Corría junio de 1973 y el viento soplaba por la 18 de Julio, la céntrica avenida de Montevideo. Como todas las mañanas, Rony Almeida, un ecuatoriano afincado en Uruguay, recorría las tiendas de antigüedades y visitaba a los diferentes marchands de numismática del barrio antiguo buscando piezas para coleccionar o simplemente para seguir con su oficio de compra y venta. Pasado el mediodía, decidió demorar el almuerzo y prefirió darse una última vuelta por un par de cambalaches y se detuvo en el negocio de un anticuario de la calle San José. Casi como una rutina, consultó a don Isidoro, el dueño del local, si había recibido alguna pieza que podría interesarle. “Fíjese en esa bolsa”, le respondió señalando un pequeño envoltorio de papel. Contenía anillos, medallas y cadenitas que a las dos de la tarde llevaría a la fundición, como lo hacía todos los días con el oro comprado.
Al revolver entre los pequeños objetos sacó una medallita y al leerla se le paró el corazón. De un lado decía “Coupe du Monde” y al darla vuelta leyó “Montevideo Juillet 1930” y entre laureles “José Nasazzi – Capitán”.
Un pedazo de la historia del fútbol estaba en sus manos, pero trató de serenarse. Simuló cierto desinterés y preguntó cuánto costaba. Sin saber ni interesarse por el pasado de la medalla, el dueño la tomó y la posó sobre la balanza. Se la cobró apenas un poco más de lo que costaban esos 25 gramos de oro.
De regreso a su casa, Almeida transpiró como nunca, pese al frío de la tarde. Apretando con fuerza esa medalla tomó el ómnibus hasta su departamento en Pocitos y trató de calcular cuánto valdrían esos gramos de oro.
Empezó a investigar y dio con un dato que realzaba el valor de la medalla, si comprobaba que era original, claro. La FIFA sólo le había dado una medalla de oro a Nasazzi, el capitán, mientras que el resto de los campeones mundiales recibió una de plata y esmalte. ¿Podía ser esa que él tenía la auténtica?
Al tiempo decidió ofrecerla a la Asociación Uruguaya de Fútbol a diez mil dólares, pero le dijeron que no era el único que intentaba vender objetos relacionados con la primera Copa del Mundo, y que había muchos falsificadores. Uno de los empleados de la AUF saltó: “vayamos a ver a Andrés Mazali, que fue muy amigo de Nasazzi, él va a saber decir si es verdadera o no”. Mazali fue el arquero que junto a Nasazzi salió campeón olímpico en 1924 y 1928, y mantuvo su amistad hasta su muerte, en junio de 1968.
Golpearon a la puerta de la casa de Mazali y salió a atenderles un viejito con las piernas combadas por el reuma. Era el legendario arquero, y le mostraron la medalla. No llegó a responder, sólo se quebró en llanto acariciando la imagen dorada. “Es la de Pepe”, sollozaba, mientras identificaba el golpecito en la parte izquierda. “Es la que le dio Jules Rimet. La llevó un tiempo como llavero, pero después la guardó en una lata sobre el ropero –les relató Mazali–. Al tiempo de su muerte falleció la esposa y entonces la sobrina que ellos habían criado como a una hija las tuvo que vender para pagar la tasa judicial y poder cobrar la herencia”.
Esa medalla que estuvo a horas de transformarse en parte de un lingote, se convirtió en el comienzo del Museo de la Copa del Mundo 1930. “¿Cuánto quiere?”, le preguntaron a Almeida los hombres de la AUF. “Nada, ya no quiero venderla”.
Al rescate de la memoria
“En cierto modo me quedé con la partida de nacimiento del fútbol uruguayo”, reflexionaba Almeida el pasado 20 de diciembre, día de la inauguración del Museo.
Fueron años de búsqueda y estudio. De recolección minuciosa. Y cada dato nuevo que iba conociendo le ensanchaba el horizonte de búsqueda. La numismática (colección de monedas) empezó a compartir horas con otros recuerdos de los años dorados del fútbol uruguayo. Pronto se encontró con un creciente número de insignias, entradas de partidos, tarjetas postales, fotos, autógrafos, revistas, todos objetos imposibles de ser tasados como el oro, pero de un valor incalculable. Porque todos, aunque no coticen como los metales preciosos, llevan consigo el precio impagable de la historia, de lo irrepetible.
“Cuando me querían comprar la medalla de Nasazzi y me descalificaban por el alto precio que pedía, yo les preguntaba: ¿saben cuánto tiempo va a pasar hasta que Uruguay vuelva a ser campeón mundial? Ojalá me equivoque, pero quizá no vuelva a serlo nunca más”, explica Almeida, director del museo surgido de su propia colección.
En la muestra realizada en Montevideo con motivo de la inauguración, el museo abrió sus puertas de manera provisoria, ya que tras ser exhibido en Japón y Corea del Sur durante el Mundial, se instalará definitivamente en Miami. “Allí podrán ver estos objetos los hinchas de toda América Latina, ya que el valor histórico trasciende el sentimiento de lo uruguayos”, relata Almeida.
¿Qué puede encontrarse en el Museo? Todo lo relacionado con lo que los ingleses llaman “memorabilia”, una palabra que aún no tiene traducción al castellano pero que significa “objetos notables y dignos de recuerdo”.
Así aparece un afiche original del primer Mundial, un álbum de figuritas con las 13 selecciones participantes, entradas para las cuatro tribunas del estadio Centenario: Olímpica, América, Amsterdam y Colombes. Hay postales uruguayas rescatadas del olvido, algunas con sus matasellos originales, y fotos inéditas de los equipos, los partidos y la construcción del Centenario. Muchas fueron conseguidas en el Uruguay, pero otras, las más valiosas, tuvieron que ser compradas en Londres. ¿Por qué? Hace una década la movida de la memorabilia estalló entre los ingleses y salieron a saquear al mundo de sus recuerdos futbolísticos a cambio de muy poco dinero. Coleccionistas británicos aparecieron por Montevideo comprando por monedas revistas, álbumes, insiginias, todo… Y cuando los responsables del museo participaron de las subastas londinenses para repatriar los objetos debieron pagar sumas que se acumulaban en miles de dólares. “La medalla que recibió Bobby Moore en el Mundial de 1966 se remató en un millón de dólares; entonces, ¿cuánto vale la de Nasazzi, que además es única?” se pregunta Rony Almeida hijo, tan entusiasta del proyecto como su padre y sus hermanos.
Más allá del 30
El Museo de la Copa del Mundo de 1930 fue declarado de interés nacional por el gobierno uruguayo y contiene la colección más extensa de las que se conocen. Con 260 objetos catalogados supera largamente al de la propia AUF, que conserva una treintena.
La vedette de la muestra es la medalla de Nasazzi, la misma que Jules Rimet guardó en su valija y trasladó desde París junto a la Copa que años después llevaría su nombre. Pero la muestra se extiende a los cuatro campeonatos del mundo ganados por la Celeste. ¿Cuatro? Sí, porque los torneos de fútbol de los Juegos Olímpicos de París 24 y Amsterdam 28 fueron organizados directamente por la FIFA y al ganador se lo reconocía como campeón mundial, tal como lo testimonian escritos de la época. Está la foto original del festejo tras la conquista de la medalla dorada en el estadio de Colombes, cuando los uruguayos dieron una vuelta al campo de juego saludando a los parisinos que se habían enloquecido con su juego. Es la imagen de la primera “vuelta olímpica” de la historia del fútbol.
Al revolver entre los pequeños objetos sacó una medallita y al leerla se le paró el corazón. De un lado decía “Coupe du Monde” y al darla vuelta leyó “Montevideo Juillet 1930” y entre laureles “José Nasazzi – Capitán”.
Un pedazo de la historia del fútbol estaba en sus manos, pero trató de serenarse. Simuló cierto desinterés y preguntó cuánto costaba. Sin saber ni interesarse por el pasado de la medalla, el dueño la tomó y la posó sobre la balanza. Se la cobró apenas un poco más de lo que costaban esos 25 gramos de oro.
De regreso a su casa, Almeida transpiró como nunca, pese al frío de la tarde. Apretando con fuerza esa medalla tomó el ómnibus hasta su departamento en Pocitos y trató de calcular cuánto valdrían esos gramos de oro.
Empezó a investigar y dio con un dato que realzaba el valor de la medalla, si comprobaba que era original, claro. La FIFA sólo le había dado una medalla de oro a Nasazzi, el capitán, mientras que el resto de los campeones mundiales recibió una de plata y esmalte. ¿Podía ser esa que él tenía la auténtica?
Al tiempo decidió ofrecerla a la Asociación Uruguaya de Fútbol a diez mil dólares, pero le dijeron que no era el único que intentaba vender objetos relacionados con la primera Copa del Mundo, y que había muchos falsificadores. Uno de los empleados de la AUF saltó: “vayamos a ver a Andrés Mazali, que fue muy amigo de Nasazzi, él va a saber decir si es verdadera o no”. Mazali fue el arquero que junto a Nasazzi salió campeón olímpico en 1924 y 1928, y mantuvo su amistad hasta su muerte, en junio de 1968.
Golpearon a la puerta de la casa de Mazali y salió a atenderles un viejito con las piernas combadas por el reuma. Era el legendario arquero, y le mostraron la medalla. No llegó a responder, sólo se quebró en llanto acariciando la imagen dorada. “Es la de Pepe”, sollozaba, mientras identificaba el golpecito en la parte izquierda. “Es la que le dio Jules Rimet. La llevó un tiempo como llavero, pero después la guardó en una lata sobre el ropero –les relató Mazali–. Al tiempo de su muerte falleció la esposa y entonces la sobrina que ellos habían criado como a una hija las tuvo que vender para pagar la tasa judicial y poder cobrar la herencia”.
Esa medalla que estuvo a horas de transformarse en parte de un lingote, se convirtió en el comienzo del Museo de la Copa del Mundo 1930. “¿Cuánto quiere?”, le preguntaron a Almeida los hombres de la AUF. “Nada, ya no quiero venderla”.
Al rescate de la memoria
“En cierto modo me quedé con la partida de nacimiento del fútbol uruguayo”, reflexionaba Almeida el pasado 20 de diciembre, día de la inauguración del Museo.
Fueron años de búsqueda y estudio. De recolección minuciosa. Y cada dato nuevo que iba conociendo le ensanchaba el horizonte de búsqueda. La numismática (colección de monedas) empezó a compartir horas con otros recuerdos de los años dorados del fútbol uruguayo. Pronto se encontró con un creciente número de insignias, entradas de partidos, tarjetas postales, fotos, autógrafos, revistas, todos objetos imposibles de ser tasados como el oro, pero de un valor incalculable. Porque todos, aunque no coticen como los metales preciosos, llevan consigo el precio impagable de la historia, de lo irrepetible.
“Cuando me querían comprar la medalla de Nasazzi y me descalificaban por el alto precio que pedía, yo les preguntaba: ¿saben cuánto tiempo va a pasar hasta que Uruguay vuelva a ser campeón mundial? Ojalá me equivoque, pero quizá no vuelva a serlo nunca más”, explica Almeida, director del museo surgido de su propia colección.
En la muestra realizada en Montevideo con motivo de la inauguración, el museo abrió sus puertas de manera provisoria, ya que tras ser exhibido en Japón y Corea del Sur durante el Mundial, se instalará definitivamente en Miami. “Allí podrán ver estos objetos los hinchas de toda América Latina, ya que el valor histórico trasciende el sentimiento de lo uruguayos”, relata Almeida.
¿Qué puede encontrarse en el Museo? Todo lo relacionado con lo que los ingleses llaman “memorabilia”, una palabra que aún no tiene traducción al castellano pero que significa “objetos notables y dignos de recuerdo”.
Así aparece un afiche original del primer Mundial, un álbum de figuritas con las 13 selecciones participantes, entradas para las cuatro tribunas del estadio Centenario: Olímpica, América, Amsterdam y Colombes. Hay postales uruguayas rescatadas del olvido, algunas con sus matasellos originales, y fotos inéditas de los equipos, los partidos y la construcción del Centenario. Muchas fueron conseguidas en el Uruguay, pero otras, las más valiosas, tuvieron que ser compradas en Londres. ¿Por qué? Hace una década la movida de la memorabilia estalló entre los ingleses y salieron a saquear al mundo de sus recuerdos futbolísticos a cambio de muy poco dinero. Coleccionistas británicos aparecieron por Montevideo comprando por monedas revistas, álbumes, insiginias, todo… Y cuando los responsables del museo participaron de las subastas londinenses para repatriar los objetos debieron pagar sumas que se acumulaban en miles de dólares. “La medalla que recibió Bobby Moore en el Mundial de 1966 se remató en un millón de dólares; entonces, ¿cuánto vale la de Nasazzi, que además es única?” se pregunta Rony Almeida hijo, tan entusiasta del proyecto como su padre y sus hermanos.
Más allá del 30
El Museo de la Copa del Mundo de 1930 fue declarado de interés nacional por el gobierno uruguayo y contiene la colección más extensa de las que se conocen. Con 260 objetos catalogados supera largamente al de la propia AUF, que conserva una treintena.
La vedette de la muestra es la medalla de Nasazzi, la misma que Jules Rimet guardó en su valija y trasladó desde París junto a la Copa que años después llevaría su nombre. Pero la muestra se extiende a los cuatro campeonatos del mundo ganados por la Celeste. ¿Cuatro? Sí, porque los torneos de fútbol de los Juegos Olímpicos de París 24 y Amsterdam 28 fueron organizados directamente por la FIFA y al ganador se lo reconocía como campeón mundial, tal como lo testimonian escritos de la época. Está la foto original del festejo tras la conquista de la medalla dorada en el estadio de Colombes, cuando los uruguayos dieron una vuelta al campo de juego saludando a los parisinos que se habían enloquecido con su juego. Es la imagen de la primera “vuelta olímpica” de la historia del fútbol.
3 comentarios:
No sabía eso de que se les reconocieron los Juegos como títulos mundiales. Muy interesante.
Hoy me comentaste que no te gustaba el básquet, pero me hice un blog nuevo que no tiene nada que ver con el deporte. La dirección es: http://elmateintergalactico.blogspot.com
Entrá y decime qué te parece.
Un abrazo! Y pasala bien en la tierra del comandante jaja!
Hola Pablo:
Es un excelente e interesante articulo el que vos has escrito, me gusto mucho la historia del señor que encontro la medalla e hizo bien en no venderla, cada día se aprende algo nuevo.
Saludos desde Guatemala
Que lindo articulo. Un orgullo la verdad.
Un saludo
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