viernes, 11 de julio de 2025

Rosarinos, santafesinos y cordobeses

Desde siempre la élite del fútbol argentino se nutrió de jugadores nacidos en las llanuras de Santa Fe, Córdoba, el sur del litoral y la provincia de Buenos Aires. Esa “pampa gringa”, como se la llamó desde la masiva inmigración que se inició a fines del siglo 19, fue y sigue siendo cuna de futbolistas que no solo brillan en los clubes más poderosos de la Liga Profesional sino que se destacan en equipos de máximo nivel en el fútbol europeo y de otras plazas fuertes del continente americano.

Base del podcast El origen de los colores, de Radio Nacional.

El recorrido de hoy comenzará por la ciudad de Rosario y nos llevará por las provincias de Santa Fe y Córdoba, con un paso por la capital entrerriana. Y es en la Cuna de la Bandera donde un grupo de empleados del Ferrocarril Central Argentino de Rosario se reunió en un bar de la Avenida Alberdi para darle forma a esas ganas de practicar el deporte que ya era furor en Gran Bretaña. Fue en la víspera de Nochebuena de 1889 cuando setenta trabajadores ferroviarios le dieron vida al Central Argentine Railway Athletic Club.

El Central Argentine Railway Athletic Club
En su origen se notaba fuertemente su raíz británica; su primer presidente fue el inglés Colin Bolder Calder. Y tenían una idea muy clara de diferenciarse del Rosario Cricket Club, lo de estos muchachos estaría enfocado al fútbol. La administración del ferrocarril vio con buenos ojos la iniciativa de sus empleados y colaboró cediendo un terreno en el barrio de los talleres, ubicado entre los portones 3 y 4, cerca del Pasaje de las Cadenas (después llamado Escalada).

El problema que tienen todos los pioneros es: ¿y ahora contra quién jugamos? Mr. Mullhal, uno de los fundadores, salió a buscar un rival por la zona portuaria. En el antiguo muelle Comas vio a un buque inglés y supo que allí encontraría a once posible jugadores para proponer un desafío. Aceptaron y le pusieron fecha para mayo de 1890, cuando sabían que andarían de nuevo cargando materias primas en la margen del Río Paraná.

Mientras esperaban el “debut oficial”, jugaban partidos entre ellos, todos empleados del ferrocarril, ya que no se admitía socios ajenos a la empresa. Por entonces los colores elegidos eran el rojo y el blanco a mitades, con mangas bicolores, inspirados en la bandera inglesa o en alguna señal ferroviaria, según versiones diferentes. Sin embargo el socio fundador Thomas Hopper y el exdelantero Daniel Green señalaron que la camiseta era roja y blanca a rayas verticales, no a mitades, pero no existen fotos de aquellos años iniciales.

Llegó mayo de 1890, volvió el barco inglés y se produjo el debut: un 1-1 ante unas cincuenta personas. Se dieron revancha y Central ganó 2-1. Cuatro años después, tuvieron que ampliar las instalaciones y mudaron su cancha a la intersección de las líneas del Ferrocarril de Buenos Aires a Rosario, en un predio cedido por el inglés Oldenford. Allí siguieron hasta 1902, cuando se subastaron esos terrenos y debieron trasladarse a un descampado de la estación Parada, en Villa Sanguineti.

De 1903 data la primera foto, de un partido entre el equipo de los Talleres (Central) y el Rosario Athletic. Y ese mismo año hubo cambio de colores: el azul desplazó al rojo… por un par de temporadas. En 1904 se fusionaron las empresas de ferrocarriles Central Argentino y Buenos Aires: los socios pasaron de 70 a 130 y, reunidos en asamblea resolvieron modificar el nombre. Desde entonces pasarían a llamarse Club Atlético Rosario Central y aceptarían entre sus filas a socios que no fueran ferroviarios; era el comienzo de la expansión.

En 1906 o 1907, no hay certezas, pasaron a usar camiseta azul con cuello amarillo y pantalón negro. Esa ropa duró hasta 1915, cuando quedó definitiva la camiseta a rayas azules y amarillas que ya habían empezado a usar esporádicamente desde 1907.

Ya inmensamente popular, en 1918 tuvieron que desalojar el predio de Villa Sanguinetti y el Ferrocarril les dio un terreno entre los portones 2 y 3, cerca del actual cruce Alberdi. Pero en 1925 el club se independizó de la empresa y hubo que devolverlo. El Concejo Municipal de Rosario les otorgó por veinte años un lote casi a orillas del Paraná, en lo que hoy son las avenidas Génova y Cordiviola. Allí, en 1929 inauguraron la cancha y cuando en 1947 se venció el plazo de dos décadas, ganaron el remate y lo compraron para no irse más. Comenzó la ampliación del estadio que se modernizaría para el Mundial ‘78 y sería para siempre “El Gigante de Arroyito”. 
Central-Newell's, uno de los clásicos más picantes de la Argentina

Central es el club que lleva más años practicando fútbol consecutivamente en la Argentina y fue el creador de la Liga Rosarina de Fútbol, en 1905. El 21 de junio de ese año se enfrentó por primera vez al que sería su archirrival: Newell’s Old Boys, también con origen inglés.

Isaac Newell
En 1884 había llegado desde el condado de Kent un profesor llamado Isaac Newell. Fundó su propia escuela: el Colegio Anglo Argentino de Rosario. Y como todos los inmigrantes británicos, había traído consigo la semillita del fútbol. Su hijo Claudio fue uno de los impulsores de la idea de crear un club, y lo hicieron el 3 de noviembre de 1903 en el mismo patio del colegio.

Aquí empieza otra historia, la de canallas y leprosos, dos apodos que según la mitología rosarina nacieron juntos y cuyo origen tiene diversas versiones, como toda leyenda. Parece que para ir a jugar a los baldíos que circundaban la actual estación Rosario Central, los muchachos ferroviarios debían pasar por el Colegio Newell, en Entre Ríos al 100, rodeado de altos muros que resguardaban los patios de las miradas desde la calle... que a alguno se le ocurrió asociarlo con un leprosario... que una tarde se treparon y la cargada juvenil afloró en gritarles “leprosos” a los alumnos que jugaban a la pelota... y que la respuesta de los estudiantes fue gritarles “canallas”.

De un colegio inglés surgió lógicamente un nombre en inglés: Newell’s Old Boys significa “los exalumnos del señor Newell”, como una muestra de gratitud hacia el maestro. Los muchachos del Colegio Anglo Argentino usaban una camiseta azul y blanca a rayas con una banderita británica en el corazón, pero ellos eligieron para su equipo los colores rojo y negro en mitades iguales: rojo por la bandera inglesa, la patria de Isaac Newell, y negra por la alemana, en honor a Margarth Jockinsen, esposa de Don Isaac. Nunca más la cambiaron.

La primera cancha la tuvieron en un predio que les cedió el Tiro Federal, en el barrio de Los Talleres. Allí debutaron en la flamante Liga Rosarina, ganándole 4-1 a Club Argentino. En ese mismo torneo jugó por primera vez contra Rosario Central, al que venció 1-0. En 1907 Newell’s se mudó al barrio Nicasio Villa (hoy Belgrano) hasta que el 23 de julio de 1911 inauguró su nuevo estadio enclavado en el Parque Independencia, su lugar definitivo.

En 1929, cuando ya la casaca rojinegra era respetada y conocida por los futboleros mucho más allá de los límites de Rosario, estrenó su tribuna oficial con una victoria 3-0 sobre Boca Juniors, nada menos. Y en 1939, junto a su rival de toda la vida, se incorporó a los torneos de AFA para instalar su nombre entre los habitués al fútbol grande.

Las historias y logros de Central y de Newell’s podrían llevarnos horas. De sus filas surgieron decenas de nombres que le dieron gloria al fútbol argentino. Pero antes de seguir viaje, vale pasar por el barrio La Tablada, donde luce el estadio Gabino Sosa, la casa de Central Córdoba, el cuadro fundado en 1906 como The Córdoba & Rosario Railway Athletic Club. Sus colores son el azul y el rojo y los llaman “charrúas”, un apodo que podría asociarse con algún componente uruguayo en sus inicios, pero no: el sobrenombre viene de una deformación del apellido de Claro Arturo Charra, representante del club en la Liga Rosarina. En una nota satírica, para nombrarlo sin decir su nombre, le agregaron una letra y así quedó para siempre el “charrúa” como identificación para el equipo, sus jugadores y sus hinchas.

La travesía por Santa Fe va hacia la capital provincial, donde un grupo de adolescentes que jugaba a la pelota en un “campito” cerca del puerto decidió crear un club. Corría 1905 y una decena de amigos, que además eran compañeros del colegio, fue hasta la casa de los hermanos Rebechi para buscarlos, pero la madre les dijo que Juan no podía salir porque estaba estudiando historia. Pedro Rebechi, primo de Juan, se acordó que el profesor les había mandado como tarea saberse los viajes de Cristóbal Colón y algunos que ya había leído las travesías del navegante genovés propusieron que Colón sería un buen nombre para el equipo que estaban planeando. Lo aceptaron enseguida y quedó.

Se pierden en la historia los primeros colores que eligieron, pero sí queda claro que la divisa rojinegra la adoptaron recién en 1912, cuando entraron en la Liga. Para hacerlo, Colón se constituyó legalmente el 12 de octubre de 1912, siete años después de su creación. Algunas versiones señalan que esa afiliación no se pudo comprobar. Geadá Montenegro, uno de los fundadores, contó décadas después: “teníamos presentes los colores de Newell’s y encargamos las camisetas a una casa de Rosario”.

Cuando tuvieron que dejar aquel “campito” portuario se trasladaron a la zona opuesta de Santa Fe, cerca de lo que hoy es la avenida Gobernador Freyre. Debieron jugar luego en la cancha de Gimnasia y Esgrima y finalmente en 1939 gracias a un subsidio provincial pudieron comprar el terreno de la Zona Sur. Allí, en esa área inundable que hubo que rellenar levantarían el estadio hoy conocido como “el cementerio de los elefantes”, porque allí cayeron varios “pesados” del fútbol.

El Paraná, las inundaciones… y el origen del apodo “sabalero”, que cuando el río crecía era pescado por los canoeros incluso dentro del predio de Colón y hasta en la propia cancha cuando la cubría el agua.
El choque máximo de Santa Fe: Colón vs Unión

Pero todo gran equipo tiene su gran rival, en este caso con un origen diametralmente opuesto. En los primeros años del siglo 20 existió un Santa Fe Football Club, que dejó de jugar en 1906. Catorce de sus integrantes decidieron crear otro, al que bautizaron primero Club United. Era el 15 de abril de 1907, en pleno centro, a metros de donde hoy pasa la peatonal. Por la admiración que causaba el glorioso Alumni eligieron la misma camiseta rojiblanca a rayas, pero como no conseguían quién se las confeccionara al principio jugaron de blanco con cuello y puños negros. Aquella procedencia de familias de origen social acomodado les valió el mote de “tatengues”, como se decía en la jerga de entonces a la gente perteneciente a ciertas elites. Pronto el nombre United se castellanizó como Club Atlético Unión.

La primera cancha estuvo en la manzana delimitada por las calles Urquiza, Junín, Suipacha y Francia, hasta que en 1912, ya con el nombre castellanizado como Unión se mudaron al predio donde ahora funciona la Universidad Nacional del Litoral. Cansado de no tener rivales, en 1913 se afilió a la Liga Rosarina para jugar el Torneo Regional. Finalmente en 1929 inauguró su estadio definitivo con una victoria 3-1 sobre el seleccionado de la Liga Amateur Argentina. Ubicado en la avenida López y Planes, cerca del Boulevard Pellegrini, fue ampliado considerablemente durante nueve décadas.

Unión se sumó a los torneos de AFA en 1940, Colón lo siguió ocho años después y cada vez más alimentan la pasión del clásico santafesino.

Cruzando el túnel subfluvial se llega a Paraná, que desde 2016 tiene una plaza en Primera División: la de Patronato. Su origen se remonta a 1914, cuando el cura Bartolomé Grella consideró que fundar un club sería una vía para acercar a los niños del barrio a la catequesis. Así nació el Club Atlético Patronato de la Juventud Católica, que desde sus inicios vistió camiseta a rayas rojas y negras.

Y el recorrido hace su escala final en Córdoba, donde surgieron -por orden de aparición- Belgrano, Talleres e Instituto.

En 1903 se creó el Club Atlético General Belgrano, con los colores celeste y blanco para honrar al creador de la bandera nacional. En 1905 le dieron forma definitiva al labrar el acta correspondiente, en el corazón del Barrio Alberdi, cerca del centro cordobés. La casaca celeste llevaba una B blanca en su bolsillo y en 1906 tuvieron que defender su identidad contra otro Belgrano que había surgido en el Barrio Nueva Córdoba: lo resolvieron con un partido que ganaron 2-1.

En los años sucesivos los fundadores iniciaron un colecta descomunal que llegó a recaudar ocho mil pesos y pudieron comprar el terreno donde hoy se ubica el estadio. Mientras terminaba la construcción jugaron en el Colegio Santo Tomás, en el Parque Sarmiento, y en la cancha de la Liga Cordobesa. Finalmente lo inauguraron en 1929 con un tremendo 6-1 sobre Estudiantes de La Plata.

Según Carlos Juri Nam, autor de “Un siglo de pasión”, Belgrano tuvo “la primera barra organizada del país… Íbamos a todo el país. Recién tiempo después otros clubes empezaron a imitarnos”. Identificados hoy como “Piratas” desde que hinchas de Racing de Nueva Italia los llamaron así tras un incidente en la cancha de Alberdi. Lejos de ofenderse, adoptaron la acusación de “piratas” como apodo para siempre. En 1968 fue el primer equipo de Córdoba en acceder a los Torneos Nacionales de AFA y en 1991 alcanzó la Primera División.
Talleres-Belgrano, el clásico que paraliza a Córdoba

El gran clásico cordobés es Belgrano-Talleres. El archirrival fue creado en 1913 por un grupo de obreros del ferrocarril y oficiales británicos con el nombre de Atético Talleres Central Córdoba. Su primer terreno quedaba en pleno Barrio Inglés (hoy Barrio Pueyrredón). Thomas Lawson, inglés también, fue el primer presidente y consiguió la afiliación a la Liga Cordobesa en 1914.

La camiseta era a rayas blancas y bordó. El debut no pudo ser más polémico y picante: justamente contra Belgrano, pero los ferroviarios se retiraron de la cancha cuando el árbitro convalidó un gol celeste. Se desafiliaron de la Liga pero recapacitaron y en unos meses volvieron a sumarse. Había nacido una rivalidad desde el primer partido de su historia.

En 1917 modificaron su nombre por Club Atlético Talleres y cambiaron su casaca por una con bastones azules y blancos. Vinieron años de crecimiento. En 1931 inauguró su cancha en la zona llamada Barranca Espinosa, en el sureste de la ciudad. Para todos los hinchas de Talleres esa es “la Boutique”, especialmente por su cambio de fisonomía cuando la pintaron y le inscribieron propagandas publicitarias sobre sus paredones. Dicen que por sus pequeñas dimensiones y su colorido el estadio daba la impresión de ser una tienda... una boutique.

La T, como la llaman en Barrio Jardín, intervino por primera vez en un Nacional en 1969 y tras una década de protagonismo entre los clubes de AFA y con aportes importantes a la Selección Nacional, en 1980 logró ingresar al Torneo Metropolitano, abandonando la liga local, gracias a las gestiones de Amadeo Nuccetelli. Es el único de los clubes indirectamente afiliados a la AFA que consiguió una copa internacional, la Copa Conmebol 1999.

El paseo de hoy por La Docta finaliza en Alta Córdoba, donde en 1918 los empleados de la Sección Tracción del Ferrocarril Central Córdoba salieron a disputarle el predominio ferroviario a Talleres. Decidieron que solamente podrían ser socios quienes trabajaban con las locomotoras y le pusieron el nombre de Instituto Ferrocarril Central Córdoba. Lo particular del nombre viene del lado de Guillermo Dundas, jefe de esa Sección Tracción, quien había sido presidente de Instituto Junín y admiraba al ya extinto Alumni, del que tomaron su camiseta rojiblanca.

Cuando el club se abrió a la comunidad, mutó a Instituto Atlético Central Córdoba, pero siempre para todos fue simplemente Instituto. Afiliado prontamente a la Liga, fue campeón entre 1925 y 1928 con un grupo extraordinario de jugadores que le valieron el apodo de “el glorioso cordobés” que luego el ingenio popular acortó en “la Gloria”.

Mientras jugaban en canchas alternativas, Instituto construyó su estadio en Alta Córdoba, que inauguró en 1951 contra Racing Club. En 1973 hizo su debut en los Nacionales y en 1981 se integró al Metropolitano, indirectamente afiliado a la AFA.
Instituto en 1973, con tres jugadores que cinco años después serían
campeones Mundiales: Osvaldo Ardiles, Mario Kempes y Miguel Oviedo.

Rosario, Santa Fe y Córdoba, tres plazas fundamentales en la historia del fútbol argentino.

El comienzo de los mundiales de fútbol

Aquí empezó la primera Copa del Mundo. Una larga investigación reveló en Montevideo dónde estaba el punto central del viejo Field de Pocitos, reducto de Peñarol, donde el mexicano Felipe Rosas puso en movimiento la más apasionante de las historias del deporte.

Artículo publicado en la revista FIFA World, en diciembre de 2009
Por PABLO ARO GERALDES

La vida transcurre tranquila por la esquina de Charrúa y Coronel Alegre, en el barrio de Pocitos, Montevideo. Los niños marchan a la escuela, las señoras hacen sus compras y los taxistas la cruzan sin saber que están transitando un sitio histórico en la historia del fútbol.

Algunos de los vecinos tienen una vaga referencia: saben que allí se encontraba una estación terminal de tranvías. Es verdad: hasta 1906 los tranvías montevideanos era tirados por caballos y al lado de las estaciones solía haber un campito para que los animales descansaran y pastaran. Pero cuando la electricidad comenzó a alimentar a este popular transporte, el gran predio de Pocitos perdió sentido. La empresa de tranvías se lo ofreció al club Peñarol para que erigiera allí su estadio.

Así, en 1921 el equipo aurinegro estrenó su humilde cancha, diseñada con astucia por el arquitecto Juan Antonio Scasso, para aprovechar el terreno que se abría en diagonal desde el cruce de Rivera y Pereira.

Cuando el Congreso de la FIFA celebrado en Barcelona en 1929 determinó que la primera Copa Mundial se disputase en Uruguay, el gobierno decidió construir el magnífico estadio Centenario. Pero desde la comunicación oficial a la fecha de comienzo del torneo hubo solamente 12 meses para levantarlo. Entre planos, permisos y preparativos, las obras comenzaron en septiembre de 1929. Y aunque se trabajaba las 24 horas con inmensos reflectores, las lluvias del otoño austral obligaban a detener las tareas. El tiempo se agotaba.

Cuando las autoridades uruguayas entendieron que era imposible abrir las puertas del Centenario el 13 de julio, trasladaron los dos partidos que comenzarían la Copa a las modestas canchas de Nacional y Peñarol, en el Parque Central y Pocitos, respectivamente. La inauguración oficial del Centenario quedó para el match Uruguay-Perú, el 18 de julio, día del centésimo aniversario de la Jura de la Constitución. El Parque Central se mantiene en el mismo lugar que hace ocho décadas, pero el Field de Pocitos fue devorado por el avance de la ciudad, por el progreso, en una bonita zona de la capital uruguaya, cercana a la Rambla.

La selección de Francia en 1930.
Los testimonios dicen que aquel 13 de julio la tarde estaba muy fría y que apenas si llegaba a las mil personas la concurrencia en Pocitos para ver Francia-México. A las 15 horas el árbitro uruguayo Domingo Lombardi hizo sonar su silbato para que Felipe Rosas, centrodelantero del Atlante de México, impulsase el balón por primera vez. Seguramente ninguno de los protagonistas lo sabía, pero estaban dando inicio a la historia más apasionante, la que en pocas décadas atraparía al planeta entero. Otro hecho único ocurrió al minuto 19, cuando el francés Lucien Laurent recibió un centro de Ernest Liberati y sentenció con una volea al arquero azteca Oscar Bonfiglio. Era el primer gol de la historia de la Copa del Mundo, el primero de los 2379 que se suman hasta hoy. Finalmente los franceses vencieron 4-1 y se retiraron de la cancha cantando La Marsellesa.
Lucien Laurent anota el primer gol de la historia de la Copa del Mundo.

Un arqueólogo del fútbol
Hasta aquí la historia conocida. Pero en 1933 Peñarol dejó el Field de Pocitos, en 1937 se trazaron las calles y en los años '40 la urbanización ya había sepultado aquel histórico terreno.
Arq. Enrique Benech
Los uruguayos aman su rica historia futbolística y tienen un importante Museo del Fútbol bajo las tribunas del Centenario. Pero nadie parecía preguntarse por la vieja cancha de Peñarol, donde rodó la primera pelota mundialista. Fue entonces que el arquitecto Enrique Benech decidió emprender una pesada investigación, digna de un arqueólogo: determinar con exactitud dónde estaba la cancha; encontrar bajo el asfalto y bajo las casas el punto central y el lugar donde se situaba el arco de aquel gol inaugural de Laurent. Se integraron al equipo Juan Capelán, Eduardo Rivas, y otros colaboradores en diversas áreas.

¿Con qué elementos contaba? Pocos. No quedan registros de planos en la Intendencia Municipal de Montevideo ni en el Instituto de Historia de la Facultad de Arquitectura. Tampoco está guardada la Memoria del club Peñarol correspondiente a la construcción de las tribunas. ¿Y en la Biblioteca Nacional? Nada. Ni siquiera en la vieja estación Pocitos le pudieron ayudar: solamente guardaban dos fotos del Tranvía 35.

Foto aérea de 1926
Hasta que Benech y su equipo tuvieron acceso a una fotografía aérea de 1926 en la que se veía toda la cancha con una pequeña tribuna techada, junto a un córner. Era un dato. Superponiendo planos y fotografías podrían aproximarse al lugar en el que estaba el campo de juego pero: ¿en cuál de los dos arcos marcó Laurent su gol? Había que buscar documentos, hallar un plano, encontrar un permiso municipal, al menos una referencia oral o escrita confiable. No existía el GPS en los años ’20, si no todo hubiese sido más fácil. El plano de fraccionamiento del terreno realizado por los agrimensores Alberto de Artega (padre e hijo) en diciembre de 1941 sumó datos. “Este plano nos define con total precisión los límites del predio, que se visualizan hoy claramente transformados en medianeras edilicias”, explica el Arq. Benech en su estudio de Montevideo. El entusiasmo era incontenible. La Brigada de Sensores Aereoespaciales de la Fuerza Aérea Uruguaya suministró cuatro ampliaciones de esa foto aérea de 1926. La cancha, de 109 x 73 metros surgía entre las edificaciones actuales como una foto en el líquido revelador.


La historia resurge
Superposición: el fiel de Pocitos sobre una
imagen actual de Google Maps
El resultado de la paciente investigación fue presentado en el estadio Centenario. Allí, entre los concurrentes estaba Raúl Barbero, que en 1930 tenía 12 años y asistió a ese partido junto a un tío. De niño ya quería ser periodista y, junto a su amigo Hugo Alfaro, hacía una revista deportiva escrita a mano en hojas escolares y con fotos recortadas de otras revistas, prolijamente pegadas. La llamaron “Centenario Sport”. Llegaba la Copa Mundial y decidieron hacer una “edición especial”, por lo que necesitaban “cubrir” todo lo concerniente al torneo: fueron al puerto y vieron bajar del buque Conte Verde a Jules Rimet seguido por las delegaciones de Francia, Rumania, Bélgica y Brasil, que en Río de Janeiro se había sumado a la travesía. Y, por supuesto, debían estar en los dos partidos que abrirían el campeonato a la misma hora. Hicieron un sorteo y a Raúl le tocó en suerte ir a Pocitos. La revista tenía una circulación muy limitada: hacían solamente un ejemplar que prestaban a los niños del barrio “bajo juramento de devolución a los fundadores, directores, redactores, administradores, editores y distribuidores. Nosotros dos, obvio”, según le contó con humor al diario El País cuando se cumplieron 75 años.

Tres cuartos de siglo después los recuerdos de Barbero pueden volverse imprecisos, pero no olvidó el frío de la tarde ni aquel primer gol francés. Tenía en sus manos la única fotografía que se conserva, esa que permite determinar que el gol fue en el arco norte, hoy tapado mitad por la vereda y mitad dentro de la casa que lleva el número 1324 de la calle Coronel Alegre.
Aquí estaba el arco en
el que Laurent marcó el
primer gol de los mundiales
Allí fue implantada una escultura que recuerda la portería que le tocó defender al arquero mexicano. Pero si los franceses tienen el honor del primer gol, a México nadie le quitará la distinción de haber puesto en marcha esta inmensa historia. Y un monolito señala también ese punto central donde todo comenzó, a un par de metros de un lavadero de ropa, junto a los autos estacionados en la acera.

El Arq. Benech y su equipo lograron que una familia, doblando la esquina, autorice a excavar en su predio. Tenían una pista: “un matrimonio que vive en la calle Charrúa quiso enterrar en su jardín a su perrito que había muerto. La pala encontraba resistencia en la tierra: allí hallaron parte de la estructura del estadio de Peñarol”. Y en esa cuadra, en los patios de las casas de algunos vecinos quedan restos del antiguo talud del estadio, un terraplén que oficiaba de precaria tribuna. El misterio se había terminado...

Mario Mandžukić marcó en Moscú el último gol de la historia de los mundiales. En Qatar ese dato caducará. Pero el que permanecerá por siempre inalterado es aquel zapatazo de Lucien Laurent, ese que se seguirá gritando en francés en la silenciosa y tranquila tarde del barrio de Pocitos, en la lejana Montevideo.
Así lucía el Field de Pocitos

Raiders of the first goal

Here began the first World Cup. A long investigation revealed in Montevideo where the centre spot of the old Field de Pocitos, Peñarol redoubt, was where the Mexican Felipe Rosas started the most exciting history in the world sports.

Article published in FIFA World magazine on December 2009
By PABLO ARO GERALDES

The pace of life was slow on the corner of Charrúa and Coronel Alegre, two streets located in the Pocitos area of Montevideo. Children went to school, women did their shopping and taxi drivers drove past without knowing that they were crossing a significant location in the history of world football.

Some may have had a vague idea – they knew perhaps that a tram terminus had been located in the area. Until 1906 the trams in Montevideo were horse-drawn and there used to be a field next to the stations for resting and grazing the animals. But when this popular mode of transport went electric, the big tract of land in Pocitos fell into disuse. The tram company offered it to sports club C.A. Peñarol as the site for a new football stadium. And so, in 1921 and without much fuss, the club inaugurated their modest ground, cleverly designed by architect Juan Antonio Scasso to take advantage of the wedge-shaped plot of land bordered by the intersection of the two streets.

The small stadium was certainly not the type of grand structure which would be considered for the opening of a FIFA World Cup these days and was, indeed, not even intended for such use back in 1930. A year earlier, when the FIFA Congress had met in Barcelona to award the hosting rights to the first FIFA World Cup to Uruguay, the country’s government had ordered the construction of the magnificent Centenario stadium. But by then there were just 12 months remaining until the tournament’s planned kick-off. Once the plans had been drawn up, planning permission obtained and the preparations completed, the actual construction work only began in September 1929. And although the work went on day and night, with the help of enormous fl oodlights, the rain that is typical of autumn in the southern hemisphere frequently brought proceedings to a halt. Time was running out.

When the Uruguayan authorities realised that it would be impossible to have the Centenario ready for 13 July 1930, they moved the opening two matches to Pocitos and Parque Central – the latter being the equally modest home of Peñarol’s city rivals, Nacional. The official inauguration of the Centenario would eventually take place five days into the tournament on 18 July, when the hosts beat Peru 1-0 on what was coincidentally the 100th anniversary of the swearing in of the Uruguayan constitution. The tournament’s remaining fixtures all took place, as originally planned, at the Centenario.

History unfolds
France, at field de Pocitos.
According to eye-witness accounts, the afternoon of 13 July was chilly and only just over a thousand people were present at Pocitos to watch France play Mexico. At three o’clock, the Uruguayan referee Domingo Lombardi sounded his whistle and Felipe Rosas of Mexican club Atlante took the first kick-off, simultaneously with the start of the USA’s match against Belgium over at Parque Central. None of those taking part could have known it, but they were writing the first page in the exciting hist ory of what would become a global phenomenon over the decades to come. Another milestone was reached in the 19th minute when France’s Lucien Laurent volleyed Ernest Liberati’s cross past Mexican keeper Oscar Bonfiglio, thus scoring the first goal in the history of the FIFA World Cup, the first of the 2,063 netted to date. France eventually won 4-1 and left the pitch singing La Marseillaise.
Lucien Laurent scores the first goal in World Cup history.

That first part of the story is common knowledge. But while Parque Central remains on the same site as eight decades ago, Pocitos was swallowed up as Montevideo developed, due to its location in an attractive area near the Rambla. Peñarol left Pocitos in 1933. Streets were built over the former pitch in 1937 and by the 1940s the site had been buried completely.

Architect Enrique Benech
Uruguayans have a keen sense of their rich footballing history and there is a major football museum underneath the stands at the Centenario. Yet nobody seemed to ask about Peñarol’s old ground or about where the first ball was kicked at a FIFA World Cup. Nobody that is until Enrique Benech came along. A local architect and football fan, Benech decided to take on an onerous task more fitting of an archaeologist, namely to find, underneath the asphalt and the houses, the exact location of the pitch, its centre spot and the end where Laurent’s inaugural goal was scored. He was joined by Juan Capelán from the Estadio Centenario Football Museum and journalist Eduardo Rivas among other collaborators from various fields.

What did they have to go on? Not a lot. There were no records of plans at either the Montevideo city hall or the institute of history of the faculty of architecture. Peñarol themselves had no record of the construction of the stands. Nothing came to light at the national library either. Not even the old station at Pocitos could help him: all they had were two photos of the number 35 tram.

1926 cereal view
Benech and his team had to look for documents, find a map or a copy of the planning permission from the council or at least a reliable oral or written source. There was no GPS in the 1920s or their task would have been a lot easier. Finally, the investigators turned up an aerial photograph from 1926 on which the whole pitch could be seen with a small covered stand in one of the corners. The land distribution map by the surveyors Alberto de Artega and son from December 1941 was another source of information. “This plan clearly defined the limits of the field, which today have been transformed into municipal boundaries,” explains Benech in his studio in Montevideo. The Aerospace Sensor Brigade of the Uruguayan Air Force then provided four enlargements of the aerial photograph from 1926. After superimposing the plan over the aerial images, the 109 x 73m pitch emerged from among the current buildings like a photograph in developing fluid. The team could now determine the approximate position of the pitch, but at which end had Laurent scored?


Boyhood memories
Overlay: the Field de Pocitos on a
current image from Google Maps
The results of what had been uncovered so far were presented at the Centenario stadium and visited, crucially, by Raúl Barbero, who was aged 12 in 1930 and had been at the match with his uncle. As a child, Barbero had always wanted to be a journalist and he and his friend Hugo Alfaro used to write a sports magazine by hand on school notepaper with photos cut out of other magazines and carefully pasted in. They called the magazine Centenario Sport and, at the time of the World Cup, decided to produce a “special issue” covering the whole tournament. Naturally the two boys also wanted to cover the opening two matches, which kicked off at the same time. They drew lots and fate decreed that Barbero should go to Pocitos. The magazine had a very limited circulation of one copy, which Not even the old station at Pocitos could help … all they had were two photos of the number 35 tram. they lent to children in their local area “under oath to return it to the founders, directors, editors, administrators, publishers and distributors – in other words, the two of us,” as Barbero told El País newspaper on the 75th anniversary of the tournament.

Three quarters of a century later, Barbero’s memories are a little imprecise, but he did not forget either how cold that afternoon was or France’s first goal. He had in his possession the only remaining photograph, which meant that it could finally be established that the goal was scored at the north end, which today is covered half by the pavement and half by the house at number 1324 calle Coronel Alegre.
Here was the goal in
which Laurent scored the
first goal of the World Cups.
In this unassuming suburban setting, it took an event as mundane as the death of a family pet to finally confirm the correctness of the research team’s calculations. “A dog belonging to a couple who lived in calle Charrúa had died, and they wanted to bury it in the garden,” Benech explains. “Their spade struck an object, which turned out to be part of Peñarol’s old stadium.”

The patios of some of the houses in the same residential block also yielded remnants of the old stadium embankment, a simple slope which had served as a rather precarious stand for the spectators. The old stadium’s place in history had seemed equally precarious before Benech began his metaphorical digging. But thanks to his team’s enthusiasm, the discovery of those old photographs, an old man’s childhood memories and the passing of a family pet, the first ever goal in World Cup history finally has a physical landmark. As a result of the research, a sculpture has now been erected on the spot to commemorate the goal defended by the Mexican keeper. There is also a stone marking the centre spot where the first match kicked off, just a few meters from a launderette and close to the cars parked at the side of the road.

The pace of life is still slow on the corner of Charrúa and Coronel Alegre but now the passers-by pause to take note of the goalpost-inspired sculpture where Laurent scored his historic goal. The 1930 FIFA World Cup™ may be long gone, but Laurent’s achievement is now preserved for ever, allowing football romantics to still hear those French cheers echoing in the quiet of the afternoon in Pocitos in far-off Montevideo.
This is what Field de Pocitos looked like.