martes, 26 de marzo de 2024
Un solo partido en la Selección Argentina
domingo, 24 de marzo de 2024
Eugenio Mosso, el primer argentino en el fútbol europeo
¿Cuál fue el primer futbolista sudamericano que triunfó en Europa? Mucho antes que los cuatro oriundi que se consagraron campeones del mundo con Italia en 1934, incluso antes de que Julio Libonatti fuera el primero traspasado por un club (de Newell's Old Boys al Torino) en 1925, el mendocino Eugenio Mosso se calzó la maglia granata del Torino en 1910.
Mosso padre había nacido a mediados del siglo XIX en Santo Stefano Belbo, comuna de Cuneo, en el Piamonte, a apenas 60 kilómetros de Turín. Junto a su madre emigraron a la Argentina y se afincaron en la provincia de Mendoza. Tuvo siete hijos en la Argentina, pero en 1910 Mosso decidió volver a su tierra. En 1910 los hermanos Francisco, Benito, Eugenio y Julio Mosso llegaron a Turín y se sumaron al club Torino. Dos años más tarde los cuatro jugaban con la camiseta granata.
En el primer derby de la temporada 1912-13, el 17 de noviembre de 1912, en el Stadio di Corso Sebastopoli, Juventus cayó 0-8 ante Torino y cinco de los ocho goles llevaron la firma de la familia Mosso: tres de Eugenio y dos de Francesco. Más de un siglo después, sigue siendo el resultado más abultado del clásico turinés.
Eugenio, el de la foto, marcó un hito el domingo 5 de abril de 1914: fue el primer extranjero que vistió la maglia azzurra de la selección italiana. Aquella tarde, ante unos nueve mil espectadores en el Stadio Marassi, de Génova, Italia empató 1-1 con Suiza. Los locales formaron con Giovanni Innocenti - Modesto Valle, Renzo De Vecchi - Giuseppe Parodi, Virgilio Fossati, Luigi Barbesino - Eugenio Mosso, Angelo Mattea, Aldo Cevenini, Amedeo Varese y Carlo Corna.
Aquella selección fue elegida por una Comisión Técnica formada por siete miembros (Umberto Meazza, Hugo Rietmann, Vincenzo Nino Resegotti, Francesco Franz Calì I, Vittorio Pedroni II, Alfredo Armano II y Edoardo Dadin Pasteur I) y guiada en la cancha por "mister" William Thomas Billy Garbutt, el entrenador inglés del Genoa, que hizo prevalecer al bloque de ese equipo que tres meses después ganaría el Campionato Italiano, formado por los dos mediocampistas laterales Parodi e il Corazziere Barbesino y los dos mediocampistas Mattea y Varese, mientras que del Pro Vercelli en declive salieron el arquero Innocenti, el lateral derecho Valle y el lateral izquierdo Corna. Para completar el "Método" llamó del Inter al centrehalf Fossati (capitán) y al centreforward Cevenna Cevenini y los de la banda derecha del debutante Mosso III y del lateral izquierdo del ídolo de la afición del Génova, el juvenil il figlio di Dio De Vecchi, que llegó con ese partido a su decimoquinta presencia en la selección italiana.
Una escena de aquel Italia-Suiza, en Génova: Mattea remata hacia el arco helvético. |
La crónica recogida por Stefano Massa reseña: "En el primer tiempo hubo predominio de los anfitriones, que se adelantaron a los 26' con un disparo de Mattea I, que sorprendió al arquero suizo Edmund Bieri, engañado por la elevación cercana a él de Cevenini I, pero seis minutos después se unió por una diagonal de la banda derecha a unos quince metros del medio lateral izquierdo Charles Wyss II (al final de un vuelo de unos cuarenta metros que los dos laterales azules no pudieron oponer), al que Innocenti trató torpemente de resistir con una patada. En la segunda parte fueron los rossocrociati los que asediaron el área italiana, teniendo varias ocasiones de gol, la más sensacional de las cuales fue el travesaño al final de Neumeyer II".
Además de ser el primer extranjero en una selección italiana, Eugenio fue el primer sudamericano en una selección en toda Europa. Para distinguirlo de sus hermanos la prensa lo identificaba como Mosso III. Los conocidos también lo llamaban Genio, como un apócope de Eugenio. Había nacido en Mendoza el 10 de agosto de 1895. Jugó en el Torino hasta 1925, con la salvedad de las cuatro temporadas suspendidas por la Guerra Mundial. Solía desempeñarse como centreforward. Las crónicas de la época dicen que tenía buena técnica y un disparo muy potente.
La revista del Torino recoge un testimonio de Vittorio Pozzo sobre su proverbial potencia: "Mosso III debe buena parte de su popularidad en las canchas al potente disparo que tiene. Es, si se quiere, un tiro algo uniforme y predecible para los movimientos que lo preceden, pero sigue siendo un tiro extraordinariamente efectivo debido a la tremenda fuerza con la que la pelota da en el blanco. Quizás no haya un disparo más violento en Italia que el de Mosso III. Quien puede dar fe es el arquero del Cercle Athlétique de París que en el Torneo de Pascua de 1914 en Génova, en el que participó el Torino, tuvo una aventura de novela si el público genovés y nuestros jugadores no la recordaran por la risa homérica que despertaba. Hacia el final del partido, que ganamos por 7-1, el arquero francés acababa de recuperarse de la muy desagradable impresión que le dejó un disparo de lleno de Mosso III, cuando se encontró de nuevo con Genio por delante. El cañonazo salió ultrapotente y en el rival el instinto de conservación le ganó al honor. Para evitar ser golpeado por segunda vez por un pelotazo de tanta vehemencia, se escapó literalmente del arco y se tiró al suelo de una zambullida y una de las contorsiones más divertidas jamás vistas".En los 60 partidos que disputó, marcó 47 goles. Su mejor momento estuvo entre 1912 y 1915. El estallido del conflicto bélico lo privó de continuidad con la Nazionale.
En los años veinte era reconocido por ser un refinado comensal y -como buen mendocino- un cultor del exquisito vino, ganándose el sobrenombre de Grignulin. ¿De dónde vino este apodo? Dicen que cualquier piamontés que se precie no puede dejar de conocer y saborear al vino Grignolino, nacido y producido entre las colinas de Asti y Alessandrini. El término Grignolino debe su origen al dialectal grignòle, es decir semillas de uva.
Después de su carrera futbolística, regresó a la Argentina y murió en Godoy Cruz, Mendoza, el 4 de agosto de 1961.
miércoles, 20 de marzo de 2024
Roberto Arlt: Ayer vi ganar a los argentinos
Aguafuerte publicada en el diario El Mundo, el 18 de noviembre de 1929.
Por ROBERTO ARLT
Ustedes dirán que soy el globero más extraordinario que ha pisado El Mundo por lo que voy a decirles. Ayer fue el primer partido de fútbol que vi en mi vida, es decir, en los veintinueve años de existencia que tengo, si no se cuentan como partidos de fútbol esos con pelota de mano que juegan los purretes y que todos, cuando menos, hemos ensayado con detrimento del calzado y de la ropa. Sí; el primer partido, de modo que no les extrañen las macanas que puedo decir.
“Carné” de periodista
Una naranja podrida reventó en el cráneo de un lonyi; cuarenta mil pañuelos se agitaron en el aire, y Ferreira de una magnífica patada hizo el primer goal. Ni un equipo de ametralladoras puede hacer más ruido que esas ochenta mil manos que aplaudían el éxito argentino. Tanta gente aplaudía tras mis orejas, que el viento desalojado por las manos zumbaba en mis mejillas.
Luego, el juego decreció de entusiasmo y empecé a tomar apuntes. Aquí van; para que se den cuenta cómo trabaja un cronista que no entiende ni medio de football (creo que así lo escriben los ingleses). He aquí lo que vi. Un negro que vendía un paraguas abollado para librarse del sol. Un regimiento de chicos que vendían ladrillos, cajones, tablas, naranjas, manzanas, bebidas sin alcohol, diarios, retratos de los footbalistas, caramelos, etc., etc. Un jugador argentino dio una costalada, Cherro erró un goal; de pronto suenan aplausos y en la pista de “Las oficiales”, más aplausos a granel. El “Torito de Mataderos”, pasaba entre una barra de admiradores.
La salida de argentinos y uruguayos a la cancha de San Lorenzo, aquella tarde de 1929. |
Cherro yerra otro goal y un fulano que se esconde tras de los bigotes, se los retuerce al compás de malísimas palabras. Las gradas están negras de espectadores. Sobre estos cuarenta mil porteños, de continuo una mano misteriosa vuelca volantes que caen entre el aire y el sol con resplandores de hojas de plata. Se apelotonan jugadores uruguayos y argentinos en torno de un jugador estirado en el suelo. Fue una patada en la nuca. No hay vuelta; los deportes son saludables. Otra naranja podrida revienta en el cráneo del mismo lonyi. Ferreira gambetea que es un contento. No hay vuelta, es el mejor jugador del equipo, con Evaristo. ¡Ferreira solo!, gritan las tribunas, y otro: “Ahí lo tienen al juego científico”.
Al sur de la cancha de San Lorenzo de Almagro, sobre Avenida La Plata, hay una fábrica con techo de dos aguas y varias claraboyas. Pues, de pronto, la gente empezó a mirar para aquel lado, y era que de las claraboyas, lo mismo que hormigas, brotaban mirones que en cuatro patas iban a instalarse en el caballete del tejado. Algo como de cinematógrafo. A todo esto el primer tiempo había terminado. Entonces, del alambrado que separa las populares de las plateas, vi despegarse al lonyi que recibía las naranjas podridas en el mate.
Tenía el cogote chorreando de podredumbre, la jeta cansada de tanto estar colgado y se dejó caer en el portland del piso, con gran satisfacción de los propietarios de las naranjas. Ahora el suelo quedó convertido en campamento gitano. Comencé a caminar. Había una cosa que me llamó la atención y era el agua que continuamente caía de lo alto de las tribunas. Le pregunté a un espectador por qué hacían ese regalo, y el espectador me contestó que eran ciudadanos argentinos que dentro de la constitución hacían sus necesidades naturales desde las alturas.
También vi una cosa formidable, y era un montón de purretes colgados de los fierros en la parte inferior de las tribunas, es decir, del lado donde únicamente se ven los pies de los espectadores. Todos estos chicos rivalizaban en agarrarle las piernas a una espectadora para ellos invisible.
Los veintidós protagonistas |
Al margen del fútbol
Seguí caminando, pensando en los espectáculos que la suerte me había deparado ver por primera vez en mi vida, y vi un regimiento de mujercitas de aspecto poco edificante acompañadas de la barra de sus “maridos”. Habían hecho rueda en asientos de diarios y tragaban salame de caballo y mortadela de burro.
El ruidoso trabajo de masticación era acompañado de una continua repetición de tragos de un brebaje misterioso que tenían encerrado en un porrón. Luego tropecé con una brigada de forajidos que vendían ladrillos, no para tirárselos a los jugadores, parece que para éstos se reservaban las botellas. Los ladrillos eran para servir de pedestal a los espectadores petisos.
Apareció un negro arramblando con una hoja de puerta, levantó una tribuna y comenzó a vocear; “veinte centavos el asiento”. Varios padres de familia subieron al palco improvisado.
Avenida La Plata. Salí del field, pocos minutos antes que Evaristo hiciera el segundo goal. Todas las puertas de avenida La Plata estaban embanderadas de magníficas pebetas. ¡La pucha si hay lindas muchachas en esta avenida La Plata! De pronto resonó el estruendo de toda una muchedumbre de aplausos; desde lo alto de la tribuna un brazo como un semáforo hizo una señal misteriosa sobre el fondo celeste, y la voz rápidamente levantó un grito en la garganta de todas las pebetas: —Ganamos los argentinos: 2 a 0. Hacía mucho tiempo que los porteños no jugaban con trepidés.
Los uruguayos dieron la impresión de desarrollar un juego más armónico que el de los argentinos, pero éstos, aunque desordenadamente, trabajaron con lo único que da el éxito en la vida: el entusiasmo.
jueves, 14 de marzo de 2024
El eslabón perdido de la Mano de Dios
La historia se ha repetido hasta el infinito: después de vencer a Uruguay con una camiseta azul, el entrenador Carlos Bilardo le pidió a los empleados de la Asociación del Fútbol Argentino que le demandaran al proveedor Le Coq Sportif un modelo de casacas más livianas, similares a las celestes y blancas que usaron en la primera ronda, porque había notado que sus jugadores se "distraían" acomodándose el cuello y las mangas de estas prendas más pesadas. Contra Inglaterra, por los cuartos de final, no podía volver a suceder, ya que en la reunión técnica de FIFA se determinó que los ingleses jugaran de blanco y Argentina nuevamente de azul.
La respuesta de la compañía francesa fue terminante: en tres días no podían confeccionar y enviar a México nuevas camisetas de tela llamada Air-Tech, con pequeños agujeritos que ayudaban a evacuar el sudor, tornándose más livianas bajo el agobiante sol del mediodía del verano mexicano. Bilardo, cerrado en su negativa a volver a usar las que ya tenían, le ordenó a Rubén Moschella que fuera a comprar otras con una consigna clara: "que sean menos pesadas".
El eficiente empleado administrativo de la AFA chocó con varios condicionantes: no podían ser camisetas cualquiera, tenían que ser de la marca Le Coq Sportif, de color azul, livianas y encima contaba apenas con dos días para recorrer en un taxi todas las tiendas de la zona sur de la capital mexicana.
Tras varias visitas infructuosas, finalmente en uno de los comercios tenían dos modelos de Le Coq, de manufactura local. Le rogó al dueño que no las vendiera, que lo esperara, y volvió con una de cada una hacia la concentración en Coapa, para que Bilardo decidiera cuál comprar. Al mostrárselas, el DT se enloqueció: no le convencía ninguna. Junto a su ayudante Carlos Pachamé y el utilero Rubén Tito Benrós, discutían sobre la calidad de las prendas conseguidas. Pero Moschella, que transpiraba de los nervios, tuvo un golpe de suerte: pasó Diego Maradona y comentó que uno de los modelos le gustaba, la más brillosa de las dos. Tan apegado a las cábalas, Bilardo no necesitó escuchar ninguna opinión más. Otro taxi por la calzada de Tlalpan hacia el norte, a buscar las playeras. El vendedor tenía 29, Moschella las compró todas y volvió al bunker del Club América con la tarea cumplida.
Claro, las camisetas eran genéricas, de menor calidad, y no tenían números ni el escudo de la AFA. Allí entraron en acción las empleadas del club: contrarreloj descosieron los escudos de las casacas de entrenamiento y con tres puntadas se los pusieron a estas nuevas prendas. El utilero del América aportó los números plateados, de los que se usan en el football americano. Había más camisetas que jugadores, así que algunos tuvieron un doble equipamiento.
Con esas camisetas improvisadas sobre la hora, Argentina venció a Inglaterra con los dos goles más inolvidables de Maradona. Diego se quedó con la que usó en el primer tiempo y la del complemento la intercambió con Steve Hodge, último jugador en tocar la pelota antes de La Mano de Dios.
Hodge la guardó por décadas como una reliquia en su hogar, hasta que treinta años después de aquel partido se animó a cederla al National Football Museum, en Manchester. Allí se exhibió hasta que aceptó subastarla en 2022: la AFA junto al museo Legends pujó por la joya máxima pero no pudo igualar la oferta del emir qatarí Tamin bin Hamad Al Thani, quien se la quedó a cambio de casi 9 millones de dólares. Hoy esa camiseta forma parte del 3-2-1 Qatar Olympic and Sports Museum.
Hasta aquí, la historia conocida de las camisetas azules que eran tan poco comunes para la selección argentina (en los Mundiales solamente había usado ese color en 1962, contra Inglaterra, justamente).
Si la camiseta de la Mano de Dios y el mejor gol de la historia de la Copa del Mundo tiene un precedente en la casaca azul usada seis días antes frente a Uruguay. La consagración de México '86 había comenzado con otra camiseta azul maradoniana, el eslabón perdido de esta historia. Vale retroceder hasta la previa de la eliminatorias.
Después de la salida del Mundial España 1982, Bilardo reemplazó a César Luis Menotti al frente del seleccionado argentino. El nuevo entrenador sabía del valor incomparable de Maradona, que por entonces jugaba en el Barcelona. En su primer encuentro cara a cara le explicó que él sería el nuevo capitán del equipo, pero que no lo iba a convocar para los amistosos ni para la Copa América de 1983. Tampoco lo hizo en 1984 ni en el comienzo de la temporada 1985, pero sí lo iba a necesitar cuando llegara la hora de jugar por los puntos, en serio: las eliminatorias para México '86. Ahí Diego estrenaría su condición de capitán.
Maradona se sumó a los entrenamientos en Ezeiza (todavía la AFA no tenía su propio predio) y allí lo esperaba el utilero Tito Benrós con un manto sagrado que no usaba desde hacía casi tres años: una camiseta azul, mangas largas, con su inconfundible número 10. Eran camisetas de confección francesa, diseñadas para usar en partidos, pero ante ninguno de los rivales del Grupo 8 Sudamericano (Venezuela, Colombia y Perú) la utilizó. Con esta camiseta azul Diego selló su retorno a la selección después de tres años y el comienzo de su camino hasta convertirse en Leyenda en México.
Mañana de entrenamiento en Ezeiza. |
Argentina arrancó con victorias en Venezuela y en Colombia. Incansable, yendo y viniendo de Nápoles a Buenos Aires, Maradona siguió fiel a la celeste y blanca en dos triunfos más, como local ante los mismos rivales. Después, el viaje a Lima, la derrota y el agónico empate ante Perú en el Monumental que selló el pasaje a México. La camiseta azul con la que Diego inició su regreso a la selección, tenía el logo del gallito pero no el nombre Le Coq Sportif debajo, así que quedaron confinadas a usarse en entrenamientos.
Demasiado calurosas para el clima mexicano, de a una estas casacas se fueron yendo de la utilería. Esta joya es el eslabón perdido de la trilogía azul, cuando el sueño de levantar la Copa en el Estadio Azteca iniciaba su sendero hasta hacerse realidad.
Otro manto sagrado del 10 |
martes, 12 de marzo de 2024
Los nombres del fútbol
¿Cómo se dice o cómo se escribe "fútbol" en otros idiomas?
Esta es una recopilación dinámica, que va creciendo a medida que me aportan más datos chequeados: