La historia se ha repetido hasta el infinito: después de vencer a Uruguay con una camiseta azul, el entrenador Carlos Bilardo le pidió a los empleados de la Asociación del Fútbol Argentino que le demandaran al proveedor Le Coq Sportif un modelo de casacas más livianas, similares a las celestes y blancas que usaron en la primera ronda, porque había notado que sus jugadores se "distraían" acomodándose el cuello y las mangas de estas prendas más pesadas. Contra Inglaterra, por los cuartos de final, no podía volver a suceder, ya que en la reunión técnica de FIFA se determinó que los ingleses jugaran de blanco y Argentina nuevamente de azul.
La respuesta de la compañía francesa fue terminante: en tres días no podían confeccionar y enviar a México nuevas camisetas de tela llamada Air-Tech, con pequeños agujeritos que ayudaban a evacuar el sudor, tornándose más livianas bajo el agobiante sol del mediodía del verano mexicano. Bilardo, cerrado en su negativa a volver a usar las que ya tenían, le ordenó a Rubén Moschella que fuera a comprar otras con una consigna clara: "que sean menos pesadas".
El eficiente empleado administrativo de la AFA chocó con varios condicionantes: no podían ser camisetas cualquiera, tenían que ser de la marca Le Coq Sportif, de color azul, livianas y encima contaba apenas con dos días para recorrer en un taxi todas las tiendas de la zona sur de la capital mexicana.
Tras varias visitas infructuosas, finalmente en uno de los comercios tenían dos modelos de Le Coq, de manufactura local. Le rogó al dueño que no las vendiera, que lo esperara, y volvió con una de cada una hacia la concentración en Coapa, para que Bilardo decidiera cuál comprar. Al mostrárselas, el DT se enloqueció: no le convencía ninguna. Junto a su ayudante Carlos Pachamé y el utilero Rubén Tito Benrós, discutían sobre la calidad de las prendas conseguidas. Pero Moschella, que transpiraba de los nervios, tuvo un golpe de suerte: pasó Diego Maradona y comentó que uno de los modelos le gustaba, la más brillosa de las dos. Tan apegado a las cábalas, Bilardo no necesitó escuchar ninguna opinión más. Otro taxi por la calzada de Tlalpan hacia el norte, a buscar las playeras. El vendedor tenía 29, Moschella las compró todas y volvió al bunker del Club América con la tarea cumplida.
Claro, las camisetas eran genéricas, de menor calidad, y no tenían números ni el escudo de la AFA. Allí entraron en acción las empleadas del club: contrarreloj descosieron los escudos de las casacas de entrenamiento y con tres puntadas se los pusieron a estas nuevas prendas. El utilero del América aportó los números plateados, de los que se usan en el football americano. Había más camisetas que jugadores, así que algunos tuvieron un doble equipamiento.
Con esas camisetas improvisadas sobre la hora, Argentina venció a Inglaterra con los dos goles más inolvidables de Maradona. Diego se quedó con la que usó en el primer tiempo y la del complemento la intercambió con Steve Hodge, último jugador en tocar la pelota antes de La Mano de Dios.
Hodge la guardó por décadas como una reliquia en su hogar, hasta que treinta años después de aquel partido se animó a cederla al National Football Museum, en Manchester. Allí se exhibió hasta que aceptó subastarla en 2022: la AFA junto al museo Legends pujó por la joya máxima pero no pudo igualar la oferta del emir qatarí Tamin bin Hamad Al Thani, quien se la quedó a cambio de casi 9 millones de dólares. Hoy esa camiseta forma parte del 3-2-1 Qatar Olympic and Sports Museum.
Hasta aquí, la historia conocida de las camisetas azules que eran tan poco comunes para la selección argentina (en los Mundiales solamente había usado ese color en 1962, contra Inglaterra, justamente).
Si la camiseta de la Mano de Dios y el mejor gol de la historia de la Copa del Mundo tiene un precedente en la casaca azul usada seis días antes frente a Uruguay. La consagración de México '86 había comenzado con otra camiseta azul maradoniana, el eslabón perdido de esta historia. Vale retroceder hasta la previa de la eliminatorias.
Después de la salida del Mundial España 1982, Bilardo reemplazó a César Luis Menotti al frente del seleccionado argentino. El nuevo entrenador sabía del valor incomparable de Maradona, que por entonces jugaba en el Barcelona. En su primer encuentro cara a cara le explicó que él sería el nuevo capitán del equipo, pero que no lo iba a convocar para los amistosos ni para la Copa América de 1983. Tampoco lo hizo en 1984 ni en el comienzo de la temporada 1985, pero sí lo iba a necesitar cuando llegara la hora de jugar por los puntos, en serio: las eliminatorias para México '86. Ahí Diego estrenaría su condición de capitán.
Maradona se sumó a los entrenamientos en Ezeiza (todavía la AFA no tenía su propio predio) y allí lo esperaba el utilero Tito Benrós con un manto sagrado que no usaba desde hacía casi tres años: una camiseta azul, mangas largas, con su inconfundible número 10. Eran camisetas de confección francesa, diseñadas para usar en partidos, pero ante ninguno de los rivales del Grupo 8 Sudamericano (Venezuela, Colombia y Perú) la utilizó. Con esta camiseta azul Diego selló su retorno a la selección después de tres años y el comienzo de su camino hasta convertirse en Leyenda en México.
Mañana de entrenamiento en Ezeiza. |
Argentina arrancó con victorias en Venezuela y en Colombia. Incansable, yendo y viniendo de Nápoles a Buenos Aires, Maradona siguió fiel a la celeste y blanca en dos triunfos más, como local ante los mismos rivales. Después, el viaje a Lima, la derrota y el agónico empate ante Perú en el Monumental que selló el pasaje a México. La camiseta azul con la que Diego inició su regreso a la selección, tenía el logo del gallito pero no el nombre Le Coq Sportif debajo, así que quedaron confinadas a usarse en entrenamientos.
Demasiado calurosas para el clima mexicano, de a una estas casacas se fueron yendo de la utilería. Esta joya es el eslabón perdido de la trilogía azul, cuando el sueño de levantar la Copa en el Estadio Azteca iniciaba su sendero hasta hacerse realidad.
Otro manto sagrado del 10 |
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