia en 1930.
Los testimonios dicen que aquel 13 de julio la tarde estaba muy fría y que apenas si llegaba a las mil personas la concurrencia en Pocitos para ver Francia-México. A las 15 horas el árbitro uruguayo Domingo Lombardi hizo sonar su silbato para que Felipe Rosas, centrodelantero del Atlante de México, impulsase el balón por primera vez. Seguramente ninguno de los protagonistas lo sabía, pero estaban dando inicio a la historia más apasionante, la que en pocas décadas atraparía al planeta entero. Otro hecho único ocurrió al minuto 19, cuando el francés Lucien Laurent recibió un centro de Ernest Liberati y sentenció con una volea al arquero azteca Oscar Bonfiglio. Era el primer gol de la historia de la Copa del Mundo, el primero de los 2379 que se suman hasta hoy. Finalmente los franceses vencieron 4-1 y se retiraron de la cancha cantando La Marsellesa.
Lucien Laurent anota el primer gol de la historia de la Copa del Mundo.

Un arqueólogo del fútbol
Hasta aquí la historia conocida. Pero en 1933 Peñarol dejó el Field de Pocitos, en 1937 se trazaron las calles y en los años '40 la urbanización ya había sepultado aquel histórico terreno.
Arq. Enrique Benech
Los uruguayos aman su rica historia futbolística y tienen un importante Museo del Fútbol bajo las tribunas del Centenario. Pero nadie parecía preguntarse por la vieja cancha de Peñarol, donde rodó la primera pelota mundialista. Fue entonces que el arquitecto Enrique Benech decidió emprender una pesada investigación, digna de un arqueólogo: determinar con exactitud dónde estaba la cancha; encontrar bajo el asfalto y bajo las casas el punto central y el lugar donde se situaba el arco de aquel gol inaugural de Laurent. Se integraron al equipo Juan Capelán, Eduardo Rivas, y otros colaboradores en diversas áreas.

¿Con qué elementos contaba? Pocos. No quedan registros de planos en la Intendencia Municipal de Montevideo ni en el Instituto de Historia de la Facultad de Arquitectura. Tampoco está guardada la Memoria del club Peñarol correspondiente a la construcción de las tribunas. ¿Y en la Biblioteca Nacional? Nada. Ni siquiera en la vieja estación Pocitos le pudieron ayudar: solamente guardaban dos fotos del Tranvía 35.

Foto aérea de 1926
Hasta que Benech y su equipo tuvieron acceso a una fotografía aérea de 1926 en la que se veía toda la cancha con una pequeña tribuna techada, junto a un córner. Era un dato. Superponiendo planos y fotografías podrían aproximarse al lugar en el que estaba el campo de juego pero: ¿en cuál de los dos arcos marcó Laurent su gol? Había que buscar documentos, hallar un plano, encontrar un permiso municipal, al menos una referencia oral o escrita confiable. No existía el GPS en los años ’20, si no todo hubiese sido más fácil. El plano de fraccionamiento del terreno realizado por los agrimensores Alberto de Artega (padre e hijo) en diciembre de 1941 sumó datos. “Este plano nos define con total precisión los límites del predio, que se visualizan hoy claramente transformados en medianeras edilicias”, explica el Arq. Benech en su estudio de Montevideo. El entusiasmo era incontenible. La Brigada de Sensores Aereoespaciales de la Fuerza Aérea Uruguaya suministró cuatro ampliaciones de esa foto aérea de 1926. La cancha, de 109 x 73 metros surgía entre las edificaciones actuales como una foto en el líquido revelador.


La historia resurge
Superposición: el fiel de Pocitos sobre una
imagen actual de Google Maps
El resultado de la paciente investigación fue presentado en el estadio Centenario. Allí, entre los concurrentes estaba Raúl Barbero, que en 1930 tenía 12 años y asistió a ese partido junto a un tío. De niño ya quería ser periodista y, junto a su amigo Hugo Alfaro, hacía una revista deportiva escrita a mano en hojas escolares y con fotos recortadas de otras revistas, prolijamente pegadas. La llamaron “Centenario Sport”. Llegaba la Copa Mundial y decidieron hacer una “edición especial”, por lo que necesitaban “cubrir” todo lo concerniente al torneo: fueron al puerto y vieron bajar del buque Conte Verde a Jules Rimet seguido por las delegaciones de Francia, Rumania, Bélgica y Brasil, que en Río de Janeiro se había sumado a la travesía. Y, por supuesto, debían estar en los dos partidos que abrirían el campeonato a la misma hora. Hicieron un sorteo y a Raúl le tocó en suerte ir a Pocitos. La revista tenía una circulación muy limitada: hacían solamente un ejemplar que prestaban a los niños del barrio “bajo juramento de devolución a los fundadores, directores, redactores, administradores, editores y distribuidores. Nosotros dos, obvio”, según le contó con humor al diario El País cuando se cumplieron 75 años.

Tres cuartos de siglo después los recuerdos de Barbero pueden volverse imprecisos, pero no olvidó el frío de la tarde ni aquel primer gol francés. Tenía en sus manos la única fotografía que se conserva, esa que permite determinar que el gol fue en el arco norte, hoy tapado mitad por la vereda y mitad dentro de la casa que lleva el número 1324 de la calle Coronel Alegre.
Aquí estaba el arco en
el que Laurent marcó el
primer gol de los mundiales
Allí fue implantada una escultura que recuerda la portería que le tocó defender al arquero mexicano. Pero si los franceses tienen el honor del primer gol, a México nadie le quitará la distinción de haber puesto en marcha esta inmensa historia. Y un monolito señala también ese punto central donde todo comenzó, a un par de metros de un lavadero de ropa, junto a los autos estacionados en la acera.

El Arq. Benech y su equipo lograron que una familia, doblando la esquina, autorice a excavar en su predio. Tenían una pista: “un matrimonio que vive en la calle Charrúa quiso enterrar en su jardín a su perrito que había muerto. La pala encontraba resistencia en la tierra: allí hallaron parte de la estructura del estadio de Peñarol”. Y en esa cuadra, en los patios de las casas de algunos vecinos quedan restos del antiguo talud del estadio, un terraplén que oficiaba de precaria tribuna. El misterio se había terminado...

Mario Mandžukić marcó en Moscú el último gol de la historia de los mundiales. En Qatar ese dato caducará. Pero el que permanecerá por siempre inalterado es aquel zapatazo de Lucien Laurent, ese que se seguirá gritando en francés en la silenciosa y tranquila tarde del barrio de Pocitos, en la lejana Montevideo.
Así lucía el Field de Pocitos