domingo, 24 de marzo de 2024

Eugenio Mosso, el primer argentino en el fútbol europeo

¿Cuál fue el primer futbolista sudamericano que triunfó en Europa? Mucho antes que los cuatro oriundi que se consagraron campeones del mundo con Italia en 1934, incluso antes de que Julio Libonatti fuera el primero traspasado por un club (de Newell's Old Boys al Torino) en 1925, el mendocino Eugenio Mosso se calzó la maglia granata del Torino en 1910.

Mosso padre había nacido a mediados del siglo XIX en Santo Stefano Belbo, comuna de Cuneo, en el Piamonte, a apenas 60 kilómetros de Turín. Junto a su madre emigraron a la Argentina y se afincaron en la provincia de Mendoza. Tuvo siete hijos en la Argentina, pero en 1910 Mosso decidió volver a su tierra. En 1910 los hermanos Francisco, Benito, Eugenio y Julio Mosso llegaron a Turín y se sumaron al club Torino. Dos años más tarde los cuatro jugaban con la camiseta granata.

En el primer derby de la temporada 1912-13, el 17 de noviembre de 1912, en el Stadio di Corso Sebastopoli, Juventus cayó 0-8 ante Torino y cinco de los ocho goles llevaron la firma de la familia Mosso: tres de Eugenio y dos de Francesco. Más de un siglo después, sigue siendo el resultado más abultado del clásico turinés.

Eugenio, el de la foto, marcó un hito el domingo 5 de abril de 1914: fue el primer extranjero que vistió la maglia azzurra de la selección italiana. Aquella tarde, ante unos nueve mil espectadores en el Stadio Marassi, de Génova, Italia empató 1-1 con Suiza. Los locales formaron con Giovanni Innocenti - Modesto Valle, Renzo De Vecchi - Giuseppe Parodi, Virgilio Fossati, Luigi Barbesino - Eugenio Mosso, Angelo Mattea, Aldo Cevenini, Amedeo Varese y Carlo Corna.

Aquella selección fue elegida por una Comisión Técnica formada por siete miembros (Umberto Meazza, Hugo Rietmann, Vincenzo Nino Resegotti, Francesco Franz Calì I, Vittorio Pedroni II, Alfredo Armano II y Edoardo Dadin Pasteur I) y guiada en la cancha por "mister" William Thomas Billy Garbutt, el entrenador inglés del Genoa, que hizo prevalecer al bloque de ese equipo que tres meses después ganaría el Campionato Italiano, formado por los dos mediocampistas laterales Parodi e il Corazziere Barbesino y los dos mediocampistas Mattea y Varese, mientras que del Pro Vercelli en declive salieron el arquero Innocenti, el lateral derecho Valle y el lateral izquierdo Corna. Para completar el "Método" llamó del Inter al centrehalf Fossati (capitán) y al centreforward Cevenna Cevenini y los de la banda derecha del debutante Mosso III y del lateral izquierdo del ídolo de la afición del Génova, el juvenil il figlio di Dio De Vecchi, que llegó con ese partido a su decimoquinta presencia en la selección italiana.

Una escena de aquel Italia-Suiza, en Génova: Mattea remata hacia el arco helvético.

La crónica recogida por Stefano Massa reseña: "En el primer tiempo hubo predominio de los anfitriones, que se adelantaron a los 26' con un disparo de Mattea I, que sorprendió al arquero suizo Edmund Bieri, engañado por la elevación cercana a él de Cevenini I, pero seis minutos después se unió por una diagonal de la banda derecha a unos quince metros del medio lateral izquierdo Charles Wyss II (al final de un vuelo de unos cuarenta metros que los dos laterales azules no pudieron oponer), al que Innocenti trató torpemente de resistir con una patada. En la segunda parte fueron los rossocrociati los que asediaron el área italiana, teniendo varias ocasiones de gol, la más sensacional de las cuales fue el travesaño al final de Neumeyer II".

Además de ser el primer extranjero en una selección italiana, Eugenio fue el primer sudamericano en una selección en toda Europa. Para distinguirlo de sus hermanos la prensa lo identificaba como Mosso III. Los conocidos también lo llamaban Genio, como un apócope de Eugenio. Había nacido en Mendoza el 10 de agosto de 1895. Jugó en el Torino hasta 1925, con la salvedad de las cuatro temporadas suspendidas por la Guerra Mundial. Solía desempeñarse como centreforward. Las crónicas de la época dicen que tenía buena técnica y un disparo muy potente. 

La revista del Torino recoge un testimonio de Vittorio Pozzo sobre su proverbial potencia: "Mosso III debe buena parte de su popularidad en las canchas al potente disparo que tiene. Es, si se quiere, un tiro algo uniforme y predecible para los movimientos que lo preceden, pero sigue siendo un tiro extraordinariamente efectivo debido a la tremenda fuerza con la que la pelota da en el blanco. Quizás no haya un disparo más violento en Italia que el de Mosso III. Quien puede dar fe es el arquero del Cercle Athlétique de París que en el Torneo de Pascua de 1914 en Génova, en el que participó el Torino, tuvo una aventura de novela si el público genovés y nuestros jugadores no la recordaran por la risa homérica que despertaba. Hacia el final del partido, que ganamos por 7-1, el arquero francés acababa de recuperarse de la muy desagradable impresión que le dejó un disparo de lleno de Mosso III, cuando se encontró de nuevo con Genio por delante. El cañonazo salió ultrapotente y en el rival el instinto de conservación le ganó al honor. Para evitar ser golpeado por segunda vez por un pelotazo de tanta vehemencia, se escapó literalmente del arco y se tiró al suelo de una zambullida y una de las contorsiones más divertidas jamás vistas".

En los 60 partidos que disputó, marcó 47 goles. Su mejor momento estuvo entre 1912 y 1915. El estallido del conflicto bélico lo privó de continuidad con la Nazionale.

En los años veinte era reconocido por ser un refinado comensal y -como buen mendocino- un cultor del exquisito vino, ganándose el sobrenombre de Grignulin. ¿De dónde vino este apodo? Dicen que cualquier piamontés que se precie no puede dejar de conocer y saborear al vino Grignolino, nacido y producido entre las colinas de Asti y Alessandrini. El término Grignolino debe su origen al dialectal grignòle, es decir semillas de uva.

Después de su carrera futbolística, regresó a la Argentina y murió en Godoy Cruz, Mendoza, el 4 de agosto de 1961.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Roberto Arlt: Ayer vi ganar a los argentinos

Roberto Arlt dedicó al fútbol solamente una de los centenares de sus célebres Aguafuertes Porteñas. No era su tema. Pero en 1929 fue a "cubrir" el último partido del Campeonato Sudamericano: Argentina venció a Uruguay 2-0 y se quedó con su cuarta Copa América. Pero, más allá de los futbolístico y fiel a su estilo, el cronista se dedicó a pintar su aguafuerte de aquella tarde de Boedo.

Aguafuerte publicada en el diario El Mundo, el 18 de noviembre de 1929.
Por ROBERTO ARLT

Ustedes dirán que soy el globero más extraordinario que ha pisado El Mundo por lo que voy a decirles. Ayer fue el primer partido de fútbol que vi en mi vida, es decir, en los veintinueve años de existencia que tengo, si no se cuentan como partidos de fútbol esos con pelota de mano que juegan los purretes y que todos, cuando menos, hemos ensayado con detrimento del calzado y de la ropa. Sí; el primer partido, de modo que no les extrañen las macanas que puedo decir.

“Carné” de periodista
Una naranja podrida reventó en el cráneo de un lonyi; cuarenta mil pañuelos se agitaron en el aire, y Ferreira de una magnífica patada hizo el primer goal. Ni un equipo de ametralladoras puede hacer más ruido que esas ochenta mil manos que aplaudían el éxito argentino. Tanta gente aplaudía tras mis orejas, que el viento desalojado por las manos zumbaba en mis mejillas.

Luego, el juego decreció de entusiasmo y empecé a tomar apuntes. Aquí van; para que se den cuenta cómo trabaja un cronista que no entiende ni medio de football (creo que así lo escriben los ingleses). He aquí lo que vi. Un negro que vendía un paraguas abollado para librarse del sol. Un regimiento de chicos que vendían ladrillos, cajones, tablas, naranjas, manzanas, bebidas sin alcohol, diarios, retratos de los footbalistas, caramelos, etc., etc. Un jugador argentino dio una costalada, Cherro erró un goal; de pronto suenan aplausos y en la pista de “Las oficiales”, más aplausos a granel. El “Torito de Mataderos”, pasaba entre una barra de admiradores.
La salida de argentinos y uruguayos a la cancha
de San Lorenzo, aquella tarde de 1929.

Una voz grita tras mío: “Ese Evaristo está toda la tarde con la platea” (y Evaristo fue el que hizo el segundo goal en combinación con Ferreira). Otra naranja podrida estalla en el cráneo del mismo lonyi. Cientos de cachadores miran y se ríen.

Cherro yerra otro goal y un fulano que se esconde tras de los bigotes, se los retuerce al compás de malísimas palabras. Las gradas están negras de espectadores. Sobre estos cuarenta mil porteños, de continuo una mano misteriosa vuelca volantes que caen entre el aire y el sol con resplandores de hojas de plata. Se apelotonan jugadores uruguayos y argentinos en torno de un jugador estirado en el suelo. Fue una patada en la nuca. No hay vuelta; los deportes son saludables. Otra naranja podrida revienta en el cráneo del mismo lonyi. Ferreira gambetea que es un contento. No hay vuelta, es el mejor jugador del equipo, con Evaristo. ¡Ferreira solo!, gritan las tribunas, y otro: “Ahí lo tienen al juego científico”.

Desde un techo
Al sur de la cancha de San Lorenzo de Almagro, sobre Avenida La Plata, hay una fábrica con techo de dos aguas y varias claraboyas. Pues, de pronto, la gente empezó a mirar para aquel lado, y era que de las claraboyas, lo mismo que hormigas, brotaban mirones que en cuatro patas iban a instalarse en el caballete del tejado. Algo como de cinematógrafo. A todo esto el primer tiempo había terminado. Entonces, del alambrado que separa las populares de las plateas, vi despegarse al lonyi que recibía las naranjas podridas en el mate.

Tenía el cogote chorreando de podredumbre, la jeta cansada de tanto estar colgado y se dejó caer en el portland del piso, con gran satisfacción de los propietarios de las naranjas. Ahora el suelo quedó convertido en campamento gitano. Comencé a caminar. Había una cosa que me llamó la atención y era el agua que continuamente caía de lo alto de las tribunas. Le pregunté a un espectador por qué hacían ese regalo, y el espectador me contestó que eran ciudadanos argentinos que dentro de la constitución hacían sus necesidades naturales desde las alturas.

También vi una cosa formidable, y era un montón de purretes colgados de los fierros en la parte inferior de las tribunas, es decir, del lado donde únicamente se ven los pies de los espectadores. Todos estos chicos rivalizaban en agarrarle las piernas a una espectadora para ellos invisible.
Los veintidós protagonistas

Al margen del fútbol
Seguí caminando, pensando en los espectáculos que la suerte me había deparado ver por primera vez en mi vida, y vi un regimiento de mujercitas de aspecto poco edificante acompañadas de la barra de sus “maridos”. Habían hecho rueda en asientos de diarios y tragaban salame de caballo y mortadela de burro.

El ruidoso trabajo de masticación era acompañado de una continua repetición de tragos de un brebaje misterioso que tenían encerrado en un porrón. Luego tropecé con una brigada de forajidos que vendían ladrillos, no para tirárselos a los jugadores, parece que para éstos se reservaban las botellas. Los ladrillos eran para servir de pedestal a los espectadores petisos.

Apareció un negro arramblando con una hoja de puerta, levantó una tribuna y comenzó a vocear; “veinte centavos el asiento”. Varios padres de familia subieron al palco improvisado.

Avenida La Plata. Salí del field, pocos minutos antes que Evaristo hiciera el segundo goal. Todas las puertas de avenida La Plata estaban embanderadas de magníficas pebetas. ¡La pucha si hay lindas muchachas en esta avenida La Plata! De pronto resonó el estruendo de toda una muchedumbre de aplausos; desde lo alto de la tribuna un brazo como un semáforo hizo una señal misteriosa sobre el fondo celeste, y la voz rápidamente levantó un grito en la garganta de todas las pebetas: —Ganamos los argentinos: 2 a 0. Hacía mucho tiempo que los porteños no jugaban con trepidés.

Los uruguayos dieron la impresión de desarrollar un juego más armónico que el de los argentinos, pero éstos, aunque desordenadamente, trabajaron con lo único que da el éxito en la vida: el entusiasmo.



jueves, 14 de marzo de 2024

El eslabón perdido de la Mano de Dios

La historia se ha repetido hasta el infinito: después de vencer a Uruguay con una camiseta azul, el entrenador Carlos Bilardo le pidió a los empleados de la Asociación del Fútbol Argentino que le demandaran al proveedor Le Coq Sportif un modelo de casacas más livianas, similares a las celestes y blancas que usaron en la primera ronda, porque había notado que sus jugadores se "distraían" acomodándose el cuello y las mangas de estas prendas más pesadas. Contra Inglaterra, por los cuartos de final, no podía volver a suceder, ya que en la reunión técnica de FIFA se determinó que los ingleses jugaran de blanco y Argentina nuevamente de azul.

La respuesta de la compañía francesa fue terminante: en tres días no podían confeccionar y enviar a México nuevas camisetas de tela llamada Air-Tech, con pequeños agujeritos que ayudaban a evacuar el sudor, tornándose más livianas bajo el agobiante sol del mediodía del verano mexicano. Bilardo, cerrado en su negativa a volver a usar las que ya tenían, le ordenó a Rubén Moschella que fuera a comprar otras con una consigna clara: "que sean menos pesadas".

El eficiente empleado administrativo de la AFA chocó con varios condicionantes: no podían ser camisetas cualquiera, tenían que ser de la marca Le Coq Sportif, de color azul, livianas y encima contaba apenas con dos días para recorrer en un taxi todas las tiendas de la zona sur de la capital mexicana.

Tras varias visitas infructuosas, finalmente en uno de los comercios tenían dos modelos de Le Coq, de manufactura local. Le rogó al dueño que no las vendiera, que lo esperara, y volvió con una de cada una hacia la concentración en Coapa, para que Bilardo decidiera cuál comprar. Al mostrárselas, el DT se enloqueció: no le convencía ninguna. Junto a su ayudante Carlos Pachamé y el utilero Rubén Tito Benrós, discutían sobre la calidad de las prendas conseguidas. Pero Moschella, que transpiraba de los nervios, tuvo un golpe de suerte: pasó Diego Maradona y comentó que uno de los modelos le gustaba, la más brillosa de las dos. Tan apegado a las cábalas, Bilardo no necesitó escuchar ninguna opinión más. Otro taxi por la calzada de Tlalpan hacia el norte, a buscar las playeras. El vendedor tenía 29, Moschella las compró todas y volvió al bunker del Club América con la tarea cumplida. 

Claro, las camisetas eran genéricas, de menor calidad, y no tenían números ni el escudo de la AFA. Allí entraron en acción las empleadas del club: contrarreloj descosieron los escudos de las casacas de entrenamiento y con tres puntadas se los pusieron a estas nuevas prendas. El utilero del América aportó los números plateados, de los que se usan en el football americano. Había más camisetas que jugadores, así que algunos tuvieron un doble equipamiento.

Con esas camisetas improvisadas sobre la hora, Argentina venció a Inglaterra con los dos goles más inolvidables de Maradona. Diego se quedó con la que usó en el primer tiempo y la del complemento la intercambió con Steve Hodge, último jugador en tocar la pelota antes de La Mano de Dios

Hodge la guardó por décadas como una reliquia en su hogar, hasta que treinta años después de aquel partido se animó a cederla al National Football Museum, en Manchester. Allí se exhibió hasta que aceptó subastarla en 2022: la AFA junto al museo Legends pujó por la joya máxima pero no pudo igualar la oferta del emir qatarí Tamin bin Hamad Al Thani, quien se la quedó a cambio de casi 9 millones de dólares. Hoy esa camiseta forma parte del 3-2-1 Qatar Olympic and Sports Museum.

Hasta aquí, la historia conocida de las camisetas azules que eran tan poco comunes para la selección argentina (en los Mundiales solamente había usado ese color en 1962, contra Inglaterra, justamente).

Si la camiseta de la Mano de Dios y el mejor gol de la historia de la Copa del Mundo tiene un precedente en la casaca azul usada seis días antes frente a Uruguay. La consagración de México '86 había comenzado con otra camiseta azul maradoniana, el eslabón perdido de esta historia. Vale retroceder hasta la previa de la eliminatorias.

Después de la salida del Mundial España 1982, Bilardo reemplazó a César Luis Menotti al frente del seleccionado argentino. El nuevo entrenador sabía del valor incomparable de Maradona, que por entonces jugaba en el Barcelona. En su primer encuentro cara a cara le explicó que él sería el nuevo capitán del equipo, pero que no lo iba a convocar para los amistosos ni para la Copa América de 1983. Tampoco lo hizo en 1984 ni en el comienzo de la temporada 1985, pero sí lo iba a necesitar cuando llegara la hora de jugar por los puntos, en serio: las eliminatorias para México '86. Ahí Diego estrenaría su condición de capitán.

Maradona se sumó a los entrenamientos en Ezeiza (todavía la AFA no tenía su propio predio) y allí lo esperaba el utilero Tito Benrós con un manto sagrado que no usaba desde hacía casi tres años: una camiseta azul, mangas largas, con su inconfundible número 10. Eran camisetas de confección francesa, diseñadas para usar en partidos, pero ante ninguno de los rivales del Grupo 8 Sudamericano (Venezuela, Colombia y Perú) la utilizó. Con esta camiseta azul Diego selló su retorno a la selección después de tres años y el comienzo de su camino hasta convertirse en Leyenda en México.

Mañana de entrenamiento en Ezeiza.

Argentina arrancó con victorias en Venezuela y en Colombia. Incansable, yendo y viniendo de Nápoles a Buenos Aires, Maradona siguió fiel a la celeste y blanca en dos triunfos más, como local ante los mismos rivales. Después, el viaje a Lima, la derrota y el agónico empate ante Perú en el Monumental que selló el pasaje a México. La camiseta azul con la que Diego inició su regreso a la selección, tenía el logo del gallito pero no el nombre Le Coq Sportif debajo, así que quedaron confinadas a usarse en entrenamientos.

Desde la utilería, en una época en la que estas prendas no eran valoradas, fue pasando de mano en mano: de Benrós a un periodista, y de este a un coleccionista. Ávido por saber si era la verdadera, la auténtica, durante la Copa del Mundo Brasil 2014 este coleccionista se acercó al Río Center, donde cada noche Diego Maradona conducía su programa De Zurda, del que yo era productor periodístico. Tuve la oportunidad de tener esta prenda en mis manos, se la alcancé a Maradona y le pregunté por ella; la reconoció enseguida: "esta es la que usaba cuando volví a la selección para las eliminatorias. Eran así de abrigadas, no sabés el frío que hacía esas mañanas en el descampado de Ezeiza; mamadera... En un momento se dijo que íbamos a jugar de azul contra Lima en Perú, pero al final no. Si fuese así me la quedaba, porque hubiera terminado toda tironeada por Reyna, ¿te acordás? No podía sacármelo de encima".

Demasiado calurosas para el clima mexicano, de a una estas casacas se fueron yendo de la utilería. Esta joya es el eslabón perdido de la trilogía azul, cuando el sueño de levantar la Copa en el Estadio Azteca iniciaba su sendero hasta hacerse realidad.

Otro manto sagrado del 10



martes, 12 de marzo de 2024

Los nombres del fútbol


¿Cómo se dice o cómo se escribe "fútbol" en otros idiomas?
Esta es una recopilación dinámica, que va creciendo a medida que me aportan más datos chequeados:


  • Afrikaans - sokker
  • Albano - futbollit
  • Alemán - fußball
  • Árabe - كرة القدم (kurat al qadam)
  • Armenio - ֆուտբոլ (futbol)
  • Aymara - phutwul
  • Azerí - futbol
  • Bantu - nhabvu
  • Bosnio - nogomet
  • Bretón - mell-droad
  • Búlgaro - футбол (futbol)
  • Catalán - futbol
  • Checo - kopaná
  • Chino - 足球 (zúqiú)
  • Coreano - 축구 (chook gu)
  • Croata - nogomet
  • Danés - fodbold
  • Eslovaco - fucík
  • Esloveno - nogomet
  • Esperanto - futbalo
  • Estonio - jalgpalli
  • Euskera - futbol
  • Feroés - fótbóltur
  • Finlandés - jalkapallo
  • Francés - football
  • Gaélico - Sacar
  • Galés - pêl-droed
  • Gallego - fútbol
  • Georgiano - ფეხბურთი (pekhburti)
  • Griego - ποδόσφαιρο (podosfero)
  • Groenlandés - Arsaattartut
  • Gujarati - ફૂટબોલ (phūṭabōla)
  • Hebreo - כדורגל (kaduregel)
  • Hindi - फ़ुटबॉल (fútbol)
  • Holandés - voetbal
  • Húngaro - labdarúgás
  • Inglés - football
  • Inglés - soccer
  • Inuktitut - ᐊᔪᒃᑕᖅ (ayoktaq)
  • Islandés - knattspyrna
  • Italiano - calcio
  • Japonés - フットボール (futtoboru)
  • Kazajo - футбол (futbol)
  • Khmer - បាល់ទាត់ (balteat)
  • Kinyarwanda - umupira w’amaguru
  • Kirguiz - Футбо́л (futbol)
  • Kurdo - top
  • Lapón - spábbaciekcan
  • Latín - pediludium
  • Lengadoucian - fosbal
  • Letón - futbols
  • Lingala - motópi
  • Lituano - futbolas
  • Luxemburgués - foussball
  • Maasai - eerata olpira
  • Macedonio - Фудбал (futbal)
  • Malayo - bola sepak
  • Maltés - futbol
  • Mongol - Хөлбөмбөг (khölbömbög)
  • Noruego - fotball
  • Occitano - fotbòl
  • Persa - فوتبال (futbol)
  • Polaco - pilka nozna
  • Portugués - futebol
  • Prouvençau - balompe
  • Punjabi - ਫੁਟਬਾਲ (phuṭabāla)
  • Rumano - fotbal
  • Ruso - футбол (futbol)
  • Samoano - soka
  • Serbio - фудбал (fudbal)
  • Somalí - kubbadda cagta
  • Suahili - mpira wa miguu
  • Sueco - fotboll
  • Sánscrito - पदकन्दुकक्रीडा
  • Tailandés - ฟตบอล (football)
  • Tajik - футбол (futbol)
  • Tamil - காற்பந்தாட்டம் (kāṟpantāṭṭam)
  • Telugu - ఫుట్ బాల్ (phuṭ bāl)
  • Turco - futbol
  • Ucraniano - футбол (futbol)
  • Uzbeko - futbol
  • Vietnamita - bóng dá
  • Zulú - ibhola

  • viernes, 8 de marzo de 2024

    Teófilo Cubillas: el Nene cumple 75 años

    La historia del fútbol del Perú registraba apenas una participación mundialista -la invitación a Uruguay 1930- y la conquista de una Copa América, la que ganó en casa en 1939. Sin embargo, más allá de los resultados obtenidos, siempre buscó una identidad reflejada en el buen trato de la pelota y el juego ofensivo.

    Tres décadas después de ganar ese Sudamericano en Lima, otra de sus buenas selecciones se preparó para un desafío difícil: llegar a la Copa del Mundo 1970 que se jugaría en México. El Grupo 9, correspondiente a Sudamérica, puso a los peruanos junto a Bolivia y a la Argentina, el obvio favorito de todos.

    Un año antes, el 17 de julio de 1968, Brasil había goleado 4-0 a Perú en el Estadio Nacional. Pero en aquella noche limeña debutó en el mediocampo un muchachito de 19 años proveniente de Alianza Lima cuyo rostro desmentía su edad: parecía un nene. Así, el Nene, le pusieron a Teófilo Cubillas, un apodo que lo acompaña hasta el presente.

    Aquella eliminatoria de 1969 produjo una debacle: Perú llegó al último partido en Buenos Aires con un punto más que Argentina, en un clima tenso. Argentina necesitaba la victoria pero confiaba en obtener ese resultado, empujada por el fervor de La Bombonera. Cuando el árbitro pitó el final del 2-2, Perú se quedó con el boleto mundialista. El golpe se había consumado.

    México 1970 fue el primero de los tres Mundiales de Cubillas y el escenario en el que Perú deslumbró al planeta y él demostró su enorme talento. Le marcó goles a Bulgaria, Marruecos (2), Alemania Federal y Brasil, en un partidazo ante quienes terminarían consagrándose campeones.

    Tras aquel inolvidable 4-2 por cuartos de final, Pelé tuvo palabras de alto elogio particularmente dirigidas a Cubillas, a quien mencionó como su "sucesor". Para la FIFA fue el "mejor jugador joven" del certamen.

    El camino mundialista hacia 1974 se terminó pronto ante una fuerte selección de Chile, pero estilo que el Perú desplegaba con Héctor Chumpitaz, Oswaldo Ramírez y Hugo Sotil seguía vivo, bajo la batuta inconfundible del Nene, que seguía creciendo, con su salto al Basel suizo en 1973 y un escalón más arriba, hacia el Porto portugués. Pero la revancha a la ausencia del Mundial 1974 llegó un año más tarde, con la consagración en la Copa América, que no se disputaba desde 1967. Esa pausa de ocho años le quitó chances a la gran generación del fútbol incaico, representada en la sapiencia de Julio Meléndez, y que sumaba a Juan Carlos Oblitas y Percy Rojas como sangre joven.

    La Copa América, que estrenaba el formato sin sede fija con partidos de ida y vuelta, puso en la final a Perú y Colombia. Colombia ganó en Bogotá (1-0) y Perú en Lima (2-0), no contaba la diferencia de gol y fueron a un tercer partido, en Caracas, el 28 de octubre de 1975. Sin permiso de más tiempo de parte del Porto, Cubillas se subió igual al avión junto a sus compañeros, ya habría tiempo de ofrecer explicaciones y disculpas, el sentimiento nacional era más fuerte.
    Perú ganó 1-0 y levantó por segunda vez la ansiada Copa América.

    “Volví a Portugal al día siguiente y me estaban esperando todos los dirigentes y periodistas. Al entrar a la oficina del presidente pensaba que me iba a despedir, pero me felicitó por el título y por todo lo que había hecho por amor a mi país”, confesó Cubillas en entrevista con ESPN.

    El abanico de sus calidades técnicas era amplio: desplegaba una técnica depurada pero también tenía potencia, a la habilidad para el amague y el regate le sumaba un repentino cambio de ritmo, y a todo eso lo coronaba con una capacidad goleadora. Encima, era un caballero.

    En 1977 retornó de Europa para volver a vestir la casaca de Alianza Lima. Y con los pergaminos de campeón sudamericano, Perú llegó al Mundial Argentina 1978, donde realizó una muy buena fase de grupos. Dos goles del Nene a Escocia y tres a Irán en sendas victorias le dieron el pase a la ronda semifinal. Sumaba así 10 goles mundialistas, una cifra que solamente alcanzaron él y otros 14 jugadores en la historia.

    En esa segunda ronda la selección decayó físicamente, su nivel no fue el mismo, y fue superada por Brasil, Polonia y Argentina, que terminaría quedándose con el trofeo.

    En 1979 el Nene tendría un nuevo destino: los Estados Unidos, donde jugaría hasta retirarse. En esa temporada se estrenó con los Fort Lauderdale Strikers, que competía en la North American Soccer League (NASL). Pero no se alejaba de la Bicolor: en 1981 Perú pegó otro golpe camino a España 1982: eliminó a Uruguay. No pudo marcar en el Mundial, y con dos empates (ante Camerún e Italia) y una dura derrota ante Polonia, cerró su historial en la máxima Copa de la FIFA.

    La despedida de España significó también el punto final a su carrera con la selección, a la que defendió en 81 partidos. Sus 26 goles sirvieron para erigirse en el máximo goleador del equipo nacional, superando al histórico Teodoro Lolo Fernández (24). Años más tarde, con calendarios con muchos más partidos por temporada, la marca de Cubillas fue sobrepasada por Paolo Guerrero (39 goles, todavía activo) y Jefferson Farfán (27).

    En 1986 anunció su retiro oficial, a los 36 años. Tuvo su partido despedida junto a grandes estrellas, pero en 1987 volvió: a la tragedia aérea en la que murieron todos los jugadores de Alianza Lima, hizo que Cubillas sintiera el deber de ponerse nuevamente la casaca blanquiazul para las 13 fechas que faltaban jugarse por el campeonato peruano. Su último gol con Alianza Lima fue el 20 de marzo de 1988, en el estadio Nacional.

    Para cerrar su etapa en la Florida, donde se radicó, durante 1988 defendió de vuelta a los Fort Lauderdale Strikers en la American Soccer League. Y entonces sí, se retiró definitivamente a los cuarenta años en 1989, con el Miami Sharks.

    La federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol lo considera como el mejor futbolista peruano del siglo XX. Los hinchas de ese país no precisan de títulos ni de estadísticas para tenerlo en su altar mayor. 8 de marzo de 2024: Teófilo Cubillas, el jugador más grande de la historia del fútbol peruano, cumple 75 años. Pero para los amantes del buen fútbol sigue siendo el Nene.

    martes, 5 de marzo de 2024

    Abdón Porte: la vida por Nacional

    El 5 de marzo de 1918 Abdón Porte caminó hacia la mitad de la cancha del Parque Central y se pegó un tiro en el pecho. Su temor a perder el puesto de zaguero o volante en el Club Nacional de Football lo empujó al suicidio. Un caso único de amor por una divisa.

    Por PABLO ARO GERALDES

    Abdón Porte
    1893 - 1918
    A comienzos de aquel 1918, la Comisión Directiva del club decidió colocar en su puesto a Alfredo Zibechi, lo que para el Indio Porte implicaba la pérdida de la titularidad. La decisión se basaba en que Porte había declinado en su rendimiento. Esto fue algo que el ídolo del club no pudo asimilar. Porte no era un jugador cualquiera: tenía 25 años y con Nacional había ganado los campeonatos uruguayos, entonces amateur, de 1912, 1915, 1916 y 1917 además de haber integrado la selección que conquistó la Copa América 1917.

    El 4 de marzo de 1918 Nacional venció 3-1 al Charley y jugó los 90 minutos con una muy buena actuación. Como se acostumbraba, por la noche dirigentes y jugadores se reunieron en la sede del club en el centro de Montevideo, para un pequeña celebración. A la una de la madrugada del 5 de marzo Abdón Porte dejó la fiesta y se subió a un tranvía que lo dejó a las puertas del Gran Parque Central, se dirigió al centro de la cancha que él y sus compañeros habían reinaugurado en 1911 (tras un gran incendio que sufriese el escenario) y donde se había consagrado como un verdadero ídolo de Nacional y del fútbol uruguayo, para ponerle punto final a su existencia.

    El 3 de abril iba a casarse con su novia. Al amanecer de ese frío martes el perrito del canchero Severino Castillo encontró el cuerpo inerte de Porte. La mascota llevó casi a rastras a su dueño hasta el círculo central, donde yacía Abdón con sangre del lado izquierdo de su camisa, el revólver con el que se disparó en el corazón y dos cartas dentro de un sombrero de paja: una dirigida al presidente de Nacional y otra a un pariente. En la primera decía: "Querido Doctor José María Delgado. Le pido a usted y demás compañeros de Comisión que hagan por mí como yo hice por ustedes: hagan por mi familia y por mi querida madre. Adiós querido amigo de la vida".

    Además en la misiva pedía que lo enterraran "en el cementerio de La Teja con Bolívar y Carlitos". Se refería a los hermanos Bolívar y Carlos Céspedes, dos glorias de Nacional y de la selección uruguaya que habían fallecido de viruela en 1905.

    Todo Uruguay se conmovió por la noticia. Sus compañeros llevaron flores, custodiaron el féretro durante todo el velatorio, firmaron un pésame colectivo para entregárselo a sus deudos y llevaron las fajas de la carroza fúnebre. Gracias a la gestión de Eusebio Céspedes, el padre de Bolívar y Carlos, Abdón fue enterrado junto a sus ídolos.

    Cinco días después Nacional disputó un partido con Wanderers a beneficio de la familia de Porte. "Cuando los ojos distraídos dirigían sus miradas hacia el medio eje albo... buscaban a Porte. Allí lo habíamos visto muchas veces; allí se había dormido, allí fue. Acaso la vieja torre del molino sigue mirando hacia allí", redactó el periodista Diego Lucero.

    Su historia inspiró a Horacio Quiroga para escribir el cuento Juan Polti, half-back, publicado en 1918 en la revista Atlántida de Buenos Aires: "Cuando un muchacho llega (…) a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente".

    Xosé de Enríquez, en su libro Hacia el campo van los albos, escribió: "..era un lungo rústico, flaco, 'morochón y peloduro' que procedía del 2, de Libertad, si bien había sido Colón el Club que lo trajo a la Capital...".

    En 2008 el Correo Uruguayo
    emitió un sello en su honor
    La mejor evocación salió de la pluma de Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra: "Abdón Porte defendió la camiseta del club uruguayo Nacional durante más de doscientos partidos, a lo largo de cuatro años, siempre aplaudido, a veces ovacionado, hasta que se le acabó la buena estrella. Entonces lo sacaron del equipo titular. Esperó, pidió volver, volvió. Pero no había caso, la mala racha seguía, la gente lo silbaba: en la defensa, se le escapaban hasta las tortugas; en el ataque, no embocaba una. (...) Se pegó un balazo a medianoche, en el centro de la cancha donde había sido querido. Estaban todas las luces apagadas. Nadie escuchó el disparo. Lo encontraron al amanecer. En una mano tenía el revólver y en la otra una carta".

    Un dato que rescata el periodista Atilio Garrido le suma magnitud a la idolatría de Porte: entre 1911 y 1917 jugó todos los partidos (39) ante CURCC/Peñarol. "O sea que en su trayectoria como jugador de Nacional no faltó a ningún enfrentamiento clásico contra Peñarol. ¡Un récord muy difícil de igualar en cualquier época! Este dato confirma -además- que Porte estaba dotado de un físico privilegiado, que no experimentaba lesiones graves y que a los 25 años se encontraba en la plenitud de su fortaleza física y atlética, con otro lustro por delante para recorrerlo con el éxito singular que lo acompañó desde su llegada a Nacional", escribe Garrido en su recomendable blog.

    Nacional bautizó como Abdón Porte a la tribuna oeste del Gran Parque Central. En los partidos jugados allí se puede ver en su tribuna una bandera que reza "Por la sangre de Abdón" y se puede presenciar el rostro del ídolo.


    La señal History Channel realizó un documental que vale la pena ver: